Mozart y el derecho a estremecerse

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Asistí el domingo al cierre del 7mo Festival Internacional de Música Sacra de Bogotá en la Catedral Primada.

Eran las 3:10 p.m. cuando junto con mi hermana y mi mamá llegamos a la fila que ya doblaba la esquina. Aunque el evento estaba programado para las 4:00 p.m. y el sol no daba tregua, los asistentes continuaban llegando. Al entrar por fin a la Catedral, estaba repleta, y tuvimos la fortuna de sentarnos detrás de una familia para minutos después presenciar una bonita escena que ya confirmaba lo que ahora escribo.

Poco antes de iniciar el REQUIEM K626 de Mozart, interpretado por el coro de la Universidad de los Andes y la Orquesta Filarmónica de Medellín, la familia que ya mencioné, guardaba una fila entera de sillas a la espera de más personas, impacientes miraban hacia la puerta mientras los organizadores les reprochaban las sillas aún vacías. Fueron llegando los tan esperados familiares, era una familia paisa, no de ciudad, no iban con ropa informal o elegante, pero era evidente que no habían elegido su vestuario del domingo a la ligera. La familia se levantó casi al unísono, el motivo, un joven de traje y con un violín en la mano venía a saludarles. Orgullosos padre, madre, tías y primos, abrazaban a quien en contados minutos haría parte de la Orquesta que de manera tan poderosa interpretaría el REQUIEM K626.

El concierto inició, y con él las repetidas ocasiones en las que el no estremecerse era inevitable, las imponentes entradas del coro, la arquitectura de la Catedral, la interpretación de los músicos. Y viendo de nuevo a la familia, a los asistentes al concierto, pensé en lo privilegiados que éramos. No todos en Bogotá por ejemplo, tienen las facilidades económicas para asistir a algo así, y siendo honestos, muchos tampoco tienen el interés, ¿Pero cómo va a interesarse en Mozart una persona ha crecido escuchando la misma emisora cada día, una persona para la que sólo existen tres géneros musicales que pone esa emisora?, ¿Cómo va a apreciar el teatro una persona cuya rutina desde muy joven es trabajar cumpliendo un horario y llegar agotada a la casa a ver alguna novela?, ¿Cómo va a desear ver el Zurbarán que llegó del Prado una persona a la que desde pequeña le entregaron un celular para “entretenerla”?

Tanto el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales PIDESC, como el Protocolo adicional a la Convención Americana sobre Derechos Humanos en materia de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, a los cuales está suscrita Colombia, promueven la participación en la vida cultural, el acceso a la cultura y la protección de la propiedad intelectual. Pero desafortunadamente y como siempre, esos derechos se encuentran sólo en el papel, en Colombia como en muchos otros lugares, el acceso a la cultura es un privilegio, y es un privilegio que nada tiene que ver con las capacidades e intereses de las personas, va más allá de la posibilidad de escoger, y en cambio, está muy ligado al poder adquisitivo.

En El derecho a la ciudad el geógrafo David Harvey apela no sólo al derecho de acceder a lo ya existente, sino el derecho a transformar eso que existe a partir de nuestras necesidades y anhelos, por lo que evidentemente estarían en contravía de esta idea, el pintar las fachadas de las viviendas en las periferias sin intervenir de fondo en las verdaderas necesidades de sus habitantes, o el llenar esas mismas periferias de esos “parques” de 10 metros en los que prima el cemento, o la completa ausencia de árboles.

Intentemos entonces reivindicar ese derecho a estremecerse, a tener la posibilidad desde pequeños de elegir nuestros gustos en medio de la variedad, y no que nos sean prácticamente impuestos por que el acceso a la cultura sea privilegio de unos pocos, el derecho a estremecerse la primera vez que entramos a un teatro, o a un museo, ese estremecimiento que se da en un concierto, un concierto no precisamente como el de alguna emisora comercial que rifa boletas para la celebración del “prom” de los colegios distritales, el derecho a estar bajo la sombra de un árbol en un parque en el que abundan los árboles y el pasto sin importar si vivo en las periferias o en los centros, el derecho a estremecerse, como esa familia en la Catedral.

Publicado: 1 de octubre de 2018.

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Nicole Pinzón. Co-directora de la Revista Hekatombe. Maestra en artes plásticas de la ASAB, fotógrafa. Amante de la pedagogía y los derechos humanos.

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