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Aprender a descansar

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Hace unos días estaba hablando con una amiga sobre la explotación laboral y lo que es peor, la autoexplotación laboral. La charla fue más una catarsis sobre el cansancio, el capitalismo y una preocupación, tenemos que aprender a descansar.

Las dos sufrimos de este mal por una condición de clase, por supuesto, porque la clase no se pierde con los posgrados, ni con la sensación de movilidad social que estos dan. Hablando coincidimos en que vivimos al límite, el día no nos alcanza y siempre estamos cansadas para disfrutar los ratos de ocio.

A propósito, me acordé de la película El precio del mañana (2011) de Andrew Niccol, protagonizada por Justin Timberlake y Amanda Seyfried. La riqueza se mide con tiempo, los ricos tienen todo el tiempo del mundo, trabajan poco y disfrutan mucho, mientras la clase obrera vive con unas horas al día. Al principio de la película, a Will Salas (Justin Timberlake) un hombre le hereda un montón de tiempo, eso coincide con la muerte de su mamá, así que se va del gueto a New Greenwich, algo así como la ciudad de los ricos, donde viven sin afán, los carros van despacio y él choca con eso, porque está acostumbrado a correr. Come a toda, camina rápido, y se ve acelerado en medio de la calma de los verdaderos ricos.

Esta dinámica de explotación laboral en la que todo es para ya, en la que todo es perentorio y debe ser resuelto inmediatamente, muchas veces por capricho, por sabotear al otro, y no porque sea algo fundamental, se ha convertido en el día a día.

Esta dinámica de explotación laboral en la que todo es para ya, en la que todo es perentorio y debe ser resuelto inmediatamente, muchas veces por capricho, por sabotear al otro, y no porque sea algo fundamental, se ha convertido en el día a día. Entregar documentos que nadie va a leer, hacer conferencias maratónicas a las que nadie va a ir, diseñar cientos de imágenes que en cuestión de una semana se van a quedar en el archivo de Instagram, hacer cosas “urgentes” que no van a tener ningún impacto más allá de engrosar informes sin trascendencia. Es el afán por el afán, para demostrar que se hace, normalizando que en la vida todo debe ser cuantificable.

A este frenesí de resultados, se suma la autoexplotación o el audítate a ti misma. Ambas crecimos mientras la gente se apropiaba torpemente del “trabajar, trabajar y trabajar”, cuando las FARC y la pereza eran los males de Colombia. En el colegio me enseñaron los valores de la clase obrera, como la humildad, la puntualidad y ser una buena trabajadora, a eso se sumaba el bombardeo constante en televisión sobre la importancia de ser productiva y multitareas.

La preocupación por no rendir lo suficiente, la prospectiva, la ansiedad y sobrevivir en la inestabilidad son algunas de las variables que han marcado esta generación de trabajadoras y trabajadores entre los treinta y cuarenta años, también conocidos como viejóvenes. “Dejamos las puertas abiertas” para que en el futuro nos tengan en cuenta y nos llamen, no damos motivos para la cancelación anticipada del contrato, nuestras vidas se enfocan en mostrar resultados, en “trabajar, trabajar y trabajar” para asegurar esos periodos cortos de OPS y todas sus variables.

En ese panorama el descanso termina siendo un momento productivo, los ratos que son dedicados a cosas diferentes al trabajo resultan destinadas a este, como lavar la loza y mientras tanto escuchar un podcast o una conferencia relacionada con el trabajo. «Debemos aprender a descansar. Descansar no es trabajar en otras cosas o ver series mientras trabajamos», me escribía mi amiga —con quien a propósito hace un buen tiempo no nos vemos, en parte por culpa de nuestras obligaciones laborales—.

Me quedó sonando eso de aprender a descansar, así que decidí tramitar parte de mi frustración con este texto. Siempre que hago este ejercicio, después de elegir el tema, sigue una breve exploración sobre qué se ha dicho, quiénes lo abordan, leo algunas cosas y a veces quedo atrapada estudiando sin escribir, pero otras si logro culminar el ejercicio.

De pronto esos consejos a secas le funcionan a quienes viven en New Greenwich, pero a personas de la working class como mi amiga, Will Salas o yo, no son de mucha ayuda.

En la búsqueda me encontré con un artículo publicado en Vogue España: “Cómo aprender a descansar (y no solo dormir)” sobre un libro de Jana Fernández, una divulgadora especializada en bienestar y descanso. Básicamente descansamos si aplicamos las 7Ds: decisión (decidir descansar); disciplina (convertir el descanso en un hábito); deporte (hacer ejercicio); dieta (comer bien); desconectar (no ver tanto el celular); desacelerar (bajarle al acelere); disfrutar (“vivir la vida es la única manera de disfrutarla”, dice ella). Pensé que de pronto el artículo se quedaba corto con respecto a lo que la autora quería decir, así que me vi una charla de ella organizada por BBVA, en la que interactuaba con un señor experto en “marketing, transformación personal y de las compañías” y resulta que no era necesario dedicar esos minutos a ver el video, Fernández no tenía mucho más que aportar, además de los siete tips.

En términos generales, tiene razón, pero a eso le hace falta algo muy importante, la lógica productivista del capitalismo, el posfordismo, y la clase. De pronto esos consejos a secas le funcionan a quienes viven en New Greenwich, pero para personas de la working class como mi amiga, Will Salas o yo, no son de mucha ayuda.

