Las huertas y las huerteras

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Los nukac makuk en la selva amazónica de nuestro país, como sociedad de cazadores y recolectores, son un ejemplo democrático para el mundo contemporáneo en la construcción de huertas naturales o silvestres. Sin embargo, hoy están a punto de desaparecer. Mientras, nosotros aquí, como la canción de Los dinosaurios de Charly García.

Sino cambiamos la manera de habitar en el Planeta, también vamos a desaparecer

Es en el bosque tropical selvático donde los grupos familiares de esta comunidad nómada instalan sus hamacas y habitan el espacio por una semana, se alimentan de los frutos que la naturaleza les provee, dejan sus semillas en el suelo, siguen su trasegar al cumplir el ciclo en el camino de extender el habitar más allá de las casas, a donde tiempo después retornan a recoger la cosecha de los frutos sembrados, para que nazca la historia de las huertas en Suramérica.

En las casas de las haciendas coloniales había huertas de servicio que servían para garantizar los alimentos de la dieta básica para la subsistencia del cuerpo de trabajo doméstico y, huertas que eran reservadas para el sostenimiento de los propietarios de las casas y sus familias.

Además, de huertas en estas casas, había las despensas, que eran lugares que servían para almacenar cereales como el trigo, el maíz y la cebada, así como para guardar la leña y el carbón utilizado como motor para la combustión de las grandes estufas de ladrillo con horno, aquellas estufas inmensas que hasta hace pocas décadas nuestras abuelas usaron para preparar alimentos para las grandes familias, de las que venimos la gran mayoría de los colombianos.

Muchas de nuestras abuelas, bisabuelas y tatarabuelas lograron tener su huerta familiar en el solar de su casa o, en el frente, allí sembraban diferentes tipos de plantas ornamentales, hierbas aromáticas como la yerbabuena y la manzanilla, hortalizas como la lechuga, el repollo, la acelga, las habas, la zanahoria y las espinacas, árboles frutales como las ciruelas, los higos, las manzanas, las uvas, los papayos, los membrillos, los duraznos y las limas.

Después de la Segunda Guerra Mundial, con la Guerra Fría llegó el llamado “Progreso” y la “planificación” desarrollista que nos vendió la idea de cambiar nuestras costumbres tradicionales y de antaño, por unas prácticas aparentemente más “civilizadas”, que nos han traído el hambre y las enfermedades propias de la malnutrición, en los territorios en donde antes se vivía en armonía y se ejercía el derecho a sembrar y cosechar la vida digna como principio social.

La historia de las huertas urbanas como alternativa de sustento familiar, está relacionada en gran parte con la búsqueda de la supervivencia de nuestras gentes en las ciudades a causa del desplazamiento forzado generado a los pueblos campesinos, indígenas y negros, a través de la historia, en las diferentes épocas de violencia y conflictos armados vividos en el país.

En Bogotá, tradicionalmente las mujeres han trasmitido los saberes y las historias de las plantas que se cultivan en las huertas urbanas. A través de un ejercicio de memoria tradicional y de cultivo de la oralidad en las palabras, ellas nos han contado y cuentan, cómo en un acto de resistencia, han conservado estos bellos lugares, para garantizar la soberanía alimentaria familiar y poder generar un diálogo de saberes íntimo como huerteras con las plantas.

Las huertas comunitarias son un espacio de empoderamiento de las mujeres, por eso guardan siempre la singularidad de sus dueñas y son también una forma de memoria e historia viva del Buen Vivir.

Las huertas comunitarias como elección cultural: son sistemas sociales y ecológicos ubicados en los espacios públicos y barriales de las localidades de nuestra ciudad. Las huertas comunitarias son un territorio en donde se entretejen relaciones horizontales entre seres humanos y seres vivos que habitan en nuestra naturaleza, como: las plantas, los pájaros y los perros.

En un mundo, en un continente, en un país, en un departamento, en una ciudad, en una localidad, en unos barrios como en los que hoy vivimos, en los que muchas personas padecen una crisis alimentaria, que se evidencia en el problema social de la pobreza, que se refleja en la carencia e insatisfacción de necesidades humanas esenciales para garantizar la vida digna de las personas.

Las huertas comunitarias son una apuesta de intervención social ético-política y una esperanza para la transformación social y el reverdecimiento de nuestra sociedad.

Las huertas comunitarias juegan un papel relevante para fortalecer aportes a la economía familiar. Como aulas abiertas y vivas para generar un espacio de diálogo desde la ecología de los diversos saberes que existen en las historias de vida de las personas que habitan nuestra ciudad.

Conversando con las huerteras la vida se conserva al igual que se cosecha la soberanía y seguridad alimentaria. Pero se necesita apoyo desde las políticas públicas, porque mujeres huerteras, lideresas y empoderadas es lo que hay transformando nuestra sociedad desde los barrios, ya que en la política hay mucho cacique, pero poca huerta.

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