La juventud colombiana y la transformación política

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En Colombia hay 8 millones de jóvenes entre los 18 y 26 años que pueden votar y más del 60% de ellos y ellas son abstencionistas. En nuestro país, las luchas y demandas de la juventud son borradas de la agenda política estatal y gubernamental cada cuatro años. Al ser tratados como un cero a la izquierda, en gran medida ellos y ellas tienen muchas razones para no participar en la política electoral. Pero la juventud es más que un número o una frase de cajón en la historia política del país.

Ya que, ante todo, los y las jóvenes son la energía trasformadora, pluridiversa y de cambio social verdadero que materializarán una Colombia sentipensante, que supere el plano de discusión política manipulador e ideológico electoral. Quizás ellos y ellas puedan llevar con sus acciones la política a la altura necesaria de las ciencias y los saberes, para poder proponer soluciones viables y necesarias a las problemáticas estructurales y los conflictos históricos del país, sin el uso de las violencias y a través del diálogo constructivo.

Necesitamos una nueva cultura política, para llegar a construir y materializar el proyecto de una Colombia en paz, de democracia directa; que garantice la vida digna de las personas y el ejercicio real de la ciudadanía plena y autónoma.

Parte de las razones de la abstención en las urnas se explica porque la juventud del país está cansada de la demagogia, la politiquería y el clientelismo electoral. Ellos y ellas hoy le apuestan más a los mecanismos de participación política de democracia directa, ya que ven en el encuentro relacional, la posibilidad de intervenir las problemáticas sociales en los territorios, barrios y comunidades de una manera activa, desde la solidaridad directa y organizada, sin tener que legitimar la gestión de intermediarios institucionales o partidarios tramposos.

Las mayores posibilidades de ampliar y transformar la política en nuestra sociedad, a través del ejercicio libre y activo de la ciudadanía, están en la rebeldía e inteligencia ética y política de los y las jóvenes. En sí, porque ellos no hacen parte del sistema político representativo del país, pues han sido marginados por politiqueros y politiqueras clientelistas y oportunistas. Es difícil, por eso, ver a la juventud colombiana reproduciendo el sistema político electoral mafioso y degradado, por el simple gusto de ser invitados e invitadas a comer en un asado en campaña proselitista.

Aunque existan casos de jóvenes, en el sentido biológico del término —por enunciarlo de alguna manera—, que se prestan de parapeto para reproducir el circo nacional electoral del sistema político retrogrado y, como toda regla tiene su excepción, me imagino que estos jóvenes caerán en ese juego porque aún en el país, se reproducen algunos imaginarios propios al oscurantismo religioso de la edad media, que distan años luz del análisis de la ciencia política. En ese sentido, para generar criterio se hace necesario educar ciudadanos y ciudadanas en democracia bajo el amparo de la Constitución Política Nacional vigente.

Como las demandas de las juventudes no son tenidas en cuenta, ni en los debates legislativos, ni en la planificación, ni en la ejecución de las políticas públicas, los y las jóvenes alter-activistas, salen con determinación a exigir y defender sus derechos constitucionales y ciudadanos y los de los demás sectores sociales que son ultrajados, por un régimen carnicero y sus políticas de Estado arrodilladas al imperio global de la pobreza, el desamor y la incultura, a través de la protesta. El establecimiento aplica, entonces, la fórmula antidemocrática y autócrata de la represión y la criminalización del derecho a la protesta.

La institucionalidad y gran parte de la sociedad colombiana es perversa y, en su conjunto no cree en las capacidades de la juventud. De cierta manera se ríe de ellos y ellas y los infantiliza, para despojarles del derecho a una voz propia en la política nacional. Los y las jóvenes en Colombia son importantes para las políticas solo cuando sirven como conejillos de indias, mano de obra barata en la reproducción de la economía capitalista o como clientes de las vitrinas de consumo.

El sistema político representativo colombiano más que un escenario de representación política del pueblo es un negocio mafioso manejado por unas castas patrocinadas por unos grupos empresariales. Luego de las elecciones estos grupos empresariales piden a los politiqueros y politiqueras una súbdita obediencia en la proposición de la agenda política del país, que por supuesto, se preocupara entonces, de sus intereses económicos, por encima de los derechos constitucionales de la ciudadanía.

