Pintaremos monumentos
por todita la nación.
No es un método violento,
es legítima expresión
en este país sangriento
que no nos presta atención.
CONTINGENTE DE FANDANGUERAS
Marcha del 8M, 2022
Como muchos, el modelo urbano de la ciudad de México (CDMX) fue trazado por sujetos masculinos y al servicio de intereses mercantiles y capitalistas. Es un proyecto moderno que no está centrado en las personas y aún menos en las mujeres.
La calle es un espacio público masculino. Sobran las imágenes de sujetos con portafolios atravesando las explanadas, sentados mientras les bolean los zapatos, agrupados en cualquier puesto de comida, esperando el transporte en las paradas, hablando en voz alta por las banquetas o agremiados en las esquinas mientras pasan revista a quienes caminen al lado. En el caso extremo, están los desposeídos que ocupan las calles para dormir.

También están los que se trasladan en carro. Siempre a prisa y siempre abogando por su uso monopólico de las avenidas al unísono de ¡mujer al volante, peligro constante! La CDMX está diseñada para el tránsito de los carros, 61% conducidos por hombres. En el transporte público compiten desquiciados por ganarle el pasaje al otro, aunque quien gana en realidad es el patrón recibiendo puntualmente a quienes le trabajan por menos del valor de su propia reproducción biológica y social.
Las canchas y los aparatos de ejercicio en los parques públicos también anuncian implícitamente que son masculinos. Nosotras no somos libres de ocupar estos espacios, menos aún con ropa deportiva femenina. Y aunque somos más mexicanas que mexicanos, sólo el 43.4% de las viviendas urbanas son patrimonio femenino.
El dominio urbano masculino nos genera incomodidad al transitar la ciudad, nos provoca miedo de ser acosadas, violentadas, asaltadas, violadas o asesinadas. Las calles y avenidas nos son ajenas. Sus nombres son abrumadoramente masculinos: no nos representan. La ciudad nos excluye con sus espacios “públicos” hostiles y amenazantes para quienes no nos identificamos con el género dominante.
En una investigación, Eva Kail comprobó que la percepción que tenemos las mujeres respecto a la ciudad, marca nuestra relación con ella. Si habitamos una ciudad que nos excluye del espacio público, arrinconándonos en el espacio privado del hogar ¿no es esperable que las mujeres respondamos asaltando el espacio público y signando su patrimonio eminentemente masculino?
Existe un solo día del año, el 8 de marzo, en que las mujeres salimos masivamente al espacio público a expresar todas nuestras denuncias en contra de la sociedad capitalista y patriarcal que nos oprime cotidianamente. Para muchas, tomar las calles en la Marcha del 8M es la única oportunidad de enunciar las violencias que viven a diario, de advertir que no están solas sino que la violencia de género es un problema estructural que nos atraviesa a todas.

11 mujeres son asesinadas diariamente en el país y el 86% del territorio nacional permanece bajo Alerta de Violencia de Género. ¿Podríamos solicitar amablemente que no nos maten? ¿O denunciar pacíficamente todas las violencias a las que estamos sujetas? ¿Podríamos pedir por favor que nos devuelvan a todas las muertas a manos de feminicidas? ¿O decir que, si no sería mucha molestia, no los protejan con impunidad?
Evidentemente, la respuesta es ¡No! Es peor que indignante que, además de la falta de consciencia, empatía y sensibilidad, se instale en el sentido común la condena social al “vandalismo” de las mujeres en las calles.
Es repugnante omitir la primera violencia que significa para nosotras habitar en una ciudad que nos excluye todos los días y todas las noches. Es injusto no asumir que los daños al patrimonio de la ciudad son un síntoma del malestar que nos genera a las mujeres habitar una sociedad hostil y amenazante, capitalista y patriarcal.
Al permanente peligro de muerte que vivimos las mujeres, se suman las desigualdades y brechas por razón de género que nos impactan cotidianamente en lo laboral, educativo, cultural, sexual, etc. A esta multidimensionalidad de la violencia de género obedecen las múltiples demandas y consignas personales y políticas que cada 8 de marzo desbordan las avenidas más grandes de la CDMX.
Es evidente que no basta con tomar las calles y marchar. Hay una ferviente necesidad de dejar huella a nuestro paso, una inocultable urgencia de dejar registro de que la ciudad no es nuestra y por eso la apropiamos con nuestros cuerpos, nuestras voces, nuestras mantas y nuestras pintas. ¡Fuimos todas!
