¿El fin de la democracia liberal?

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En esta “magnánima” reunión estuvieron representantes del neoliberalismo de todo el mundo. Personajes de la talla de un Javier Milei y un Donald Trump, tan solo por citar algunos de los nefastos líderes que figuran en el panorama mundial.

“¡Estamos aquí para acabar con la democracia liberal!”. Groso modo, estas siempre han sido las palabras de apertura a la CPAC (Conferencia Política de Acción Conservadora). Esta miserable expresión, en gran medida se la debemos a Steve Bannon, ideólogo de Donald Trump y encargadode enardecer los ánimos derechosos con su despliegue de irracionalidad mediática e iracunda. Como si la obra de George Orwell 1984, se hiciera realidad una vez más, con sus dos minutos de ira, los participantes de tan trastornado evento, arremeten contra lo que ellos entienden como izquierda, y su tan desdeñable participación en la democracia global. En esta “magnánima” reunión estuvieron representantes del neoliberalismo de todo el mundo. Personajes de la talla de un Javier Milei y un Donald Trump, tan solo por citar algunos de los nefastos líderes que figuran en el panorama mundial.

Anunciar que la democracia está feneciendo, puede ser un enunciado bastante alarmante y comprometedor, aunque dadas las condiciones contemporáneas, en donde la figura del empresariado y las grandes corporaciones van de la mano de políticas mundiales, puede ser una realidad soterrada que cada vez más se alza ante nuestra mirada.

¿Es entonces plausible hablar del fin de la democracia? Como establecería Luis Enrique Alonso y Carlos Fernández Rodríguez, con base a Zygmunt Bauman en su trabajo Los Discursos del Presente, “la lucha permanente entre modernidad y tradición habría favorecido un proceso civilizatorio que aplastaría a aquellos que permaneciesen en sus márgenes, en nombre de la fe en el progreso, el universalismo y la necesidad de realización de la humanidad (…) ante la indiferencia moral de la mayoría de los individuos, seres obedientes que poco podían hacer para resistirse a las órdenes emanadas desde las instituciones del poderoso y burocratizado Estado moderno” (Alonso, Fernández – 224). El gran invento de la Democracia, ha demostrado ser una estructura completamente débil, algo cercano a la moda o a un discurso recetario. Sin darnos cuenta, su libre ejercicio siempre ha estado comprometido, no solo por aquellas prácticas totalitarias, sino por un halo enrarecido que entendemos por libertad, o más bien, que nos han hecho entender por autonomía. La tradición, tal y como nos lo plantea el texto, remite directamente a aquellos valores morales, éticos e incluso religiosos que el fenómeno bipartidista ha apuntalado en el mundo occidental. Por otro lado, la modernidad, vista desde los ojos del sociólogo Bauman, nos expone la caída de los grandes discursos ideológicos, denunciando como aquel estado de relajamiento ha permitido el matrimonio siniestro entre democracia y empresariado.

Sin darnos cuenta, su libre ejercicio siempre ha estado comprometido, no solo por aquellas prácticas totalitarias, sino por un halo enrarecido que entendemos por libertad, o más bien, que nos han hecho entender por autonomía.

Aquel escenario de ciencia ficción en donde los países de primer mundo están constituidos por unas cuantas megacorporaciones, que extienden sus tentáculos a los pueblos subdesarrollados con el designio de consolidar “democracias” y “libertades” es cada vez más fehaciente. Como lo establecen Alonso y Fernández a razón de Bauman, “la individualidad, por tanto, es una tarea que la propia sociedad de individuos fija para sus miembros, y representa sobre todo la autonomía: yo soy el único responsable de mis virtudes y de mis fallos, y es tarea mía cultivar las primeras y arrepentirme de los segundos y ponerles remedio. Por lo que la individualidad la podemos considerar como el producto final de una transformación social disfrazada de descubrimiento personal” (Alonso, Fernández – 232).

Sin darnos cuenta, su libre ejercicio siempre ha estado comprometido, no solo por aquellas prácticas totalitarias, sino por un halo enrarecido que entendemos por libertad, o más bien, que nos han hecho entender por autonomía.

Difícilmente encontraremos la autonomía democrática en países de tercer mundo, o incluso en aquellos inscritos en las resbalosas vías de desarrollo. La libertad degradada, por figurines políticos con afanes neoliberales, es robustecida por la estructura fabril. Así mismo, este principio axiomático, ha sido trasladado desde la dialéctica empresarial, a la democracia “participativa”, consolidando imaginarios, no de individuos libres con facultades racionales de decisión y capacidad de elección, sino de interlocutores válidos y no válidos. De este modo, la industria determina los lineamientos “democráticos” de aquellos estados que hacen las veces de patio trasero, adoptándolos como aquella existencia insignificante, incapaz de disponer su sociedad desde los pilares más básicos de autonomía política, económica y cultural de cualquier colectividad racional. En otras palabras, nuestra libertad se conforma de toda la contingenciaque las potencias mundiales nos arrojan a la cara.

Nuevamente referenciando a Alonso y Fernández, a razón del imaginario managerial, nos encontramos con: “El modelo de argumentación es simple: la postura legítima es la de la dirección de la empresa, racional y responsable, frente a la irracionalidad de los sindicatos, trazándose una línea de demarcación entre lo racional (bueno) y lo irracional (malo) (…) la empresa debía manifestarse, así, firme, pero por ello, abierta al diálogo paternal con los sindicatos” (Alonso, Fernández – 59). Esta mentalidad de sometimiento, cercana a la lisonja, de aquel chiquillo que busca la legitimación de sus buenas actitudes y decisiones, es el supuesto que buscan los hacedores de libertad y democracia en los pueblos subdesarrollados. Aquellos abrazos y apapachos cálidos que busca un Milei ante su figura heroica representada por Donald Trump, o los saludos infantiles de un inútil como Iván Duque al rey de España, son tan solo un ejemplo del giro democrático hacia lo racional (bueno).

La democracia, no es más que un artilugio dialéctico para sociedades desarrolladas. Aquellas en donde el principio de libertad no está mediado por una explosión empresarial rapaz,que engulle a sus habitantes. La libertad de los individuos es apagada por su procedencia geográfica, lengua, color de piel, o simplemente por lo que figure en sus cuentas. A este respecto, recordemos a Marcuse y su obra El Hombre Unidimensional: Las necesidades políticas de la sociedad se convierten en necesidades y aspiraciones individuales (…) y la totalidad parece tener el aspecto mismo de la Razón. Y, sin embargo, esta sociedad es irracional como totalidad. Su productividad destruye el libre desarrollo de las necesidades y facultades humanas, su paz se mantiene mediante la constante amenaza de guerra, su crecimiento depende de la represión de las verdaderas posibilidades de pacificar la lucha por la existencia en el campo individual” (Marcuse 20). Y, aun así, un idiota en Suramérica se atreve a gritar en cada discurso “¡Viva la Libertad Carajo!”     

REFERENCIAS

  • Alonso, Luis. Fernández, Carlos (2013). Los Discursos del Presente, Un Análisis de los Imaginarios Sociales Contemporáneos. Editorial Siglo XXI, España
  • Marcuse, Herbert (1985). El Hombre Unidimensional. Editorial Planeta Agostini, Barcelona