Renegar de la jaula mientras besas los barrotes: pensar la autoridad en el salón de clases

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“Con esta jaula suelo vivir bien, no tengo ninguna dificultad para hacer cosas distintas. (…) Ya me he acostumbrado a ella y ella a mí. Puede ser que la costumbre haya terminado por hacer de esta jaula, lo que para cualquier persona serían sus orejas o sus labios. (…) No hay razón para la incomodidad cuando la costumbre llega” (Gélida Anisoptera).

Hace media vida el punk me llegó como una anhelada tempestad que cae con contundencia sobre un suelo árido. En mi seca vida adolescente solo había espacio para adorar patriarcas: a Dios, a mi padre, al sacerdote, al chico malo de la escuela, a mis profesores. Hoy no me culpo por eso. Es realmente difícil romper con la tradición patriarcal que recorre nuestra existencia como un malvado espíritu que se niega a irse, aun practicando múltiples rituales para provocar su expulsión.

De la mano de estos personajes llegaron también las jaulas que yo no percibía como tal hasta muchos años después. Estaba encerrada en la iglesia, en la casa y en el salón de clases sin saber muy bien qué sentido tenía eso, y aunque a veces sentía ganas de escapar no lo hacía, porque, ante todo, había que respetar la autoridad.

Con el paso del tiempo entendí que la lucha contra la autoridad, o mejor, contra los autoritarismos, es un reto titánico y que tendría que vérmelas con esta batalla durante toda mi vida.

De la mano del punk llegó el acercamiento al anarquismo. “Contra toda autoridad”, gritaban esas ruidosas voces en las canciones y se titulaban los atractivos escritos que me iban seduciendo hacia las fauces de esa bestia rabiosa anarcopunk. ¿Cómo podría yo ir contra toda autoridad? Me parecía un imposible porque mi vida estaba plagada de órdenes que tenía que obedecer por todos lados para ser una buena hija, una buena mujer, una buena estudiante, jamás una desobediente.

Con el paso del tiempo entendí que la lucha contra la autoridad, o mejor, contra los autoritarismos, es un reto titánico y que tendría que vérmelas con esta batalla durante toda mi vida. En mis últimos años de colegio veía a mis profesorxs como mis enemigxs. No podía entender muchas de sus exigencias y mi principal tarea se volvió cuestionarlas. ¿Quién lo diría? Años después estaría yo, aquí, en los salones de la U de Caldas encarnando al monstruo al que le arrojaba rocas quince años atrás: hoy soy una profesora. Me reía de mí misma al verme en ese lugar, que tanto amo pero que a veces quiero tirar a la mierda. Lxs estudiantes me salvan de esa constante tentación.

No niego que exista la asimetría en nuestra relación estudiante docente, pues estaría mintiendo, pero intento que no sea esa la razón de nuestra relación de respeto.

Estar vinculada a la educación hace que me pregunte constantemente si estoy siendo autoritaria, o por qué el autoritarismo parece volverse una demanda social. Intento cada día de mi vida respetar a mis estudiantes, y que, por la sola condición de ser seres vivos coexistiendo en un espacio en el que decidimos estar, nos respetemos, no porque yo sea su profesora, sino porque en toda relación debe existir reciprocidad, que es un principio anarquista que llevo conmigo. No niego que exista la asimetría en nuestra relación estudiante docente, pues estaría mintiendo, pero intento que no sea esa la razón de nuestra relación de respeto.

No niego que hay momentos en los que me siento extraña, no sé qué hacer y también me agoto. He escuchado que cuando hablan de sus profesorxs autoritarixs dicen que “inspiran respeto”, que hay menor participación en las clases y que parece imposible expresar un desacuerdo. Lo que me entristece es que algunas personas hablan de esto con tanta naturalidad, y hasta admiración, que no puedo creerlo.

¿Acaso nuestras aulas -no jaulas- no tendrían que ser uno de los mayores espacios de libertad?, ¿las volvimos jaulas y las besamos mientras renegamos de ellas?, ¿se nos volvieron tan cómodas que ahora estar aprisionadxs es una costumbre innegociable? Intento que mis clases sean espacios de aprendizaje, de confianza, de acogimiento mutuo, de chistes estúpidos donde las risas a carcajadas suenan como un coro hereje y hermoso ante este mundo de protocolos y solemnidad sin sentido. Ese es nuestro espacio de libertad, lo construimos entre todxs y nadie nos lo puede arrebatar.

Sin embargo, me han dejado plantada mientras les espero para una conversación; mientras hago un esfuerzo sobrehumano por decir algo mínimamente interesante, algunas personas solo ven su celular y no me escuchan, ni a mí ni a sus compañerxs; me han hecho comentarios sobre mi apariencia, sobre mi edad, sobre mi lenguaje, sobre la profesión que encarno, a manera de burla, y puedo casi asegurar que eso mismo no se lo dirían a sus patriarcas que les ridiculizan en clases, que les tildan de estúpidxs por ser estudiantes, y que por poco les piden que les besen los pies por saberse de memoria autorxs con apellidos impronunciables.  

¿Por qué entonces una buena profesora sería aquella que diseñara tan bien los barrotes de la jaula, que hiciera que estos fueran imperceptibles por quien está encerradx en ellos?

He escuchado a profesorxs que conozco, decir que no hay mejor camino que imponer la autoridad, y es justo ahí cuando ésta se vuelve autoritarismo. Bakunin decía que al zapatero había que creerle cuando hablara de zapatos, al arquitecto cuando hablara de casas, o a la persona sabia cuando se tratara de ciencias, no porque impusieran su autoridad, sino porque se han ganado su lugar, lo que no quiere decir que no se les deba criticar o contestar. ¿Por qué entonces una buena profesora sería aquella que diseñara tan bien los barrotes de la jaula, que hiciera que estos fueran imperceptibles por quien está encerradx en ellos?

Yo creo que la educación debe ser desjerarquizante, y aunque a veces me siento tentada por el fachito interior y hago mis cagadas, lucho por pensar que otros modos de relacionarnos pueden ser posibles y que la libertad se construye con hechos y no solo leyendo a gente que habla de libertad mientras somos las personas más autoritarias. A veces me siento irrespetada, y supongo que he irrespetado, pero imagino que es el costo de matar a los ídolos.

“Debemos propagar nuestros principios, no ya con palabras, sino con hechos, porque esa es la más popular, la más potente y la más irresistible de las propagandas. (…) seamos siempre despiadadamente consecuentes en los hechos. La salvación de la revolución está en eso” (Bakunin). Dejemos de adorar patriarcas, estos no se van a caer solo porque leamos a quienes los critican.

Referencias:

Bakunin, M. (1977). Obras completas. Volumen I. Madrid: Ediciones de la Piqueta.

Creación Libertaria. (2014). Cuentos cortos contra la autoridad. Bogotá: El aguijón.

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