Otro artículo contra la tauromaquia

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Con la reapertura de la plaza La Santamaría se aviva el debate en Bogotá sobre la legitimidad -y por qué no, la legalidad- de las corridas de toros. Los enfrentamientos ocurridos el domingo 22 de enero, día en que se inauguró la Feria Taurina, después de casi 5 años prescindiendo de corridas de toros en la ciudad capitalina, se hizo evidente una realidad: la mayoría de bogotanos no queremos más corridas de toros en la ciudad, y exigimos que el espacio de la plaza La Santamaría sea usado para eventos masivos, que podamos disfrutar las mayorías de la ciudad. En este artículo, quisiera puntualizar algunos argumentos que, desde mi perspectiva, son necesarios considerar a la hora de oponerse a las corridas de toros.

 

¿Los taurinos son una minoría?

Comúnmente, el argumento principal al que apelan los taurinos para defender las corridas de toros es que, en su condición de minoría, sus derechos fundamentales, tales como la libre expresión, deben ser garantizados por el Estado colombiano. Y yo me atrevo a cuestionar ¿en realidad los taurinos son una minoría?

Cabe primero aclarar que el concepto “minoría” tiene una ambigüedad jurídica increíble, hasta tal punto que delimitar sus fronteras, para definir qué es y qué no es una minoría, resulta muy difícil. La conceptualización más común, de la cual hace uso incluso ONU Mujeres, es la de Capotorti, quien reconoce dos elementos centrales para la definición de las minorías. El primero de ellos es que, sea un grupo minoritario numéricamente con respecto a la población de un Estado y que no tenga una posición dominante, y el segundo de ellos, es que esta agrupación desee mantener características propias de su identidad como grupo. Como puede pensarse, esta definición es muy cuestionable, por varias razones. La primera de ellas es que, si necesariamente la minoría debe pertenecer al Estado, los grupos de inmigrantes, que están en clara desventaja, no serían una minoría. La segunda, tiene que ver con la idea de que el número de integrantes define si un grupo es una minoría o no, puesto que, poblaciones mayoritarias están en condiciones de vulnerabilidad, como ocurriría con las mujeres en un sistema patriarcal, y como la población negra en la Sudáfrica del apartheid.

Pero, hay una cuestión que me parece importante considerar, y es que Capotorti cuando define a las minorías, señala una relación de conjunción, determinada por el conector “y”. Es decir, tanto el número de personas que pertenecen al grupo en relación con la población de un Estado como la posición de subordinación son determinantes e inseparables.

Desde esta conceptualización, los taurinos no son una minoría. Sí, en número son menos que las personas que estamos en desacuerdo con las corridas de toros, pero no son un grupo subordinado. La mayoría de personas que asisten a las corridas de toros en Bogotá son personas con poder político, económico e intelectual. Basta ver las noticias en las cuales se exaltaban a personajes como el ex procurador Ordoñez, quien asistió a la corrida de toros del 22 de enero. Y no es el único, diversos personajes con grandes influencias y poderío disfrutan de las corridas de toros.

Así que no, señores taurinos, ustedes no son una minoría. Una élite política y económica no es una minoría. Minorías a las que debe proteger el Estado son aquellos grupos que, teniendo claras desventajas sociales y económicas han sido olvidadas, marginalizadas y subalternizadas.

¿La tauromaquia es una cuestión de clase?

Teniendo en cuenta lo anterior, quiero tocar un tema que me parece central, porque lo he evidenciado en todas las protestas antitaurinas en las que he participado.

En algunos pueblos las corridas de toros no son privilegio de un grupo pequeño con mucho dinero, sino que es una festividad para el pueblo. Pero en el caso de Bogotá, son las élites políticas y económicas las que disfrutan de los espectáculos, haciendo uso de recursos públicos que se necesitan para potenciar la cultura en las mayorías más vulnerables. Así que, al menos en el caso bogotano, las corridas de toros sí son una cuestión de clase. Esto no le otorga un valor negativo en sí mismo, pero sí nos obliga a cuestionarnos en qué queremos que se utilicen los espacios de la ciudad y en qué queremos que se gasten los recursos públicos que se consiguen del bolsillo de todos los ciudadanos. Y la respuesta que considero adecuada es que deben ser invertidos en lo que a las mayorías vulnerables nos interesa.

