Oficinista antichévere

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Cada vez que llega una festividad, o una celebración, un grupo de entusiastas empieza a recorrer los pasillos de la oficina. A paso lento y con esperanza en su mirada, van puesto por puesto pidiendo un aporte. Mi ceño se empieza a fruncir. Las letras de punk antisistema que suenan en mis audífonos se conjugan con el paisaje y la escena. A veces puedo escapar de la situación, pero este no es uno de esos días ¿Por qué debo aportar $100.000 o más para las novenas? ¿Por qué hay que aportar para la decoración de navidad, o de Halloween, o de amor y amistad? 

Soy un opositor declarado de la explotación y la autoexplotación laboral, pero también del trabajo mediocre. Trabajar honestamente, con rigor y disciplina, es un principio de solidaridad para no recargar laboralmente a un colega. La crítica a la explotación no se solventa trabajando sin rigor para que otra persona termine asumiendo otras tareas. Teniendo esto en claro me pregunto ¿Por qué si ya vendo, con rigor y disciplina, mi fuerza de trabajo, debo además entregar de mi salario a las dinámicas del círculo vicioso del mundo laboral?

Hace unos años, las empresas, las entidades, y en general las organizaciones, proporcionaban ciertos elementos como incentivo a las y los trabajadores. En la actualidad estos incentivos van en retroceso, en el mundo laboral neoliberal, los trabajadores tienen que proporcionar también los incentivos para sus compañeras y compañeros. 

En la modalidad contratista, las horas de explotación se extienden. Algunos memes lo recrean perfectamente cuando dicen: a veces siento que solo voy a mi casa de visita, porque prácticamente todo el día se va en el trabajo. 

Se podría decir que, dado que tantas horas de nuestra socialización se ocupan en el entorno laboral, entonces tiene sentido impulsar espacios comunes que, justamente, cambien la rutina. La cuestión es que vienen a ser espacios que se desarrollan dentro de la misma frontera física y mental del trabajo, que refuerzan con recursos propios, del propio trabajador, el ambiente de trabajo. 

No se trata de una vaca para compartir un momento con compañeras y compañeros de la oficina en un escenario distinto, de soltar, de relajarse, sino de una institucionalización de prácticas cotidianas que se hacen en paralelo al estrés laboral. Es decir: ese compartir no viene a alivianar la dinámica de trabajo, fuera de la frontera laboral, sino en paralelo e incluso en detrimento de las demás tareas que se tengan —en medio de posibles tensiones e hipocresías—, con los recursos provenientes del producto de la venta de la fuerza de trabajo.  

En un k drama (o drama koreano) del 2022 llamado «Mi diario liberación» refleja un escenario frecuente en el país asiático: expresa lo señalado arriba pero llevado al absurdo. En la empresa las y los trabajadores deben tener salidas obligatorias con sus colegas y además gestionar obligatoriamente, por su propia cuenta, espacios de bienestar —fuera de las horas laborales— con otros colegas en salidas para jugar bolos o ir a karaokes. Uno de los componentes de la serie se centra en tres personajes que deciden agruparse para no hablar, hablar sobre cosas sencillas y profundas, y escribir un diario sobre su rutina, su diario de liberación. Terminan haciendo una suerte de resistencia pasiva a la imposición de un falso bienestar. 

Con la serie queda la pregunta si esa práctica obligatoria se va a replicar en más países en un horizonte en el que el trabajo capitalista sigue subsumiendo cada vez más el supuesto tiempo libre y de ocio. 

Frente a estas actividades, que en el país no son obligatorias pero si coactivas, solo puedo decir: no me interesa ser el oficinista chévere que permite que su salario se desangre con actividades laborales. Soy y seré el oficinista antichevere.