Malatesta: aventura y anarquía

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“La palabra civilización sirve hoy de excusa á muchos para intentar legitimar el fraude, el robo y la opresión”

“La palabra civilización sirve hoy de excusa á muchos para intentar legitimar el fraude, el robo y la opresión” es una frase de Errico Malatesta que aparece en la edición número 13 de Obrero Panadero, un periódico gremial argentino de 1899. 

En su breve estancia en Argentina, Malatesta apoyó la construcción del sindicato “Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos”, una organización pequeña en principio pero que en poco tiempo se fue constituyendo en uno de los referentes históricos del sindicalismo anarquista en latinoamérica. Era 1887, y aún le quedaban 45 años de actividad política al joven italiano de 34 años.

para dedicarse a distintos oficios como la mecánica o la venta callejera de comida, mientras se dedicaba a actividades de tipo político y conspirativo. 

Creció en la agitada Italia del siglo XIX, en la que se enfrentaban republicanos y monarquistas que buscaban la unificación nacional, contra monarquistas que se alineaban en favor del dominio que mantenía el imperio austro-húngaro en parte del país. En ese contexto, Errico inició la carrera de medicina, de la que se tuvo que retirar para dedicarse a distintos oficios como la mecánica o la venta callejera de comida, mientras se dedicaba a actividades de tipo político y conspirativo. 

Primero republicano, luego anarquista, asumió la causa libertaria con las noticias que llegaban sobre la Comuna de París de 1871, y la inspiración que despertaba en él las ideas de Mijail Bakunin. Su vida transcurrió entre Europa, Asia y América, creando medios de comunicación y organizaciones anarquistas, o bien, sumándose a causas de liberación de países sometidos a monarquías o dominios extranjeros. 

defendió la organización masiva y la formación constante, pero también la posibilidad de la unidad entre distintas tendencias.

Nació en Santa Maria Maggiore, Campania, un 4 de diciembre de 1853, y falleció en roma un 22 de julio de 1932, siendo un actor, antes que un espectador, de la convulsionada transición del siglo XIX al siglo XX. 

A contrapelo del anarquismo que ganaba fuerza en su tiempo, de tipo individualista y de acciones sin perspectiva estratégica, defendió la organización masiva y la formación constante, pero también la posibilidad de la unidad entre distintas tendencias.

“Sin entendimiento, sin coordinación de los esfuerzos de cada uno para una acción común y simultánea, la victoria no es materialmente posible” diría. 

Se distanciaba también de quienes tomaban por libertad el simple libertinaje o el puro egoísmo. En La Anarquía, tal vez su escrito más conocido, afirmaba: “La libertad que los anarquistas queremos para nosotros mismos y para los demás, no es libertad absoluta, abstracta, metafísica, que se traduce fatalmente en la práctica, en la opresión de los débiles, sino la libertad real, la libertad posible qué es la comunidad consciente de los intereses, la solidaridad voluntaria”. 

“La libertad que los anarquistas queremos para nosotros mismos y para los demás, no es libertad absoluta, abstracta, metafísica, que se traduce fatalmente en la práctica, en la opresión de los débiles, sino la libertad real, la libertad posible qué es la comunidad consciente de los intereses, la solidaridad voluntaria”

Fuera como organizador, propagandista o conferencista, ni en su vejez dejó de participar en los acontecimientos de la historia. No suscribió las esperanzas en la guerra entre potencias, y se opuso activamente a la primera guerra mundial, mientras instaba a la huelga de las y los trabajadores. Su pensamiento se guió por una concepción abierta del anarquismo antes que doctrinaria y dogmática. Esta podría ser una de sus premisas fundamentales: “la duda debe ser la posición mental de aquellos que aspiran aproximarse cada vez más a la verdad o, por lo menos, a esa porción de verdad que es posible alcanzar”. 

La dictadura de Mussolini lo aisló en sus últimos días, imponiendo una suerte de prisión domiciliaria que impedía su participación en toda iniciativa que buscara la derrota del fascismo. 

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