En su libro Realismo Capitalista. ¿No hay alternativa? (2009), Mark Fisher nos da pistas para entender que no basta con las 7Ds de Fernandez para descansar. Al contrario, señala que, el posfordismo consiguió que las y los trabajadores estemos todo el tiempo disponibles, como si nuestra vida fuera el trabajo no existiera y, son precisamente los correos electrónicos o WhatsApp, los mecanismos que se encargan de asfixiar el tiempo libre y arrastrarnos a trabajar. En esta línea, Mark cita a Berardi: «el Capital ya no recluta a las personas, sino que compra paquetes de tiempo separados de sus portadores, ocasionales e intercambiables», esto es, disponibilidad 24/7, acabar con el espacio de lo laboral para que se convierta en la vida misma.

No basta con tomar la decisión de desconectarse, si estoy viendo bordados en Pinterest, si estoy chateando con mis amistades y llega un mensaje del trabajo, inevitablemente voy a pensar en que tengo tareas pendientes y las 7 Ds se embolatan porque, además, entra a operar la autoexplotación, la vigilancia interna. Fernández asume que es nuestra culpa no descansar bien, algo propio del mandato de la responsabilidad ética individual, dejando de lado lo estructural. Descansar parece que debe ser más un acuerdo colectivo que un intento personal.

Tengo que aprender a descansar, a desconectarme del trabajo, ver series sin estar pensando en los pendientes, tomarme la hora completa de almuerzo, llegar a mi casa simplemente a disfrutar el poco tiempo de ocio que me queda, y mientras llega ese acuerdo colectivo, tendré que tomar medidas para poder avanzar en el proceso. Implementaré de inmediato dos, mi nombre en WhatsApp será “¡Alto, no me escriba fuera de horario laboral!”, y la segunda, la respuesta automática de mi correo electrónico dirá “Yo si descanso, le invito a que también lo haga”. Seguro va a generar malestar, pero es algo de esperarse al reivindicar algo tan revolucionario como el derecho a descansar.

¡Camaradas que quieren descansar, uníxs!

De mediocres y asistencialistas

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En un artículo pasado que llevaba por título «El poder del funcionariado conservador en el Estado», me refería a la continuidad de un funcionariado y de un número importante de contratistas en las instituciones del ejecutivo, que reproducen un supuesto concepto técnico sobre la interpretación de las dinámicas administrativas y normativas. Un concepto que, en el fondo o incluso en la misma superficie, está cargado de ideología racista, clasista y centralista, lo que dificulta el avance de las políticas públicas o de las interpretaciones abiertas del ordenamiento legal que contribuyan al cambio —así sea parcial— previsto por este gobierno, siendo en la práctica una zancadilla más que se suma al ataque permanente del poder mediático y de los sectores de la elite alineados a la derecha y la extrema derecha, solo que desde la misma estructura estatal, ya de por sí caracterizada por una configuración histórica desigual y excluyente.

Además de estas dificultades, se encuentran los ejercicios burocratizados de expresiones de la sociedad civil que buscan coptar y acaparar recursos en detrimento de otros sectores, y que se acostumbraron a la política clientilista y gamonal, como también señalaba en «El Estado debe cambiar, pero el movimiento social también debe reformarse». Una lógica de acaparamiento que puede terminar afectando, en últimas, el principio de planeación del Estado. A este entremado de inconvenientes, a los que se adicionan otros de distinto orden, vale la pena señalar uno más. 

Frente al primer punto, hay que precisar que no todo el funcionariado ni segmentos de contratistas que vienen de gobiernos anteriores tienen esta perspectiva conservadora, ni todos los nuevos segmentos de contratistas empujan en la misma dirección del cambio. 

De un lado están quienes ingresan al Estado como las cuotas de siempre, las cuotas que garantizan gobernabilidad en un país clientelista y gamonal, y que llegan sin aportar ninguna perspectiva política y/o administrativa novedosa; del otro, sectores alineados con las aspiraciones del cambio, que trabajan arduamente para impulsar acciones que contribuyan a ganar en justicia social y democracia.

Pero dentro de este sector también se encuentra un segmento mediocre. Se trata de contratistas-votantes. Personas que respaldan al gobierno, que salen a las calles en las convocatorias de movilización por las reformas, que postean en sus redes las imágenes que circulan publicitando las inversiones, los nuevos decretos o los discursos de ministros o del presidente, pero que en su dinámica laboral se caracterizan por el mínimo esfuerzo. Por acoplarse a la práctica básica del burócrata que consiste en «botar la pelota» incluso, cuando una solicitud hace parte de su competencia o está en el rango de sus posibilidades. 

Un tipo de contratista que no acoje el ritmo institucional, y que recuesta sus responsabilidades en quienes asumen el momento histórico y trabajan con compromiso en el gobierno. También, se podría decir que hay otro tipo, se trataría de los que traducen la idea de garantía de derechos en una forma de garantismo asistencialista.

El asistencialismo guarda una relación con la caridad en su concepción de derechos. En este, se concibe a la población subalternizada, empobrecida, racializada o a las víctimas del conflicto, como individuos sin capacidades, ni potencialidades, ni perspectivas de autonomía o de fortalecimiento de su autonomía. Personas a las que es necesario «tomar de la mano», y tratarlas no desde la igualdad sino desde una suerte de paternalismo que minimiza esas posibilidades que proporciona la organización social. Está visión desarrolla una imagen que deshumaniza, que deja de lado toda la complejidad humana, toda la densidad, que también carga ese otro.

En un espacio de trabajo con víctimas del conflicto, recuerdo escuchar a una trabajadora del Estado contar a otra que a diferencia de ese escenario, en otros se habían gastado una importante suma de recursos para pagar un hotel cuatro estrellas y platos costosos, y que, según ella, así se debía tratar a «esas pobres personas» que venían de afuera. Me cuestioné en el momento si realmente en este tipo de actividades se debían ejecutar los recursos públicos para garantizar esa costosa «dignidad» de las personas victimizadas, o si más bien se deberían realizar eventos dignos que pongan el foco en aquellas acciones que realmente implicaran transformaciones territoriales, mejorando instalaciones, fortaleciendo capacidades, etc. 

