Pocas cosas identifican tanto la actualidad de las izquierdas como su vocación de auto-marginación, muchos nostálgicos que pueblan este lado del tablero político creen que hacer una política radical tiene que ver con sacar banderas rojas a las manifestaciones, propagar en los caracteres que ofrece Twitter las consignas más radicales, llamar a las personas a levantamientos imaginarios y luego de todo esto henchirse de nostalgias en algún bar en el que venden cerveza barata acerca de cómo la realidad podría ser mejor si las gentes les escucharan más. Para ellos y ellas, lo más importante es tener el mejor diagnóstico de la situación, un lenguaje que destile tinta roja y la consigna que mejor sea capaz de sintetizar su llamamiento a la acción entorno a una táctica acordada después de una eterna y poco concurrida reunión. Todo esto lo sé porque así me he comportado y pensado durante buena parte de mi vida militante, he descubierto con amargura que esta manera de ser e intervenir la política solo sirve para seguir enclaustrados en el ostracismo: porque nos asusta al poder, porque no nos acerca a las mayorías con las que todo proceso de cambio y transformación profunda debe contar y porque nos condena a una eterna marginalidad cuyo fundamento epistemológico es creer que la realidad es la equivocada pero nosotros NUNCA.
No nos sirve que Juanes critique el asesinato de líderes sociales, tampoco que Claudia Bahamón rechace el Fracking, tampoco que una joven valiente como Greta Thunberg increpe a los dueños del mundo por su responsabilidad en el cambio climático y la catástrofe ambiental, estas son opiniones que no valen, no sirven, siempre hay una pata que buscarle al gato, no son lo suficientemente puros ni puras para criticar, ni levantar la voz. En lugar de ser capaces de aprovechar esas declaraciones para dar altavoz a posiciones y puntos de vista que interpelen el sentido común construido por los de arriba y creído sin objeción por los de abajo, estamos inventando antagonismos falsos, encerrados en un círculo vicioso de auto-marginación y dogmatismo. Lenin, el político radical por excelencia, se reunió muchas veces con el cura Gapon, protagonista de las rebeliones de 1905, para ver cómo podía servir y aprovechar eso para su causa, porque él a diferencia de muchos de nosotros entendía que la política radical es la que gana, no la que se dedica a rumiar derrotas en conversaciones de amigos en un bar.
Da grima ver a muchos de estos jacobinos del WhatsApp, dándoselas de de-coloniales, criticando el lugar de enunciación de Greta Thunberg (que ella misma reconoce es de privilegio como hizo antes la heroica capitana Carola Rackete, rescatista de migrantes en el Mediterráneo) sin evaluar cómo su discurso certero y contundente habla a las mayorías no respecto a la contradicción entre sociedad y naturaleza que agudiza la creciente expoliación capitalista y cómo esta desemboca en la antinomia: socialismo o barbarie, que es lo que a muchos y muchos nos gustaría oír y decir, pero sí de como los que mandan nos han robado los sueños, han timado una generación de jóvenes con sus cuentos de hadas, de cómo esta generación no está dispuesta a tragar entero porque sabe que todo está mal, porque ya sabemos que aquí importa el dinero y las ganancias de unos cuantos antes que la vida, en su discurso no cita El Capital, ni los manuscritos económico-filosóficos de 1844, pero sus palabras inflaman el ánimo de lucha y la consciencia de personas que empiezan a aproximarse a esa lucha por intervenciones como esas. Es cierto que miles de luchadores y luchadoras sociales indígenas, campesinos y ambientalistas de este lado del planeta han dicho lo mismo y mejor, muchos de ellos y ellas pagando con sus vidas e integridad sus valientes luchas, pero también es cierto que las claves mediáticas del mundo en que vivimos nos las ponemos nosotros porque otra cosa serían, las pone el poder, si alguien puede colarse por esas rendijas restrictivas y gritar fuerte y claro unas verdades, yo no puedo más que alegrarme, por más que ese alguien no tenga las manos callosas por darle al arado.
Lo que ha ocurrido evidencia lo mucho que preferimos tener razón y ser marginales a este lado del espectro antes que buscar nuevas claves que nazcan de pensarnos autocríticamente en relación con un mundo y una realidad fundamentalmente nueva, claves que rompan con la comodidad y la auto-complacencia, que apunten a ganar y ser mayoría para cambiar las cosas, si a mí me tocara cantar la internacional solo en mi casa y guardar las banderas rojas en el armario para con ello ayudar a configurar una mayoría social que sirva a quitarle el poder a los de siempre y que la gente pueda vivir mejor lo haría sin pensar un segundo, no es desteñirse es entender que en política como insinuaba Machado en uno de sus versos nos toca tejer con el hilo que hay no con el que nos gustaría.
Recuerdo con estos debates una épica escena de la película la clase obrera va al paraíso de Elio Petri (1971) en la que un grupo de estudiantes revolucionarios megáfono en mano, agitan justas consignas revolucionarias y reparten octavillas llamando a la insumisión a la entrada de una fábrica y a conformar comités de acción de base obrero-estudiantil, la reacción de los obreros es pasar indiferentes por el lado y ponerse frente a las máquinas a trabajar. Si queremos cambiar las cosas no basta tener la razón, hace falta conectar esa razón con la vida, los sentimientos y las vivencias de las mayorías de las que durante tanto tiempo hemos permanecido aislados.