Mónica Eraso J.
La Fulminante es un álter ego. Es el personaje por el que todos conocimos a Nadia Granados. Podría pensarse como un superhéroe de Marvel o DC Comics, pero es algo muchísimo más bello y más complejo. La Fulminante es esa que emerge cuando Nadia se pone una peluca larga y mona. Es el desdoblamiento de una artista sudaca, roja y feminista que, en lugar de máscara para cubrir su rostro prefiere usar una peluca de plástico rubia como metodología para ocultar su identidad. ¿Pero cómo puede una peluca, frívola y libertina, tomar el lugar de dignidad de una máscara? La máscara al ser el atuendo que usan personajes como el Zorro, El Santo, Batman, o el subcomandante marcos, connota misterio, justicia y poder. La peluca, en cambio, usada por travestis, por pacientes con cáncer, por judías ortodoxas, por payasos o por chicas adolescentes, carga con sigo una huella de vergüenza. La peluca es la versión subalterna de la máscara. Un disfraz barato, más que un vestuario. La Fulminante decide llevar peluca y no máscara.
En pocas ocasiones las hebras de pelo dorado cubren literalmente el rostro de Nadia. La peluca, no obstante, cubre su identidad al convertirla en un estereotipo: un molde sin original no puede tener identidad. Con la peluca, Nadia deja de serlo para convertirse en una anónima dentro de la gran cadena de montaje político que transforma los cuerpos humanos en réplicas de maniquí. La peluca de la Fulminante enmarca la cara de la artista y la transforma de individuo a código semiótico. La transmutación de la materia. La peluca es un código político condensado.
La peluca, en cambio, usada por travestis, por pacientes con cáncer, por judías ortodoxas, por payasos o por chicas adolescentes, carga con sigo una huella de vergüenza. La peluca es la versión subalterna de la máscara.
Cuando se la puso por primera vez la Nadia adolescente desfiló con ella, camino al colegio, y por la calle le gritaron “PUTA”. La peluca transformó su cuerpo en la imagen de alguien a quien se puede insultar públicamente, al menos en contextos de violencia política extrema, como la Bogotá de los años 90. La injuria le hizo entender la complejidad del código. Un enigma que ha intentado resolver durante toda su carrera artística. La tensión entre el placer de verse travestida en sex symbol y el miedo ante la amenaza del machito de barrio, que al gritarle PUTA quiso decirle MUERTA, hizo que Nadia quisiera seguir explorando el abismo semiótico abierto por el código-peluca.
Peluca, para decirlo con simpleza, condensa todo aquello que culturalmente hemos decidido comprender como femenino: de María Magdalena a Lady Gaga. La masculinidad, en cambio, al posar de neutra es más difícil de condensar performativamente. Nadia hace también Drag King, pero llegar a ello le ha llevado casi una década de práctica adicional. La Fulminante, en cambio, fue una indagación instintiva: la puerta de entrada a una pregunta sin respuesta. Fagocitando los códigos de la femineidad, la Fulminante ha creado un estilo corporal paradójicamente distintivo: unos tacones dorados, unos gestos dramáticos, unos gemidos agudos, unos labios rojos y, por su puesto, una peluca mona. Así vestida lleva 10 años perreando e incitando a la transgresión.
Al poner en escena los códigos de la femineidad exagerada Nadia se traviste. La Fulminante no es un personaje de Marvel o DC, sino la persona viva que emerge cuando Nadia se pone la peluca. A diferencia de la ficción masculinista y capitalista de DC Comics, según la cual solo puede existir o Batman, o Bruce Wayne, el travestismo permite la emergencia de dos experiencias de mundo paralelas. Existen tanto Nadia como la Fulminante. Son dos monedas de la misma cara. La Fulminante es en realidad Nadia tanto como Nadia es en realidad La Fulminante. Ficción y realidad se retroalimentan mutuamente y en loop.
