justificando lo que existe y, de pronto, los más arriesgados, hablan de la importancia de una reforma, pero sin desarrollar en lo absoluto la supuesta iniciativa.
El tema carcelario aparece en la agenda pública principalmente por dos razones: 1. Por elecciones: para muchas y muchos candidatos la solución a la inseguridad es enviar a más personas a las cárceles, y 2. tragedias, como la de Tuluá en la que fallecieron cerca de 52 personas privadas de la libertad; o la de La Modelo que en 2020 dejó más de 80 heridos y 23 fallecidos.
La forma en la que figuras públicas, opinadores y medios corporativos de comunicación abordan el tema carcelario es justificando lo que existe y, de pronto, los más arriesgados, hablan de la importancia de una reforma, pero sin desarrollar en lo absoluto la supuesta iniciativa.
Como a todo toca meterle mente, les compartimos algunos fragmentos del libro “¿Son obsoletas las prisiones?” publicado en 2003 por la filósofa Ángela Davis y aprovechamos para recomendarles que lo lean con ganas.
Introducción: ¿Reforma carcelaria o abolición de las prisiones?
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Al pensar sobre la posible obsolescencia de la prisión, deberíamos preguntar cómo es que tanta gente puede terminar en la cárcel sin que haya importantes debates sobre la eficacia del encarcelamiento. Cuando apareció el impulso por producir más prisiones y encarcelar cada vez más cantidades de personas en los años ‘80, durante lo que se conoce como la “era Reagan”, los políticos argumentaban que las posiciones “duras contra el crimen” (incluyendo la encarcelación efectiva y las sentencias más largas) mantendrían a las comunidades libres de delitos. Sin embargo, la práctica de encarcelación masiva durante ese período tuvo escaso o ningún efecto sobre las tasas oficiales de criminalidad. De hecho, el patrón más obvio fue que las cada vez mayores poblaciones carcelarias no llevaban a comunidades más seguras, sino, en cambio, a poblaciones carcelarias todavía más grandes.
Cada nueva cárcel daba origen a una nueva cárcel más. Y a medida que el sistema carcelario estadounidense se expandía, también se expandió la involucración corporativa en la construcción y provisión de bienes y servicios para las prisiones, y en la utilización de mano de obra carcelaria.
Cada nueva cárcel daba origen a una nueva cárcel más. Y a medida que el sistema carcelario estadounidense se expandía, también se expandió la involucración corporativa en la construcción y provisión de bienes y servicios para las prisiones, y en la utilización de mano de obra carcelaria. Debido al grado en que la construcción y operación de cárceles comenzó a atraer grandes sumas de capital (desde la industria de la construcción hasta la provisión de alimentos y atención de la salud), de una manera que recordaba el surgimiento del complejo industrial militar, comenzamos a referirnos a un “complejo industrial carcelario”.
(…) Existen ahora en California treinta y tres prisiones, treinta y ocho campos de prisioneros, dieciséis instalaciones correccionales comunitarias, y cinco pequeñas instalaciones para prisioneras madres. En 2002 había 157.979 personas encarceladas en estas instituciones, incluyendo aproximadamente veinte mil personas que están a disposición del estado por violaciones de las leyes de inmigración.
¿Por qué la gente asumió tan rápidamente que encerrar a una proporción cada vez mayor de la población estadounidense ayudaría a quienes viven en el mundo libre a sentirse más seguros y fuera de peligro?
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Presento esta breve narrativa de la prisonización del paisaje de California para permitir a lxs lectores entender qué fácil fue producir un sistema masivo de encarcelamiento con el consenso implícito del público. ¿Por qué la gente asumió tan rápidamente que encerrar a una proporción cada vez mayor de la población estadounidense ayudaría a quienes viven en el mundo libre a sentirse más seguros y fuera de peligro? Esta pregunta puede ser formulada en términos más generales: ¿por qué las prisiones tienden a hacer pensar a la gente que sus propios derechos y libertades están más seguros de lo que lo estarían si las prisiones no existieran? ¿Qué otras razones puede haber habido para la velocidad con que las prisiones comenzaron a colonizar el paisaje californiano?
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Es como si la cárcel fuera un hecho inevitable de la vida, como el nacimiento y la muerte.
