“(…) el beso de amor que le había dado el príncipe rompió el hechizo de la malvada reina. Blanca nieves se casó con el príncipe y expulsaron a la cruel reina del palacio, y desde entonces todos pudieron vivir felices para siempre”. “(…) Se acercó a ella y apenas la besó, la princesa abrió los ojos tras su largo letargo (…) En aquel ambiente de alegría tuvo lugar la boda entre el príncipe y la princesa y éstos fueron felices para siempre”. “(…)Inmediatamente la llevaron a palacio y a los pocos días se casó con el príncipe, por lo que fue una princesa. Nunca más volvió con su madrastra, vivió feliz en palacio hasta el último de sus días” ….
Así podríamos seguir, revisando uno a uno los finales de los cuentos de hadas, en los que todos viven felices y comen perdices, pero ¿qué hay del resto?
Durante años, escuchamos de manera reiterada la frase “se casaron y vivieron felices para siempre” y entonces crecemos con la idea de que ese es el fin último de la vida, creemos en un amor liberador, que solo es bello y mágico, un amor que nos cambiará la vida. Vivimos con la idea constante de encontrar un príncipe azul, que se enamore de nosotras perdidamente solo con vernos y nos profese y prometa un amor eterno para así, POR FIN, ser felices por siempre. Nos alimentan con la idea que el amor de dicho príncipe nos liberará de todos aquellos “yugos, hechizos o maldiciones” que hemos tenido en la vida, así que ¿buscamos el amor o un salvador? pero, además de eso, nos generan la idea de que es necesario encontrar el amor “verdadero” para ser felices, es decir, tenemos que, aparte de todo, cargar con la idea que si no encontramos ese tipo de amor jamás lograremos ser felices, hasta ahí, más o menos llevadero.
Ahora hablemos de todo lo que no nos cuentan y descubrimos de golpe cuando emprendemos esa búsqueda.
Empecemos por la adolescencia, cuando nos sentimos “enamoradas” por primera vez, sí “ENAMORADAS”, porque no tenemos claro lo que es el amor pero de narices nos vamos pensando que es como nos han dicho en los cuentos, las películas etc… y entonces experimentamos las famosas “mariposas”, los nervios, el querer ser notadas por ese, nuestro primer príncipe azul, la ansiedad por el primer beso, por lo que creemos que es nuestro primer amor, porque nos han dicho que es eso, mariposas, nervios, ansiedad pero ¿qué es realmente el amor? no lo sabemos, con los años lo vamos descubriendo ¿o no?
Luego, de enfrentarnos a las sensaciones que nos genera ese “amor” viene algo de lo que no nos hablaron en los cuentos y es eso a lo que mal llamamos “tusa”, la terrible, indeseada y odiada tusa, que podríamos describir como una caída abrupta desde una nube de colores, pero ¿acaso eso le pasó a la Cenicienta? No, por supuesto que no, allí es donde surgen los diferentes cuestionamientos, así que empecemos.
¿Cómo es que pasamos de estar en un éxtasis completo a sentirnos “hundidas” en la oscuridad? pasamos de un estado a otro en cuestión de segundos, porque nos cuesta entender que las relaciones amorosas se comportan de manera cíclica, con altos y bajos, mejor dicho, se comportan como una montaña rusa y es en esos momentos donde empezamos a conocer todo aquello que no es completamente agradable, donde empezamos a conocer nuestros límites y aquellos que estamos y no dispuestas a negociar pero ¿por qué no nos lo advierten? quizá la respuesta está en el hecho de las reglas verbales con las que hemos crecido.
Bueno, ¿recuerdan a Blancanieves, Cenicienta, la Bella Durmiente y las mil princesas con las que nos quisieron enseñar acerca del amor? pues a esas reglas verbales me refiero: “El amor es bello, una magia, un quita penas, el amor te salva, el amor todo lo arregla y si tienes amor serás feliz eternamente hasta el final de tus días, el amor todo lo puede, quitar hechizos, despertarte de un eterno letargo, salvar tu vida” y un millón de ETC, pero jamás nos dijeron que el amor complementa, nos dijeron COMPLETA, no nos dijeron que el amor CONSTRUYE y se CONSTRUYE; nos dijeron que llega así sin más, tampoco nos hablaron del apoyo, de la igualdad y de todos las formas de amar. No nos hablaron de los límites que debemos establecer, no nos hablaron de qué pasa cuando pasa su efecto, porque pasa, no nos dijeron que aparte de mariposas, sentimos vacío, incertidumbre y tristeza, no nos hablaron de eso, nos mitificaron el amor, nos vendieron unas ideas erradas y unos estándares de amor altísimos y quizá inexistentes.
¡Ah! y una cosa más, nos volvieron vulnerables y sumisas ¿no? La princesa que siempre debe ser rescatada, liberada, salvada (porque siempre estaba desarrollando tareas del hogar, era lastimada física y emocionalmente, su vida estaba llena de desigualdad), entonces, casi un requisito para encontrar el amor y a los hombres, el rol de salvadores, héroes e imprescindibles seres para la consecución de la felicidad, bueno, bueno, no podemos tirarles toda el agua sucia porque estos apuestos príncipes de ensueño también se enamoran perdidamente, solo que los hombres no crecen con un cuento de hadas, ellos crecen con superhéroes, ninjas y fuertes guerreros. Este juego de roles es, en principio inofensivo, pero con los años genera controversia.
Luego de la adolescencia, el amor y desamor de ese que creíamos que es nuestro primer amor, vamos aprendiendo a sortear las cosas, a entender un poco cómo es el tema y poco a poco experimentamos más y más cosas, más ilusiones, más tusas, pero no como algo “deportivo” sino como un tema de aprendizaje y poco a poco fortalecemos ese “criterio amoroso” y nos salimos del renglón, de lo que nuestras reglas verbales decían y poco a poco entendemos que el amor no se trata de sumisión, no se trata de soportar todo para vivir siempre en un estado de éxtasis, no es algo que llega, el amor se construye y deconstruye, el amor es un proceso de autodescubrimiento mutuo, es un proceso bidireccional que implica poner límites, implica expresarse, entender que no todo es color de rosa y que no debes dejar de lado tu esencia para ser amadx como mereces, que si bien el romance hace parte vital, no es el amor romántico la única forma, pero ¡Ey! eso no va con lo que los cuentos de hadas cuentan.