Necesitamos solidaridad. No podemos repetir demasiado esa verdad. Necesitamos revitalizar nuestras relaciones cotidianas con solidaridad y empatía como primer paso hacia la construcción de países y sociedades más justas. En lo cotidiano dar contenido a la idea de solidaridad pasa por preguntarse en qué lugar se está de la asimetría de poder, en el desbalance entre quienes pegan y quienes reciben el golpe, entre quienes ostentan el poder de la violencia y una supuesta legalidad y quiénes no. Hay que preguntarnos por nuestro lugar en el mundo, por los acumulados que explican los momentos políticos, económicos y sociales en los que las injusticias ocurren. No ideas en abstracto.
Tras esa necesaria introducción, a lo que nos convoca pues:
Melba Escobar tengo entendido que es escritora, nunca la he leído en esa faceta. Le he leído un par de cosas en prensa, aunque no puedo decir que sea periodista. Los dos textos sobre los que me quiero ocupar son uno aparecido en mayo de 2016 en el diario El Tiempo y una columna de opinión aparecida en el diario El Espectador hace un par de semanas. A los dos textos los conecta una preocupación por la verdad, digamos, y en ese sentido, yo, también preocupada por la verdad, quiero compartir mis opiniones sobre la debilidad en el pensamiento expresado y la burda mediocridad del papel jugado por Escobar en algo tan importante como la construcción de la narrativa alrededor del homicidio de un menor de edad por parte de la policía en Bogotá y su posterior encubrimiento.
Escobar escribió en mayo de 2016 un texto sobre el asesinato de Diego Felipe Becerra joven bogotano menor de edad, cometido en 2011 por el patrullero de la Policía Metropolitana de Bogotá (MEBOG) Wilmer Antonio Alarcón y posteriormente encubierto por personal policial de la MEBOG en colaboración, según el proceso que sigue, con un abogado un civil de la Policía llamado Héctor Hernando Ruiz. Este abogado ha sido señalado de ser el responsable de unificar las versiones de los agentes involucrados (fuente NoticiasUno y fuente Semana). Él mismo, en 2015, denunció amenazas contra su vida (NoticiasUno 1 y NoticiasUno 2) cuando habló de por lo menos 40 personas que fueron las que aproximadamente «yo [el abogado] vi cuando llegué a la escena del crimen» (1:20, último enlace).
El texto de Escobar se titula «El caso del grafitero, la otra cara de la controversia». La ‘otra cara’ hace referencia a que la autora selecciona como fuente principal para su texto las miradas de oficiales, y sus familias, involucrados y vinculados al proceso penal por el encubrimiento del asesinato. Es un texto que busca contar la versión del asesinato, el encubrimiento y el caso en general desde el punto de vista de tres de los más altos oficiales que han sido involucrados al caso: el coronel José Javier Vivas (Subdirector de la MEBOG para la época de los hechos) y los tenientes coroneles Nelson de Jesús Arévalo (comandante de la estación de la localidad de Suba para la época) y John Harvey Peña Riveros (una nota en Semana sobre el presunto papel de estos oficiales). Ahora bien, líneas atrás señalé que no consideraba a Escobar como periodista, ya que una periodista, que produce textos periodísticos, debería guardar ciertas formas como la veracidad de las versiones que comunica, contrastar hechos y datos, investigación, entre otros elementos. El texto sobre el asesinato de Diego Felipe es una narración llena de melodrama que intenta describir dramas familiares genuinos (por ejemplo que un matrimonio se separe porque uno de sus miembros es un alto oficial acusado de ayudar a montar una cubierta al asesinato de un pelado) pero para ello se vale de cursilerías, ambigüedades y francas mentiras para distorsionar lo que se sabe hoy se sabía entonces del caso del asesinato, y lo que es más importante aún, sobre el encubrimiento y la participación de varias personas.
En primer una reconstrucción del caso. Construyo este segmento completamente con apartes públicos de medios de comunicación. El cuadro que proporciona esta información permite ver cómo en torno a este asesinato se adelantó un ejercicio institucionalizado de encubrimiento, distracción y amenazas para afectar el esclarecimiento del asesinato del menor de edad Diego Felipe.
Una síntesis: la noche del 19 de agosto de 2011 Diego con otras tres personas salieron a hacer grafitis por la avenida Boyacá desde la calle 163. El barrio sabe y el barrio supo rápido cómo fueron los hechos. En los parques los pelados y las peladas nos conocemos, de los conjuntos, de los parches y de las mañas. Ellos saben lo que pasó, algunos medios, especialmente NoticiasUno, han hecho la tarea (una búsqueda en su canal en YouTube de las palabras ‘diego felipe becerra’ recopiló la mayoría del material acá presentado):
En el puente de la 116 con Boyacá costado occidental estaban haciendo un grafiti, un gato Félix que era un dibujo característico de Diego Felipe (que en ocasiones firmaba como ‘Trípido’). Allá llegó y los vio una patrulla de la Policía modelo Renault Logan. Ellos cruzan la avenida hacia el occidente, el patrullero Alarcón corre tras ellos y al parecer hace un disparo al aire –dato que la mayoría de cubrimientos periodísticos omiten. Dos de los jóvenes se separan y eluden la atención del patrullero, concentrándose este en Diego Felipe y uno de sus compañeros. Tras alcanzar a Diego Felipe y a su amigo, el patrullero procede a registrarlos. Tras eso, Diego Felipe intenta correr, y el agente reacciona persiguiendo y activando su arma contra la espalda de Diego Felipe como a metro y medio de distancia. Muere camino a la clínica Shaio y allá lo declaran tras varios minutos de intentar reanimarlo. Llega transportado por el agente en un automóvil civil -coincidencialmente manejado por un ex policía que pasa por el lugar. Fuente de esta reconstrucción.
