Desde finales de noviembre de 2020 una columna de Mauricio García publicada en El Espectador titulada «Sobre la inexistencia del centro» reavivó el debate sobre la pertinencia del centro como categoría política. Tal asunto está resultando cada vez más relevante de cara a las futuras elecciones presidenciales de 2022, pero requiere sortear la ola de descalificaciones y la consiguiente disgregación de los aspectos deliberativos de una contienda política.
Las respuestas al problema de la existencia del «centro», más allá de constituir un asunto académico de palabras, tienen implicaciones sobre la cultura política colombiana y la representación y legitimación de las fuerzas políticas en disputa por el poder estatal. Es un hecho que sectores de la Alianza Verde o del fajardismo y sus «influencers» —véase Daniel Samper Ospina— se autoidentifican como «centro» y esperan con ello obtener réditos políticos, pues así esquivan las estigmatizaciones, que ellos constantemente reproducen, contra la «extrema derecha» y la «extrema izquierda».
Por eso, siguiendo las reflexiones del célebre politólogo italiano Norberto Bobbio, quiero exponer que la categoría de «centro político» sólo tiene sentido como un polo abstracto y sin contenido propio de la dicotomía izquierda-derecha. Nada nuevo bajo el sol.
1. Retomar la distinción izquierda-derecha
El «centro» es una categoría relacional, es decir, sólo tiene sentido como un punto medio abstracto del eje izquierda-derecha. Pareciera entonces razonable tratar de comprender qué es eso de la izquierda y la derecha, de la que el «centro» colombiano parece querer distanciarse más como táctica electoral que como contribución a la cualificación del análisis y debate políticos, algo paradójico en los amantes de las «buenas formas».
… el «centro» colombiano parece querer distanciarse más como táctica electoral que como contribución a la cualificación del análisis y debate políticos, algo paradójico en los amantes de las «buenas formas».
El escrito de Bobbio Derecha e izquierda: razones y significados de una distinción política constituye un valioso esfuerzo por conceptualizar y analizar una dicotomía que circula una y otra vez en el sentido común pero cuya definición no siempre es clara debido a la carga valorativa de estas categorías, cosa acentuada en Colombia por la estigmatización y persecución política históricamente ejercidas contra las izquierdas. La tesis de Bobbio es la siguiente: es la actitud frente a la igualdad lo que define a una persona de izquierda o de derecha.
La respuesta parece simple, pero nace de una revisión detallada de los contenidos histórico-políticos asociados a la distinción en Occidente —especialmente en Italia—, aunque nos enfrenta al problema de qué es la igualdad, para quiénes y bajo qué criterios (Bobbio, 2014).
Marco Revelli, un autor que Bobbio retoma, propuso cinco criterios para diferenciar a la izquierda de la derecha. La izquierda favorecería el primer término del criterio y la derecha el segundo. De ese modo, tenemos las siguientes dicotomías:
— progreso frente a conservación;
— igualdad frente a desigualdad;
— autodirección —o «autonomía»— frente a heterodirección —o «jerarquía»—;
— clases posicionadas como inferiores frente a clases posicionadas como superiores; y,
— racionalismo frente a irracionalismo (Bobbio, 2014).
En consecuencia, la izquierda se caracterizaría por adoptar posiciones «progresistas», favorecer posturas igualitarias y que propenden por la construcción de autodirección o autonomía, por reflejar posturas de clases subalternizadas y, por último, adoptar modelos de conocimiento racionalistas.
No obstante, de acuerdo con Bobbio, sólo el criterio espacial, el de la igualdad-desigualdad, ha resistido la prueba del tiempo en la caracterización de las izquierdas. Es, de hecho, según Rivelli, el criterio fundador de los demás. Por esa razón la dicotomía izquierda-derecha se construye en relación con la izquierda, es decir, en referencia con las actitudes y posiciones políticas que propenden por una mayor igualdad, si bien, como dice Rivelli, «lo que es de izquierda lo es con respecto a lo que es de derecha» (Bobbio, 2014).
En consecuencia, la izquierda se caracterizaría por adoptar posiciones «progresistas», favorecer posturas igualitarias y que propenden por la construcción de autodirección o autonomía, por reflejar posturas de clases subalternizadas y, por último, adoptar modelos de conocimiento racionalistas.
Esto último es importante para comprender que lo que es de izquierda o derecha «no está fijado de una vez y para siempre» (Bobbio, 2014), sino que sus contenidos concretos son contextuales, situacionales. En específico, lo que es de izquierda o de derecha se circunscribe dentro del universo discursivo y la cultura de un sistema político en cuanto parte del sistema mundial capitalista. Debido a ello la izquierda ha sufrido mutaciones desde que emergió bajo promesas de igualdad, libertad y fraternidad como brazo de una revolución en Francia cuyos gérmenes emancipatorios, como dice Gramsci, culminaron en el fin de la comuna de París y en la estructuración mundial de un orden burgués de derechas productor y reproductor de desigualdades estructurales.
