En esta onda del cambio, asumido no solamente desde lo colectivo, sino también desde lo personal, surge un tema muy importante para mí, que en los últimos 10 años ha estado presente en mi mente, en mis charlas más cotidianas con mis amigos más cercanos, en mi accionar e incluso lo puse sobre la mesa en algunas clases en la universidad cuando era estudiante de Trabajo Social.
El tema al que me referiré en el presente artículo, es el amor romántico, éste dado desde mis vivencias, desde mis experiencias, que por lo que me he dado cuenta, es una de las experiencias más compartidas por la gran mayoría de mujeres, y con personas pertenecientes a la comunidad Lgbtiq con las que he tenido acercamiento y también con las que me encuentro en lecturas.
Desde que empecé a relacionarme amorosamente en mi adolescencia con chicos, empecé a notar que las relaciones amorosas, podían llevarnos al mejor de los paraísos, nos hacía sentir plenas, como envueltas en una burbuja casi irrompible de felicidad, en definitiva, nos lleva al éxtasis, pero al mismo tiempo, nos hace sentir que son complicadas, absolutamente frágiles, permeadas por sentires como los celos, la dependencia emocional, la desconfianza, las inseguridades, las desigualdades, el engaño, la mentira, el sufrimiento, es decir, en la mayoría de casos dolorosas. Si, llegamos a este punto del sufrimiento es porque el desamor ha estado presente, y es éste precisamente, el que nos hace notar que el amor como nos lo han vendido en los cuentos de hadas, en las novelas y la tradición judeocristiana, no es como lo pintan.
Nos encontramos entonces en situaciones totalmente desconocidas para nosotrxs, sintiendo y sufriendo lo que tradicionalmente nos han enseñado que es el amor, lo que debemos “aguantar” “tolerar” por no perder a la persona amada, porque si, nos han reducido el amor único y universal hacia una sola persona, porque especialmente, las mujeres hemos adquirido el rol de salvadoras, creyendo ingenuamente que nuestro devoto y ciego amor transformará a los donjuanes en hombres monógamos, fieles y honestos. Por ello, al día de hoy adoptamos conductas hacia nuestras parejas, donde pretendemos curar al alcohólico, al mentiroso, al problemático.
Nos les voy a mentir, este rol de salvadoras, me ha resultado atractivo, ya que, en el fondo anhelamos convertirnos en seres imprescindibles, para que ellos nos permitan tener su eterno amor y agradecimiento, además de hacerlos sentir en deuda por nuestros aparentes comportamientos benévolos. Este mito, nos ha enseñado que, si eres virtuosx, paciente y sobre todo tienes fe, tu pareja cambiará como por arte de magia, casi como por un milagro, su promiscuidad, su desestabilidad, su machismo.
¡Y si! el mito que nos metieron desde pequeñxs es que el amor todo lo puede, todo lo soporta, éste convierte al sapo en príncipes azules, nos promete que nos convertiremos en el centro de sus vidas, que seremos su núcleo, que en palabras de Coral Herrera (2018) todo aquel
“discurso basado en un romanticismo patriarcal nos hace creer que el amor es una energía mágica e inagotable que surge por sí sola y se mantiene igual en el tiempo”.
Se siente una completa mierda entender que hemos vivido en una completa mentira, ¿no? Esa lógica nos quiere sumisas, ingenuas, engañadas, creándonos además la necesidad de ser amadxs de una manera absoluta, sin peros, sin males, sin dolores, todo, en un mundo inmerso en fantasías, que al mismo tiempo, reproduce un sistema patriarcal- capitalista donde lo que importa es la dominación completa de los cuerpos y de las vidas en general, manteniendo a los hombres (especialmente blancos-mestizos y heterosexuales) en la cima del poder, gozando de sus privilegios y sosteniendo la desigualdad, sosteniendo la “normalidad” que supuestamente está bien y de la cual no se debe siquiera cuestionar o tratar de transformar.
Amigxs, esa visión hegemónica del amor no deja nada bueno, es dominante, crea roles de sumisión, genera espacios dentro de las relaciones románticas basadas en la desigualdad y nos sumerge en una realidad fantástica totalmente alejada de la realidad, que honestamente se torna inalcanzable, haciéndonos construir relaciones fundadas desde la infelicidad, la tristeza y la frustración. El abandono a estas visiones universalistas, se hace necesaria para no solo para el disfrute máximo del amor, sino para que así, las relaciones románticas o de parejas empiecen a cambiar, éstas deben sentirse, vivirse, y lo más importante ponerse en constante tensión, porque no hay una sola forma de amar, el amor es plural, es decir, es diverso.
El amor entonces, desde lo que he sentido, vivido, lo que he leído y discutido, debe dejar de conocerse como un mecanismo de opresión sobre el otrx, éste no puede seguir sosteniendo lo ya conocido e inmiscuyéndonos en idilios inexistentes o temporales, apuntando a la transformación tanto individual como colectivo desde los patriarcados que nos habitan, entendiendo que el amor ahora no es un asunto íntimo y privado, sino que por el contrario es un asunto de carácter social y político, que nos incumbe a todxs, y en ese todxs, este tema no solamente debe ser conocido y tratado por las mujeres sino también por esos hombres criados bajo romanticismos patriarcales y machistas. Que, al mismo tiempo, nos haga reconocer que el amor no solo se reduce a la pareja, el amor como lo dije anteriormente es plural, y se expresa en otras formas de relacionamiento, como, por ejemplo, en la familia, en los amigos, en los conocidos, en la naturaleza, en los animales, en las comunidades y en la sociedad.
Otras formas de querernos son posibles, otras formas de relacionarnos son posibles, queremos relaciones basadas en el buen trato, en la libertad, en la igualdad, en el placer y cuidado mutuo, la solidaridad, la empatía, en la honestidad y en la ternura, queremos relaciones basadas en la realidad, desde nuestros contextos, en el compañerismo, dejando atrás las dependencias emocionales y el miedo a la soledad, entiendo principalmente que no es para siempre, no es eterno, y especialmente que este es cambiante, no es estático, por lo tanto hay que estarlo cuidando, resignificándolo, cuestionándolo.