Sor es una palabra que viene del latín y quiere decir «Hermana», de esta partícula se compone el neologismo sororidad. De un tiempo a esta parte, el movimiento feminista lo ha venido consolidando como el término que sintetiza la importancia de los lazos de solidaridad entre las mujeres,
Sor es una palabra que viene del latín y quiere decir «Hermana», de esta partícula se compone el neologismo sororidad. De un tiempo a esta parte, el movimiento feminista lo ha venido consolidando como el término que sintetiza la importancia de los lazos de solidaridad entre las mujeres, en una sociedad donde las mujeres son opacadas por el solo hecho de ser mujeres. En #FeminisHKa compartimos a continuación un fragmento de una ponencia presentada por la antropóloga feminista Marcela Lagarde, en la que señala a grandes rasgos el fundamento de una ética feminista centrada en la sororidad.
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El feminismo y la mirada entre mujeres*
La enemistad
La afirmación de que las relaciones de poder entre las mujeres son conflictivas y crueles se desprende de la experiencia cada vez más generalizada de la llegada de mujeres a espacios de poder o a jerarquías de poder antes inalcanzables por la baja altura del techo de cristal.
En efecto, bajo normas jerárquicas y autoritarias, con una formación familiar, escolar y laboral que reproduce esta política, y con un pensamiento conservador o una gran dependencia política, las mujeres que acceden a posiciones de poder reproducen esos mecanismos misóginos. Sin embargo, lo que duele más a las mujeres es que sea una mujer la misógina, la que actúa de esa manera. Aquí destacan varios aspectos: La idealización que hace imaginar que las mujeres ya estamos en otra parte y debemos confiar entre nosotras, la expectativa de otra forma de relación entre mujeres y la ceguera que impide ver los mecanismos misóginos implícitos en el poder hegemónico que cubre la actuación pública.
Al ocupar posiciones de poder las mujeres más tradicionales se sienten amenazadas por las otras mujeres (efectivamente las relaciones sociales se basan en la competencia descalificadora y con capacidad selectiva entre mujeres) y, sólo hacen buenas relaciones con mujeres que no les significan una amenaza de desplazamiento y con quienes se les subordinan sin dificultad.
Por otra parte, las mujeres subordinadas que tienen anhelo de otra forma de relación, no tratan de modificar la estructura de relaciones sino que, alimentadas por su formación de género tradicional, se lanzan contra las mujeres en posiciones de poder. No reconocen la capacidad de otra mujer para ascender y sienten que ese lugar debería ser suyo o de otra, pero nunca de quien lo ocupa. Así, mujeres que están en otras posiciones sociales, no reconocen el poder de la mujer que lo detenta, no reconocen sus capacidades y las confrontan con el fin de debilitarlas.
Los hombres se aprovechan de esta tensión, manipulan la enemistad de género y aumentan el conflicto entre las mujeres. La misoginia en la conducta no es reconocida como tal ni por hombres ni por mujeres. En cambio, la misoginia es detectada con facilidad por muchas mujeres en otras mujeres.
Una nueva ética
Una nueva ética para un nuevo paradigma se gesta al enfrentar estos y otros problemas, es posible descifrarla al escuchar la utopía.
En efecto, la utopía feminista ha surgido como crítica histórica y personal al poder patriarcal y como deseo y anhelo de relaciones solidarias, de cooperación, no jerárquicas, de trabajo grupal y responsabilidad individual, de acceso a recursos necesarios para la vida y de desarrollo de las capacidades humanas de una forma democrática. Para lograrlo,
debemos tener conciencia de que nosotras reproducimos el dominio patriarcal y que es preciso reeducamos, desaprender para aprender no sólo nuevas actividades, y
conocimientos, sino sobre todo, una nueva mirada, una perspectiva ineludible que es la perspectiva de género feminista, como columna vertebral de nuestra concepción del
mundo y de la vida.
Para empezar es preciso que dondequiera que estemos y que vayamos, en cualquier espacio y posición, somos mujeres comprometidas con nuestra causa histórica. No somos hombres castrados ni mujeres sin género, ni personas ni seres humanos y neutros. No somos a veces seres biológicos y naturales, a veces seres de cultura y a veces sujetos de derecho, somos siempre seres integrales, somos siempre mujeres, siempre seres humanas. Para hacerlo, requerimos saber cuál es la causa histórica de las mujeres y no contentamos sólo con avivar nuestra oposición al machismo a la misoginia o nuestro personal deseo de justicia.
Requerimos asumir esa tradición y la memoria de género, no como agregados sino como dimensión y contenido de nuestra identidad.
Necesitamos relacionarnos entre nosotras con sororidad, es decir, con el reconocimiento de la otra, las otras, como mis semejantes, comprensible, respetable. La sororidad no significa que nos queramos mucho, sino que nos demos el estatuto de interlocutoras y pactantes. Las mujeres necesitamos hacer muchos pactos para avanzar y, para no suponer y esperar solidaridad por sexo. Nuestra solidaridad requiere además de ser construida, normada y nombrada, y nuestra asociación debe ser limitada y puntual.
La sororidad implica transformar la identidad de género en vínculos y alianzas para ser, y asumir el nosotras para mejorar nuestra existencia como género, la de nuestras comunidades y el mundo.
La sororidad es la propuesta política que permitirá enfrentar la problemática de desidentificación y el no reconocimiento entre nosotras, es decir, la enemistad de género y lograr nuestra coalición política.
Para ello es indispensable acudir a la ética de la igualdad como un principio fundante y a la equidad como el conjunto de mecanismos para eliminar la injusticia entre nosotras. Es preciso, por eso, renunciar a nuestro derecho patriarcal a oprimir a otras mujeres y exigir e impedir a las otras que depongan su derecho a oprimirnos.
