La incendiaria editorial/portada de la Revista Semana contra Gustavo Petro es expresión de un complejo proceso de derechización, polarización y búsqueda de tasas de ganancia que empezó tras la compra del Grupo Gillinski, a principios de 2019, de un 50% de acciones de la Revista Semana. Con esto, Semana se sumó a la lista de medios de comunicación colombianos controlados o influidos directamente por intereses políticos de banqueros, como deja entrever Juanita León de La Silla Vacía —reportaje sobre el cual apoyaremos este escrito—. Aquí haremos un barrido general sobre ese proceso de acumulación.
Una breve historia de decadencia periodística
La idea de Gabriel Gillinski era, en principio, mantener la «independencia periodística» que había caracterizado a la Revista Semana, fundada y constituida por el periodista-capitalista Felipe López, hijo del expresidente López Michelsen, durante más de tres décadas. Semana había acumulado un capital simbólico importante merced a cierta independencia periodística frente a los gobiernos de turno y a espacios de análisis, opinión e investigación. Para conservar tal capital, se estableció que Alejandro Santos y Felipe López continuasen a cargo de los contenidos periodísticos. Pero esta conjunción entre la lógica financiarizada y derechizada/uribizada del capitalismo de los Gillinski —que requería convertir a Semana en un medio digital— y el periodismo investigativo y crítico de la línea de Felipe López ejercido dentro de los límites del liberalismo de derecha y centroderecha… pronto iba a caer.
La primera gran señal de esta contradicción consistió en el segundo despido de Daniel Coronell de Semana el primero de abril de 2020 luego de haber criticado la demora de la revista en la publicación de una de sus investigaciones, la cual cuestionaba lineamientos impartidos por el comandante del Ejército, Nicacio Martínez, que evocaban la desastrosa política de estímulo de bajas sobre la que se produjeron los mal llamados «falsos positivos ». En su última columna, titulada «La explicación pendiente», Coronell preguntaba: «¿por qué SEMANA no publicó las directrices del comandante del Ejército de Colombia que ordena a sus subalternos duplicar las bajas y capturas, si esas evidencias eran conocidas por la revista desde febrero?». La denuncia de Coronell contra las nuevas directrices militares sólo se supo en Colombia después de que el medio gringo The New York Times publicase un reportaje de Nicholas Casey llamado «Las órdenes de letalidad del ejército colombiano ponen en riesgo a los civiles, según oficiales».
Coronell entonces sugirió que una explicación posible de la demora fue la priorización editorial de las relaciones favorables de la Revista Semana con el gobierno Duque. A la postre, Coronell tendría razón en sus insinuaciones, pues Semana se ha constituido en uno de los principales medios del oficialismo uribista, fenómeno que ya había sido expresado en la condescendiente portada de Semana titulada «Un año de aprendizaje», que matizó de forma esperanzadora la multitud de problemas de gobernabilidad y agenda del gobierno Duque que Semana misma había reconocido.
Daniel Samper Ospina respondió a tal coyuntura con su renuncia y junto con Coronell fundaron en abril de 2020 el medio de comunicación «Los Danieles».
Otro hito de la contradicción capital uribizado/periodismo liberal, profundizada por el mayor control accionario de los Gillinski, consistió en la renuncia de Ricardo Calderón en noviembre de 2020 de la dirección editorial de Semana. Éste fue reemplazado por Vicky Dávila, quien profundizó el modelo digital de polarización política y búsqueda de rentabilidad y clics, desde agendas prouribistas y oficialistas, que hoy caracteriza a la revista. Alejandro Santos, director de Semana, también renunció. Previamente, en octubre, ya habían despedido al analista Ariel Ávila.
Luego de estos cambios una bandada de periodistas y columnistas renunciaron en noviembre de 2020 al medio, que perdía internamente valiosos contrapesos al uribismo. Entre las personas que desistieron de seguir perteneciendo a Semana vale destacar el caricaturista Vladdo, Maria Jimena Duzán y Antonio Caballero. Por contera, Semana incorporó a periodistas como Luis Carlos Vélez, que acompaña a Salud Hernández en sus cruzadas antiPetro y antiizquierda. Es en ese contexto que Juanita León determinó que el medio fundado por Felipe López había llegado a su fin.
La portada contra Petro y la estrategia de demonización
El 16 de mayo de 2021 el canal digital de Semana publicó un programa dirigido por Vicky Dávila donde analizaba los resultados de la encuesta presidencial que la propia revista había contratado al Centro Nacional de Consultoría. En esa encuesta, que recogió una parte de los eventuales efectos electorales del Paro Nacional del 28-A, Petro lideró la intención de voto con un 25 %. Su principal contendor, Sergio Fajardo, logró un 6 % y por parte de la derecha uribista/conservadora no se registró ningún contendor viable o visible.
