
Una carta del Che Guevara al célebre escritor Ernesto Sábato me llevó a la primera búsqueda bibliográfica en una biblioteca de libros impresos en el año 1999. Para ser más específico la búsqueda la hice en la biblioteca de la Marichuela de Usme. En ese lugar, hace casi dos décadas pude leer por primera vez un ejemplar del libro: Uno y el universo.
Llegue un poco tarde al mundo de la lectura, la literatura y el universitario. Por principios del azar o la incertidumbre, no lo sé, hoy usted está leyendo este escrito. Paradójicamente, buscando una puerta que diera sentido a la existencia, un día me encontré una entrevista escrita en una revista del malpensante. La entrevista se la hacían a un señor de Transilvania. El señor era Cioran. Con un aforismo en la entrevista este filosofo planteaba que: “Leer es la única forma de no perder el tiempo”.
En la Universidad Distrital, en el año 2003, la profesora Meyra Páez me sedujo al camino de la hermenéutica literaria y el uso del diccionario. Acepté su invitación para poder comprender lo que me decía en sus clases. Sentía en ese momento que su discurso era bello, estético y erudito, pero a su vez ininteligible. La bibliográfica del curso de la profesora Meyra era extensa y nutrida, por ella compré mi primer libro del escritor Edward Said, titulado Orientalismo en la librería Acuario del centro de Bogotá.
Yo soy de pensamiento libertario y la escritura ha sido una forma de buscar sentido a mi existencia, así como un espacio terapéutico. El escritor del libro El escritor y sus fantasmas, el argentino Ernesto Sábato, en alguna ocasión dijo: “pienso que cualquier forma de totalitarismo es repudiable” y “La demagogia es a la democracia lo que la prostitución es al amor”. Me inscribo en esos postulados.
Mi experiencia política electoral como la de muchos colombianos y colombianas puede estar resumida en la obra literaria de Fernando Vallejo: Mi hermano el alcalde. Los invito a leer esta gran obra literaria que, en el año 2003, obtuvo el premio de literatura Rómulo Gallegos. Este libro cuenta la historia de un loco que cree en la vida y la humanidad, pero su historia es narrada por otro que no cree en lo mismo. La obra en sí, es una sátira a la democracia y a sus mentiras, intrigas e ilusiones.
Hace algunos días, al revisar las redes sociales en la computadora, me encontré con una gran cantidad de mensajes de solidaridad, alerta y preocupación. Los mensajes advertían de unas amenazas que el concejal de la otra galaxia había hecho público en las redes. Lo que más me asombró del libelo fue que compartiera yo la primera plana, como una noticia de algo, al estar también mi nombre en la lista de personas amenazadas.
Yo soy un Trabajador social de la Universidad Nacional de Colombia. Me hice Trabajador social, porque el trabajo social como profesión y disciplina de las ciencias humanas y sociales es una apuesta ética y política. Sé distinguir entre la politiquería y nunca he buscado ganar adeptos a ninguna causa. El solo hecho de tratar de convencer a alguien de algo me parece un gesto de colonización e irrespeto. Tengo además la plena convicción que ningún problema social o político en ninguna circunstancia se solucionará a través de la violencia.
Hace casi 20 años ingresé a la Universidad Distrital a estudiar una licenciatura. Por razones económicas y personales, como pasa comúnmente a muchos jóvenes hoy, abandoné la carrera después de haber intentado de todas las formas no claudicar, entre tener que decidir si morirme de hambre y no tener dinero para pagar el transporte para ir a dormir a mi casa.
Una vez estuve al punto de tener que taparme con periódicos porque no tenía dinero para satisfacer mis necesidades humanas básicas. En un acto de lucidez laboral, entonces, me lancé a las calles del centro de Bogotá y me hice librero, ya que esto me permitía rebuscarme y el poder ir a la biblioteca a escribir: “cuando tenía ganas de suicidarme”, en palabras de Cioran.
He trabajado de librero con orgullo pedagógico y espíritu estoico, como el Bucanero del barrio Isla del Sol de Tunjuelito. Aunque he tenido algunas veces que pasar una temporada en el infierno para poder vender las obras como lo tuvo que hacer Arthur Rimbaud con su obra cúspide. En Colombia generalmente el comprador de libros, aunque sea erudito es tacaño. Y, los eruditos más eruditos, como el maestro y poeta León de Greiff, casi siempre andan sin un peso.
Finalmente, lo único que puedo decir es que no hay nada de qué preocuparse, en un país que se desmorona y que se va terminando de caer a pedazos, en un país de chapolas negras y almas en pena en donde los muertos votan, cobran subsidios, hacen contratos y desfalcos públicos. lo mejor será entregarse al vicio y condena de la literatura. Estudien vagos, es máxima la diatriba.