En medio del escepticismo y las primeras medidas de aislamiento al inicio de la pandemia, el colorido relato en el que nos salvaríamos todos recorría el mundo; sin embargo, el riesgo creciente del COVID-19 fue endureciendo la atención a la emergencia y a su vez, desencadenando una actitud de quienes hoy lideran la crisis. En España el Partido Popular y el Vox, aunque divididos, han sacado su casta contra la posibilidad de un Ingreso Mínimo Vital y abiertamente han defendido primero la supervivencia económica. En Holanda, Frits Rosendaal, jefe de epidemiología del Centro Médico de la Universidad de Leiden que asesora al gobierno, declaró que “no se deben admitir en las UCI a personas demasiado viejas o demasiado débiles”. En el Reino Unido Boris Johnson cargado de negacionismo decía que lo que está sucediendo era “histeria mundial por una pequeña gripa” y declarando que “muchas familias iban a perder a sus seres queridos”, semanas después estaba en cuidados intensivos por el virus.
En EE.UU el republicano Dan Patrick dijo que “los abuelos deberían sacrificarse y dejarse morir para salvar la economía” y el analista Rick Santelli pidió “inocular el virus a toda la población”, a su vez, seguidores de Trump salieron a las calles armados, para exigir que se levantaran las medidas asumidas por algunos gobernadores locales; y el presidente, en medio de su esquizofrenia por la pérdida de su rol global desata el inicio de guerras y reactivaciones económicas sin importar las consecuencias. Latinoamérica no se queda atrás, en Brasil, Bolsonaro afirma que “algunos simplemente morirán”, “los brasileros no se contagian porque bucean en alcantarillas” o que “el brote es una fantasía”. Y Colombia, con un presidente que, así como dice una cosa hoy dice otra mañana, se encuentra rodeado de personajes como María Fernanda Cabal que afirma que el virus “es un pánico absurdo”, el ministro de hacienda que habla de más reformas tributarias y Uribe que pareciera casi silencioso, se esconde cautelosamente en medio de la pausa de sus escándalos. Esto no es más que la imposición del Darwinismo social, es la ley del más fuerte y el más débil, el que puede se salva y el que no, pues no.
Por otra parte, los riesgos económicos y políticos son de preocupación continua y han logrado hacer que se adopten medidas en función de tirar un salvavidas ante la recesión y desglobalización del momento, son estos riesgos los que están fortaleciendo un relato contra los pobres; medidas y discursos a costa de preservar la “estabilidad mundial” se encuentran en juego, sin importar los muertos que esto pueda costar. El congelamiento y la suspensión unilateral de contratos, despidos, vacaciones parcialmente pagas, la informalidad atacada, y los pocos escuderos que siguen laborando se encuentran en condiciones precarias.
Los beneficios económicos a los bancos y a las grandes corporaciones, es una vieja fórmula para salvar la economía, y el resultado es que siguen generando relaciones de dependencia para la clase media y baja en medio de su avaricia, altos intereses, cruces de cuentas y grandes utilidades. La preocupación global por la crisis del virus comienza a causar una actitud acelerada por la reactivación económica, siendo los trabajadores y los sectores más empobrecidos esa avanzada de primera para mirar si aguantan unos estirones más. Y como si fuera poco, los subsidios sociales incipientes son celebrados como el gran aporte del Estado para garantizar “equidad”. En el mundo, en Latinoamérica y en Colombia, la pandemia llegó y las medidas seguirán sido graduales por fanáticos de las privatizaciones, los recortes presupuestales, los amigos de los beneficios tributarios y amantes del crimen, que harán todo lo posible por tener a los trabajadores y los pobres entre el virus, el trabajo y el hambre.
Aunque las estrategias en torno a los aislamientos obligatorios y las medidas de distanciamiento social son efectivas para reducir y contener el contagio, tienen consecuencias sociales y económicas importantes, en especial en países donde las condiciones socioeconómicas de las personas son las principales limitaciones para adquirir bienes y servicios. De acuerdo a la pobreza multidimensional global el 23% de la población de 101 países son pobres, es decir, un promedio de 570.4 millones de personas en el mundo no cuentan con derechos básicos para vivir, como los son servicios públicos, vivienda, salud y mucho menos educación o acceso a trabajo.
