Plebiscito por la paz y capitalismo de la vigilancia: una herida que no cierra

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El pasado 2 de octubre se cumplieron cuatro años del plebiscito que convocó Juan Manuel Santos para legitimar la versión del Acuerdo Final de Paz —AFP— de ese entonces. El país que votó quedó dividido en dos fuerzas políticas, como si de un orden bipolar de Guerra Fría se tratase —y en parte es así—: las del SÍ y las del NO.

La sorpresiva y apretada victoria del NO abrió la puerta al uribismo para reacomodarse hegemónicamente en el bloque de poder estatal luego de la fragmentación de éste a raíz de la división Santos-Uribe en torno al proceso de paz con FARC-EP.

De fondo, la victoria del uribismo en el plebiscito fue una victoria de la clase terrateniente, ganadera y latifundista sobre la burguesía más modernizante de Santos —y sobre las organizaciones y movimientos sociales subalternos que apoyaron tal burguesía debido al potencial transformador del AFP—, pues truncó con respaldo popular la posibilidad de una modesta reforma rural que pretendía con políticas de distribución y reasignación de tierras cambiar la estructura de tenencia de la tierra, además de la posibilidad temprana de establecer ante el país cuál fue el papel de esa clase terrateniente en el conflicto social armado.

Tras el plebiscito, en las elecciones presidenciales de 2018 el uribismo pudo asentar un golpe político a la implementación del AFP merced al triunfo de un proyecto con posiciones ambiguas y simuladas frente a él: el de la «paz con legalidad» de Duque. A pesar de que después del 2 de octubre de 2016 hubo negociaciones con sectores del NO y el AFP fue modificado, el uribismo interpretó el «NO» como un «no» al AFP en su totalidad y no como un «no» a una parte de él. El resultado del plebiscito, por ende, permitió al uribismo deslegitimar cualquier forma de institucionalización estatal del AFP con el argumento de que se irrespetaron los resultados plebiscitarios, pues el nuevo acuerdo no fue refrendado popularmente, y legitimar así su política de simulación de la implementación. ¡Los Acuerdos necesitaban ser revisados!

Durante la campaña por el plebiscito prácticamente todas las encuestas vaticinaban la victoria del SÍ, pero éstas, en realidad, fueron incapaces de registrar el respaldo al NO. El debate en torno a los Acuerdos estaba tan enredado en tecnicismos y minucias leídas como «amplias concesiones a la guerrilla» que una columna de Héctor Riveros pedía que: «Por favor, no lean el Acuerdo». Para él:

«El Gobierno, la Corte Constitucional y muchos promotores del Sí han caído en la trampa tendida por la oposición de que hay el deber de hacer una amplia pedagogía sobre el contenido del acuerdo, con lo que se deja la sensación de que lo convenido es difícil de comprender y que está tan lleno de concesiones a la guerrilla que es mejor mirarlo muy en detalle para saber si es aceptable o no».

Claro. Más allá de leer alrededor de trescientas páginas engorrosas de forma exageradamente rigurosa, lo que había que comprender era el sentido político integral del AFP como respuesta a causas estructurales del conflicto. Pero el mayor fracaso del 2 de octubre no es que el NO se hubiera impuesto con el 50.21 % de los votos explotando con fake news sobre la «ideología de género» o el castrochavismo el conservadurismo religioso y político de una parte de la sociedad en medio de la deslegitimación política de FARC-EP, sino el hecho de que ante una elección tan trascendental para el sistema político colombiano sólo hayan votado trece millones de personas, un 37 % del censo electoral. Es decir, el grueso social, el 63 % restante, no apropió ni siquiera la posibilidad de entrar en un terreno de lucha política por el AFP.

Luego del 2 de octubre llegó la plebitusa: la decepción, frustración y desesperanza del SÍ derrotado. Las tardías movilizaciones de 2016 no pudieron contrarrestar la nueva fase de hegemonía uribista que se iba dibujando. Sólo el 21-N de 2019 y principios de 2020 pudo abrir masivamente nuevos horizontes sociales en ese sentido.

El capitalismo de la vigilancia, las fake news y el plebiscito

El documental The Social Dilemma explicita el funcionamiento poco ético de las redes sociales, las cuales compiten con complejos algoritmos por la información, atención y tiempo de vida de los usuarios, sin importar si estos son manipulados continuamente con fake news o publicidad. Cada detalle de la actividad del usuario es registrado minuciosamente para predecir o moldear su comportamiento y ofrecer una experiencia personalizada, incluso el tiempo en que se demora viendo una publicación; paquetes de información personal que luego son vendidos a empresas.

De ese modo, los usuarios generan altas tasas de ganancia para estas redes debido al registro y venta de su información personal y al control de su tiempo de vida. El sistema de notificaciones funciona como un bazuco virtual que aumenta y baja continuamente los niveles de dopamina, fenómeno que crea adicción y mantiene la actividad del usuario. En fin, el producto para los anunciantes es tu vida. En ese sentido, de acuerdo con la socióloga Soshana Zuboff:

«Somos las fuentes del excedente crucial del que se alimenta el capitalismo de la vigilancia: los objetos de una operación tecnológicamente avanzada de extracción de materia prima a la que resulta cada vez más difícil escapar».

