El tal duquismo no existe

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Cuando Álvaro Uribe enfrenta un proceso judicial con medida de aseguramiento decretada, no le demos fuerza a nuevos adversarios, porque lo que encarna el uribismo como fenómeno político e ideológico es el principal adversario de la democracia en Colombia.

No existe algo como el “duquismo”. Así como creer que existe el “centro político”, endilgarle realidad, postura y consistencia ideológica a personas o sectores que hacen parte de los bordes borrosos o porosidades de la derecha, es darles un poder que no tienen. Estas personas o sectores emergen de la misma tradición política que ha gobernado el país, no hay más en su composición que servir de distractores para que el statu quo se mantenga intacto, ese que lamentablemente incluye el asesinato de líderes sociales diariamente.

Más allá del maniqueísmo del que se puede acusar a quienes creemos que, en política, las personas son de izquierdas o de derechas, lo cierto es que creer que existe algo como el “duquismo”, haciendo referencia a Iván Duque, es optar por darle estatus a un sujeto del que hace tres años no sabíamos mucho, además de ser quien hablaba mientras Álvaro Uribe tomaba un paquete de ultraprocesados de su curul. Ahí, todavía de cabellos castaños, poca gente sabía que se llamaba Iván, mucho menos que su apellido era Duque, y parecía ser uno de los poquísimos congresistas de voz no energúmena del Centro Democrático.

Y ese es el fin de la biografía del que hoy llaman presidente de Colombia. Porque es igual de cierto que, de no haber sido por el padrinazgo de Uribe y la debacle del plebiscito por la paz, seguiríamos sin saber que el segundo apellido de Iván es Márquez, no tendríamos el material humorístico que ha producido su precaria gestión y, claro, podríamos tener en la Casa de Nariño a un don nadie igual a él, siempre y cuando hubiera sido “el que dijo Uribe”. Eso sí, no creo que pudiera ser peor el mandato, es probable que cualquier otro ungido estuviera actuando más o menos de la misma forma, es decir, estaríamos viviendo la misma tragedia humanitaria, social y económica en la que nos encontramos hoy.

Por eso, este escrito tiene un fin muy modesto: repetir que no existe algo como el “duquismo” y que mal hacen sectores de izquierdas otorgándole identidad y poder a un sustantivo que sólo es posible porque existe el uribismo. ¿Por qué el ahínco en negar la existencia de una tendencia política “nueva” de derechas? Precisamente porque otorgar esa existencia, darle fuerza con el sólo hecho de nombrarla, es concederle al uribismo más de lo que tiene; es decir que no sólo continúa siendo una fuerza política determinante en el país, sino que, los llamados a suceder a ese personaje, pueden tener autoridad propia y convertirse, con el tiempo, en corrientes políticas más consistentes y retardatarias a esa que hoy todavía existe en cabeza del presidente eterno –así bautizado en campaña por Iván Duque.

El argumento es sencillo: No hay duquismo porque lo que existe, lo que mueve esa corriente ideológica que hoy detenta la hegemonía, es el mismo proyecto político que Álvaro Uribe ha venido construyendo desde que era gobernador de Antioquia. El adversario por vencer es ese proyecto político y no hay que inventarse nuevos enemigos, hombres de paja creados por ese mismo sujeto, que distraen del objetivo principal que es detener su sangriento avance.

Por eso, para quienes afirman –más desde el deseo– que Álvaro Uribe está asustado, acorralado o demente, vale la pena recordarnos que el sujeto ha sido el barón electoral del país desde hace casi dos décadas: Se eligió y se reeligió como presidente en 2002 y 2006; puso como sucesor a su Ministro de Defensa Juan Manuel Santos, el de las ejecuciones extrajudiciales, en 2010; perdió por poco con el primer Iván [Oscar Iván Zuluaga] en 2014, y volvió en cuerpo ajeno a Palacio en 2018 con el desconocido Duque Márquez.