En el fondo hay una pregunta fundamental: ¿Por qué damos por sentada la prisión? Si bien una proporción relativamente pequeña de la población nunca experimentó directamente la vida en la cárcel, esto no es lo que se verifica en las comunidades pobres negras y latinas. Tampoco se verifica para lxs nativxs americanxs ni para ciertas comunidades asiáticas estadounidenses. Pero incluso entre aquellas personas que deben lamentablemente aceptar condenas carcelarias (especialmente gente joven) como una dimensión ordinaria de la vida en comunidad, resulta difícilmente aceptable entablar una discusión pública seria sobre la vida en prisión o sobre alternativas radicales a la prisión. Es como si la cárcel fuera un hecho inevitable de la vida, como el nacimiento y la muerte.
Pensar sobre esta presencia y esta ausencia simultáneas es comenzar a reconocer el papel que tiene la ideología en el modelado de la forma en que interactuamos con nuestros entornos sociales. Tomamos las prisiones como un hecho, pero a menudo tememos enfrentar las realidades que producen.
En general, la gente tiende a dar por sentadas las cárceles. Es difícil imaginar la vida sin ellas. Al mismo tiempo hay una renuencia a enfrentar las realidades que se esconden dentro de ellas, un temor a pensar sobre lo que ocurre ahí. Así, la cárcel está presente en nuestras vidas y, a la vez, está ausente de nuestras vidas. Pensar sobre esta presencia y esta ausencia simultáneas es comenzar a reconocer el papel que tiene la ideología en el modelado de la forma en que interactuamos con nuestros entornos sociales. Tomamos las prisiones como un hecho, pero a menudo tememos enfrentar las realidades que producen. Después de todo, nadie quiere ir a la cárcel. Dado que sería demasiado angustioso manejar la posibilidad de que cualquiera, incluso nosotrxs mismxs, podría convertirse en prisionerx, tendemos a pensar la prisión como desconectada de nuestras propias vidas. Esto vale incluso para algunxs de nosotrxs, mujeres tanto como hombres, que ya hemos experimentado el encarcelamiento.
(…) La prisión por lo tanto funciona ideológicamente como un sitio abstracto en el cual se depositan lxs indeseables, aliviándonos de la responsabilidad de pensar en los verdaderos problemas que afligen a aquellas comunidades de las que se extraen prisionerxs en números tan desproporcionados. Éste es el trabajo ideológico que realiza la prisión: nos exime de la responsabilidad de comprometernos seriamente con los problemas de nuestra sociedad, especialmente aquellos producidos por el racismo y, cada vez más, por el capitalismo global.
La prisión por lo tanto funciona ideológicamente como un sitio abstracto en el cual se depositan lxs indeseables, aliviándonos de la responsabilidad de pensar en los verdaderos problemas
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La prisión se ha convertido en un agujero negro en el que se depositan los detritos del capitalismo contemporáneo. La encarcelación masiva genera ganancias a medida que devora la riqueza social, y así tiende a reproducir las condiciones mismas que llevan a la gente a prisión.
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la mayor flexibilidad que ha permitido una discusión crítica de los problemas asociados con la expansión carcelaria también restringe esta discusión al tema de la reforma de las prisiones.
Durante los últimos años, la anterior ausencia de posiciones críticas en la arena política respecto de la expansión carcelaria ha dado lugar a propuestas para la reforma de las prisiones. Si bien el discurso público es ahora más flexible, el énfasis está puesto, casi inevitablemente, en generar los cambios que producirán un sistema carcelario mejor. En otras palabras, la mayor flexibilidad que ha permitido una discusión crítica de los problemas asociados con la expansión carcelaria también restringe esta discusión al tema de la reforma de las prisiones.
Por importantes que sean algunas reformas (la eliminación del abuso sexual y de la desatención médica en las cárceles de mujeres, por ejemplo), los esquemas que dependen exclusivamente de reformas ayudan a producir la idea atrofiante de que no existe nada más allá de la prisión. Los debates sobre estrategias de descarcelación, que deberían ser el foco de nuestras conversaciones sobre la crisis carcelaria, tienden a quedar marginalizadas cuando la reforma ocupa el centro de la escena. La pregunta más inmediata hoy es cómo evitar que las poblaciones carcelarias sigan expandiéndose, y cómo traer a la mayor cantidad posible de hombres y mujeres de vuelta a lo que lxs prisionerxs llaman “el mundo libre”.