Esos son los hechos. Y las obstrucciones a la justicia y a la verdad empezaron de inmediato. En el video anterior consta la grabación de conversaciones entre agentes y oficiales de Policía esa noche. Ahí aparece, con toda claridad, en voz de agentes -algunos identificados, otros no- por lo menos tres hechos iniciales tendientes al encubrimiento: 1. Alarcón se comunica con Central para indicar que acaba de disparar a alguien que él creía que estaba armado pero que por sus palabras se interpreta que ya se dio cuenta que no es así. De la conversación se lee que Alarcón sabe que cometió un error y que Diego Felipe no estaba armado (0:34-0:50 y 2:13-2:46). 2. Tras esta conversación algún oficial de policía pide que se suspendan las menciones al caso por la vía radial, además explícitamente ratifica la necesidad de que un oficial llegue a la escena (2:50-3:00), finalmente 3. Se hace un cambio en la narrativa del caso: una conversación radial entre un policía y un Coronel da cuenta cómo aquel ahora da versión de que tras una denuncia ciudadana, una patrulla llega por un robo que Diego Felipe está cometiendo, armado, y que tras eso se da la situación en la que el agente hiere a Diego Felipe. En un par de comunicaciones se pasa del nerviosismo de un agente de menor rango que sabe que cometió un error con una persona que no iba armada, a la versión institucional, entre otros agentes y oficiales, que con voz muy protocolaria comunican un atraco y la reacción del agente Alarcón como ajustada a ese contexto.
La familia de Diego Felipe sabía que esto sería una cosa de largo aliento. Su papá Gustavo, en alguna entrevista que no logré ubicar, señalaba que él fue al lugar del asesinato y que escuchó cómo los policías hablaban del caso y de la necesidad de tapar. Gustavo se llenó de dignidad por lo que venía y guardó silencio prudente. Él sabía que el montaje había comenzado.
Plantaron un arma en la escena y dijeron que Diego Felipe estaba robando un bus (de hecho la policía intentó con dos armas). Supuestamente hubo una llamada al 123 denunciando ese robo, describiendo a Diego Felipe y sus acompañantes como los delincuentes. El patrullero Alarcón cambió versiones ante la justicia, dijo que en sus comunicaciones radiales extrañamente no quedó grabado cuando él confirmaba no solo que Diego Felipe estaba armado, sino que le había disparado y también que al levantarlo -tras dispararle- encontró en la mano de Diego Felipe un arma (fuente). Un arma, se dictaminó, que no servía para disparar a excepción de que se fuera experto en su manejo, y de todas maneras las pruebas especializadas demostraron que Diego Felipe nunca disparó un arma (fuente, dictamen de la Fiscalía). Esa versión se cayó. Mostro que Alarcón sabía que él estaba desarmado, y que el disparo fue por la espalda y a corta distancia (fuente). Además, hubo un testigo que señaló que solo escuchó un disparo, y no un tiroteo, lo que desestimaba la versión que daba la policía.
Ya confrontada la versión del arma queda la del supuesto atraco. La realidad supera la ficción en este aparte. Se tejieron muchas mentiras en torno a esto: que Alarcón y su compañero asistieron a un robo que se había dado minutos antes en un inmueble, que el robo fue a una buseta, que Diego Felipe y sus amigos eran los ladrones, etc. Pero los hechos son estos: a una buseta la robaron el 18 de agosto de 2011, un día antes. Después de la justificación del robo como el marco para la acción de Alarcón, se hizo un esfuerzo colectivo por parte de miembros la Policía para ubicar al conductor víctima de robo el 18 de agosto para que no solo interpusiera la denuncia, sino que lo hiciera con la fecha de 19 de agosto, en vez del 18. Además de esto se le indujo a identificar a Diego Felipe Becerra como el autor del robo. En ese esfuerzo concertado estuvieron involucrados, según versiones de prensa y material que acompaña al proceso, por lo menos el coronel Vivas, la teniente Leidy Perdomo, que contactó al conductor del bus, y también el general Patiño. Al conductor Jorge Eliecer Narváez lo contactan el 22 de agosto cerca a la Iglesia del 20 de Julio. Allá el Patiño llega y le habla y le da dos bonos de Éxito para compras para lo que necesite. El general ha negado que eso fue un favorecimiento (fuente). Pero la versión del robo también se cayó. El conductor ha reconocido ante la ley que a él no lo atracaron el día 19 sino el 18, que había decidido no denunciar y que solo fue tras presiones de la policía -incluyendo a Patiño- cambia de opinión, identificando a Diego Felipe como ladrón (fuente RCN).