Antes de eso y en menos de dos años fundó un partido con el que se convirtió en la primera fuerza política de oposición en el Congreso en 2014, poniendo 20 senadores y 19 representantes a la Cámara en sendas listas cerradas que, con su sola imagen, arrastraron su caudal electoral al legislativo. Estas cifras casi se mantuvieron intactas en 2018, cuando el partido uribista, ahora con listas abiertas, apenas perdió una curul en el Senado, pero casi duplicó su presencia en la Cámara, pasando a tener 32 representantes. Y aunque las elecciones regionales de 2019 mostraron una tendencia menos favorable al Centro Democrático, eso no significa que el proyecto uribista se caiga como castillo de naipes… No por nada tiene ocupada la Casa de Nariño.

Álvaro Uribe sí tiene una biografía extensa, apenas comparada con su prontuario, ese que hoy está en manos de la Corte Suprema de Justicia. Y es el uribismo, como fuerza política, como relato simbólico y material de la seguridad democrática, el que continúa gobernando a Colombia. Eso lo dicen las cabezas de los ministerios principales: Interior, que comenzó con Nancy Patricia Gutiérrez, uribista declarada y con investigaciones por paramilitarismo, sucedida por Alicia Arango, quien encabezaba la cartera de Trabajo, sector que, junto al Ministerio de Salud, Uribe quiso mantener controlados a través de aliadas como Arango, secretaria presidencial indiscutible durante los ocho años de su primer mandato.

Carlos Holmes Trujillo, eterno candidato presidencial de la derecha conservadora, primero fungió como Canciller, luego como Ministro de Defensa, sucediendo a Guillermo Botero, la mano firme que venía de Fenalco, desde donde vociferaba contra la protesta social y lo que descaradamente llama exceso de derechos de comunidades étnicas. Alberto Carrasquilla, Ministro de Hacienda y Crédito Público durante los dos periodos de Uribe en la Presidencia, quien retomó su labor en este mandato en cuerpo ajeno. Y, bueno, ya conocemos las calidades de la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez, quien ocupó el cargo de Ministra de Defensa en el primer año de Gobierno de Uribe. Ahora hace las veces de alianza con el tradicional Partido Conservador y, últimamente, ha sido el centro de las crisis de gobernabilidad porque, claro, ante la ineptitud del titular, qué mejor sino tener alrededor más y más distractores.

En este panorama ¿Qué hace entonces la izquierda inventándose nuevos antagonistas? Muy poco, la verdad. Eso se ha visto en las últimas jornadas de movilización en Colombia –históricas, por demás–. Iván Duque no es el interlocutor legítimo de nadie, basta recordarlo en los escenarios de negociación con los estudiantes en 2018; o en la negativa de reunirse con la Minga Indígena y Campesina del Cauca en 2019. O enredándose en sus declaraciones sobre el Paro Nacional del 21N de 2019, siendo el bufón principal de la campaña de estigmatización que sufrió la convocatoria a esa gran jornada de movilización, en la que resultó evidente el miedo de este desgobierno ante quienes marchamos y caceroleamos festivas y alegres durante más de un mes. Fue allí cuando resultó más evidente que los mensajes del gobierno se mueven desde la Comisión Séptima del Senado, de la que hace parte Uribe, y desde esas mismas carteras ministeriales y la vicepresidencia, cuyos titulares han caído públicamente en más de una ocasión en el acierto de afirmar que el presidente de Colombia es Uribe.

Es tan fantasioso creer en la existencia del “duquismo”, como repetir que el principal problema de Colombia es la corrupción y que, por eso y quién sabe qué cosas más, sólo Fajardo puede derrotar a Uribe. Además, es tan peligrosa esa creencia para el avance de las fuerzas progresistas en Colombia que lo que las motiva hizo que en 2018 perdiéramos la oportunidad de tener en el gobierno a alguien que está fuera de esos bordes y porosidades de la derecha, así se encuentre en esas mismas porosidades del espectro político de las izquierdas, este mucho más complejo y heterogéneo…

Creer que existe algo como el “duquismo”, me hace recordar a Quine, un filósofo norteamericano nostálgico del positivismo lógico, pero con un gran sentido empirista. No se ruborizaba al igualar el estatus ontológico de los objetos físicos con el de los dioses del Olimpo, afirmando que diferían sólo en grado y no en esencia, para explicar por qué es más útil creer en la existencia de los primeros y no así de los segundos.

De nosotras está hacer lo mismo con eso que han querido instalar como un algo distinto al uribismo. Recordemos que éste último en verdad existe y sigue siendo cuánto más peligroso ahora como hace dos décadas.

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