En últimas, lo que hay que dejar patente es que políticamente hablando una persona de izquierda es más proclive a la igualdad que una de derecha, de lo que resulta una permanente lucha de las izquierdas contra las desigualdades sociales, presentadas por las derechas como «naturales» y aceptables, aunque hayan sido construidas mediante dispositivos artificiales de dominación como la raza o el género. Así pues, las luchas proletarias, anticoloniales o antipatriarcales —todas luchas de clase— son por definición de izquierda, así en su choque contra las derechas puedan perder un horizonte igualitario más radical.
lo que hay que dejar patente es que políticamente hablando una persona de izquierda es más proclive a la igualdad que una de derecha, de lo que resulta una permanente lucha de las izquierdas contra las desigualdades sociales, presentadas por las derechas como «naturales» y aceptables
Ahora bien, ¿Qué es la igualdad? Bobbio afronta esta cuestión hablando de políticas igualitarias, las cuales consisten en el reparto de bienes, ya sean «derechos, ventajas, facilidades económicas [o] posiciones de poder» (2014). El extremo de esta postura sería el igualitarismo, que establecería «igualdad de todos en todo».
Sí, Álvaro Uribe pudo haber repartido subsidios, pero esto no lo convierte en un socialdemócrata o en una persona de izquierda, como sostienen algunos libertarios, ya que, en el proceso político histórico, han existido otros grupos políticos que radicalizan la lucha contra la desigualdad —y no meramente la «lucha contra la pobreza»—, por ejemplo, mediante la defensa de la distribución de tierras o de la renta básica universal. La izquierda, por tanto, es más igualitaria, aunque no pretenda reducir al extremo todas las desigualdades —es un error de corrientes liberal-libertarias confundir la izquierda con el igualitarismo— e igualarnos en todo.
Por contraste, la naturalización de las desigualdades de las derechas las hace más proclives a aceptar «la costumbre, la tradición, la fuerza del pasado» (Bobbio, 2014). De ahí que se pueda identificar como de derechas ciertos nacionalismos antiigualitarios —que derivan en xenofobia—, la exacerbación del cristianismo —que deriva en homofobia y machismo— o la defensa a ultranza del libre mercado —productor y reproductor de desigualdades— y de los beneficios del egoísmo racional.
2. El engaño detrás de la idea de centro puro
Si retomamos los aportes de Bobbio que aquí se han resumido, podríamos hacer el ejercicio de imaginar una línea horizontal cuyos polos son «izquierda-derecha» e intentar visualizar qué sería el centro en términos de igualdad. La respuesta es: nada. El centro aquí ocupa abstractamente el lugar del cero a partir del cual se despliegan positiva o negativamente las luchas por la igualdad. Y todos sabemos que, siguiendo la analogía, el cero no tiene ningún valor.
el centro aquí ocupa abstractamente el lugar del cero a partir del cual se despliegan positiva o negativamente las luchas por la igualdad. Y todos sabemos que, siguiendo la analogía, el cero no tiene ningún valor.
¿Entonces qué sentido tiene hablar de centro? Como bien lo escribió Daniel Mera Villamizar, «lo que no existe es el centro político puro». En efecto, hablar de centro sirve para moderar posturas de izquierda o derecha —definidas según su tendencia a la igualdad—, pero no constituye un espacio político propio. Así, por definición una izquierda es más igualitaria que una centroizquierda y una centroderecha es más igualitaria que una derecha. Esta sencilla clasificación se aleja de la pintoresca imagen, construida por sectores colombianos autodenominados como «centro», de la izquierda y derecha como «extremos» a vencer por ser «extremos».
Mauricio García, quien aparentemente quiso defender la existencia del centro y hasta habló de una tradición político-intelectual de centro, no pudo escapar a las implicaciones del argumento anterior y terminó por clasificarse como «centroizquierda». Para él, la centroizquierda o el centro están definidos por:
«La defensa de los derechos y las libertades públicas,
El respeto por las formas del Estado de derecho, y
La promoción de políticas de redistribución económica y protección de la naturaleza».
No obstante, según García, es la disputa por la redistribución y el grado de radicalización de esta disputa —que él reduce al reformismo— lo que define a una persona de izquierdas, de derechas o de centroizquierdas, algo que es coherente con la posición de Bobbio, pero que en absoluto muestra que existe un centro puro, ya que una derecha o izquierda liberal puede defender derechos y libertades y «respetar» las «formas» del Estado de derecho. No se necesita, sociopolíticamente hablando, que un centro puro ficcional ocupe un espacio propio.