Igual la verdad sale a flote de las maneras más diversas. No habiendo pasado 12 horas del homicidio de Diego Felipe, había ya una prueba fundamental (que desconozco si se ha explorado en estrados judiciales) sobre el montaje. En el programa de W Radio W Fines de Semana, del día 20 de agosto, un oyente identificado como Javier se comunicó y sostuvo el siguiente diálogo:
“-(Javier) Quería contarte, pues aburrido con la situación que me tocó presenciar anoche. Estaba en la Clínica Shaio, porque una amiga estaba grave, y me tocó presenciar cómo llegó un adolescente, que posteriormente falleció por un disparo de un policía que lo descubrió haciendo un grafiti.
-(Locutor) ¿Y el muchacho murió?
-(Javier) El muchacho murió.
-(Locutor) Bueno, vamos a investigar a ver qué fue lo que pasó anoche en la Clínica Shaio.”
Esta es una transcripción hecha del audio que en el 2011 estaba en la web del programa. No me fue posible ubicar el audio, pero debe estar en algún archivo.
Esta persona, identificada como Javier, señala con toda claridad cuál era la versión en ese momento: al joven lo mataron por estar haciendo un grafiti. En la clínica todos lo supieron, así se presentó el caso, y las personas, como Javier, que estuvieron presentes, lo vieron con sus propios ojos. Esta declaración nos permite empezar a ver las fisuras originales y las motivaciones tras el montaje.
Versiones de jóvenes que hicieron presencia en la clínica Shaio esa noche, además de los padres de Diego Felipe, hacen referencia a la presencia de oficiales que se encerraron con Alarcón y hablaron a puerta cerrada con él. ¿Si se sabía y se daba por descontado -por parte de la policía- que había sido un robo, con intercambio de disparos y testimonios, por qué no arrestaron a los jóvenes, compañeros de Diego Felipe, que hicieron presencia -de manera voluntaria- esa noche en la clínica para dar sus declaraciones y acompañar a la familia? No los arrestaron por robo porque no existía tal robo. Porque no habían tales pruebas.
El enlace anterior de noticias RCN recopila una serie de declaraciones que son relevantes: del patrullero Nelson Daniel Rodríguez Castillo (0:40), compañero de Alarcón. Cuenta cómo Alarcón le habló de cómo consiguieron el arma a través de otros policías, nombrando al patrullero Nelson Giovanni Tovar, y le confirma de la participación del teniente coronel Tovar. Señala también que el abogado civil Hernando Ruiz le intimida (1:40) y reafirma la necesidad de no involucrar a oficiales que puedan estar en la escena, tales como el coronel Vivas. También en el video muestran las declaraciones del patrullero Johan Rolando Soler López, que estuvo en el CAI en el que el general Patiño se encerró con el conductor de la buseta robada el 18 de agosto. Confirma que el general y el conductor hablaron a puerta cerrada. Además corrobora que tras el diálogo al conductor de la buseta lo llevaron a hacer rondas por medios de comunicación. También el video recoge las declaraciones del teniente Rosemberg Madrid, de un CAI cercano al lugar que los hechos. Él hace referencia a las conversaciones con el abogado civil Hernando Ruíz, y cómo este le dio a entender que había oficiales involucrados en evitar que se diera un escándalo con un muerto en esa parte de la ciudad. Y que por lo mismo había que colaborar por ejemplo diciendo que él, Madrid, había visto un arma al llegar a la escena, cosa que no era cierta. Señala amenazas también adelantadas por el patrullero Freddy Sneyder Navarrete.
El patrullero señalado de conseguir el arma (Giovanni Tovar) y el señalado de amenazas (Navarrete) terminaron colaborando con la justicia. A Tovar lo han amenazado (incluyendo a su abogado, a quien le mataron su perro tras entrar a su domicilio). Tovar cuenta que él consiguió el arma, que la dispara en un humedal cercano y que ‘la suministra’ (fuente BluRadio). Dice que fue un ‘acto de colaboración’ porque le dijeron que Diego Felipe era delincuente –como si eso justificara alterar una escena. Que cuando se da cuenta que no es así decide hablar. Su colaboración con la justicia al parecer ha involucrado a los oficiales Vivas y Peña (sobre las amenazas y un atentado). A Navarrete también le han amenazado y le montaron un falso proceso (en el cual la justicia ya lo absolvió). Navarrete ha identificado a agentes involucrados en plantar el arma, así como al abogado. También señaló, en la entrevista enlazada, que el vehículo oficial del General Edgar Vale (señalado de haber tenido comunicaciones por radio alrededor del caso). También señala la presencia del coronel Vivas. Navarrete señala que el teniente coronel Arévalo, al percibir que no va a colaborar le busca el traslado. Rodríguez, Navarrete, Madrid y Tovar han sido condenados y están colaborando con la justicia.
