Una lectura feminista de la prostitución, a propósito del reciente operativo en Cartagena

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Históricamente las posibilidades de las mujeres han sido significativamente más limitadas que las de los hombres. Nuestros roles en la sociedad se han centrado en el cuidado y en el ser-para-otro: o somos las religiosas dedicadas a la oración y el servicio a los más necesitados, o somos esposas y madres (léase “buenas mujeres”) que entregan su vida al cuidado de los niños, a la reproducción de la mano de obra y al servicio de su marido, o somos las putas (léase “malas mujeres”) dedicadas a satisfacer los deseos sexuales de los hombres. En cualquiera de los casos, nuestra existencia es por y para otros, se reduce a vivir para el cuidado, el servicio y los placeres de otros.

Esto ha cambiado hace relativamente poco tiempo. A pesar de los grandes avances legales conseguidos, la maternidad sigue siendo casi que una obligación para nosotras (a partir de los 18 años es posible en Colombia esterilizarse. He acompañado a varias mujeres en este proceso y soy testigo de que en varias ocasiones las han desinformado para evitar que lo hagan. O bien en psicología no les dan la orden por no tener hijos y/o ser muy jóvenes, o los médicos afirman que no es posible hacer el procedimiento si no han parido), satisfacer a los hombres también y, por supuesto, esto incluye satisfacerlos sexualmente. A pesar de que en las leyes no está establecida nuestra condición como propiedad; la cosificación, la negación de nuestros derechos y las expectativas sociales y culturales que la mayoría tiene con respecto a nosotras siguen siendo las mismas que hace un siglo. La prostitución es el mayor ejemplo de esto.

Prostitución y pobreza

A un número significativo de mujeres empobrecidas (no olvidar que la pobreza es feminizada: la mayoría de pobres son mujeres, según la ONU) no les queda otra opción más que dedicarse a la prostitución. Los hombres, quienes poseen significativamente más posibilidades que las mujeres y no cargan sobre sí la brecha salarial, se aprovechan de las ventajas que el capitalismo patriarcal les brinda para comprar los servicios sexuales. Y aquí es donde coinciden la pobreza y el género: las mujeres empobrecidas vs. los hombres que pueden comprarlas.

El hecho reciente ocurrido en Cartagena que desmanteló la red más grande de explotación sexual infantil de la ciudad es un ejemplo de ello. Las niñas prostituidas tenían algo en común: eran pobres. Aprovechando la pobreza de las familias de estas niñas, el capitán de infantería de la marina buscaba en los sectores más empobrecidos de la ciudad a las niñas y compraba su virginidad. Luego las marcaba con tatuajes para que quedara claro en sus pieles que ahora le pertenecían a él. No sólo hay un despliegue violento de la cosificación sexual, evidente en el trato que ellas reciben como productos o mercancías que se muestran en catálogo, sino también la cosificación más explícita que se materializa en reducirnos a que somos propiedad de alguien.

Pero esto, a diferencia de lo que afirman quienes defienden la prostitución, no es una excepción al interior de esta institución. Empezando porque la cosificación sexual es necesaria, tratar a las mujeres como mercancía o productos de catálogo es necesario. ¿De qué otro modo podría ofrecerse el “servicio” sexual si no es hablando de las características físicas de las mujeres y su capacidad para complacer al “cliente”? Publicitar el servicio sexual hablando de la inteligencia de las mujeres, de sus experiencias vitales, etc. es imposible. Hay que hablar de sus cuerpos y de todo lo que pueden hacer con ellos para complacer al hombre. Siempre hay cosificación sexual.

Por otro lado, la gran mayoría de mujeres que se prostituyen o son prostituidas son pobres. Y aquí las excepciones no son relevantes: que una mujer blanca clase media decida prostituirse trabajando dos veces por semana no elimina el hecho de que la gran mayoría de mujeres prostituidas deben trabajar por más de 8 horas al día, ya que no tuvieron otra opción, mientras que los proxenetas se quedan con incluso más del doble de lo que ganan. La red desmantelada, por ejemplo, cobraba aproximadamente 3’000.000 por niña, pero sólo 1/3 de esta suma iba para ellas.

Puteros

¿Quiénes son los hombres que pagan por sexo?, ¿en realidad les importa si la mujer que está ahí lo hace porque lo decidió libremente, si es víctima de trata o si se vio forzada a aceptar por condiciones como la pobreza? La prostitución es un negocio rentable, porque los hombres que acceden a ella no son pocos y a ninguno le importa si la mujer que está ahí está trabajando voluntariamente. Desde prestigiosos políticos, empresarios, hasta mineros, campesinos, estudiantes; hombres de todas las clases sociales y edades acceden a la prostitución y todos comparten ese completo desinterés por las condiciones de las mujeres.

