Demetrio era un joven de 24 años que vivía en el suroriente de Bogotá, entre las localidades de Ciudad Bolívar, Tunjuelito y, Usme, para ser más específicos. Involucrado en un conflicto social, no por sus ideas, sino por el desamparo a los jóvenes por parte del Estado. Vivió una historia intensa de lluvia con nieve… que lo llevo a la muerte, a manos de un pájaro traicionero convencido de estar haciendo lo correcto.
A Demetrio sus amigos y enemigos le decían Batata. A la mano negra del Estado que lo mató de dos tiros en la espalda, a comienzos de los años noventa, en Colombia, y hasta el día de hoy, la llaman limpieza social. Un fenómeno sobre el cual hay escasa información académica y estadística, pero que ha sido de proporciones alarmantes en las últimas cuatro décadas de la historia del país.
A Batata le gustaba bailar y escuchar música salsa; en especial los temas de los hermanos Rubén y Roberto Blades. El día de su muerte al escuchar su carta de despedida, lagrimas brotaron de mis ojos… hay un vacío muy profundo en mi pecho… después de tanto amor. Solo quedó la indiferencia de la violencia simbólica, estructural y física en un cuerpo trabajador y peleador, con espíritu incansable y soñador, hecho desamor y olvido para la injusticia colombiana.
Al joven lo despojaron de toda dignidad y lo redujeron a la condición de “un mal que era necesario extirpar”. A nosotros y nosotras nos llenaron de fuerza para salir del fango a pesar de haber pasado una temporada en el infierno. Su asesino habita las calles tristes y vacías de la Acacia, así como la desgracia de ser-vil, un cobarde que mata por la espalda y a sangre fría.
La familia quedó destruida, más destruida de lo que la había dejado la tortura moral, física y psicológica del juicio de guerra del estatuto de seguridad, más de una década atrás. Mi abuela, la mujer más pura que he conocido, un personaje como la mujer del coronel no tiene quien le escriba de García Márquez; no claudicó y luchó, aunque nos tocó comer física mierda, pero nunca nos gustó.
La abuela guardo su dolor de perder lo más íntimo de sus entrañas; a su hijo Cuba, para poder cuidarnos del monstruoso problema social de la desesperanza, la miseria y la ignorancia. Lectora acérrima del periódico El Tiempo, cuando valía la pena lo fiaba de palabra junto al almuerzo de la casa en la tienda del barrio.
Quien les escribe es uno de los milagros de toda su lucha por el cuidado de toda una familia extensa. Su adorada familia. Mi abuela era una feminista de antaño y una mente encadenada a una sociedad machista e hipócrita. En medio de ese lodazal de golpes bajos, ella siempre fue una mujer libre como el sol cuando amanece.
A mi tío lo mataron, como escribiera el poeta de Andes Antioquia en uno de sus poemas, porque era un bandido y tenía que morir, pero no merecía morir sin duda, merecían más morir los bandidos del poder de ese entonces; que murieron de viejos y sin pagar sus penas a la justicia indolente del embudo de los hombres del Estado.
Colombia, no seas más el cadáver insepulto de una historia pintada y descrita por Arturo Álape, levántate como lázaro, despierta que hace más de cien años, un hijo de tus entrañas desde la mecánica celeste estableció una nomenclatura del lado de la luna que no es visible desde la tierra.