En las elecciones se recrea un trágico teatro de marketing político en el cual, en los últimos años, para desviar la atención y cooptar ingenuos votantes, se hace creer que la solución es adoptar una tercera vía política de un centro gelatinoso o gaseoso, y se crean figuras políticas prefabricadas e imaginarias que dicen representar a la juventud como el concejal de la otra galaxia, que dice representar políticamente a la juventud en Bogotá.

Pero, en el trasfondo nos encontramos con la reproducción de un tipo de representante político del fascismo social, siguiendo los términos del sociólogo Boaventura de Sousa Santos*, en su faceta populista, ya que al final la iniciativa de llevar a un joven que representa más de lo mismo a un cargo de representación política en la ciudad, en este tipo de cuento, lo que busca es tener una figura que después reproducirá las mismas prácticas políticas hegemónicas. Es decir, llevar a ser concejal a un joven, en términos de su ciclo vital, pero con ideas viejas y conservadoras, que apoya políticas públicas orientadas a favorecer el establecimiento de un gobierno que es manejado por los intereses corporativos, como las postuladas y ejecutadas hasta el momento por el Partido Verde en la ciudad de Bogotá, en el gobierno de la alcaldía de Claudia López.

Para ilustrar este caso de fascismo populista podríamos analizar como vota el Plan de Desarrollo Distrital (PDD), 2020-2023, el antes citado concejal de la “juventud de otra galaxia” y toda su bancada, y que votó el 98% del Concejo de Bogotá con excepción de algunos concejales como Carlos Carrillo, que se abstuvo de votarlo en su conjunto. 44 concejales y concejalas le dieron el visto bueno y estuvieron a favor del plan Marshall de Claudia Peñalosa. Un PDD, que invierte más de una tercera parte del total de los recursos, es decir 36 billones de pesos, en obras de infraestructura de TrasMilenio.

Mientas tanto en la salud de los bogotanos en plena pandemia y por los siguientes cuatro años, tan solo se invertirán 14 billones de pesos. No voy hablar del presupuesto que se invertirá en las y los jóvenes en este PDD, para no ponernos a llorar y para poder terminar este escrito. De eso se puede encargar Sergio Fernández del Moir, que ahora vende humo con un maletín de créditos académicos universitarios al mejor estilo de generación E, desde una subdirección de la Secretaria de Integración Social de Bogotá.

Este artículo de opinión es corto como para poder profundizar en este asunto del manejo de los recursos públicos y la clientela, sin embargo, en el telón de fondo podemos ver cómo una apuesta política desde el fascismo social populista engaña a su electorado mostrándose de centro y verde. Bueno ni que decir también de los postulados anticorrupción que catapultaron la victoria política electoral del Partido Verde en Bogotá. Postulados que hoy brillan por su ausencia en la administración Claudista ¿Cómo es posible que hoy estén hablando de centro si su política se centra en ejecutar un programa político conservador y de derecha amañado?

Si bien la historia política en Colombia es patria, en clave transformadora debería ser matria, ya que las luchas de las mujeres feministas nos han enseñado históricamente que uno de los ingredientes de la acción política humana son el auto cuidado y el cuidado del otro. Sin embargo, no creo que debamos rodear lo que viene haciendo la alcaldía de López que se asume como “ciudad cuidadora” pero que de cuidado ha mostrado poco. En ese sentido me distancio de ese respaldo dado por Ángela María Robledo a esa “ciudad cuidadora”.

Claudia con la ejecución de esas políticas retrogradas lo que está cuidando son los intereses de Peñalosa, pese a haberse vendido como antipeñalosista en su campaña. No voy a hablar de Angélica Lozano, de Sergio Fajardo, Jorge Robledo, Alejandro Gaviria, Humberto de la calle, los hermanitos Galán o Ángela María Robledo y su patriarca Mockus, pero ellos y ellas también caben en el papel populista del centro verde. Mejor vayamos a la historia patria.

