Ocho y cincuenta y dos de la noche. Abro el Cuaderno #1 de la Revista Hekatombe: “El trabajo no dignifica ¡cansa!» (publicidad no pagada jaja) y leo una consigna de la película “La clase obrera va al paraíso” de Elio Petri (1971): “Son las ocho de la mañana. Cuando vuelvas será de noche. El sol no brillará hoy para ti”.
Soy profesora ocasional, lo que significa que supuestamente me contrataron porque me necesitan por un tiempo inferior a un año. Lo extraño es que ya llevo siete
¡Qué dolor leer esto! Y aún peor, espejearse en ello. Debo aclarar que escribo esto desde un lugar “privilegiado”. Incluso el hecho de que alguien esté leyendo esto, ya marca una distinción con las voces de millones de personas cuya palabra nunca será escucha o leída por otres que no les conozcan. Escribo bajo un techo, tengo electricidad, acceso a agua potable y a internet, y recibo un salario mensual a cambio de mis turnos de hasta quince horas por día. Soy profesora universitaria y hablo desde ahí.
Sin embargo, no me pidan que me trague la consigna cristiana que dice que el trabajo dignifica, y tampoco se les ocurra decirme que no me queje, casi exigiéndome que agradezca lo que tengo, porque la estabilidad de lxs profesorxs universitarixs es una ficción, es un palacio de cristal.
la estabilidad de lxs profesorxs universitarixs es una ficción, es un palacio de cristal.
Soy profesora ocasional, lo que significa que supuestamente me contrataron porque me necesitan por un tiempo inferior a un año. Lo extraño es que ya llevo siete, pero eso es menos raro que la historia que escuché hace poco en una asamblea de profes de la universidad en la que trabajo. A una profesora que llevaba veintidós años como ocasional, de repente no se le renueva su contrato. ¿Cuáles son las razones? A lxs profesorxs de planta, que son quienes se encargan de asignar la labor académica en esta universidad (en no pocas ocasiones de formas arbitrarias y desde su parecer), se les ocurrió construir un sistema de ponderación que calificaba a lxs profes a partir de criterios como la productividad académica, la participación en proyectos y los títulos de posgrado, donde la experiencia profesional era un porcentaje menor.
La profesora nos cuestionaba lo siguiente: ¿cómo era posible en esos años hacer posgrados, participar en investigaciones y procesos de proyección social, y al mismo tiempo producir artículos indexados cuando la ocasionalidad no reconoce tiempos para ninguna de estas tareas? Incluso esta figura no fue pensada para ello, porque somos dizque temporales, cuando hace rato que somos permanentes. Nuestra modalidad de contratación, que se usa en varias universidades del país, está centrada en la docencia directa, lo que quiere decir que tenemos cursos para orientar a tiempo completo. ¿A qué hora investigamos, nos vinculamos con procesos sociales, nos seguimos cualificando y escribimos cuando no se nos reconoce ningún tiempo para ello?
El mensaje explícito de las academias colombianas es el de la autoexplotación. Ustedes podrán decir: ¿por qué hay personas que han logrado hacer todo esto al mismo tiempo teniendo las mismas condiciones de la profesora en mención? Justamente porque vivimos en la sociedad del rendimiento de la que habla Chul-Han, aquella del realismo capitalista donde “No vas a poder detenerte. Incluso quizá lo disfrutes”, como dialoga Fisher con la película de ciencia ficción eXistenZ de David Cronenberg (1999).
Ustedes podrán decir: ¿por qué hay personas que han logrado hacer todo esto al mismo tiempo teniendo las mismas condiciones de la profesora en mención? Justamente porque vivimos en la sociedad del rendimiento
Nos entregamos -me incluyo- a la dinámica veloz y obediente que hace más con menos, que produce maquínicamente por el afán de hacer las cosas bien, y que se entrega con sangre, sudor y lágrimas a su trabajo. Muchxs lo hacemos por amor a esta vuelta, porque seguir estudiando tiene sentido para intentar ser mejores profes y porque creemos que construir conocimientos de otros modos tiene una utilidad para este mundo que está hecho mierda. Pero mientras eso pasa ¿qué lógica estamos sosteniendo? El neoliberalismo reduce el Estado a su mínima expresión, y con ese poquitico que nos dan nosotrxs lo hacemos todo… hacemos rendir la miseria, hacemos muy bien la tarea.
En mi universidad unx docente de medio tiempo puede tener 220 horas de clase al semestre y alguien de tiempo completo 320. ¿Dónde aprendieron matemáticas quienes dirigen las universidades, que creen que la mitad de 320 es 220? Esta es la evidente explotación laboral que vivimos y que nos piden que agradezcamos. El nuevo ciclo de la vida, pensando en La Pestilencia, es: a la casa, a la uni y al trabajo… escribe, produce y muere.
Ahora el profe deseable es quien más escriba y publique, más títulos acumule, más plata gestione con la empresa privada y más puntos ponga para el ranking del capitalismo cognitivo
Este es el triste panorama de nuestras academias. Ahora lo que menos importa es que seas una o un buen profesor, que tus estudiantes comprendan lo que dices, que sus voces sean escuchadas, que se les reconozca como sujetxs de saber, que en aula pasen cosas donde el aprendizaje mutuo se potencie y donde el pensamiento crítico emerja a borbotones. Ahora el profe deseable es quien más escriba y publique, más títulos acumule, más plata gestione con la empresa privada y más puntos ponga para el ranking del capitalismo cognitivo… y suena rebien, porque además podemos subir nuestro salario con los artículos… ¿qué importa lo que digan las evaluaciones docentes?
Está seductor hacer parte de esta maquila académica con su frágil estabilidad, ¿no? Porque además mi contrato dice que en cualquier momento me pueden despedir sin justificación o no volverme a emplear, así como le sucedió a la profesora que le entregó su vida a este trabajo de mierda por 22 años.
Paila parce, voy a seguirme quejando y exigiendo condiciones laborales dignas. No me pidan que me adapte y que me llene con las migajas, mientras sigo enferma física y mentalmente por someterme a este ritmo inhumano. Lxs estudiantes están desertando, no duermen por trabajar y estudiar al tiempo, ya no ven sentido en estar en la u, piensan en morirse de forma reiterativa, así como muchxs compañerxs profes, ¿y mi principal preocupación debe ser sostener a mi universidad en el ranking nacional a punta de precarización autoexplotada?
Me recojo en lo que leí de mi amigo João Almeida: “Cuestionemos hasta cuando van a existir márgenes y bisagras, y si más bien hendiduras que anuncian el declive de un aparato en el cual, si no sabemos posicionarnos ante su caída podemos ahogarnos con la institución universitaria en vez de salvarla” (2023, p. 26).
Referencias
Almeida, J. (2023). Dejar de hacer universidad. Chiapas: OnA ediciones.
Chul Han, B. (2022). La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder Editorial.
Fisher, M. (2018). Los fantasmas de mi vida: escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos. Buenos Aires: Caja Negra Editora.
Cuando me retiré de la docencia, la situación ya venía empeorando desde la época en que simultáneamente implantaron la «educación» en competencias, el sistema de créditos, los cursos virtuales, la división entre docencia e investigación, la desaparición del estudiante y la irrupción del cliente, el ranking de universidades y la acreditación. Todas estas porquerías, unido a que las Gerencias académicas no han permitido pensar ni cinco minutos en la educación, crearon un esperpento sádico y abusador, como hace unos pocos meses lo denunció Renán Vega en su carta pública de retiro. No le digo que ¡ánimo!, porque sería un vulgar fariseo.