Así que, bajo la cuestión del privilegio, los recursos públicos, y la cultura en grupos vulnerables, veo una única salida: que los taurinos gestionen absolutamente todos los gastos de las corridas y construyan su propio espacio (no uno que pertenece a todos) con su propio dinero (que tienen en creces). Eso es lo justo en términos económicos. Siempre deben privilegiarse los intereses de los grupos menos favorecidos, a los cuales pertenecemos las mayorías antitaurinas. ¿Quiénes en la ciudad cuentan con 500.000 o más para entrar a una corrida de toros? Nadie que gane uno o dos mínimos, se los aseguro.

¿Y qué hay con la tradición?

La tradición en sí misma no confiere la perpetuidad de las acciones humanas. Que las mujeres fuésemos tratadas como propiedad de los hombres ha sido tradición, y eso no quiere decir que sea correcto. Que los romanos disfrutaran lanzándole cristianos a los leones también fue tradición, y eso no le otorga un sentido positivo al acto. Que los esclavos fueran utilizados como cosas al servicio de los grupos privilegiados también fue tradición, y no por ello es positivo. Que las mujeres prueben su virginidad para no ser injuriadas o incluso apedreadas ha sido tradición, y no por ello está bien.

Sí, la tauromaquia es una tradición colonial, impuesta en nuestras tierras por aquellos que nos colonizaron a punta de muerte, torturas, desplazamientos, violaciones, y demás. Pero eso no es argumento que lo defienda. Si desean ganar el debate apelando a la tradición deberán demostrar por qué motivo esta tradición en específico debe preservarse. Y recuerden que, apelar a que son una “minoría cultural” a la que debe respetársele lo que quieran hacer, tampoco es certero, por lo ya expuesto.

¿La tauromaquia es arte y cultura?, ¿La estética está desligada de la ética?

Puede ser un arte, porque la apreciación de lo bello, lo agradable, lo placentero es subjetiva. Pero ocurre lo mismo que con la tradición. Su condición como arte y como tradición no le otorga un sentido defendible. La defensa la determina el bien hacer o el mal hacer de ese arte y tradición. Si el arte y la tradición afectan a alguien, no son defendibles. Y ahí es donde está el vínculo entre estética y ética ¿Es ético asesinar a un ser sintiente, con una vida propia e incluso con consciencia? Todos los seres con sistema nervioso central son seres sintientes. El sufrimiento trasciende el dolor físico, y tiene que ver con la frustración de intereses. En este asunto, como en todos los relacionados con los demás animales, la defensa de la matanza y el uso de los mismos, tienen un sustento basado en la discriminación y la máquina de jerarquización especista. Lo único que puede justificar que nuestros intereses estéticos se pongan por encima del interés básico de vivir de seres sintientes es el prejuicio y la discriminación. En este caso, la discriminación especista.

Para algunas personas, ver cómo un león descuartiza a un ser humano debe ser una obra de arte increíble. Apreciar la violencia ejercida por unos sobre otros es una cuestión placentera para muchos (de no ser así, los vídeos de violaciones y torturas no tendrían la demanda que tienen). Pero ninguno de esos gustos puede ser respetado cuando afectan a otro. Y en el caso de la tauromaquia, el afectado es un toro, que siente dolor y placer, que tiene unos intereses propios y que piensa, como todos los seres con cerebro lo hacemos.

Creo que sobre el tema de la tauromaquia se ha dicho demasiado, y espero que lo expuesto en este texto abra nuevas posibilidades de debate. La invitación con la que culmino es a que trascendamos la cuestión relacionada con las corridas de toros, y analicemos en general las formas en las que nos hemos venido relacionando con los demás seres sintientes con los que habitamos el planeta. A su vez, dejo la invitación para que continuemos movilizándonos por una Bogotá, y una Colombia sin corridas de toros, y sin ningún espectáculo que use a los demás animales. Esto, en mi opinión, será central en el periodo de transición al cual nos enfrentamos, que exige de nosotros la construcción de unas sociedades más pacíficas, respetuosas y menos violentas.

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Por: Sharon Barón

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