El truco de García está en mezclar indistintamente los criterios para definir el centro y la centroizquierda y escribir sobre «centrismo» o «tradición centrista» cuando, en coherencia con lo que él mismo había sostenido, debió haber hablado con claridad de «centroizquierdismo». Al no hacerlo da la impresión de hablar de un centro propio, un sofisma a todas luces.
3. Apuntes finales: la construcción hegemónica del centro en Colombia
El centro político «puro» es una construcción simbólico-discursiva que se autoidentifica como un punto medio, razonable y moderado. En Colombia evita llamarse de izquierda o de derecha, aunque en el análisis se pueda establecer el grado programático y efectivo de inclinación hacia políticas más o menos igualitarias.
Este autodenominado centro se imagina ubicado en medio de dos extremos peligrosos de un espectro izquierda-derecha polarizado. Tales extremos estarían concentrados, respectivamente, por las fuerzas aglutinadas en torno al proyecto de Gustavo Petro y las fuerzas aglutinadas alrededor del proyecto de Álvaro Uribe. De ese modo, el centro pretende proporcionar una «tercera alternativa» para quienes no comulgan con los «extremos» irracionales y no moderados y, así, evitar los peligros de alta conflictividad social e ingobernabilidad democrática derivados de la polarización enunciada. ¿Pero qué sentido tiene caracterizar a Petro como extremo cuando, aparte de defender un «capitalismo desarrollista más humano», menos dependiente y redistributivo, existe una alternativa democrática más radical como la del partido FARC y, además, la Colombia Humana no apoya ni ejerce la extrema violencia política?
¿Pero qué sentido tiene caracterizar a Petro como extremo cuando, aparte de defender un «capitalismo desarrollista más humano», menos dependiente y redistributivo, existe una alternativa democrática más radical como la del partido FARC y, además, la Colombia Humana no apoya ni ejerce la extrema violencia política?
Aunque la polarización sea un fenómeno real en Colombia, la manera en que el «centro» lo representa acude a ficciones que simplifican los debates programáticos y alimentan una mayor polarización. Expresiones como «Petro y Uribe son iguales, pues ambos son caudillos con hordas iracundas que desprecian a quienes no piensan como ellos» impide reconocer las diferencias presentes entre sus programas políticos, sus trayectorias políticas, las culturas políticas de sus simpatizantes y el tipo de orden social que mantienen o quieren transformar. De una forma paradójica el llamado «centro» exacerba simbólicamente la polarización para generar miedo a los «extremos» y venderse como solución, así no pueda precisar el carácter «extremo» de la izquierda desarrollista de Gustavo Petro en un país que tiene guerrillas izquierdistas activas.
En últimas, quienes se autoidentifican como «centro» a secas hacen un uso engañoso de esa expresión para explotar electoralmente la indefinición programática que tal significante proporciona, una tendencia propia de los «partidos atrapalotodo» —catch-all party— que comenzaron a aparecer en Europa desde mediados del siglo XX y desplazaron parcialmente a los partidos de masas tradicionales —que sí tenían claros intereses de clase y programas concretos en favor de los movimientos obreros— (Katz y Mair, 2004). Más que defender un programa político definido, el objetivo de los partidos atrapalotodo, vinculados con la emergencia del centro, es conseguir el mayor número de votantes. No otro parece ser el objetivo del «centro».
En Colombia este fenómeno no sólo ha ocurrido con la Alianza Verde, sino que ha afectado, en general, a casi todos los partidos, al punto que sólo hasta años recientes el Partido Liberal volvió a retomar programáticamente sus banderas socialdemócratas. Y es que en un escenario de polarización y conflictividad crecientes emanado de problemas estructurales que se invisibilizan una y otra vez… desconocer la trayectoria liberal-democrática de las izquierdas emanadas de las insurgencias antisistémicas o socialdemócratas —como el M-19— permite vender al mercado electoral una alternativa de «centro» a aquellos sectores temerosos de un cambio social que desmejore su posición social y empodere y beneficie a las clases populares. ¡Cuidado con el populismo nos dicen sin más una y otra vez!
Si hay una derecha o izquierda de «centro», ¡que lo digan! Pero que no engañen más al electorado. Y que el debate y la lucha prosigan.
Fuente principal
Bobbio, N. (2014). Derecha e izquierda: razones y significados de una distinción política. Taurus.
Otras fuentes
Gramsci, A. (1980). «Análisis de las situaciones. Relaciones de fuerzas». Nueva Antropología, 4(16), 7-18.
Katz, R., y Mair, P. (2004). «El partido cartel. La transformación de los modelos de partidos y de la democracia de partidos». Revista Zona Abierta, (108-109), 9-42.