Nadia supo muy joven que el dispositivo “peluca” funcionaba como un activador para pasar de una forma de experiencia a la otra. La peluca mona es un condensado político fabricado en China, ideado entre Alemania y Estados Unidos e importado a Colombia de contrabando. Aun así, no sabíamos de todo el potencial estético y político de esa prótesis oxigenada, sino hasta que esta empezó a cubrir la cabeza rapada de Nadia Granados. Lo que ignorábamos era que este agenciamiento cuerpo-peluca-performance no había surgido de un proyecto de clase cuando ella era estudiante de artes en la Universidad Nacional de Colombia, sino de una experiencia anterior y más fundamental. Una que por su fuerza nos obliga a repensar todo lo que la existencia de La Fulminante ha implicado para el proceso de memoria y tránsito hacia la democracia en Colombia.
Anoche, en el Cabaret de la Fulminante, nos fue revelado, de su propia voz, la genealogía sobre su origen. La historia es la siguiente: una muy joven Nadia llega a su casa del colegio y encuentra que su hermano ha llevado a la casa una peluca mona que encontró tirada en una calle del barrio Fontibón. La peluca estaba sucia y enredada. La Nadia adolescente la toma, la peina, la limpia y se la pone encima de su propio pelo. Se mira en el espejo. Se reconoce, también, en aquella que acaba de emerger ante sus ojos. Le gusta que su pelo rubio esté ya sucio y deteriorado. Camino al colegio recibe insultos por lucir la peluca mona. No termina de entender qué pasa, pero la injuria duele y Nadia llora. En la tarde escucha las noticias: han matado al marica del barrio. Las conjeturas no esperan: su peluca no puede ser de ninguna otra persona. Se trata de una peluca de un muerto que ha llegado a sus manos en forma de legado. Es una peluca de un muerto que Nadia hace suyo. Por nuestros muertos, ni un minuto de silencio. Aquel que fue asesinado por amar sigue vivo hoy, treinta años después, en la peluca de la Fulminante.
Es una peluca de un muerto que Nadia hace suyo. Por nuestros muertos, ni un minuto de silencio. Aquel que fue asesinado por amar sigue vivo hoy, treinta años después, en la peluca de la Fulminante.
Nadia retoma esa peluca y ya no es solo código semiótico condensado, sino que es también prótesis política que la conecta con la resistencia barrial, con la beligerancia popular, con la lucha por la diversidad sexual y con la denuncia del poder necropolítico en Colombia. También la vincula con la larga historia de violencia y despojo en Latinoamérica. En 2008 la artista guatemalteca Regina José Galindo consigue el pelo de cuatro mujeres muertas cuyos cadáveres no fueron reclamados. Con sus mechones teje extensiones sobre su propio pelo y también sobe el pelo de otras mujeres vivas. Así el ADN de las ausentes permaneció durante un tiempo más entre los cuerpos de las personas vivas. Un ejercicio de duelo y memoria colectiva.
Lo que permiten Nadia y su peluca es que en su cabeza siga vivo el ADN de la fuerza de transgresión de aquel travesti noventero al que le arrebataron la vida. La existencia de la Fulminante es una extensión de una vida que la violencia paramilitar quiso y sigue queriendo ver en la basura. He aquí un monumento a los cuerpos feminizados y a las disidencias sexuales que han tenido que soportar los horrores de la guerra en Colombia.
La Fulminante nos enseña que la memoria política se puede construir perreando hasta abajo, que el arte es un aparato para pensar en las implicaciones estéticas de la existencia, que masculino y femenino son ficciones políticas que se mantienen mediante la violencia hacia los cuerpos vivos que se rehúsan a alimentar el binarismo y que, en la historia reciente de Colombia, todos estos conflictos micro políticos han alimentado al gran conflicto armado. De artista underground del Terraza Pasteur Nadia ha pasado a exponer su segunda individual en la Galería Santafé, como ganadora de la XI versión del premio Luis Caballero. La exposición está abierta hasta el 26 de mayo de 2024 y nadie debería perdérsela.
Mónica Eraso J.
Bogotá, marzo 17 de 2024