“¿Cómo me compongo yo si vivo triste? ¿Cómo me compongo yo? me duele el alma”. Tan sabio el viejo Buitrago cuando compuso ese temón. Lo pongo a todo taco después de llegar a casa tras a una jornada larga de trabajo, después de haberme levantado muy temprano antes de que saliera del todo el sol y volver al hogar cuando de solecito no queda nada, y de mí queda también más poquito.
En el cuento alemán de Hansel y Gretel, el hermano mayor dejaba migas de pan mientras caminaban para poder volver a casa con vida. Hoy me miré al espejo de mi sitio de trabajo y me vi con cara de zombi. Había dormido bien la noche anterior, pero tenía tremenda cara de cansada. Pensé: yo también estoy buscando mi camino a casa todos los días mientras trabajo, pero en lugar de dejar migas de pan para no olvidarlo, voy dejando pedazos de mí en este espacio de producción, pedazos de mi cuerpo cansado, pedazos de mi alegría, trocitos de mi motivación por un camino que antes veía lleno de árboles y pajaritos pero que ahora solo veo cada vez más desértico: el camino de trabajar menos y descansar más.
Pensando en cuentos infantiles y en zombis, volvió a mi mente el historiador camerunés Achille Mbembe, quien inicia su ensayo de 2006 titulado “Necropolítica” con la frase: “la expresión ultima de la soberanía reside ampliamente en el poder y la capacidad de decidir quién puede vivir y quién debe morir” (p. 19). Después de conversar con la noción foucaultiana del biopoder, que como su forma de nombrar lo indica, tiene que ver con el dominio que ejerce el poder sobre la vida, plantea el lugar de la muerte como economía dentro de una red de poder difuso que trasciende lo estatal. La necropolítica da cuenta de la reificación de la vida en el capitalismo donde “hacer morir y dejar vivir” aparece como premisa.
Según la definición básica de ese montón de hombres viejos y blancos que configuran la RAE, el cansancio es hacer que disminuya la fuerza o la resistencia de algo o alguien. Con claras diferencias de privilegio, hay unos cansancios más mortales que otros, pero mi foco aquí no es ese, mi punto es que el trabajo cansa, como lo decimos frecuentemente en esta revista, y el cansancio mata.
El tiempo neoliberal que habitamos no se detiene al imponernos únicamente la hiperproductividad como estilo de vida, la velocidad como tiempo de la vida y el consumo como propósito de la vida, sino que además nos va matando de a poco, nos hace morir de cansancio, y lo peor de todo es que intenta convencernos de que ese cansancio es bueno. ¿Ha escuchado usted la frase “me siento cansado, pero es un cansancio del bueno”, haciendo referencia a una jornada muy productiva? A menos que alguien se refiera a una jornada de intensivo roce genital, de un largo día de contemplación o de cualquier actividad no laboral, por favor hágale ver a su amigue que esa frase es una gono, que ningún cansancio producto del trabajo puede ser bueno.
En mi trabajo como profe hay momentos brutales y hermosos. Nos reímos un montón, hablamos de memes, nos contamos historias y chismes, se nos sale una que otra lagrimita y aprendemos resto de estar juntes. Disfruto muchas veces de la compañía de lxs estudiantes, pero ¿para qué quiero mentir? Me canso, me canso mucho y yo no quiero vivir para siempre así. Dicen que Confucio alguna vez dijo (porque toda frase parece que fue de ese cucho): “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida”, y si lo tuviera al frente yo le diría: Papi, trabajo es trabajo, por algo me pagan, así algunas cosas me gusten.
Con el paso del tiempo mi cuerpo cambia, y esto no solo se debe a que voy envejeciendo, sino que su cercanía con la muerte se alimenta de las extensas jornadas laborales. Mi espalda se desgasta más rápido, mis ojos ven menos, tengo menos tiempo y energía para ejercitarme, así como para cocinarme comida más o menos sana, lo que hace que mi colon se inflame. Me duele la cabeza todos los días y estoy empezando a padecer el síndrome del túnel carpiano. No puedo dormir del todo bien porque hasta en sueños trabajo. Mi cuerpo se siente asfixiado, ansioso, estresado y triste con frecuencia.
Yo quiero pegar un grito y no me dejan, entre el grito y mi cuerpo cansado hay una distancia cada vez más irreconciliable. Imponer a los cuerpos el cansancio cotidiano es otra de las expresiones de este tiempo necropolítico, donde a fin de año nos venden la idea de los paseos de trabajo, las jornadas de bienestar y el bailoteo empresarial como las recompensas ante hacerlo todo muy bien, cuando en realidad es la pequeña ficción de pausa para aceitar la máquina e incentivar una mayor producción para el próximo ciclo laboral que está por empezar.
¿Quién me devuelve los pedacitos de mi vida, mi cuerpo y mi energía que voy dejando en el camino? ¿quién me quita para siempre este cansancio? ¿quién me devuelve el sentido de la vida más allá de tener un trabajo? ¿cómo me compongo yo en el día de hoy? ¿cómo me compongo yo en el día de mañana? Dejando pedacitos de mí por el camino me voy desapareciendo, pero tranqui, “son para gozarlas estas navidades, porque el año que viene se acaban los pesares”.
Referencias
Mbembe, A. (2011). Necropolítica. Santa Cruz de Tenerife: Editorial Melusina.