Es importante considerar que en países con altos niveles de pobreza el cumplimiento de las medidas es muy difícil, no solamente porque la población se ve sometida a decidir entre enfermarse o comer, sino que las condiciones de salud pública, laborales y derechos sociales son profundamente débiles para atender una emergencia de tal magnitud como la actual. La precariedad laboral tiene como fuente la informalidad a nivel mundial, que para el continente americano oscila entre el 60% y el 70% de la población trabajadora, lo que significa que estas personas no cuentan con la posibilidad de acceso total ni parcial a garantías sociales y sus ingresos no son superiores a los salarios mínimos establecidos.
Sumado a esto, el acceso del transporte público sufre de alzas insostenibles para la economía de los trabajadores debido a desplazamientos demorados, costosos y con baja calidad. El consumo cultural, aunque está en aumento por las posibilidades del uso del internet y el crecimiento de la oferta, es principalmente obtenido por clases medias y altas. Esta situación precaria a nivel mundial y regional hace que la calidad de vida de la mayoría de la población sea indignante. En contraste a lo anterior, grandes deportistas, artistas, altos funcionarios del Estado, banqueros y corporativistas se jactan de su cómoda tranquilidad con casas lujosas, banquetes, actividades de esparcimiento en medio de una crisis global que sigue detonando el aumento de la desigualdad y exclusión social.
Allí, en medio de las líneas rojas de la desigualdad, las políticas antiderechos, la focalización y sectorización neoliberal, los discursos elevados de segregación y los pactos internacionales basados en la justicia y la igualdad para regular el mundo se encuentran ausentes ante la humanidad. La ONU, la Cruz Roja Internacional, el G7, el G20, el FMI, la OTAN, el Banco Mundial, la OMC, etc., brillan por su indiferencia, rol ajeno, distante e inmóvil, en las crisis se sabe quien lidera, quien gobierna y quien decide, el sueño del crecimiento global y de estabilidad capitalista se tradujo a que el 1% de la población mundial tenga el control del 85% de la riqueza del mundo, en relación con el 99% restante. Ante esto, el silencio sepulcral de las instancias internacionales no es más que un valor sin utilidad que en medio de la pandemia le hace una venía a Trump el empresario inmobiliario, a Jeff Bezos el gigante Amazon, a Bernard Arnault del Grupo LVMH, al inversionista Warren Buffet de la firma Berkshire Hathaway, a Amancio Ortega de Inditex, a Carlos Slim de América Móvil, a las industrias de los datos y la información, o más cerca, una venía a Luis Carlos Sarmiento Angulo, Jaime Gilinski Bacal o Carlos Ardila Lülle, entre otros.
Entre más riqueza, mayor pobreza, esto es lo que han dejado las crisis mundiales desde inicios del siglo XX, han dejado fortalecido al gran capital que hoy continúa siendo el más victorioso después de cada tensión global; cada crisis trae sus propias enseñanzas, en cada una de ellas, las contradicciones del sistema-mundo se confrontan y se agudizan, la historia de éstas se convierte en un claro/oscuro en donde emergen los peores fenómenos contra la justicia, la igualdad, la libertad y los derechos.
Entre finales de 2019 e inicios del 2020, el mundo se desenvolvía en medio de grandes movilizaciones de gente indignada, de reclamos por la vida y los derechos, de defensa de la justicia y la democracia, la defensa del ambiente y estructura ecológica, entre otros sentimientos, que engendran deseos de cambio, deseo de romper con el pasado y el presente, a la final, deseos que deben continuar; ese sentimiento de cambio debe llevar a derrumbar el engaño que se empieza a configurar por parte de los mismos que tienen envuelto el mundo en una crisis que se superará en dos o tres años; los antidemocráticos hoy hablan de democracia, los que acumulan riqueza hoy hablan de igualdad, los racistas hablan de antirracismo, los colonizadores hoy hablan de autonomía, los antiderechos hoy hablan de vida y oportunidades y los explotadores hoy hablan de sostenibilidad. En medio de la pandemia, de la crisis, del interregno, surgen los discursos menos neutrales y decantan las historias.
Las crisis son de provecho común, son de construcción de relatos que se dan por medio del soporte de luchas y tensiones sociales, de atracción por los cambios y de esperanza por el mundo. Así como incrementan manifestaciones de autoritarismo, racismo, de egoísmo, de extremo control y vigilancia, aumenta la desigualdad social y la guerra contra los pobres se agudizará, y así, la guerra contra los ricos tendrá que comenzar, las victorias por justicia, democracia y poder deben emerger para definir el rumbo del siglo XXI.