Ahora vayamos al texto de Escobar. El centro de este es una narración desde el punto de vista de tres oficiales privados de la libertad hasta este momento. Vivas, Tovar y Peña. El texto arranca con una descripción de la situación en la que el coronel Vivas se entera del asesinato de Diego Felipe: “(…) asistió a un concierto de Alejandro Fernández con su esposa y su mamá. Era una noche más de “Bogotá despierta”. (…) A la salida del evento, el Coronel se dirigía a su casa cuando le informaron por Avantel que tras un cruce de disparos, un patrullero había herido a un menor, quien presuntamente venía de robar en una buseta. El muchacho, añadieron, había muerto una hora después en la clínica Shaio. Tras oír la información, Vivas vaciló entre ir al lugar de los hechos, donde ya estaban el CTI y el teniente coronel Nelson Arévalo, comandante de Suba, junto a otros integrantes de la Policía, o irse a su casa.”
El centro del texto de Escobar es describir lo que se considera como una detención arbitraria, sin pruebas. Ellos no saben por qué o de qué se les acusa. No saben por qué están vinculados al proceso. Constantemente expresan eso. En el caso de Vivas la narración que presenta Escobar –recogiendo y construyendo su texto solo a partir de las declaraciones de oficiales- señala que es la decisión de acercarse a la escena el pecado de Vivas.
Escobar, sin tomar las palabras de nadie, va reconstruyendo el caso. ¿El origen, cómo empezó todo? “(…) tras recibir una llamada al 123 del conductor de una buseta alertando de un atraco, el patrullero Wilmer Alarcón, de 22 años, accionó su arma de servicio contra un muchacho que corría con un maletín en el cual creyó que llevaba un revólver.” Insisto en que no está tomando las palabras de nadie. Escobar habla acá sin citar a nadie, reconstruyendo ella el caso. Obviando, omitiendo, ignorando en su reconstrucción toda mención al montaje de llamada –claro para el momento en que ella escribe- ni todo lo referente a la participación del general Patiño. Incluso, en su papel de periodista simplemente recoge la versión del coronel Vivas de decir que en la escena ya estaba el CTI cuando en realidad parte de las pruebas que surgieron en el proceso para mostrar el montaje fue que el CTI recibió la escena con muchas demoras, puesto que la Policía al parecer no tenía claridad sobre el primer respondiente y nadie firmó porque nadie quería asumir.
Sigue ella desarrollando: el asesinato hasta entonces ‘era doloroso’ pero solo se volvió visible cuando el patrullero Tovar confiesa haber plantado el arma. Eso es incorrecto. Ya desde 2011 había denuncias, llamados de atención, amenazas a los implicados e información en prensa sobre el montaje que la Policía había puesto en marcha. En su cronología después del montaje “pasó el fin de Semana y el lunes todos volvieron a su lugar de trabajo.” Continúa Escobar: “Poco después, el coronel Vivas fue sorprendido con una buena noticia, que se sumó a las ocho páginas de reconocimientos por sus cerca de treinta años de servicio, al ser premiado con un año sabático en Londres para él y su familia, como agregado de la Policía en la Embajada de Colombia. Jamás se habría imaginado que su viaje al Reino Unido se vería interrumpido por una inesperada orden de captura. Haber pasado por la escena del crimen le habría de costar tanto su carrera como su libertad”
Se insiste acá en la épica y el carácter trágico de la suerte de Vivas. Lo premian para que vaya a Reino Unido y por acercarse a la escena le acaban la carrera. Pero uno podría hacer una lectura más perspicaz y crítica. Recordar por ejemplo cómo después del escándalo con el asistente personal del general de la policía Rodolfo Palomino y el hermano de este, el coronel José Luis Palomino, al asistente lo mandaron a Ameripol y al coronel Palomino lo mandaron a una comisión al exterior (fuente Daniel Coronell). Dirán que por sus excelentes oficios. Pero también es posible que sea para tapar y apagar los escándalos. Práctica usual en Colombia. Es que casi de pasadita Escobar menciona: “Por su parte, el teniente coronel Nelson de Jesús Arévalo fue enviado meses después a una comisión en Guatemala, cuando fue requerido de urgencia en el país.” Otro excelente agente, coincidencialmente también involucrado en este caso, y también coincidencialmente premiado con comisión en los meses posteriores al escándalo.
El texto avanza contando el drama de la incomprensión de los oficiales sobre sí tenían o no un proceso vigente o si estaban vinculados con alguna investigación. Desconozco si los trámites y tiempos fueron como los señalan, o si el CTI tenía una “orden de captura al parecer oculta”, como lo señala el coronel Vivas.