En ese sentido, otro caso para recrear el fascismo social populista en la historia, lo podemos ilustrar en cómo nos han echado el cuento del movimiento Séptima Papeleta, que surgió en 1989, a través de un “movimiento estudiantil” para las elecciones de 1990, y que según idealismos politiqueros; buscaba reformar la caduca constitución de 1886, por medio de un mandato popular. Este circo fue la vitrina para promocionar una nueva camada de (neo) liberales. Tecno burócratas que soñaban con llegar a manejar el poder político en el Estado reivindicando la democracia, pero defendiendo con más vehemencia al mercado.

Se nos muestra ese adefesio, como la panacea de la transformación política liderada por los y las jóvenes en la historia política contemporánea de Colombia, pero eso no es ni chicha ni limonada, es un chito tautológico de yupis creado en el barrio Los Rosales y el noticiero Tv Hoy. La verdad es que hoy gobiernan esos próceres y heroínas “juveniles” que lideraron dicho movimiento y después de treinta años Colombia sigue en llamas y, ellos y ellas, siguen haciendo mandados al establecimiento colombiano a cambio de poder tener fama en los medios informativos y representatividad en la política local y nacional.

En esa dirección, darle una conexión a la historia del día del estudiante caído, con el movimiento juvenil de la Séptima Papeleta en la que participaron neoliberales como Claudia López y Fernando Carrillo, además de inexacto me parece una chambonada historiográfica y una gran arrodillada al neoliberalismo corporativo y al régimen cultural del fascismo social que se nos impone transnacionalmente en todas sus acepciones. Mejor no hablemos de la realidad política internacional, porque para nada es raro que, en la OEA, nos represente hoy políticamente la figura de un viejo güevón, Torquemada criollo quema libros, representante de la política senil ya tradicional en Colombia.

Si escribimos el diario de los vencidos con nuestras necesidades políticas históricas insatisfechas, por lo menos sintámonos pírricamente orgullosos de no ser los parias que dejan morir al pueblo de hambre y sin derecho a la salud, la educación, el trabajo o una renta básica digna que nos permita sobrevivir en la crisis desatada por la pandemia del Covid-19. Mientras los del centro verde dan jugosos contratos para arrendar las instalaciones de Corferías y cerrarnos el hospital público San Juan de Dios. En nombre de un programa politiquero que decía iba a defender a la salud pública. Mejor hagamos memoria.

Para analizar cómo históricamente se han silenciando las voces políticas de la juventud en Colombia, sería bueno remontarse a los hechos de la masacre estudiantil del 8 y 9 de junio de 1954, en donde el dictador Rojas Pinilla perdió el año.

Conmemorar y reconocer la memoria de Gonzalo Bravo Pérez, Uriel Gutiérrez, Álvaro Gutiérrez, Jaime pacheco, Rafael Chávez, Hernando Ospina, Hernán Ramírez, Hugo león, Helmo Gómez, Carlos Grisales, Hernando morales, Raquel cantor y Jaime Moore, estudiantes asesinados por las fuerzas armadas del Estado hace casi setenta años, podría servirnos para interpretar lo que hoy sigue pasando en nuestros territorios con los y las jóvenes que son asesinados.

Este acto de no olvidar, además de ser un hecho de resistencia y autonomía, es un hecho de reparación simbólica y un acto de pedagogía para la no violencia y la búsqueda de la justicia y la no reproducción de la barbarie y la matazón de la juventud en Colombia. Construir paz y democracia es también salir a las calleas a protestar al mal gobierno, sin el miedo de ser criminalizado o asesinado por las fuerzas oscuras del gobierno del Estado.

De Duque, aunque no lo he nombrado en el escrito hasta ahora, me perdonaran ustedes, es otro cheque chimbo del fascismo social en todas sus acepciones: echado por el establecimiento como una carta de la supuesta política con aires de juventud, para engañar incautos. Mientras los verdes atacan a Petrosky y alzan banderas de centro, cayán descaradamente e interesadamente lo que hace la marioneta, pero, al final lo que pasa es que hacen parte de la misma tochada de la derecha fascista disfrazada de democrática.

Como juventud no podemos olvidar a Nicolás Neira, Oscar Salas, Dilan Cruz, Brayan Cuaran, Bairon Patiño, Elian Benavides, Daniel Vargas, Laura Riascos, Joan Quintero, Rubén Ibarra, Óscar Obando, ni a cada uno los jóvenes asesinados a través de la historia violenta del país, y menos las masacres perpetuadas a los jóvenes en lo que va corrido de este nefasto desgobierno nacional, así como lo que paso en Bogotá el año pasado con 14 jóvenes brutalmente asesinados. Debemos exigir justicia.