Pero además este tipo de «garantismo asistencial», que subestima y se para desde la condescendencia, entronca con las formas de exigibilidad de ciertos sectores del movimiento social, étnico y popular que asumen esa exigibilidad como la transacción de recursos que se concentran en burocracias y que no llegan a las bases y sus territorios. Lo anterior dado que el garante asistencial cede ante el recurso vacío que es demandado por el otro que viene de lo subalterno y que en el camino de movilización de años y años, se terminó burocratizando. O también cede ante ese recurso que entrega el Estado desde lo asistencial, sin concentrase en aquellas acciones que fortalecen realmente la garantía de derechos en su sentido integral.

La justicia social, la democratización, no son sinónimos de asistencialismo. El fortalecimiento de derechos implica el fortalecimiento de la organización ciudadana, y también del principio de planeación en función de una distribución equitativa de lo estatal y lo público, basados en un trato fundamentado en la equidad. El clasismo y el racismo nunca tratan al otro subalternizado como igual, porque siempre lo asumen como distinto e inferior. 

Volviendo a los sectores mediocres, vale la pena recordar la famosa expresión de Salvador Allende en su discurso a los estudiantes de la Universidad de Guadalajara en 1972 pero con una modificación: ser  mediocre en un trabajo con el gobierno del cambio y decir que se respalda al gobierno del cambio es una contradicción «hasta biológica». 

Estar con el gobierno del cambio —con todo y sus límites y contradicciones—, en el caso de quienes trabajan desde el Estado, debe suponer asumir el cargo con compromiso y responsabilidad. El sabotaje y ataque permanente a una experiencia inédita en la historia colombiana, y la búsqueda de la continuidad, exigen un trabajo distinto, y no solo una demostración de respaldo que persiga la renovación de contratos.

Maldita guerra, guerra hiju3p3rr4

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Caminar por Caloto, Buenos Aires o Toribio. Por Teorama o Tibú. Por el norte del valle o el sur del Chocó, es una experiencia estremecedora. Es sentir un nudo en la garganta. Hablar con las personas y vivir, por tan solo un momento su vida cotidiana, es suficiente para despreciar el conflicto armado contemporáneo. 

Kilómetros y kilómetros de vías destapadas hechas por la misma gente, o vías en buenas condiciones en las zonas de interés del gran capital legal o mafioso. Gente alegre que le saca chiste a ciertas dinámicas del conflicto armado, pero que no deja de decir «y eso es lo que nos toca vivir a diario» con rabia pero también con resignación. 

Las paredes o las señales de tránsito en las carreteras tienen las reglas de la guerra. Pintas en las que incluso se lee «prohibido ciclistas». Las pancartas, stickers y pintas anuncian no solo la presencia y control sobre la zona, ponen de manifiesto algo más profundo: el control de la cotidianidad. Pero la cotidianidad de la gente parece más fuerte, se resiste pese a todo. Siguen las fiestas, la risa, la minga o los proyectos productivos de base. Aún con el miedo o la prevención. 

El indio, el afro, el campesino, no han estado cómodos con el conflicto, y pese a esto, no dudan en afirmar con contundencia «antes había algo de ideología, algo de política, ahora todo es plata, plata y plata». «En el corregimiento vecino un integrante del actor armado estaba bravo con el profesor, por un juego o algo así, un día se pelearon y el tipo, el combatiente, no se aguantó. A las semanas vino y mató al profesor y mató a la familia. En otro tiempo a ese integrante lo habrían sacado del grupo, habría pasado algo, ahorita nada. No pasó nada. Es que esto está más difícil ahora» me contaban en el Cauca. 

El conflicto no es blanco y negro. Cuando se recorre se ratifica lo que han dicho las ciencias sociales hace mucho. El conflicto es denso, y la exclusión, la desigualdad, el racismo estructural, son sin lugar a dudas, sus motores. En zonas excluidas y satanizadas el conflicto se territorializa. Se integra a las dinámicas sociales y comunitarias. Las familias extensas se entremezclan con las dinámicas de la guerra. Es imposible que no pase. Los estereotipos sobre los que se montó la seguridad democrática perdían de vista justamente esa territorialización, por eso las pacificaciones militares implicaban sangre y fuego contra esas familias extensas sin ningún tipo de distinción. 

Es que la guerra es jodida. Gente que raspa la mata de coca porque es lo que toca, otros que buscan beneficiarse con cada muerto, no solo desde el bando ilegal, también desde el bando legal e incluso de la sociedad civil. Con la muerte se transan beneficios, beneficios muy específicos. Burocracias organizadas exigen recursos por la muerte. Cuanto más conflictiva sea una zona más pueden exigir recursos, pero sin ningún efecto transformador para las bases o el territorio. 

Los actores armados usan el nombre de la gente para legitimar su actuar, pero las rentas ilícitas que los sustentan, con su mecánica y sus efectos, se van metiendo en el tejido comunitario. Las expectativas de vida de la cultura traqueta, el porte del fierro y su poder, la desarmomia del indígena que terminó consumiendo drogas, más por verse en callejones sin salida que por libre elección. Todo va carcomiendo esa vida cotidiana que procura resistirse. 

El soporte de las comunidades siempre es la organización. Las burocracias con sus intereses individualistas parecen desviar los propósitos de esa gente jodida que se organiza, pero con todo, la autonomía y lo colectivo busca echar raíz. Se ve a la pelada, al pelado joven que se mete a la guardia indígena e impulsa lo que toque impulsar. La comunidad pensando junta en cómo jalonar un proyecto productivo, o adaptar cierta zona para construir algo de beneficio común.