Ahora, cuando Escobar empieza a desarrollar el tema del montaje arranca con la siguiente perla: “Vivas y Arévalo sabían por las noticias que unos agentes habían alterado la escena del crimen para hacer creer que Wilmer Alarcón esa noche disparó en legítima defensa.” Sabían por las noticias. El que entonces era el segundo al mando de la Policía en Bogotá y el que era el comandante de la Estación de Suba donde ocurrieron los hechos se enteraron de los pormenores del caso –que involucraba sus agentes, sus jurisdicciones- por las noticias. No en las reuniones de cuerpo, ni en sus balances. Ni en los comentarios de corrillo. No, ellos, oficiales de la Policía Metropolitana se enteraban de las cosas como cualquier fulano, por las noticias. Se lavan las manos sin asco. Y Escobar, también sin asco, les ayuda. Sigue ella: “Ahora los medios decían que todo era un montaje que llegaba hasta los círculos más altos. Incluso el supuesto atraco cometido por Becerra sería una mentira más de la Policía.” Mucho tiempo antes de la captura del coronel se ventilaba la versión del montaje involucrando a varias personas en la policía. Años antes ya se hablaba eso y se denunciaba con nombre propio. Incluyendo a Vivas. Dice él sobre su participación: “El coronel Vivas asegura que en las fotografías tomadas por el CTI aparece la hora en la que estuvo, donde se evidencia que ya para entonces la escena estaba acordonada, y cualquiera que haya sido la manipulación, ya se había concertado.” Claro, cualquiera que haya sido la manipulación, incluso aquellas que no ocurrieron en la escena como por ejemplo suspender comunicaciones radiales sobre el caso y cambiar versiones.
Escobar continúa desarrollando la narrativa de la incomprensión de los oficiales sobre por qué están vinculados al proceso. Cuenta una serie de episodios alrededor de un material que maneja la Fiscalía y que en opinión de ellos se mantiene en reserva aun cuando puede demostrar su inocencia. Desconozco si es el mismo material que la defensa de Diego Felipe Becerra ha venido pidiendo insistentemente para revisar los avances en la investigación contra Patiño. Dice Escobar: “Si bien está comprobado cuáles patrulleros fueron responsables, lo que no se ha establecido es cuál es la relación de ese delito con la conducta de los altos oficiales. Para la defensa, parte de las pruebas que la Fiscalía mantiene en la reserva les permitiría probar su inocencia.” Claro, está comprobado cuáles patrulleros están involucrados porque se ha avanzado en armar el rompecabezas de las distintas responsabilidades y los niveles de estas. Los condenados están condenados por ser los niveles más bajos de la conspiración, no porque sean los únicos responsables. La lectura de la defensa de los coroneles de esas distintas participaciones –en palabras de Guillermo Montoya, abogado del coronel Arévalo es que “la estrategia del fiscal de generar conexidades dentro del caso, ha hecho que cada vez vayan entrando más personas y más pruebas en la investigación causando dilaciones que afectan a la defensa [de los coroneles]”.
Por supuesto el lavado de manos no sería completo si no se evacuara de alguna forma las amenazas e intimidaciones que han recibido los patrulleros que han confesado, así como la familia de Diego Felipe. Es olímpica la forma como Escobar no solo presenta la información sino que omite cualquier ejercicio de corroborar o cuestionar lo que sus entrevistados le dicen. Expresa el coronel Vivas sobre las amenazas hacia los policías que han confesado: “Es la cosa más absurda que he escuchado. ¿Cómo pretenden que nosotros, que estamos privados de nuestra libertad, seamos una amenaza? ¿Y por qué, en una primera instancia, habría yo de proteger a un patrullero que no conozco, que jamás había visto? ¿Iba a arriesgar mi carrera por uno de los 18.000 uniformados que hacen parte de la Metropolitana y a quien jamás había visto en mi vida? No tiene sentido”. Vale la pena analizar esa cita en dos partes. En primer lugar el referido a la expresión de impotencia o incapacidad para llevar a cabo amenazas y seguimientos. Casi que les falta decir ‘soy solo un hombre y estoy preso, ¿cómo lo iba a hacer?’. Sin embargo avalar una versión tal pasa por alto la manera en que se construyen las jerarquías –en general- y las armadas en particular. Pasa por alto las experiencias que el país ha tenido de abusos sistemáticos e insertos en estructuras jerarquizadas. Recuérdese el episodio de Julia, esposa de un soldado que en 2013 testificó contra un coronel del ejército en el caso de los falsos positivos, y a la que un grupo de hombres violó –diciéndole que era por ser esposa del sapo- una semana después de haberse negado a un ofrecimiento de soborno que le hizo el coronel contra el que su esposo testificó (fuente: informe de HRW sobre responsabilidades de oficiales en falsos positivos). ¿Se clonó el coronel? ¿Estaba él apuntando a todos los hombres que participaron de la violación? ¿Fue una pura casualidad? Ingenuidad creer que sí. Ingenuidad creer que son hechos sobre los que no hay relación. Ingenuidad y desconocimiento creer que los rangos no traen consigo redes de poder, redes sociales, de actores, escenarios y posibilidades de intervenir. Ingenuidad que pasa por estupidez cómplice cuando se pone por escrito. Ahora, una segunda parte que me parece relevante analizar de la cita es lo referido a que el coronel no arriesgaría su carrera por un anónimo de los 18.000 patrulleros. Se oye hasta de sentido común. Hasta que uno ha estado en alguna ceremonia de cadetes o de miembros de la PONAL. En los discursos lo contrario siempre se dice: un cuerpo de agentes anónimos que darían la vida por su compañero, que heroicamente se desprenden de lo propio para ayudar a su cuerpo. El oficial en su cita dinamita la base de los lazos necesarios en una jerarquía como la de la policía: una solidaridad de cuerpo necesaria para adelantar peligrosas, muchas veces heroicas y estresantes operaciones, y que también se vuelve útil cuando se quieren hacer torcidos.
