El título y algunos de los subtítulos de este escrito son fragmentos de la canción ‘Las cosas que pasan’ lanzada en los 70 e interpretada por Piero en el álbum Coplas de mi país. Frases como las que se mencionan en esta canción no han perdido vigencia y, por el contrario, se han representado más que nunca en las calles colombianas durante esta semana. Al momento de redacción de este artículo se sumaban 14 muertos y 483 heridos a raíz de las protestas contra la violencia policial.
Pasa un obrero en alpargatas, con veinte pesos que es toda su plata. Pasa el Ministro de Economía, le dice: ‘Mi hijito no hay más plusvalía’
La brutalidad, abuso o violencia policial es el término sobre el cual se va a desarrollar este artículo para identificar algunos aspectos importantes sobre la situación actual de este problema en nuestro país. Por otra parte, hay que mencionar la exagerada financiación al Ministerio de Defensa, la cual demostró la gran necesidad que tiene el Estado por reprimir a las y los ciudadanos. Pues para el año 2008, de los 566.084 empleos públicos financiados por el presupuesto nacional, 459.687, es decir, el 81.2 % estaba ocupado por servidores públicos asignados a la defensa, seguridad y policía.
Por otro lado, el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) que fue creado en 1999 e inicialmente estaba conformado por 200 policías, para 2016 ya contaba con más 3.600 miembros con un presupuesto de 327 mil millones de pesos colombianos. Al parecer, tomar dineros públicos para asesinar es una estrategia muy bien conocida por el Estado colombiano. La financiación de la guerra en Colombia es un tema extenso y no se abordará en este documento, sin embargo, la anotación no se podía pasar por alto.
Pasa la guardia del Presidente, los sables al aire todos dementes
En Colombia, la mayoría de personas que trabajan haciendo cumplir la ley parecen actuar bajo la falsa creencia de tener más autoridad que los demás miembros civiles de la sociedad y sienten que están por encima de la misma ley. Hay diversos casos que lo demuestran como el reciente asesinato del señor Javier Ordóñez y otros cientos de personas que han resultado muertas a manos de patrulleros en las zonas urbanas, al igual que los falsos positivos como consecuencia del abuso militar en las zonas rurales.
Si bien es cierto que las Constituciones de 1886 y 1991 blindaron a los miembros de la Fuerza Pública para que los delitos vinculados a los militares o policías se juzgaran por personal que había pertenecido a estas instituciones, se debe tener en cuenta que en el Código Penal Militar se consideran delitos sin conexión a la función policial y/o militar: las torturas, las detenciones arbitrarias, las violaciones, los homicidios o las desapariciones, las cuales sí se deben juzgar por medio de la justicia ordinaria. Esta excepción deja mucho que desear ante la formación que ofrecen estas instituciones, pues en ningún reglamento se considera normal aclararles, por adelantado, a los trabajadores que no los cobijará su ley si matan, violan o desaparecen a alguien. Continuemos.
El paradigma de «la manzana podrida»
Esta es la forma más fácil que han encontrado funcionarios y civiles para justificar el grave problema que representa el uso y abuso de la Fuerza Pública. En este sentido, lo que se hace es juzgar a las personas por sus comportamientos ‘aislados’ y sus problemas conductuales personales, en lugar de analizar que estos individuos representan a una Institución cuyo deber principal es el de proteger a la comunidad y sus derechos.
La discreción y el juicio interpretativo son elementos que, mal practicados, representan un peligro inminente para la comunidad. Además, la discreción policial ha sido muy amplia, pues la Policía como cuerpo armado de naturaleza civil les ha delegado a sus funcionarios la facultad de escoger sus objetivos, los métodos de intervención, los casos a manejar, los procedimientos a utilizar, la forma de aplicar sanciones, entre otras amplias funciones que desembocan en corrupción, irregularidades y conductas abusivas.
En algunos países en donde se ha evidenciado el uso excesivo de la fuerza por parte de los uniformados hacia los civiles, se ha cuestionado la ‘subcultura policial’ que se ha creado. Por ejemplo, un agente puede callarse respecto a los errores que otro agente pueda cometer y a este acto se le conoce como Código Azul. Esto demuestra claramente que no se puede seguir justificando todo bajo el concepto de ‘manzanas podridas’ sino que habría que cuestionar la doctrina bajo la cual están capacitando a estas personas y la reprochable ética con la cual están ejerciendo su labor.