Cuando se ve a esas personas reflexionando juntas sobre cómo organizar su territorio, es difícil no pensar con molestia en la soberbia del actor armado que justifica su presencia, así sea solo desde el discurso, en la «ayuda a la comunidad», cuando el mismo resguardo, consejo comunitario o vereda campesina se piensa y proyecta a sí misma y desde tiempo atrás sin necesidad de ese respaldo. 

En un resguardo me quedé viendo a una señora, una autoridad indígena, con un vestido de un color que resaltaba sobre todo lo demás, caminando con calma mientras llevaba su bastón de mando por la mitad de la vía destapada. En otro unos niños iban bajando un cerro, con calma, adelante del papá que llevaba el azadón al hombro, todo mientras un indígena joven, de unos veintitantos años, describía con lujo de detalle en qué parte había tubo del agua bajo la tierra, dónde había cableado y cuál sería la mejor manera de construir. Una calma que reñía con mi rabia interna, la rabia de pensar por qué, por qué esta gente tranquila se tiene que aguantar la mierd4 de la guerra. 

Dicen Flaco Flow y Melanina en su canción «La jungla»:

«Maldita guerra, guerra hijueperra

vas a acabar conmigo

Vas a acabar con mi tierra

Unos la originan, otros la patrocinan

El pueblo pone las victimas

Y otros la medicina

Los más perjudicados somos nosotros

Los pobres que pagamos con lágrimas en el rostro

Así es como funciona este pais,

así es como me tratan a mí».

Las comunidades están agotadas de la guerra, pero ven con escepticismo los discursos de paz. Y no es extraño. Sin embargo, las salidas negociadas y las apuestas por la superación de la desigualdad, de la injusticia social, siguen siendo las mejores opciones.

Como dicen por el Cauca: cuenten con nosotros para la paz, no para la guerra.

Centrales obreras rechazan el paro camionero

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El 3 de septiembre (2024) distintas centrales sindicales y de pensionados, cómo la CUT y la CGT, así como la Coordinadora Nacional para el Cambio, que agrupa a distintas organizaciones sectoriales y sociales, emitieron un comunicado conjunto en el que rechazaron el paro de propietarios de transporte de carga, y lo relacionaron con el paro patronal que hizo parte de una de las acciones que llevaron a la desestabilización del gobierno de Salvador Allende en el Chile de principios de los años 70s. Por lo anterior, convocaron a una movilización para el 19 de septiembre a las 11 am, siendo el punto de concentración en Bogotá la Plaza de Bolívar. A continuación reproducimos el comunicado:

Después de 56 meses de congelamiento del precio del ACPM y de $56 billones con el cual el estado ha subsidiado a los transportadores de carga, el gobierno decretó desmontar el subsidio en los combustibles incrementando el precio del ACPM en un 20%.

Esta decisión va encaminada a privilegiar el gasto en inversión social y no a seguir subsidiando a los grandes transportadores. El gobierno ha dicho que buscará un subsidio para los pequeños transportadores, el cual debe establecerse en una ruta concreta y tiempo determinado.

Cuando el gobierno de Gustavo Petro llegó, había un déficit de casi 36 meses tanto en el precio de la gasolina como en el de ACPM. Dicho déficit se ha venido resolviendo, primero ajustando el precio de la gasolina y ahora se apresta a resolverlo de manera definitiva incrementado el precio del ACPM, de manera gradual, en tres momentos, de hoy a diciembre del 2025.

De esta manera el congelamiento del gobierno Duque fue una decisión política y electoral que acumuló un alto déficit en el Fondo de Estabilización Petrolera, que resolvió subsidiar los combustibles trasladándose la problemática a este gobierno de Gustavo Petro.

Los grandes transportadores y generadores de carga en coordinación con el uribismo han visto la oportunidad para impulsar un paro nacional camionero encaminado a generar la mayor ingobernabilidad, y así crear las condiciones propicias en el ambiente político de la nación para que se acentúe un golpe de estado.

Esta fue la misma situación que se presentó en Chile en la década del 70 del siglo pasado, cuando los grandes transportadores resolvieron hacer un paro nacional que terminó en el en el asesinato del presidente Allende y la llegada de la dictadura de Augusto Pinochet, que a sangre y fuego impusieron el primer experimento neoliberal en la región.

Se comprende que la garantía de estabilidad de precios para el consumo interno no está en los subsidios del gobierno, está EN LA SOBERANÍA ENERGÉTICA, es decir en la capacidad de nuestro país para producir todo el petróleo que requiere para el consumo interno, en el marco de la ruta trazada de transición energética, que exige la crisis climática mundial.

La CUT, la CGT y las Confederaciones de Pensionados CDP Y CPC, junto con la CNPC, considera que las razones aducidas para hacer el paro camionero, no corresponden a la situación que vive el país en el cual su profundo déficit fiscal está presionado por este subsidio a los combustibles y que, por consiguiente, lo que hay en el ambiente es un interés político y electoral frente a un posible golpe de estado contra el gobierno de Gustavo Petro. A esto se le suma la ponencia preparada por el magistrado Álvaro Hernán Prada del Consejo Nacional Electoral, por demás vinculado al proceso de falsos testigos con el cual está siendo judicializado el expresidente Uribe, ponencia en la cual se pretende investigar al Presidente de la República y generar un proceso de destitución en el Congreso de la República; además, de la profundización de los medios de comunicación masiva que utilizan la mentira como arma para contribuir al desconcierto e inconformidad.

Llamamos a todas nuestras organizaciones sindicales y sociales, a las Juntas Comunales y demás asociaciones y a todos los sectores democráticos del país a que expresemos nuestro rechazo a este propósito de quebrantar la vida institucional del país y a cerrar filas para que el mandato constitucional ordenado por el pueblo se respete.

