representaría el ideal de una sociedad, cuyo deseo de libertad tendría su eco mucho tiempo después en la independencia de los países americanos.
En 1784, Immanuel Kant (filósofo prusiano) daba respuesta a la pregunta “¿Qué es la Ilustración?” mediante un corto pero sustancioso ensayo. Allí resulta digno de atención cómo Kant exalta las virtudes del príncipe “ilustrado” Federico el Grande, ya que él sería quien traería la libertad de pensamiento y opinión a sus súbditos. La consigna “¡razonad todo lo que queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced!” representaría el ideal de una sociedad, cuyo deseo de libertad tendría su eco mucho tiempo después en la independencia de los países americanos.
Ciertamente no podemos afirmar que el periodo de la Ilustración haya sido relegado al pasado, tampoco podemos tener certeza sobre su vigencia en estos tiempos. Aun así, en las repúblicas actuales sigue siendo latente la figura del dirigente como aquel que encamina a su pueblo por un determinado proyecto político y social.
pocas cosas suenan menos elocuentes que sostener que Hernández, alguien que a lo largo de sus declaraciones ha ido en contra de la voz de la razón y ha mostrado desconocer lo que significa el “imperativo categórico kantiano”, sea el príncipe ilustrado del siglo xxi
Uno de esos posibles líderes es Rodolfo Hernández, por lo menos hasta que conozcamos los resultados de la segunda vuelta presidencial. Una figura mediática no solo por aspirar al cargo político más importante del país, sino también por su extravagancia. Por supuesto, pocas cosas suenan menos elocuentes que sostener que Hernández, alguien que a lo largo de sus declaraciones ha ido en contra de la voz de la razón y ha mostrado desconocer lo que significa el “imperativo categórico kantiano”, sea el príncipe ilustrado del siglo xxi. Semejante afirmación invisibilizaría las represiones a los derechos humanos —como la libre expresión y la igualdad de género— que sus conciudadanos bumangueses sufrieron durante la alcaldía de este personaje. No obstante, el contraste entre la figura del príncipe ilustrado con el mencionado candidato presidencial suscita la reflexión tanto por la comprensión del presente, cómo por el ejercicio de la política, que ha cambiado recientemente.
Como actores sociales y políticos, deberíamos observar este caso y, al igual que Kant en su momento, preguntarnos por sus implicaciones, sobre todo, preguntarnos cuál es el dirigente que queremos que nos represente.
Desde que decidió postularse a la presidencia, Hernández nunca pretendió mostrarse como un ciudadano ejemplar, perfecto o admirable. Incluso, sus títulos y su experiencia política pasan a segundo plano cuando nos topamos con una persona que no teme decir lo que piensa, así esto incite al odio, los prejuicios y a la información falsa. A diferencia de Kant, quien confiaba en Federico el Grande, el ciudadano actual ha perdido la fe en sus gobernantes tradicionales, está cansado de esos “ladrones con corbata” que pretenden ser formales, tener títulos [inválidos] en universidades prestigiosas y que se presentan como ciudadanos ilustrados. El panorama es tal que llega al punto de ser más elegible una persona terriblemente controversial —pero aparentemente autentica— antes que seguir eligiendo a los mismos de siempre. Las personas que apoyan a Hernández (y me atrevería a decir que unos cuantos de sus detractores) no pueden negar que se sienten más cercanos a alguien que no le da rodeos a mostrar sus defectos e imperfecciones a alguien que pretende hipócritamente ocultarlos en favor de su aprobación.
cuestionarnos si todavía anhelamos un príncipe ilustrado a pesar de todo o, por el contrario, buscamos una persona que se muestre “real”, aunque claro, bajo el irónico riesgo de caer en el populismo, el auge de la posverdad y en una amenaza a la libertad de expresión.
Como actores sociales y políticos, deberíamos observar este caso y, al igual que Kant en su momento, preguntarnos por sus implicaciones, sobre todo, preguntarnos cuál es el dirigente que queremos que nos represente. En otros términos, cuestionarnos si todavía anhelamos un príncipe ilustrado a pesar de todo o, por el contrario, buscamos una persona que se muestre “real”, aunque claro, bajo el irónico riesgo de caer en el populismo, el auge de la posverdad y en una amenaza a la libertad de expresión. En realidad, más allá de los resultados de estas elecciones, debemos pensar sobre lo que estas nos dejaron, nos dejan y nos dejarán, y tratar de descifrar lo que aquello significa para el país en los próximos años. Quizás será ahí cuando podamos saber con seguridad si todavía queda algún vestigio de la Ilustración en nosotros.