Este capitalismo de la vigilancia—concepto acuñado por Zuboff— se beneficia de la proliferación de fake news básicamente porque éstas se hacen virales pronto y la actividad social en torno a ellas aumenta las tasas de ganancia. Los algoritmos de Facebook pueden predecir y moldear el comportamiento del usuario, por ejemplo, recomendándole grupos de terraplanistas según sus patrones de comportamiento o mostrándole fake news alrededor del terraplanismo —y, simplemente, enseñándole la publicidad más precisa posible—. En este caso concreto no importa la posibilidad de construir un consenso colectivo y académico en torno a la redondez de la Tierra, sino que cada quien tenga una experiencia personalizada, sus deseos sean modulados y el usuario «crea y sienta lo que quiera», así se cierre su visión de mundo y se manipule su conducta, todo con tal de que siga usando redes sociales o beneficiando a los compradores de «futuros conductuales», esto es, «productos predictivos que prevén lo que cualquiera de ustedes hará ahora, en breve y más adelante», según Zuboff.

Esta estructura del capitalismo globalizado está teniendo consecuencias políticas nefastas pues acrecienta una polarización irreflexiva y beligerante con tal de permitir la mayor acumulación de capital de los «capitalistas de la vigilancia» —como Google, Amazon o Facebook—. Así, el otro se puede convertir en adversario radical o enemigo por el tipo de información que recibo sobre él, sin posibilidad de contrastar otros puntos de vista.

La proliferación de fake news contra el SÍ por medios como WhatsApp debió habernos alertado ya sobre este problema estructural, que sólo pareció estallar a nivel mundial tras el escándalo de Facebook y Cambridge Analytica de 2018. Durante la campaña plebiscitaria circularon por WhatsApp mensajes que decían que Timochenko podía ser presidente en las siguientes elecciones, que los Acuerdos traerían automáticamente el «castrochavismo» o llevarían a la aplicación de la «ideología de género» contra la «moral cristiana». Algunos analistas bautizaron a este fenómeno como «posverdad», categoría pretenciosa que oculta lo que en realidad son estrategias propagandísticas de manipulación, mentira y engaño propiciadas por el nuevo capitalismo de la vigilancia.

El funcionamiento del capitalismo de la vigilancia permitió la explotación de una cultura política popular tradicionalista y conservadora cuyo odio contra las FARC-EP generó sesgos cognitivos que la predispusieron a creer en fake news virales contra el SÍ. Una parte de esta cultura no dejó ver que el AFP iba más allá de la reinserción y participación política de un grupo guerrillero particular y, en cambio, tocaba temas de fondo sobre el funcionamiento y estructura de la democracia en general; otra parte reaccionó simplemente contra la posibilidad de cualquier cambio. Pero a la gran mayoría estos temas no le importaron.

La manipulación de emociones y conductas en esta nueva estructura del sistema capitalista mundial es una de las causas de la derrota del SÍ. Cómo esto se concretó en la campaña del NO es algo que todavía no se ha investigado en detalle. Aún hoy, sin embargo, no hay responsables, más allá de que Juan Carlos Vélez, gerente de campaña del NO, admitiera que su propósito era que la gente saliera a votar verraca mediante tácticas de manipulación por radio diferenciadas por capas sociales.

En general, la derrota del SÍ se dejó pasar como una de las tantas tragicomedias del absurdo y aparentemente inevitable «realismo mágico» del país.

Reflexiones finales

El ascenso del gobierno de la simulación de la implementación de Duque no se puede explicar sin los derroteros políticos que fueron abiertos por la victoria del NO en el plebiscito, la cual fue propiciada por el consenso de una parte de la burguesía en torno al cierre sistémico y el aprovechamiento del capitalismo de la vigilancia. Este resultado dotó al uribismo de legitimidad y empoderamiento popular al derrotar a las fuerzas aglutinadas en torno al establecimiento —de Santos, exministro de Defensa de Uribe—. Permitió la circulación en la cultura política del coco del «castrochavismo». Ahora este uribismo habla de «juventud FARC» o «nuevas FARC».

En 2018, en el marco de la lucha presidencial por la implementación, la disputa por el AFP no fue capaz de aglutinar a las fuerzas del SÍ, que mostraron sus contradicciones internas. Una parte de ellas basó su comportamiento electoral en el miedo al «castrochavismo» sembrado por el uribismo contra Gustavo Petro.

El reconocimiento de Daniel Coronell de que entre más crecía Petro, más crecía el uribismo para justificar su voto en blanco en segunda vuelta… implicaba la aceptación pasiva de un hecho sobre la cultura política que había sido moldeado y estructurado para impedir a través de la manipulación del miedo el ejercicio del poder central de nuevas élites sistémicas de izquierda. Aún hoy, Coronell responsabiliza a Petro de la victoria de Duque.

Esta mirada superficial que supone que los acontecimientos políticos sólo se explican por el actuar de grandes actores impide una mejor comprensión de lo que ocurrió en 2018 en cuanto efecto del proceso de plebiscito; impide, asimismo, otras posibilidades de acción para la construcción de un mayor consenso en torno a un futuro favorable de la implementación. Tal es el tipo de heridas abiertas por el 2 de octubre que todavía no cierran —como si ya el ascenso del gobierno Duque no fuera suficiente— y que seguirán jugando para 2022 si no logramos rebatir los sentidos comunes de la hegemonía uribista y proponer y hacer circular nuevos sentidos comunes que, aún cuando apelen a los afectos, puedan combatir la manipulación política acentuada por una estructura emergente del sistema capitalista: el capitalismo de vigilancia.

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