Reiteramos nuestro compromiso con la Asamblea Nacional por las Reformas Sociales, la Paz y la Unidad a desarrollarse el 14 y 15 de septiembre en la Universidad Nacional de Bogotá.

Convocamos a expresar en la calle el sentir por el proyecto político, democrático, progresista y popular y en la ciudad de Bogotá a concentrarnos en la Plaza de Bolívar, el jueves 19 de septiembre a partir de las 11:00 a.m., para rechazar un intento de golpe de estado.

Género, normalización y Judith Butler

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Cuando Jung estableció su teoría de los arquetipos e inconsciente colectivo, desde el orden mitológico, la corporeidad podía interpretarse como aquel factor anímico que era construido por la psique. El cuerpo, cual representación social, fundamenta un rol, no solo objetivo y material, sino como condición espiritual. En los planteamientos del discípulo de Freud, la línea directa en la constitución de la imaginería social, difícilmente tendría un surgimiento ligado a la espontaneidad contingente de la existencia material. Estamos construidos como una colcha de retazos, podría ser una expresión aceptable. 

En palabras del mismo Jung, “Pero, ¿Quién garantiza que de esta conversión resulta una imagen del mundo suficientemente “objetiva”? Para tener esta seguridad, el hecho físico debería ser también psíquico. Pero de esta comprobación parece separarnos todavía una gran distancia. Hasta entonces hay que contentarse, bien o mal, con la hipótesis de que el alma provee las imágenes y formas que hacen posible el conocimiento de objetos” (Jung 53). En este orden de ideas, aquel concepto de syzygia cobra un protagonismo especial. Innegablemente, el ánima se representa en aquellas acepciones de lo masculino y femenino. La mitología, cargada de deidades que se desplazan en estas dos representaciones, nos recuerdan aquella condición psíquica y corpórea que nos expone al mundo. 

Partiendo de esta breve introducción, recordemos a la filósofa Judith Butler, quien en trabajos tales como Cuerpos que Importan y El Género en Disputa, plantea una controversial tesis enraizada en la identidad sexual como fenómeno de normalización social. Lo que Jung, sin temor a equivocarnos, estableciera como representación anímica del mundo real, Butler lo extiende como exposición semántica de un prodigio colectivo, político, comercial e ideológico. 

La actual oleada de críticas al fenómeno conocido como woke, fácilmente puede responder a una campaña neoconservadora por la defensa de los valores patriarcales y judeocristianos que promueven un lenguaje destructivo y homogeneizador. Como plantea Butler a razón de Foucault en su obra El Género en Disputa, “Los sistemas jurídicos de poder producen a los sujetos a los que más tarde representan. Las nociones jurídicas de poder parecen regular la esfera política únicamente en términos negativos, es decir, mediante la limitación, la prohibición, la reglamentación, el control y hasta la «protección» de las personas vinculadas a esa estructura política a través de la operación contingente y retractable de la elección. No obstante, los sujetos regulados por esas estructuras, en virtud de que están sujetos a ellas, se constituyen, se definen y se reproducen de acuerdo con las imposiciones de dichas estructura” (Butler 47).

Son completamente loables las críticas por la baja calidad estética y argumentativa de algunas producciones televisivas y cinematográficas que apuntan a abordar la temática woke como referente cultural. Puede verse forzada e impuesta. Pero dichas eventualidades, deben enmarcarse justamente en el rasero calificador que otorga el criterio de lo que puede verse como creación artística que moviliza contenidos transgresores y una nueva visión de mundo, más no, en una supuesta agenda homosexualizadora del orden mundial que persigue relativizar nuestras preferencias y pervertir nuestras juventudes. 

Como lo enunciáramos al inicio con Jung, las raíces mitológicas que constituyen nuestra existencia, enmarcan el ánima como una construcción subjetiva que nos exhibe ante el mundo. 

Civilizaciones que adoptaron deidades que se transfiguran al unísono en la energía masculina y femenina, fueron relegadas por creencias normalizadoras y paternalistas. ¿Cómo abordamos ese imaginario de lo masculino y lo femenino? ¿es el lenguaje un recurso tan restrictivo que interpreta al mundo desde dicha verticalidad? Como nos lo enuncia Butler, el sesgo mitológico se ha hecho norma y la norma se ha convertido en ley. Valga la siguiente cita de la filósofa como elemento ilustrativo: “El problema del “sujeto” es fundamental para la política (…) porque los sujetos jurídicos siempre se construyen mediante ciertas prácticas excluyentes que, una vez determinada la estructura jurídica de la política, no “se perciben”. En definitiva, la construcción política del sujeto se realiza con algunos objetivos legitimadores y excluyentes, y estas operaciones políticas se esconden y naturalizan mediante un análisis político en el que se basan las estructuras jurídicas. El poder jurídico “produce” irremediablemente lo que afirma sólo representar; así, la política debe preocuparse por esta doble función del poder: la jurídica y la productiva” (Butler 48).

Para mantener engrasada la maquinaria productiva y mercantilista, basta con sacrificar nuestra existencia trabajando y subsistiendo. ¿Es necesario pagar un precio más allá de ello? ¿No son ya lo suficientemente explotados los elementos identitarios como para seguir sobrellevando un proceso de normalización? Es claro que la representación mundial que menciona la filósofa norteamericana, puede sintetizarse en la existencia de ricos y pobres, hombre o mujer.

 La primera relación como sujetos de juicio y consecuentemente castigo. Es claro que el rico tendrá la potestad de devorarse al mundo, independientemente sus gustos o inclinaciones; mientras el pobre será enjuiciado públicamente por sus carencias y lo que representa su identidad será un nuevo fardo en sus grilletes. Por su parte los imaginarios de lo masculino y lo femenino, no son más que construcciones discursivas para preservar la interpretación de un mundo que se nos ha sido impuesto desde un orden ético, político y estético.