El mismo discurso de la incomprensión sobre el proceso se ve en las palabras del teniente coronel Peña: él no sabe por qué está involucrado, él no sabe si solo estuvo allá porque le correspondía al ser un superior. Nadie, al parecer, entiende por qué los involucran si ya los agentes metidos directamente en el montaje confesaron. Claro, pero esa línea argumentativa omite hechos fundamentales para hacerse un cuadro del asesinato. Por ejemplo: el hecho de que no todas las acciones irregulares y corruptas alrededor del montaje ocurrieron en la escena del crimen. La transmisión que por radio pide que se suspendan las comunicaciones del caso no pasa en la escena. La transmisión que da la versión de un robo tampoco sucede en la escena de crimen. Las comunicaciones del general Vale alrededor del caso. En la escena tampoco ocurrió uno de los hechos más notables –por supuesto ignorado por Escobar- alrededor de la participación de los oficiales. En un acta de la policía, días después del asesinato, el coronel Vivas felicita a Arévalo por el caso (“El grafitero, muy bien por Arévalo”). Días después, ya con el ruido de las denuncias andando. La cúpula de la policía ha entregado en dos ocasiones actas diferentes sobre los oficiales que estuvieron en la reunión en la que se dio esa felicitación. La abogada de la familia de Diego Felipe considera que la falta de claridad alrededor del acta de los oficiales que estuvieron en esa reunión es una prueba más de los manejos y la protección que se está haciendo desde la cúpula de la policía a algunos de los oficiales vinculados al proceso (fuente de acta perdida: NoticiasUno).
El texto de Escobar es tan asimétrico en su enfoque que ignora desvergonzadamente a la familia de Diego Felipe. Solo una mención hacen a una declaración de la mamá sobre el general Patiño. Y tras ella Escobar agrega: “Poco después, el ascenso del oficial fue negado por el Congreso y debió retirarse de la institución.” ¡Casi que tenemos que sentir pesar por el pobrecito general Patiño! Las declaraciones de una mujer arruinaron esa brillante carrera. Casi que se nos quiere meter por los ojos esa versión.
Escobar avanza su narración situándose en la perspectiva de los oficiales acusados. Desde allí expresa la incomprensión alrededor de los preacuerdos judiciales que se han logrado con los patrulleros involucrados y que han empezado a confesar. Saca a relucir el código de menor y la prohibición de rebaja de penas para crímenes que los involucre, para insinuar ilegalidades y abusos en los preacuerdos hasta ahora alcanzados. Pasa por alto las confesiones que los han acompañado. Las menciones a los oficiales que está entrevistando. Los distintos elementos que han permitido construir el escenario en el que se toma una decisión original de cubrir el asesinato de una adolescente desarmado en el norte de Bogotá, y se va hasta las últimas consecuencias con tal de mantener la mentira original. Está tan mezquina la defensa de los coroneles que incluso insinúan que su vinculación al proceso corresponde a un interés de la defensa de Diego Felipe para ‘subir el estatus del caso’ y poder aumentar el monto de una hipotética indemnización. Así luce la presunta culpabilidad desesperada. Así luce el desespero del que ya no sabe qué más decir. Y Escobar reproduce ideas, prejuicios y mentiras. No confronta, no cuestiona. No escribe nada que ponga en duda.
Ante el hecho de que la abogada de la familia de Diego Felipe declara que ellos están dispuestos a renunciar a la plata si la policía limpia el nombre del joven, el coronel Vivas muestra de lo que está hecho y por qué la mentira es tan fundamental en su argumento. Nos dice: “¿Nos están pidiendo admitir algo que no es cierto y a cambio de eso renuncian a la plata? ¿No es eso una forma de chantaje?”. El ‘algo que no es cierto’ al que hace referencia es a decir que Diego Felipe Becerra no era un ladrón, como ya lo ha demostrado la justicia. Escobar es más clara que Vivas cuando dice: “Un factor que hace más compleja la discusión es que la defensa de los procesados alega que Diego Felipe Becerra sí fue el responsable del atraco a una buseta que se denunció esa noche ante el 123. Sostiene, además, que la Fiscalía, al mantener las pruebas en reserva, también evitaría que se demuestre que el robo sí tuvo lugar, luego el acto de Alarcón habría sido un acto de servicio, no un asesinato a sangre fría. Hasta ahora, la Justicia ha avalado la versión de que el menor no estuvo en el atraco.” Analicemos esta cita por partes. Acá Escobar nos está diciendo que la defensa de los oficiales dice que el atraco sí ocurrió. Es decir, están contradiciendo una decisión judicial que dice que sí se hizo un montaje. Están contradiciendo las declaraciones del conductor y su encuentro con Patiño. Contradicen las declaraciones del conductor de que el robo fue el 18. Contradicen los hechos que se dieron en la Shaio la noche del 19 y la madrugada del 20 de agosto de 2011. Contradice el hecho, fundamental, que ni Diego Felipe ni los otros tres muchachos eran ladrones. Su defensa del robo contradice, en síntesis, a la realidad de los hechos. Pero a Escobar esto le da igual. No sabemos si no investigó, si no le interesaba, o si simplemente asumió con ganas su papel de megáfono de mentiras y distorsiones. En todo caso no se hace mención, en todo el artículo, a todos los elementos que han mostrado lo implausible de la mentira del robo. La oración ‘la Justicia ha avalado la versión de que el menor no estuvo en el atraco’ requiere un mayor análisis porque es engañosa. Eso no es lo que ha demostrado la justicia. Lo que ha demostrado es que Diego Felipe no participó en un robo porque esa noche no ocurrió un robo. Eso no es lo que dice Escobar. Y son dos cosas totalmente diferentes. La noche del 19 no hubo un robo, no hubo una llamada. Todo eso hace parte del montaje y eso lo demostró la justicia, no simplemente –como expresa con pereza mental Escobar- que Diego Felipe no participó en un supuesto robo.
