Con sorpresa nos enteramos que falleció Juan Carlos Mechoso, un hereje del anarquismo conocido, entre otras cosas, por haber apoyado la revolución cubana cuando recién se gestaba.
Fue uno de los fundadores de la Federación Anarquista Uruguaya (FAU), organización que no dudó en establecer alianzas con el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, y otras organizaciones no anarquistas en el ámbito sindical y político, en tiempos de represión y dictadura.
Fue un defensor a ultranza de la formación política en cualquier circunstancia, a nivel individual y colectivo, de allí que organizara cursos de lectura y estudio en la cárcel cuando fue preso político de la dictadura
Como militante de la FAU, fue promotor de otra idea hereje para los sectores más puristas del anarquismo, opositores «del poder» en todas sus expresiones: la de construir poder popular como acción para impulsar la formación de un pueblo fuerte y autónomo, organizado desde la libertad, el antiautoritarismo, la autogestión y la solidaridad.
Fue un defensor a ultranza de la formación política en cualquier circunstancia, a nivel individual y colectivo, de allí que organizara cursos de lectura y estudio en la cárcel cuando fue preso político de la dictadura. En lo teórico, teniendo como rasero las ideas libertarias, pero sin caer en el sectarismo, echó mano de autores que iban desde el marxismo, pasaban por el estructuralismo y posestructuralismo francés, y llegaban hasta los postulados anticoloniales latinoamericanos, con el fin de entender mejor el mundo concreto en el que le tocó vivir, y así transformarlo.
Lo recordamos con esto que le dijo al investigador Felipe Corrêa, en una entrevista dada en 2009:
«Por aquí (en Urguay) hay un viejo dicho: el anarquismo es una forma de vivir. Lo decían los viejos compañeros de principios del 1900, los que militaban desde 1905, 1910, 1920 y así. (…) Querían decir que hay algo por lo que vale la pena jugarse la vida. Y ese algo es la búsqueda de una sociedad justa, libre y solidaria. Que no se podía ver tanta infamia, tantas cosas atroces y permanecer indiferente o fundamentalmente preocupados por sus cosas personales y ver el resto como cuestiones secundarias».
La idea de poder popular en la concepción de Juan Carlos Mechoso y la FAU
Una concepción y una práctica de poder popular tiene su producción específica, tiene su propio discurso. Tiene su propia producción. Para que juegue como fuerza transformadora, condicionante de coyunturas, produciendo avances desestructurantes hay una condición necesaria: debe mantener en todo momento su independencia. Independencia de clase se decía en otros momentos del desarrollo histórico, hoy diríamos con ajuste al nuevo contexto: independencia de las clases oprimidas, vale decir de todos los movimientos sociales.
Pero deseamos remarcar que al señalar esta categoría, tenemos especialmente en cuenta las características particulares de cada formación social, su historia, sus transformaciones, sin descuidar lo que tiene de común con otros países, más que nada con los del área y obviamente las condicionantes que las estructuras de poder mundial establecen.
Ya es bien sabido que las mallas del poder dominante trituran, manipulan, moldean. Insertan en su seno, partidos, ideologías, movimientos, historias, los amasan y después los devuelven como buenos seguidores de lo viejo y reproductores de lo actual. El mecanismo se repite una y otra vez. Y se reiteran un montón inconmensurables de fuerzas girando en esa rueda loca. A estos dispositivos es a los que hay que dispararle con propuestas y acción de un contenido diferente. Con una coherencia que permita pisar firme. Pues demás está remarcar que la circulación al infinito de las mismas dinámicas y lógicas no puedan crear algo nuevo, sólo recrear lo existente, con mayor o menor fantasía.
(…) Hemos definido el poder —desde abajo— como la capacidad de realizar no como represión. En este caso concreto, para graficarlo, la capacidad de un pueblo para realizar sus diversos intereses y darse una forma de organización que se asiente sobre otras bases, sobre otros valores a los existentes. Que aseguren ellos, solidaridad, libertad y justicia en términos de autenticidad.
El poder así definido, por más que lo concebimos funcionando en sociedades complejas y de niveles tecnológicos nada simples, no lo igualamos en ningún instante al concepto, gobierno. Haremos algunos ejemplos a los efectos de que la idea quede más clara. El poder reside en el control sobre los medios de producción de bienes (fábricas, campos, minas, etc.), en los medios masivos de comunicación (diarios, radios, canales de televisión, informática en general), en los servicios (transporte, energía, obras sanitarias, comunicaciones, etc.), en los mecanismos concentrados de decisión (investigaciones, labor científica), y en los resortes correspondientes al nivel político, en los instrumentos “jurídicos” que se establezcan colectivamente, en las estructuras ideológicas, en los planes de estudio, en las distintas manifestaciones culturales.
Este control es del colectivo-pueblo a través de los órganos e instituciones que durante el proceso y en el instante de asumir poder se hayan desarrollado. De cómo se haya articulado ese arriba y ese abajo del que nos habla Bakunin y que está exento de autoritarismo y jerarquía.
Seguramente que no es el fin de la historia y menos que cese la lucha ideológica y quizás alguna más. Allí habrá muchos fantasmas del pasado, un poder capilar, diseminado a través de toda la sociedad, que puede tener la capacidad de reproducir valores e instituciones del sistema. Además estarán amartillados todos los circuitos afectados en esa primera etapa de cambio profundo. La naturaleza compleja de poder obliga a adoptar lineamientos estratégicos igualmente complejos. Frente a una estrategia de poder establecido destinada a perpetuarlo, hay que oponer una estrategia de las clases oprimidas destinada a construir un poder popular que asegure un mejor y justo funcionamiento de la sociedad toda. La concreción de poder popular requiere la preparación de las organizaciones de las clases oprimidas destinadas a asumirlo y la consubstanciación de estas organizaciones con el rol que les corresponde desempeñar, pues edificar el poder popular no significa que los elementos constitutivos del poder sean conquistados por la fuerza social-política de los oprimidos y que inmediatamente a la labor de ruptura no funciones el conjunto de las necesidades sociales. Por ende, no se trata simplemente de arrebatar a las clases dominantes el actual poder global centralizado sino de difundirlo, descentralizarlo en los organismos populares, de transformarlo en otra cosa. De transformarlo en una nueva estructura político-social.
El poder popular ejercido por los trabajadores y el pueblo con organismos por ellos controlados, ampliamente democráticos y participativos, serán los que asumen tal control, apropiándose de las funciones tutelares ejercidas desde la esfera estatal. Por eso es que una estrategia de poder popular debe tener como premisa esencial la construcción de esos organismos y ésta es una tarea política clave que desde ya debiera estar jugando un rol de primera línea en la determinación de si el futuro revolucionario será socialista y libertario o no. Por eso que la derrota del orden capitalista y autoritario, de un auténtico poder popular, se está jugando todos los días, en relación a como se orienta y concreta el trabajo político y social permanentemente.
Así las cosas, crear o recrear, fortalecer y consolidar las organizaciones obrero-populares, del conjunto de los oprimidos y defender su protagonismo es ir fecundando, paso a paso, el único socialismo posible. Un socialismo en libertad, donde todos los adelantos técnicos-científicos que hoy conocemos sean puestos al servicio de un mejor funcionamiento social que beneficie al ser humano, al pueblo todo.