Como diría el escritor Charles Bukowski, “Siempre habrá putas y borrachos hasta que caiga la última bomba”, en este sentido, lo impostado del fundamento normalizador, desplegará su lenguaje reduccionista en aras de la representación económica. Puta o borracho, ante la gran maquinaria, siempre serás una existencia asexuada y amorfa. En palabras de Judith Butler, “es el poder y la fuerza que tiene la ley de imponer el temor al mismo tiempo que ofrece, a ese precio, el reconocimiento. Mediante la reprimenda, el sujeto no sólo recibe reconocimiento, sino que además alcanza cierto orden de existencia social, al ser transferido de una región exterior de seres indiferentes, cuestionables o imposibles al terreno discursivo o social del sujeto”. (Butler 180)

REFERENCIAS

  • Butler, Judith (1993). Cuerpos que Importan, sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”. Editorial Paidós, Argentina
  • Butler, Judith (2007). El género en disputa, el feminismo y la subversión de la identidad. Editorial Paidós, Argentina
  • Jung, C.G. (1970). Arquetipos e inconsciente colectivo. Editorial Paidós, Argentina

AMOR ES

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Crecí en la Bogotá de los años 80, la de bombas y chicles Bublishus de contrabando. Fui niña durante esa década oscura para la historia del país, que algunos intentábamos, o nos intentaban, ocultar con lucecitas de neón. La década de las 80 de horas diarias de televisión con la que niñas y niños de barrios sin parque, llenábamos el tiempo de la vida no escolar. Como no había dibujos animados en las tardes entre semana, nos la pasábamos viendo melodramas de amor y llorando de despecho imaginado a los 8 años.

En esa Bogotá televidente, que fue el lugar de mi infancia, aprendí, como muchas otras, que el amor duele. Que duele mucho. Que un collar de espinas es el amor, un collar de espinas medio inverosímil, eso sí. La televisión me enseñaba a temer que un problema afectivo futuro, podría ser que me enamorara de un hermano al que no conocía. El tabú del incesto aparecía telenovelado. También me mostraba, la cajita TV, que las amigas traicionaban por el amor de ese hermano disfrazado de nuevo amor, y que las enemigas la podían votar a una por las escaleras hasta dejarla inmovilizada.

A las tardes de telenovelas de Latinoamérica las seguían fines de semana de telenovelas gringas traducidas en México. A esas telenovelas las empezamos a llamar series, creo, y las transmitían en primetime los domingos por la noche. Si las primeras eran medio tóxicas, en cuanto a su enseñanza del amor, las segundas lo eran y a nivel Chernóbil. En estas últimas, jóvenes gringos se traicionaban unos a otros, en loop. Allí los personajes practicaban la amistad como forma de explotación. Se trataba de historias de jóvenes, que eran millonarios, y que se la pasaban de pelea en pelea entre carros deportivos rojos. Unos malcriaditos insoportables que pretendían reinstalar el sueño americano en las imaginaciones de los púberes latinoamericanos de los años 80. 

En medio de ese desierto que la televisión intentaba instalarnos como paradigma afectivo una empresa, también capitalista, Panini, parecía enseñar sobre relaciones más recíprocas que esas que mostraba la televisión. El problema es que el tal álbum “Amor es”, era también una lección de amor dentro del Todopoderoso patriarcado ochentero. Así, la monita de “Amor es”, podría escribir como subtítulo “No estorbar mientras ella concina”.

Sí, escogí el ejemplo más clichesudo, porque fue el primero que me salió cuando le pedí a google que refrescara mi memoria sobre el contenido de las monitas que tanto amé. De todas maneras, ese sí era el tono de las dichosas monitas de “Amor es”, pues el amor era allí siempre hetero, familiarista y muy patriarcal. Sin pensar en ello, a la niña que fui le encantaba ese álbum y coleccionaba las monitas de Panini con fervor. Pero atesoraba, aún más que a las monas, los almanaques que todos los almacenes bogotanos de Chapinero y el 7 de agosto sacaban como “obsequio” para sus clientes durante las fiestas de fin de año. Aún tengo bolsadas de esas versiones pirata de “Amor es”.

Puede ser por eso que tal frase me acompaña hoy y ando preguntándome cómo llenar la siguiente, la que define qué es el amor. Hoy reconozco que estoy rodeada de mucho amor. Por fortuna, he reconocido también que a eso que llamaban amor, no era más que interés y explotación. 

A mis 45 años soy consciente de que el amor es una fuerza poderosa en mi vida y que habita en forma de novio, amigas, hijo, padres y hasta de gato. Últimamente he advertido también amor de y para mis colegas y estudiantes, algunos vecinos e incluso, uno que otro casi desconocido. 

Hoy pasó algo con lo que llené así mi tarjetica mental: Amor es, tener a quien contarle -y que se emocione tanto como yo- que una pelotica del gato que creíamos dañada, se arregló. Amor es eso, sobre todo, tener universos compartidos, referencias, canciones, recuerdos, lenguajes construidos en común e ilusiones del tamaño de una pelota de gato. Al gato le regalamos esa pelota en navidad. Es una bolita que se carga como un celular y que cuando se espicha rueda por la casa. El gato la adoró instantemente. Fuimos muy felices de verle correr con un artefacto al nivel de su intensa energía. 

El gato fue feliz con su bolita, muy feliz, hasta que se le dañó. 

Dejó de rodar. Su luz se apagó.

Yo intenté cargarla, pero no funcionó.

Habrá que admitirlo: la bola se averió.

Esta tarde, antecitos de que mi hijo saliera de viaje, vimos la pelotica en el fondo de un cajón. Era ya una bolita sin espíritu. Pero la pusimos a cargar, a ver si de pronto. Y ¡funcionó! Amor es escribirle al hijo:

-No me lo vas a creer: la bolita ¡funcionó!

