La pandemia por el Coronavirus, ha agudizado la crisis de la doctrina de globalización neoliberal, advirtiendo además la necesidad de imponer un modelo ético y que lleve como bandera la justicia social.
“La crisis consiste justamente en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer”.
Antonio Gramsci
La crisis socioeconómica actual, se expresa en la zozobra de los mercados financieros que son, por cierto, especulativos. Sumado a la caída de los precios del petróleo que incluso ha alcanzado cotizaciones negativas y por ende la pérdida de activos en las bolsas mundiales. En Colombia, por ejemplo, es cada vez más acelerada la desvalorización del peso frente al dólar, lo que desde ya supone estado de recesión. En una economía como la nuestra, mutilada de la portunidad de diversificación y obligada a ser petrolizada por nuestras oligarquías, la constante volatividad en el precio del barril advierte además, una crisis insostenible en el modelo de mercado que se nos ha impuesto.
La hegemonía del capital financiero que se le impuso, a través de presión, bloqueos y dictaduras a América Látina y malogró los modelos de bienestar en todo el mundo hoy está, pardojicamente, a la espera de que los Estados le rescaten de la debacle económica.
Lo cierto es que el sitema-mundo capitalista está en declive y la globalización neoliberal quedó una vez más al descubierto, pues ante la inminente baja productiva, sólo ha buscado reactivar la economía demostrando una vez más que la defensa de las libertades en el neoliberalismo es, exclusivamente, la defensa de la libertad de empresa. Mientras tanto, las medidas de contención de la crisis económica, en coherencia con la naturaleza mezquina tanto de la doctrina de libre mercado como la de nuestros dirigentes, se proyectan a la garantización o incremento de sus prerrogativas.
La mercantilización de todo, incluso nuestros derechos, es además un riesgo en la contención de la pandemia, basta con ver la situación de países como Italia, España y Estados Unidos, pues ningún modelo se salud privado puede sostener una emergencia sanitaria. Los modelos sitémicos que propone la globalización neoliberal, aparte de ser intervencionistas y violentos, se han encargado de privatizar la salud, la educación, el transporte, la cultura y, básicamente todo. Lo que conlleva además a la desfinanciación estatal y por supuesto una fragilidad que le otroga todas las concesiones a privados para hacer lo que les plazca. Así, el bienestar social y la garantización de nuestros derechos está supeditada a los intereses del mercado.
La doctrina económica está en crisis, es cierto, pero esto no se debe exclusivamente a la coyuntura de la pandemia, pues evidentemente el modelo especulativo, la concentración de capitales financieros y la excesiva acumulación de la riqueza, conllevan la autodestrucción del sistema. Esto está demostrado, pues en épocas de globalización neoliberal han ocurrido recesiones económicas como nunca antes; partiendo de la crisis del petróleo en 1973, el lunes negro de 1987, la crisis de las puntocom , la gran recesión y crisis de la burbuja hipotecaria del 2007, la posterior crisis de la deuda en Europa, la guerra de divisas mundiales, etc. Así, académicos contemporaneos como Zizkek o Stigliz sugieren que el capitalismo global y neoliberal está a punto de terminar.
Sin embargo, el excesivo economicismo por si mismo no da cuenta del fin del neoliberalismo, hoy más que nunca es preciso postular la necesidad de cambios estructurales.
Las teorías críticas sugieren que tanto la ética neoliberal como el modelo económico no soportan más, sin embargo, desestiman la capacidad de adapción a la crisis que tiene la doctrina. Así es pertinente la no sobredimensionar los efectos de la actual crisis sobre la composición económica. Más bien, concentrarse, en la capacidad de acción y transformación social y cultural que ofrece el escenario actual.
Pues las clases populares, tratando hacer frente a la emergencia sanitaria y al hambre, además de la consciencia generada en la mayoría de la población en torno a la recuperación de lo público, configurarán una relación de fuerzas importante en la adaptación de un régimen de acumulación diferente al neoliberal.
Advierte Gramsci que los tiempos de crisis se caracterizan, principalmente por que dentro de la ruptura de un modelo las contrapartes no tienen la capacidad de consolidar la transformación real de la hegemonía y esto le permite a las clases dominantes fortalecerse.
Así, se hace pertinente una lectura más cultural que economicista de la crisis, pues las clases dominantes ante la pasividad social, encontrarán nuevas formas, reorganizativas del neoliberalismo. Allí, la participación y organización colectiva será fundamental en la búsqueda de desestructurar la globalización capitalista. La disputa es, entonces, más que por la conquista del poder político, la conquista del poder cultural. Es la búsqueda de una sociedad más justa, que distribuya las riquezas adecuadamente y donde la libertad sea premisa. Una libertad verdadera, no la depravada concepción de la libertades en el neoliberalismo. Es necesaria la voluntad y empatía de los diferentes sectores sociales pues la verdadera oportunidad de transformación está en la búsqueda de un modelo de producción ético y que lleve como bandera la justicia social.