Estos resultados produjeron preocupación en Semana. Vicky Dávila, apoyada en la misma encuesta, hizo una observación analítica que a mis ojos cimenta la estrategia mediática de la revista contra Petro: éste puede verse beneficiado del Paro, pero su asociación imaginada con los efectos negativos del mismo —la «violencia», el «vandalismo»— puede hacer que el Paro se le vuelque electoralmente en contra. Este análisis, convertido en estrategia política, es el fondo sobre el cual la Revista Semana saca la penosa y peligrosa editorial «Petro, ¡basta ya!» del 22 de mayo de 2021.
De ese modo, si la encuesta destaca la tendencia de asociar un papel negativo a Petro respecto al 28-A, de lo que se trata es de profundizar el énfasis en los efectos negativos del paro, asociarlos a Petro y así convertir esta relación conspirativa en un hecho político que impida su elección —o excuse o camufle internacionalmente la incompetencia y extrema violencia de un régimen político, como lo hace Duque en su autoentrevista en inglés—. Toda la editorial de Semana se enmarca en esta narrativa: ubicar un enemigo visible en el centro del debate como responsable tanto de lo que hace el Comité Nacional de Paro como, por acción u omisión, de cada suceso de violencia y extrema violencia política que ha ocurrido tras el 28-A.
Por supuesto, uno no espera que Semana hable de la violencia estructural y las resistencias sistémicas que hay detrás del actual estallido social, fenómenos que en una democracia liberal compleja habrían abierto un escenario real de negociación. La política de simulación del actual gobierno es tal que designó al nefasto excomisionado de paz Miguel Ceballos, cuya eventual renuncia ya conocía Duque, como negociador ante el Comité de Paro.
No obstante, a Semana no se le ocurre por un momento pensar que existe una plétora de juventudes y movimientos y organizaciones sociales movilizadas con una agencia política autónoma y multitudes de reivindicaciones propias contra el orden social vigente. A Semana no se le ocurre considerar, al menos analíticamente, la separación entre el complejo proceso político de Paro Nacional y la tensa participación e influencia de las fuerzas petristas en él. Toda la editorial es una mescolanza distorsionadora y simplificadora de realidades sociales complejas y críticas. Todo se reduce a una estrategia de desestabilización y anarquía para perjudicar al actual gobierno y catapultar a Petro. A Semana no se le ocurre, en fin, que tal vez el mantenimiento de ese statu quo uribista, que tanto se empeña en defender, sea uno de los grandes causantes estructurales de lo que actualmente ocurre en Colombia. Que el retraso, por ejemplo, en el cumplimiento de las reformas estructurales contenidas en el Acuerdo Final de La Habana para superar el conflicto armado ha posibilitado la reproducción de nuevos ciclos de violencia política.
Quizá resignados a que el uribismo no ganará las próximas elecciones, la esperanza de Semana —¿Vicky Dávila?— es que emerja el candidato de derecha o centroderecha que se aleje de los «extremos» y consuma el «gatopardismo centrista» y todo cambie para que todo siga igual. Dice Semana: «Aunque el senador y sus electores pueden sentirse ganadores, las cifras no dan para tanto, y en cualquier momento puede surgir una figura que lo arrase, especialmente con un discurso sensato, sin extremismos que asusten, y que se conecte con la mayoría de los colombianos y sus demandas». Es de recordar que en el llamado «centro» cabe cualquier cosa, pues hasta el propio Duque se vendió como «centro» —el del «Centro» Democrático, claro— y Daniel Samper Ospina decía de Duque que era «moderado».
Ante un eventual desplome del ambivalente y ambiguo Fajardo, ¿Alejandro Char, Fico Gutiérrez o Alejandro Gaviria serán los fungidos para un probable «posuribismo»? Está por verse.
Reflexiones finales
En todo caso, el balance para Semana en términos económicos es negativo. La «rentable» estrategia mercantil del grupo Gillinski de polarización política favorable al oficialismo, posibilitada por el funcionamiento del actual capitalismo de la vigilancia, no está haciendo que Semana sea un medio productor de tasas de ganancia positivas en el marco de la pandemia, aun con apoyo de subsidios del gobierno Duque. Esta realidad es registrada por el medio Primera Página, que expone que, a pesar del «mucho clic», «Publicaciones Semana en 2020 perdió $21.707 millones […] y las ventas se desplomaron 44,3%»; algo confirmado por Semana, que reportó que el desplome financiero afectó a los medios de comunicación en general y se vanaglorió de no haber recibido la última tanda de subsidios del gobierno.
Dado todo lo anterior sólo cabe exclamar: Semala, ¡basta ya!