La sororidad no es una ideología. Es una ética práctica, un modo de ser y de vivir, una nueva forma de convivencia entre mujeres, e implica nuevas prácticas y formas de comportamiento.
Y, algo que se olvida muchas veces, la sororidad requiere una nueva estética: nuevas maneras de ir por la vida y de comportarnos, nuevas formas de trato, nuevos lenguajes no soeces entre y sobre nosotras o sobre lo femenino, es decir, un lenguaje revalorizante y respetuoso de la dignidad que exigimos al mundo nos reconozca. Un trato de compromiso y honestidad que implique cuentas claras y las cosas sobre la mesa, obligaciones asumidas y pactadas y expectativas enunciadas y un uso equitativo de los recursos.
La apertura de espacios requiere que incluyamos a otras y nuestro acceso al aprendizaje y a los conocimientos nos convoca a pasarlos a las otras La sororidad es, sobre todo, el apoyo de unas a otras para lograr nuestro propio desarrollo y bienestar.
Nosotras no estamos sólo para recrear e inventar utopías. La vida es breve. Estamos para construir topías y no solo para mostrar al mundo cómo queremos que sea, sino que al hacer el mundo ganamos territorio para nuevo tejido social y para una nueva cultura democrática de género “vivita y coleando».
Ustedes me dirán sí cómo no, con tanto cambio ético político, dejaremos de ser las que sabemos ser. Y yo les digo que sí que de eso se trata y, para que no nos sea muy difícil, podemos empezar a experimentar la sororidad con su fundamento: dejar de ser misóginas entre nosotras y con los otros. Dejar de desvalorizar, descreer, desacreditar a otras mujeres por principio y, por principio valorizar, dar crédito y aceptar las capacidades de otras mujeres y convertirlo en capital político al hacer público nuestro reconocimiento.
Enfrentar la rabia, el enojo, la incomodidad que nos generan «las otras» porque entre otras cosas, es una proyección de nuestra propia rabia genérica y en cambio, propiciar el desarrollo de la autoestima de género y de la estima de género a las otras; eliminar la violencia contra las otras mujeres, expresada como hostilidad, agresión, discriminación, desprecio, deslealtad y traición de género y procurar un trato digno y respetuoso a las otras mujeres; eliminar la explotación y el abuso a otras mujeres y renunciar al trabajo invisible de otras mujeres y de nosotras mismas al establecer relaciones laborales que construyan nuestra común ciudadanía.
Es importante dejar de suponerle a las otras lo que deberían ser o hacer y dejar de vigilarlas. En cambio, estar dispuestas a descubrimos a conocernos y confiar (…) en nuestras capacidades reales y singulares es un supuesto básico de la sororidad. Es base para el reconocimiento al derecho a nuestra diversidad y a su manifestación. La afinidad así creada se produce por reconocimiento no por homologación, sino por la creación de condiciones para la heterogeneidad y la defensa de la diversidad.
Así, la sororidad nos conduce a reconocer la autoridad de las otras mujeres. No el autoritarismo. Sí, la autoridad sobre esferas de acción y de la cultura, autoridad por la manera de enfrentar obstáculos o de crear alternativas. La autoridad de las mujeres es uno de nuestros recursos políticos más importantes porque precede a la escucha, la comprensión y el interés por nuestras necesidades y alternativas, y porque asegura respeto a las mujeres y al género. Quien reconoce la autoridad en las otras, aprende de ellas y amplía su experiencia y su orgullo de género.
Como es evidente la sororidad tiene un presupuesto y un correlato: la mismidad, experiencia subjetiva y práctica resultante de la eliminación de la automisoginia, autovaloración del ser sexuado y sexualizado, afirmación del yo, del yo mujer.
La sororidad y la mismidad implican desmontar el sexismo en tanto cosificación y rivalidad sexual, erótica y estética de una misma y entre nosotras, así como el sexismo homófobos, lesbófobos y otros más. Se trata de desmontar las variadas formas de racismo burdo o sutil que ejercemos y experimentamos en nosotras y sobre las otras, el clasismo, los nacionalismos y los mundismos locales o globales que nos disminuyen y enfrentan.
Como dimensiones políticas del feminismo contemporáneo la sororidad y la mismidad conducen a cambios ideológicos, intelectuales y afectivos, en nuestras mentalidades y subjetividades, pero sobre todo, de formas de comportamiento y de vida.
Finalmente, para experimentar esta ética vital es muy importante conocer e internalizar el feminismo y hacerlo de manera práctica pero también teórica y literaria estética, es decir en su integralidad. Estoy convencida de que el feminismo es la más grande contribución colectiva de las mujeres a la historia, una historia en que procuramos que cada día más y más mujeres dejemos de ser-para-otros, cuerpos cosificados expropiados, que no seamos más huérfanas, madres-niñas-sin madre, en palabras de mi querida maestra Franca Basaglia, para ser cada vez más seres-para-sí, seres-para-nosotras, mujeres de cuerpos apropiados y subjetividades libres, completas en nosotras mismas.
Deseamos liderazgos entrañables, asertivos, coaligados y comprometidos, con incidencia, apoyados y sustentados, democráticos, locales y globales. Deseamos que cada vez más mujeres con conciencia feminista ocupemos espacios y posiciones para avanzar. Deseamos hacer política e intervención sí, pero diferentes: desde cada una, desde una misma, con las otras mujeres. Entonces si ejercemos liderazgos entrañables y potenciaremos nuestro poderío.
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Ponencia completa en: https://xenero.webs.uvigo.es/profesorado/marcela_lagarde/mirada.pdf