Y amor es también que el hijo me responda:

-¡aaaaaaay que alegría! Mándame, porfa, videos del gato.

Un universo compartido, alegrías que no son sólo de uno, conversaciones de carcajadas y puestas en común de angustias colectivas. El amor es ese deseo de potenciar la vida del otro, esa fuerza que no se encapsula, sino que se expande. Es esa pulsión que no pretende controlarle la vida a nadie, ni a la pareja, ni a las amigas, ni a los hijos, sino disfrutar de la presencia única y siempre en transformación de aquel a quien amamos. El amor es una fuerza revolucionaria y no esa avaricia afectiva que trataron implantarnos a punta de televisión y calendarios. En los tiempos turbulentos el amor es eso que nos salva y es también el lugar de donde emana la fuerza para mantenernos vivos. Habría que hacer un nuevo álbum que nos recuerde sobre la potencia transformadora del amor. 

Mónica Eraso Jurado, artista plástica, estudioculturalera y doctora en ciencias humanas. Soy docente, escritora y también soy la madre de Máncel Tomás. Mis investigaciones giran en torno al arte, la historia del cuerpo y  la historia de Colombia. Mis lentes analíticos combinan el feminismo, la teoría queer y la teoría decolonial y antirracista. Twitter @lamonicaeraso.

¿Maestría? También quiero vivir ese hermoso sueño don Pool

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Acceder a un pregrado es complejo. También lo es llegar hasta el último semestre y graduarse. Pero la odisea no termina ahí, ingresar luego al mercado laboral formal, de tiempo completo, en el que hay un escaso margen para quienes recién egresan y menores posibilidades aún para quienes no tienen privilegios de clase, es un desafío en el que hay que disponerse a la explotación y la precariedad.  

Pero esta compleja escalera de ascenso social relativo no finaliza. El mercado laboral de nuestros días exige especializarse. Ya lo decía el profesor Alex Callinicos en su texto «Las Universidades en un mundo neoliberal» en el 2006:  

«Hoy en día, muchos trabajadores necesitan tener educación universitaria debido al tipo de trabajo cualificado requerido por el capital. Sobre la masa de trabajadores de cuello blanco o de trabajadores manuales cualificados hay una jerarquía de gestores relativamente pequeña que goza de autonomía  y de privilegios materiales a cambio de supervisar al resto da la fuerza de trabajo y, en consecuencia, se funde con la clase capitalista misma. Debajo de ellos están los trabajadores manuales relativamente poco cualificados y de salarios bajos, a menudo en trabajos precarios. Es este último grupo el que tiene hijos con más dificultades para acceder a la universidad».

 El mercado laboral exige especializarse pero la universidad también seduce. La dinámica del trabajo, con su rutina y su mecánica, es como una pared dispuesta para que las y los nuevos trabajadores se estrellen. Esta mecánica, que parece superponerse a los ambientes de discusión y reflexión de años pasados, lleva a contemplar la coqueta idea de volver a la academia de algún modo. 

Y así, en medio de jornadas laborales extenuantes que rompen los nervios, surge la necesidad pero también el deseo de acceder a un posgrado. ¿Una beca? ¿Un crédito? ¿Un ahorro? Pueden ser las opciones. La segunda y la tercera son las más probables. Los posgrados son costosos, muy costosos. En la mayoría de las universidades públicas del país los posgrados se convirtieron en uno de los mecanismos privatizados que permiten la financiación de estas instituciones. Sin financiamiento estatal el costo es entendible. En las universidades privadas ni se diga. El ahorro debe ser considerable, de lo contrario hay que disponerse para el endeudamiento por varios años.

Digamos que se pasaron los filtros y se logró acceder a un posgrado, uno de modalidad presencial porque es el que se desea. Un nuevo reto de vida. Las maestrías o las especializaciones de universidades privadas fueron pensadas para el mercado, de allí que muchas de ellas fueron proyectadas con horarios nocturnos o de fines de semana. Pero los altos costos de las matrículas, como ya se dijo, no son precisamente accesibles para cualquier persona. 

Luego tenemos los posgrados en las universidades públicas. Los valores son, por lo menos, un poco más accesibles, pero muchos no están pensados para la clase trabajadora profesionalizada, de trabajos precarizados y jornadas laborales interminables. Existen casos de casos, pero son frecuentes las maestrías con horarios semejantes a los de cualquier pregrado que, en la práctica, parecen exigir dedicación exclusiva. La pregunta del millón es ¿Para qué sectores sociales fueron pensados este tipo de posgrados?

A la universidad neoliberal no solo se suma el espíritu gerencialista y utilitarista, cuyo centro no es la generación de conocimiento sino de tipos específicos de conocimientos técnicos que sean útiles para el capital. O la producción en masa de papers, que en muchos casos no aportan necesariamente nuevas reflexiones, y que se limitan a traducirse en estatus académico, réditos económicos y en concentración o privatización del conocimiento. También se conjuga la pervivencia de círculos de académicos instalados en los campus desde hace años y años, de una suerte de pequeño burguesía académica, acomodada y muy reducida si se le compara con la masa de profesores ocasionales precarizados, cuyo ejercicio parece asemejarse al de los jornaleros en el mundo rural, solo que no se desplazan en la búsqueda de cosechas sino de nuevos contratos temporales. 

