Mi propósito no es cuestionar la visita del papa. Si bien veo a la institución de la iglesia, a su historia y a su poder político y económico con escepticismo, creo que su visita es oportuna dada la coyuntura del país, de una paz que está por construirse en medio de una mentalidad guerrerista aún latente en el sentido común de un importante sector de las y los colombianos.
Mi intención es cuestionar otro asunto: la normalización del hecho de que un Estado constitucionalmente laico financie su visita y cese actividades en instituciones como universidades públicas y bibliotecas estatales. No me siento conforme con respuestas como: “es que Colombia es católica”, o “es que el preámbulo de la constitución se escribe bajo la invocación y bendición de Dios”, ya que solo contribuyen a naturalizar una visión antidemocrática que pasa por el no respaldo a la libertad de credo.
La religiosidad del pueblo y de la élite colombiana, son un hecho que si se asume como pregunta de investigación pasaría más bien por inquietudes sobre su historicidad, sus cultos y su diversificación, así como por el proceso de imposición-aceptación (en cuanto a la religiosidad cristiana) desde los tiempos de la conquista, y no por saber si la mentalidad del colombiano promedio es religiosa o no. Pero una cosa es la sociedad y otra el Estado.
Se podrá aducir: ¡pero es que el Estado colombiano es de una sociedad religiosa, y por extensión, el Estado es religioso! Pero sucede que el país no es exclusivamente católico, y prueba de ello es el número de iglesias cristianas de origen protestante que cada día crece en su establecimiento y número de feligreses, la presencia de cristianos ortodoxos, judíos, krishna, agnósticos, ateos, cosmogonías de grupos étnicos, entre otros.
Otros (as) podrán decir, “es que el Estado somos todos”, a partir de la lectura plana devenida del liberalismo político, donde se entiende el Estado como contrato o pacto social de los ciudadanos para crear un ente que garantice la propiedad privada y las libertades individuales en el marco de un territorio. Noción ingenua (o interesada) que pierde de vista la desigualdad social y la existencia de clases sociales y grupos sociales marginales, haciendo de la sociedad un espacio no homogéneo.
Prefiero entender el Estado, en la misma línea de autores como Gramsci y Poulantzas, como un mecanismo, aparato o esfera compleja y contradictoria que se superpone a la sociedad y es administrado fundamentalmente por una clase o grupo social determinado. Una concepción que para el caso colombiano tiene una franca relación debido al carácter criollo de la configuración de la república, es decir, organizado por una elite (autoritaria y excluyente) distinta del dominio español.
Pero el Estado, al ser complejo y contradictorio, está en una continua disputa interna, y tiende a aceptar muy lentamente avances puntuales de democratización planteados por los movimientos sociales y las organizaciones progresistas; avances como, en el caso que convoca la reflexión, el carácter laico y no confesional del Estado colombiano. Reitero entonces que el Estado es diferente de la sociedad. El Estado no “somos todos”.
Lo laico se entiende de dos formas, la primera como aquel o aquellos que no pertenecen a la jerarquía de la iglesia, pero que de igual forma comulgan con ella, y la segunda, como la separación del Estado y la institución religiosa. El Estado laíco sería entonces, tal como lo señala Jorge Goddard de la Escuela de filosofía de la Universidad de Costa Rica: “aquella organización política que no establece una religión oficial, es decir que [no] señalan una religión en particular como la religión propia del pueblo (…) su razón es permitir la convivencia pacífica y respetuosa de diferentes grupos religiosos”.
Es decir, lo laico es entendido desde este punto de vista como la defensa de la libertad de culto por parte del Estado, resaltando lo común de los ciudadanos en materia de derechos, en el ámbito de lo público. La religión en ese sentido estaría en el ámbito de lo privado-personal, claro está, sin obviar la frontera porosa existente entre lo público y lo privado.
Parece que el Estado colombiano asume lo laico en su primera definición.
Es entendible ese perfil laxo de lo laico en Colombia, que parece más un confesionalismo laicizado, si se le mira históricamente, ya que la constitución de 1886, esa carta magna conservadora que asumía al Estado como confesional, duró más de 100 años, mientras que la constitución de 1991 que lo entendió como laico, solo tiene 26 años. Pero tal y como lo indicaba el célebre historiador francés Marc Bloch, entender no es justificar.
La construcción de paz en Colombia implica construcción de democracia para la gente del común en un país profundamente elitista, y esa democracia pasa también por seguir exigiendo libertad de culto, libertad de credo o no credo a un Estado que no se desata del lastre confesional y parece no tener intenciones de hacerlo.
Como lo mencioné al inicio, este no es un artículo en contra de la visita del papa, valoro su discurso, es una línea semejante al papa progre Juan XXIII, y al concilio vaticano II, un discurso que invita a la paz, a la atención de los pobres y excluidos, al respeto a la naturaleza y otros elementos comentados con lujo de detalles por los colegas de Agencia Prensa Rural y Contagio Radio. Pero es necesario, si somos demócratas, que no naturalicemos que el Estado financie la estadía de un representante de una religión particular, ni que dejemos pasar desapercibido -al mejor estilo de la mentalidad oscurantista- el cese de actividades en recintos de estudio y producción de conocimiento como universidades públicas y bibliotecas estatales.
Es necesario, partiendo de la desnaturalización de todo aquello que asumimos como normal e incluso “lógico”, cuestionar y exigir democracia, y exigir un verdadero carácter laico al Estado Colombiano.
Cierro con esta cita del papa Francisco por su relevancia, entendiéndolo como jefe de Estado, figura carismática y líder espiritual de un considerable porcentaje de la sociedad colombiana, sobre la importancia de la paz y la reconciliación, aclarando que la retomo como persona no creyente pero laica en su segunda definición:
“Colombia, abre tu corazón de pueblo de Dios y déjate reconciliar. No temas a la verdad ni a la justicia. Queridos colombianos: no tengan temor a pedir perdón y a ofrecer el perdón. No se resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrase como hermanos y superar las enemistades. Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias. Es la hora para desactivar los odios, renunciar a las venganzas y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno. Que podamos habitar en la armonía y la fraternidad, como desea el señor. Pidamos ser constructores de paz, que allá donde haya odio y resentimiento, pongamos amor y misericordia”.
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David Pinzón Hernández @DavidPinzonH | Integrante de la REVISTA HEKATOMBE.
Licenciado en Ciencias Sociales. «Tengo una pequeña perra que es más lista que una bruja».