Lo que les ocurrió a las hermanas Ana María y Maryuri es ejemplo de ello (este caso fue presentado en Séptimo Día). Fueron convencidas para viajar desde Caldas hasta Sogamoso para prostituirse. Al llegar a Sogamoso fueron víctimas de trata, fueron esclavizadas sexualmente. Ambas mujeres empobrecidas decidieron ejercer la prostitución al no tener más posibilidades y esperaban que el trabajo fuera rentable en Sogamoso. Pero no fue así: no ganaban ni un peso, todo iba a manos de la red de trata. Para sus clientes ellas eran unas prostitutas que ejercían su trabajo voluntariamente. Es más, ni siquiera ellas sabían que el hecho de que no las dejaran salir si no estaban acompañadas, que les quitaran sus hijos y sólo se los dejaran ver en determinados momentos, que aumentara la supuesta deuda que ellas tenían con el proxeneta, etc. era ilegal, que era trata. Ninguno de sus clientes jamás se interesó por las condiciones en las cuales ellas se encontraban, a pesar de que es de conocimiento general que la trata es un negocio muy rentable y fortalecido y puede haber una víctima de trata en cualquier burdel.

Las mujeres que se prostituyen o que son prostituidas son ante los ojos de los puteros sólo un objeto de consumo. Por eso es entendible el total desinterés por la situación de las mujeres por cuyos servicios pagan. Si es esclava sexual, si está ahí porque no tuvo más alternativas, si sufre en silencio, etc. es lo que menos le interesa a los puteros. ¿cómo es posible que, entonces, haya una parte del feminismo que defienda el “derecho” (exactamente es un privilegio patriarcal) de estos hombres para consumir los cuerpos de las mujeres?, ¿desde cuándo defender el privilegio de comprar los cuerpos de otros es arropado y defendido por un movimiento social que está del lado de las oprimidas?, ¿cómo se supone que eso es coherente?

Las puteras y proxenetas

Algunas de las mujeres que han defendido la regulación de la prostitución han sido acusadas de ser proxenetas y, a veces, defienden la regulación partiendo de banderas feministas como “mi cuerpo es mío y yo decido”. Madame, una de las cabezas de la red de explotación sexual en Cartagena, fue el objeto principal de la noticia. Que una mujer fuera capaz de esclavizar a otras sexualmente parecía incomprensible para la mayoría. Y, por supuesto que hay razones para sorprenderse, puesto que lo común no es que las mujeres paguen a otras por sexo ni que las mujeres sean las responsables de la trata. Lo común es que las mujeres sean oprimidas por alguien con un sexo específico: los hombres. De ahí que, me sea difícil comprender las razones por las cuales la gente se muestra tan sorprendida cuando desde el feminismo radical planteamos que las mujeres en tanto clase somos oprimidas por los hombres en tanto clase, así como el proletariado es oprimido en tanto clase por un grupo opresor conocido como burguesía.

Las puteras y proxenetas efectivamente existen, pero siguen siendo la excepción (de nuevo, esa es la fuente de la sorpresa generalizada). Y ante ese papel en la excepcionalidad me pregunto por qué motivo resultó siendo la mujer la principal condenada y no los muchos hombres que mantenían el negocio en pie. Las acciones de Madame son reprobables, pero no lo pueden ser más que las acciones de sus ayudantes quienes además eran los encargados de abusar sexualmente de las menores.

Siendo entonces la prostitución una institución que tiene como objeto los cuerpos de las mujeres, además las mujeres más pobres, cuyas riquezas van principalmente a los bolsillos de los hombres (pues son los proxenetas), que se basa en la cosificación sexual y en el fortalecimiento de la idea de que los hombres tienen el derecho, gracias a los privilegios que les brinda el capitalismo patriarcal, de consumir los cuerpos de las mujeres, estoy convencida de que jamás una institución que en esencia es patriarcal podrá ser considerada feminista. No existe algo como el trabajo sexual feminista. Por lo tanto, una de las tareas centrales del feminismo hoy es luchar por la abolición de todas las formas de explotación sexual, especialmente cuando las más perjudicadas son las más pobres y las menores de edad, es decir, las menos favorecidas. Esa siempre será la tarea de los movimientos sociales: la transformación social fijando sus ojos en las mayorías oprimidas.

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Sharon Barón | @SharonVeg1 | Licenciada en Ciencias Sociales, estudiante de Filosofía, activista antiespecista y feminista. Las letras son el aire que respira, la música es el suelo que la sostiene y los demás animales son su razón de ser. (Sigue) Exist(iendo)e por y para la transformación.

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