Lo que Escobar no dice es que la defensa de que el robo sí ocurrió es estratégica y necesaria para el argumento no solo de que la acción de Alarcón estuvo justificada, sino desde ahí empezar a evitar que se abran investigaciones y se ahonden en responsabilidades. Responsabilidades fundamentales que no tuvieron que ver, al menos por lo que se conoce, con la intervención material de la escena, pero sí con la puesta en marcha de instrumentos para la obstrucción y desviación de las investigaciones valiéndose de información falsa. El tema del acta, el tema de las comunicaciones por radio, el de la presencia de Patiño en una reunión con el conductor inducido a denunciar, el tema de la presencia del vehículo del general Vale, entre otros muchos elementos. Aceptar que el robo no ocurrió es aceptar que el montaje arrancó desde allí, con unas implicaciones en las que habría que reconocerse que un grupo de patrulleros de poco rango no habrían podido hacerlo por sí solos.
El texto cierra con un comentario de la esposa del coronel Vivas sobre que no sabe qué decirle a sus hijos sobre la ausencia del papá (a mí se me ocurren un par de respuestas pero me las guardo). A renglón seguido termina dramáticamente, con las palabras de la esposa del teniente coronel Arévalo: “A veces pienso en Diego Felipe, me pregunto si en medio de este tortuoso proceso, ese pobre muchacho podrá descansar en paz”. Seguramente sí. Porque la verdad acompaña a sus padres, acompaña a sus parceros, parceras y amigos. Acompaña al barrio que sabe quién lo mató, y que sabe, y que puede señalar a los nombres y apellidos de quienes lo han intentado encubrir. Si algo irrumpe el descanso fatal de Diego Felipe es el ruido de crónicas baratas y dramas postizos de policías involucrados en actos de corrupción y encubrimiento. Si algo lo interrumpe son los sentimientos artificiales de solidaridad y las palabras falsas.
Dije que no consideraba que fuese un escrito periodístico el de Escobar porque carece de todo lo que debería ser un texto de periodismo que pretende investigar. Si acaso llega a ser una crónica, ¿literaria tal vez? ¿Parecida tal vez a la literatura que le gusta? Llena de ficción, giros propios de tramas incoherentes, personajes que nadie se cree, con historias que a nadie convence. Pero en todo caso no es periodismo.
Lo que me lleva al segundo texto de Escobar, la columna de opinión en El Espectador aparecida hace unas semanas. Tampoco periodismo, una opinión. Pido perdón por la ruptura de temas pero como señalé al principio mi preocupación –al igual que la de Escobar al parecer- es por la verdad y su papel en nuestras comunicaciones actuales. La columna se llama “Gustavo Petro, el maestro de la posverdad”. El centro del texto es vincular el tema de la ‘posverdad’ con Petro, las corridas de toros, temas de la ciudad de Bogotá y la oposición al gobierno de Peñalosa, acompañado de una lectura muy particular de todo ello. No me voy a detener en las muchísimas flaquezas de la columna. Por ejemplo de caer en modas mediáticas como hablar de ‘posverdad’ como la variable explicativa favorita para no explicar nada y descontextualizar todo. O por ejemplo, a partir de que Petro las comparte, minimizar la gravedad de las críticas y las acusaciones que se han hecho al proyecto del metro de la administración de Peñalosa. No me voy a detener tampoco en la miope lectura de los movimientos sociales y las nuevas organizaciones con la que Escobar llega a la conclusión de que la oposición y las acciones contra la corrida de toros en la Santamaría el 22 de enero pasado era una “manifestación antitaurina liderada por Gustavo Petro”. No voy a reflexionar tampoco sobre los juicios y criterios políticos y sociales que tiene la autora que la llevan a sentenciar que en el país en el que Álvaro Uribe Vélez y Alejandro Ordóñez posan de alfiles de la moral y la legalidad, Petro es el “el líder incuestionable de la posverdad”.
