El flaco, político y culebrero

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No pude escribir el día de su natalicio, para hacerlo el día de su muerte. Sin embargo, no será para escribir de tristezas, porque sobre personajes como este no se puede escribir sino de alegrías, de risas, de vida. Es de esas personas que al recordarlas arrancan sonrisas.

No pude escribir el día de su natalicio, para hacerlo el día de su muerte. Sin embargo, no será para escribir de tristezas, porque sobre personajes como este no se puede escribir sino de alegrías, de risas, de vida. Es de esas personas que al recordarlas arrancan sonrisas.

Cada año trato de escribir algo para estas fechas, procurando no dejarlas pasar sin recordarlo, como se hace con los amigos. Así lo siento, como un amigo, por lo cercano.
Sin embargo, siempre pienso varias veces antes de escribir algo, y me pregunto si vale la pena escribir en un país en el que la gente no lee. En este caso ganó la esperanza de que estas líneas lleguen por lo menos a un joven de corazón puro y el fuerte deseo por dignificar a este pueblo que movió a Jaime Bateman Cayón se impregne en ese corazón.
Él fue producto del pueblo, nació de su seno, fue imagen y semejanza suya. Hombre de calle, no un come libros, interpretó tan fidedignamente a ese pueblo como muy pocos lo han hecho con su malicia, su humor, su nobleza y su temple, también con sus defectos; con su creatividad y su audacia para inventarse la vida día a día, como alternativa para sobrevivir.

A todas estas, puede ser que no necesitara interpretar al pueblo, porque simple y naturalmente sentía como el pueblo, porque era de sus entrañas. Nunca asumió poses para alejarse de la gente ni convertírsele en un extraño, como suele ocurrir con dirigentes de izquierda que a punta de doctrinas encumbradas se elevan de tal manera que son agentes extraños para la gente del común.
Con la capacidad de sentir como el pueblo, hubiese sido un buen literato. Eso puede explicar su amistad con quien en su obra literaria plasmó nuestro ser como un retrato fiel, haciendo que Macondo expresara el paisaje, la gente, las costumbres y el ambiente no solo de Colombia, sino de toda Latinoamérica y el mundo entero, porque percibió, en el fondo, la naturaleza humana, más que cualquier superficialidad.

El Flaco, con esa virtud garcíamarquiana de conocer las interioridades, resquicios particulares y generalidades de la voluntad humana, pudo trazar una idea que llega a los sentimientos motores de la gente: esta es la esencia de sus planteamientos. Para ello fue necesario quitarse el cagajón de burro reseco que los dogmas (sobre todo de izquierda) instalan alrededor del cerebro para terminar fundiéndolo: he ahí el requisito para el ser revolucionario, él lo fue como pocos.

El acceso al poder se posibilita tocando las fibras sensibles de las masas, mientras que la conciencia política se crea estando en el poder. Los cubanos lo entendieron, su dirigente más destacado lo llevó a la práctica. También él fue amigo personal de Bateman, por lo Caribe, por lo humano, por lo agudo, por el amor que profesaban al mar, por el gusto de nadar y pescar.

Yo lo imagino político y culebrero, más dicharachero que circunspecto, más amigo que jefe. Malo para el estudio, pero único para analizar y entender al país, ahí estaba su genio. Escasos personajes lo han hecho tan atinadamente, porque son escasas las capacidades y disposición para desprenderse de las poses, los dogmas y sectas, para superar el ego tan dañino a todo propósito loable y común en las dirigencias tanto tradicionales como “alternativas” a las que a veces parece poseer la egolatría.
Inventó, innovó, con la gente descubrió nuevas formas de hacer la política y la guerra, para enrumbar el país hacia la democracia y la paz. Con su agudeza percibió que en la vida nada es perpetuo, nada permanece inmóvil, menos en Colombia, por lo cual hay que echar mano de la creatividad y la audacia, para no quedarse varado, para no perder la iniciativa y envejecer arrinconado y mohoso, aislado de la gente, como el Coronel Aureliano Buendía.

Con la astucia que lo caracterizó, salía por donde menos se pensaba, dejaba loco al adversario y boquiabierta a la izquierda anquilosada. Pocos entendían de primerazo lo que buscaba, hasta sus compañeros de viaje quedaban despistados, pero al final se salía con la suya, y si la embarraba, pues de malas, o de buenas, porque ya sabía lo que no podía hacer las próximas veces que lo intentara. Creaba traumas, esa era su especialidad; comunicaba, de cualquier manera, pero comunicaba, ponía a discutir a la sociedad y movía la opinión pública, punto de partida de la democracia.

Molano lo define mejor que nadie, era un especialista del rebusque. Él mismo se autodenominó un profeta de la paz. Y sí, nada más colombiano que el rebusque, nada más necesario que la paz. Esa era su síntesis: revolución a lo colombiano y la política basada en la realidad, en las necesidades más sentidas de la gente de este país. Finalmente, la realidad es más rica que cualquier teoría.