Aquellos que defienden a estas instituciones a pesar de las notables falencias y el peligro que presentan para la sociedad, deben saber que cualquiera de sus miembros tiene un poder letal. Las ‘manzanas buenas y podridas’ de la Policía Nacional pueden utilizar: elementos, dispositivos, municiones y armas ‘no letales’ como cartuchos y granadas químicas o de aturdimiento. A su vez, la institución incluyó 24 elementos ‘no letales’ entre los que se encuentran: fusiles lanza gases, escopetas calibre 12, lanzadores de agentes químicos, dispositivos de shock eléctricos, animales entrenados y bengalas.
Y pasa la historia de nuestra nación, siglo tras siglo sin solución
Los movimientos estudiantiles en Colombia han influido en las transformaciones políticas y sociales en diferentes momentos. Infortunadamente, desde la década del 60 e incluso desde más atrás, las y los estudiantes se han ido convirtiendo poco a poco en ‘héroes’ y aunque esta denominación se basa en el respeto y el reconocimiento de aquellos que lucharon por las causas justas, es necesario preguntarnos si es que acaso nos están haciendo normalizar la muerte de nuestros compañeros y compañeras.
Ahora es muy común ver murales, pancartas, camisetas y volantes con el rostro de jóvenes desaparecidos o asesinados ¿Es eso lo que pretende el Estado? ¿Quieren dejar a las y los jóvenes plasmados en murales? ¿Quieren callar las voces de los que manifiestan su descontento hacia los que gobiernan? Esta represión que hace parte de las prácticas civilizatorias y genocidas se soportan en la política y el gobierno y evidentemente están detrás de las manifestaciones, huelgas y protestas legítimas intentando generar miedo en diferentes sectores sociales.
La impunidad predomina porque parece no haber efectos jurídicos. La Fuerza Pública cree que es suficiente con reconocer el asesinato de alguien como error, además, difícilmente se logra que se responsabilice al autor material del hecho. Por otra parte, el Estado colombiano se ha encargado de minimizar la imagen de las y los estudiantes calificándolos de revoltosos, discriminando a estos grupos y criminalizando su accionar. En la lógica manipuladora de la soberanía del Estado, el criminal es aquel que quiere hacer valer sus derechos y exige una mejor calidad de vida.
Paso yo mismo y me veo sentado, mirando la gente que pasa a mi lado
Hay que reconocer una vez más que no podemos olvidar a las víctimas de la violencia policial. No podemos permitir que cada día sean más los rostros, los nombres y las historias de las y los estudiantes, ciudadanos, líderes y lideresas sociales muertos. No podemos parar de reclamar lo que nos corresponde por derecho. No podemos callar que están poniendo en riesgo nuestras vidas. No podemos dejar que aumente la violencia. No podemos permitir que se multipliquen las injusticias de manera cíclica ante un gobierno que tiene por repuesta las armas.
Para finalizar, les comparto un fragmento escrito por la poeta y docente Ingrid Carrillo. Una mujer afro indígena, nacida en La Guajira y autora del proyecto sociocultural ¡Colombia patria posible! Quien expresa abiertamente que la poesía a Colombia también es para ser pensada, más que para ser aplaudida. A continuación, su mensaje para Colombia:
Yo he parido tantos hijos, tantos machos, tantas hembras.
Y un día yo parí una hija, la más linda de las hembras.
Sé que nació en La Guajira y me la bautizó Maleigua,
le puse por nombre Paz y Paz la bautizó la reina.
Sabe lo que me preocupa y sabe que me desespera
el saber que a mi hija Paz también la hirió la Violencia,
saber que se asoma y huye cuando creo que estaba cerca.
Por eso hoy pido a mis hijos que salgan en busca de ella,
que luchen por conseguirla, que luchen por retenerla,
que se entere Paz, mi hija, que quiero volver a verla.
Que yo, Colombia, la extraño, que aquí su madre la espera,
que aunque yo insisto luchando, me estoy quedando sin fuerzas.
Que aunque ella se encuentre herida, yo suturaré sus penas,
pero que venga enseguida
¡Que venga, por Dios, que venga!