Sobre lo que sí me quiero detener es en el tratamiento que da Escobar a una de las agresiones más graves hechas por la policía ese domingo contra un manifestante. Me refiero al balazo de goma que recibió en el rostro el joven Sebastián Díaz. Un balazo de goma disparado a corta distancia por un agente del ESMAD de la Policía. Un balazo que hubiese podido fácilmente ocasionar una tragedia mayor como la pérdida de un ojo o incluso peor. Un balazo que es muestra de las prácticas cotidianas de la policía para el relacionamiento con civiles. ¿Qué dice Escobar al respecto? “Petro no tardó en subir a su cuenta de Twitter una fotografía de una persona víctima de una bala de goma disparada por la fuerza pública. Supondría que la imagen es auténtica, aunque es frecuente que el exalcalde, algunos de sus colegas y seguidores, usen imágenes falsas para hacer sus denuncias.” Ya. Ese es el tratamiento que le da: supondría que es auténtica. La autora no se toma el trabajo de confirmar y comunicar si es falsa o no. Para sus afectos, para sus intereses, lo que le interesa comunicar es la posibilidad de que la foto sea falsa. Eso para acoplarlo con toda su perorata contra Petro en su texto. No interesa si es verdad o no. No interesa si es verdad si un policía le disparó –al parecer a menos de 10 metros- en el rostro una bala de goma a un joven en una manifestación. A ella le importa distorsionar el hecho –aparentemente negándolo en un plano de las posibilidades, un ejercicio muy extraño- para su interés. Si uno quisiera meterse en la onda de acusar a todo charlatán de hacer uso de la ‘posverdad’, podría uno decir que Escobar nos presenta acá un ejemplo magnífico.
Ahora bien, es su total desdén por la denuncia –una denuncia real, concreta, con pruebas- de un abuso policial en una columna en la que posa como interesada y preocupada por la verdad lo que me ofende y lo que me lleva a escribir este texto. Es un chiste grosero. Una broma burda. Yo quise pensar en su momento que el tratamiento del caso de Diego Felipe había sido ignorancia, tal vez ser idiota útil de alguien que la haya vinculado. No lo sé. Sin embargo con esta columna, con la manera en que se expresa, ya no puedo pensar más eso. Si el interés por la verdad de Escobar es tan genuino ¿dónde estuvo en su tratamiento del caso de Diego Felipe? ¿Pereza mental, ingenuidad, inexperiencia? No es que el texto haya presentado alguna ‘otra cara’. Fue una simple distorsión.
Algunas semanas después los oficiales que participaron en la crónica literaria de Escobar recuperaron su libertad al parecer por vencimiento de términos. Por las mismas fechas el patrullero Alarcón –el que le disparó a Diego Felipe- recuperó su libertad en extrañas circunstancias mientras en otro despacho ya estaban en la etapa final de su juicio. Lo condenaron a 37 años y se dio a la fuga. Sigue prófugo. Recientemente los familiares denunciaron que no hay investigadores asignados al caso para ahondar en las responsabilidades de los oficiales involucrados (fuente: NoticiasUno).
Pero seguramente nada de esto importa a Escobar. Todos son desenlaces de corrupciones y crímenes que ya eran de conocimiento público para cuando ella escribió su texto. Como tampoco le importó que esa práctica de matar jóvenes y preparar las escenas sea recurrente en la policía en Colombia. Seguro ella no sabe de las denuncias sobre los jóvenes violentados por la policía en los barrios de la periferia nororiental de la localidad de Usaquén. O seguramente tampoco sabe Escobar como miembros de la policía participaron del asesinato de un policía honesto en Usaquén (fuente Caracol y El Espectador). Tampoco seguro sabe que la Policía ya ha estado involucrada en ponerles armas a jóvenes (ver caso en Armenia). Tampoco sabrá que a veces la Policía mata a jóvenes –con balas prohibidas- porque simplemente el joven le parece un ladrón, también alterando la escena y generando dilaciones al proceso (ver: Coronel mata a menor de edad con balas prohibidas, Semana). Así muchas veces operan los peores aparatos al interior de la Policía. Los peores procedimientos. Ahora peor con el nuevo código de policía. Que el 7 de febrero cobró su primer muerto en Cartagena, cuando policías aparecieron en una fiesta para bajarle el volumen (fuente video RCN emisión 7 de febrero, minuto 14:54 y RCNRadio).
Hay que hacerle frente al pensamiento superfluo que se disfraza de reflexividad. Se le debe confrontar y denunciar en público. Es fundamental. Para mejorar el nivel de las participaciones en el debate público, para fortalecer la democracia, para hacerle frente y lucha a las distintas formas de dominación. Para diferenciar las acciones auténticas de solidaridad de los discursos trasvestidos en fraternidad y que solo esconden conformismo y pereza de enfrentar a los poderosos. Con el análisis de estos dos textos de Escobar espero haber mostrado un caso de cómo un supuesto pensamiento y una reflexión se ponen al servicio de la mentira y la distorsión. Tristes letras en todo caso.
Este es un aporte a esa necesidad de hacerle frente a la pose y la manipulación de la información. Es un aporte a la preocupación colectiva por la verdad y un mundo diferente. Termino con un rap para Diego. Del barrio.
________________________________
Por: Simona Cano.