BATEMAN: PROFUNDA ACCIÓN FECUNDA.

A mi parecer, en la vital asignatura de entender el país y su gente, y desprenderse de dogmas, además de Bateman podemos destacar dos aventajados más, Camilo Torres Restrepo, quien en la época más oscura de los sectarismos de izquierda, cuando los prejuicios derivados de ideas preconcebidas en otras latitudes más se arraizaron en las mentes colonizadas (aunque valientes), se atrevió a la herejía de incorporar el mensaje de Cristo a los proyectos revolucionarios, demostrando una capacidad creadora inigualable. Según el Flaco, a Camilo aun le quedaba mucho por hacer en la lucha abierta de las ciudades y campos, pero la falta de visión de la insurgencia dogmática lo lanzó al monte para que la guerra, ajena a su composición, lo consumiera.

El otro fue Jorge Eliecer Gaitán, quien en su precoz inteligencia concibió su tesis de grado, “Las ideas socialistas en Colombia”, como un verdadero tratado de asimilación creadora e interpretación propia de los planteamientos socialistas. Frente a tanto loro repitiendo frases de teóricos foráneos, Gaitán se yergue como teórico y práctico que busca rutas para ajustar las ideas más avanzadas de su época a las realidades nacionales, no al revés como suelen pretender muchos pseudomarxistas que no logran escapar a las posiciones del idealismo: la idea por encima de la realidad.

El padre de la creación original y antidogmática fue Simón Bolívar, quien no podía titularse de otra manera que Libertador, por ser precisamente creador, opuesto a la asimilación sumisa. Ahí la clave de su victoria sobre los españoles y de su rico ideario que aun hoy alumbra el porvenir de América Latina.

Estos determinaron la vida de Pablo, nació con la voz firme de los discursos de Gaitán y, por supuesto, con la frustración por su asesinato. Creció con Camilo en la universidad, lo defendió en las trifulcas estudiantiles y abrió su mente para recibir su apostolado, endureciéndose el cuero con otra frustración por su muerte prematura en Patio Cemento. Maduró con Bolívar en los campamentos de las FARC y lo redescubrió en todo su esplendor cuando, expulsado -y desarmado- por los comunistas, abrió sus horizontes y se consolidó como creador, es decir, como bolivariano.

Bien puede decirse, entonces, que estos personajes constituyeron los pilares de su acción política, de la cual puede extraerse el esbozo teórico que, de tener más tiempo y disciplina, quizá hubiese podido escribir. Pero, la acción perdura tanto como la palabra escrita si, siendo lo suficientemente transparente y honesta, revolucionaria y apasionada, llega a sembrarse en las almas de los hombres y mujeres. Después otros la describen y plasman, como ocurrió con Jesús. Asimismo, la acción del Flaco germina como la más fértil de las semillas.

Es necesario detenerse y fijarse en sus inspiradores: todos nuestros (no de otras geografías); anduvieron por estas mismas tierras hablándole a la gente del común (no a reducidos grupúsculos monasteriales); llevaron su mensaje de libertad, de dignidad, de rebeldía, desprovisto de cuadrículas pétreas y debates estériles.

Se anticipó a la necesidad de la solución política del conflicto colombiano. Entendió la paz como el resarcimiento de la histórica deuda del Estado con los pobres de este país; como la urgencia de cesar las odiosas diferenciaciones por motivos de razas, filiación política o ideológica; como la ruta para reconciliar la nación y pasar la página de la violencia sempiterna. Habló el lenguaje del pueblo y entendió que solo la participación masiva de los inmensos conglomerados sociales excluidos desde siempre, sería la cura para nuestros males, el oxígeno que hace falta a un país que se debate entre la agónica asfixia y la esperanza muchas veces traicionada.

Por eso, en momentos en que tantos referentes se desvanecen entre humos de incapacidad y fraude, y verdades antes ocultas, el referente batemaniano se fortalece y se fortalecerá. Será difícil decepcionarse de él, por lo acertado de su mensaje y porque se dispuso a ser percibido tal como era, como alguien común y corriente, sin endiosamientos. Se opuso a ser visto como infalible porque consideró necesario acabar con los mitos de hombres perfectos.

Sin duda, está instalado en la colombianidad, entre la gente que fue cautivada por su genialidad y su carcajada, entre las viejas generaciones que aun hoy dicen “ese sí era un revolucionario” y la juventud que descubre su relevancia sorprendidos por su claridad. Se resistió al olvido y lo venció, porque la actualidad lo reivindica y se empeña en evidenciar la importancia de su paso por esta vida.

Publicado el 30 de abril de 2019.

Por: Edwin García Maldonado. Abogado, estudioso del pensamiento bolivariano.

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