Nuestros jóvenes deben ser respetados por los gobiernos del Estado. Sin embargo, se sigue repitiendo la historia y no aprendemos, porque la estructura cultural hetereopatriarcal del poder y su régimen de control corporal en nuestra sociedad no deja, ya que hoy sigue vigente e inserta en la inconciencia de no pocas personas que nos mal gobiernan.

Ahora bien, el poder del voto democrático hasta el momento es paja, en un escenario político en el que participa y gana el que tenga con que pagar una campaña o un patrocinio de un grupo empresarial, que busca arrodillar al pueblo a sus intereses económicos. Al final nada es de gratis, ni siquiera la rebeldía. Malditos sean todos los arrodillados(as) a la hipocresía, la política senil y el interés individual y corporativo que pasan por encima de los derechos de las personas.

De alguna manera, no debe ser una coincidencia que la historia se repita hoy y nuestros jóvenes sean asesinados en un gobierno demagógico como el actual de Bogotá y del país, que referencia al Plan Marshall y al trumpismo, como la última Coca Cola del desierto y se hacen los de las gafas con la infamia, al disfrazarla por medio de la manipulación de medios de comunicación y marketing político de centro. En el centro político están los mediocres y los burócratas clientelistas. Los que viven del establecimiento.

La participación política electoral juvenil en Colombia es un sofisma. Los noventas y las dos décadas corridas del siglo XXI, no son la excepción, pero las luchas son el motor de la historia de la humanidad, porque son connaturales a la juventud y a los espíritus libres y autónomos, que no se dejan gobernar por el miedo. Las y los jóvenes saben que si se desesperanzan y dejan de luchar nadie va a venir a salvar el país por ellos.

En las primeras décadas del nuevo milenio del siglo XXI, las luchas de la juventud, muchos de ellos y ellas estudiantes y trabajadores, soñadores, indignados, excluidos y despojados de sus derechos, han estado vigentes, no han faltado los avivatos que en nombre de la “Dignidad” presumen del liderazgo de sus luchas, para conseguir enajenar y alienar votos, para patriarcas; representantes de formas de hacer política caducas.

Los del centro político al final no son ni chicha ni limonada, porque votan en blanco, cuando les dan a elegir entre la paz y la guerra. Porque callan mientras nuestros jóvenes caen asesinados por las balas de los esbirros de la muerte.

Finalmente, la transformación política colombiana es social, cultural y ante todo humana. Las y los jóvenes son y serán sus protagonistas no sólo electoralmente, sino desde el alter activismo y el movimiento social en todas sus luchas, acciones y sentipensamientos. Ya va siendo tiempo de indignarse y participar activamente en la transformación política del país. En las calles y caminos emperdigados.

Si la democracia es de baja intensidad y el sistema electoral una mentira, rompamos las urnas llenándolas de acciones de las y los jóvenes, de-votos al cambio y, a favor de la construcción de una nueva ciudadanía, una ciudadanía que represente en la política a una Colombia más humana.

“Instrúyase, porque tendremos necesidad de toda vuestra inteligencia. Agítese, porque tendremos necesidad de todo vuestro entusiasmo. Organícese, porque tendremos necesidad de toda vuestra fuerza”.

 * Boaventura de Sousa Santos sostiene que “El fascismo social es un régimen civilizatorio característico de la crisis del contrato social de un Estado de Bienestar apabullado por un neoliberalismo en el cual las nociones de igualdad, solidaridad y justicia pierden su valor social colectivo y se da paso a la dominación de los intereses particulares de un grupo minoritario sobre los derechos de la gran mayoría”. Se trata de un sistema donde las sociedades son sistemas políticos democráticos que socialmente son fascistas. Por su parte, el fascismo populista es aquel que prescinde de la idea de derechos para ampararse en una suerte de filantropía para tratar la vulnerabilidad social, y vende la idea de la democratización de aquello que en la sociedad capitalista no puede ser democratizado.

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