Esta pequeña burguesía académica y acomodada, que se dedica exclusivamente al mundo académico, diseñó la dinámica de los posgrados de acuerdo a las exigencias neoliberales estructurales, pero también a su imagen y semejanza. Los horarios y dinámicas son con ajuste a sus propios horarios, y sus expectativas con respecto a las y los estudiantes son fundadas en los criterios de ese mismo entorno académico: de un reducido entorno que es tan estrecho como una burbuja. ¿Y qué pasa con el estudiantado trabajador que no hace parte del entorno y que vuelve en busca de un postgrado? ¿Con aquellas y aquellos trabajadores que cumplen horario, pero también, que no cumplen horario pero a los que el sistema les exige cumplir una jornada extenuante, sin ningún control sobre la agenda? Pues no pasa nada. 

En este estrecho mundo académico, las únicas personas autorizadas parecen ser las que destinan dedicación exclusiva, que por x o y razón pueden ajustarse a los horarios de este tipo de profesorado acomodado, o que por fortuna gozan de alguna flexibilidad horaria así estén sometidos a los mismos rigores de la explotación. Los discursos sobre la democratización del acceso y el conocimiento se caen de inmediato ante la imposibilidad del acceso o la continuidad para otros sectores. 

El capitalismo está cargado de contradicciones, en este caso se trata de la contradicción entre el posicionamiento del requisito de contar con unos niveles de especialización sustentados en un posgrado, y las dificultades de acceder a este por costo, por horario y por dedicación. Tenemos por un lado la flexibilidad laboral para que nos exploten y para autoexplotarnos laboralmente, y del otro las expectativas sociales y personales por seguir profesionalizandose en un terreno que busca expulsar o impedir el acceso al mundo académico a las personas que están en una cadena de producción ajena al mundo académico. 

Solo resta decir, como decía Lisa: todo este maldito sistema está mal. 

Exhibición de atrocidades

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El presunto intento fallido de atentado, contra el candidato presidencial gringo Donald Trump, pasará a la historia como un cuento más en la “exhibición de atrocidades”. No por el supuesto ataque directo a los ideales del farandulero aspirante, sino por la condición de espectáculo que demarca el teatro político en la actualidad. 

¿Son las contiendas electorales presentes una construcción de buen entretenimiento? Como en un show deportivo, las filiaciones ideológicas reverberan como el espíritu del más enceguecido hincha. La pantomima del presunto atentado, donde Trump se toma todo el tiempo de reincorporarse, rodeado de su esquema de seguridad y la subsiguiente señal triunfal como el grito victorioso de la ultraderecha en una de las más grandes potencias del mundo, es perfectamente atribuible al hasta hace poco dueño de Miss Universo, poseedor de empresas en bancarrota y vinculado a líos de faldas con estrellas pornográficas.

 Administrar el show, ha sido un punto importante en los candidatos gringos. Desde cowboys, hasta guerreristas patrioteros han desfilado en una de las presidencias más importantes para la escena mundial. ¿Quién no ha seguido unas elecciones gringas como el mayor taquillazo hollywoodense? 

En su falta de capacidades discursivas y argumentativas, el candidato de la llamativa cabellera, ha vinculado un fastuoso entretenimiento moral a la contienda. Este concepto, tomado de Kant y trabajado diestramente por Byung-Chul Han, nos recuerda que el espectáculo se ha atribuido un lugar esencial en el inconsciente colectivo. Desde fenómenos artísticos hasta religiosos, los procesos de identificación son clave en la caprichosa y acéfala masa. 

El evidente deseo moralizador de este personaje, radica en un discurso retardatario, machista, anti-aborto, puritano y ultraconservador que ha venido asentándose en Gringolandia; y peor aún, dichos imaginarios, paulatinamente, han ido arraigándose en naciones tercermundistas que ven este decadente imperio como un faro a seguir. Por su parte Han, en la voz de Kant nos dice: “Si se repara en el rumbo que toman las conversaciones en grupos variopintos, donde no participan simplemente eruditos e intelectuales, sino también gentes de negocios y amas de casa, se advierte que, al margen de la plática sobre anécdotas y chanzas, hay en esas tertulias otro entretenimiento, cual es el de razonar (…). Pero entre todos los razonamientos no hay ninguno que suscite mayor aceptación (…) como aquel que versa sobre el valor moral de tal o cual acción y a través del cual debe quedar estipulado el carácter de una persona” (Han 86).

Para nadie es un secreto que el paternalismo gringo extiende sus brazos a aquellas naciones sumisas y arrodilladas. Estados que anhelan aprobación. Y la forma más irracional de lograrlo es buscar la identificación importando actitudes y posturas económico-ideológicas, como un reflejo automático del hijo con el padre. 

Contrario incluso al complejo edípico freudiano, donde la rivalidad y odio al progenitor es una tensión latente. En este caso, Gringolandia se exhibe como aquel patriarca abusador, que simplemente busca ser un reflejo de su monstruosidad filosófica y mercantil en todos los rincones del mundo. El escenario del espectáculo electorero, ahora nos plantea un neopuritanismo, valga la expresión, el matiz ideológico al presente se desplaza a un discurso religioso ultraconservador. 

En un giro absurdo, ahora todo lo que huela a izquierda o progresismo es tildado de antimoral, antirreligioso, antinatural e incluso cercano a la monstruosidad. Fácilmente podría venir a nuestra memoria aquella película de 1932 titulada Freaks, donde el director Tod Browning, en su tarea de construir un filme de monstruos, constituye el más genial juego de ambigüedad simbólica. A saber, aquellos personajes que representan lo bello, Hércules y Cleopatra, traman la pérfida acción de estafar al pequeño Hans. 

De este modo, lo monstruoso es enaltecido como una posible representación de lo diferente. Lo que hoy podríamos encarar como lo racial, progre, discurso de género, migrante y demás, personifican lo grotesco en el show trumpista. “Make America great again”, encarna lo agraciado, homogenizar las naciones y alinearlas, no con pretensiones de aceptación, sino como aquellos adefesios conscientes de su lugar.

Como lo llegara a establecer Guy De Bord en su obra La Sociedad del Espectáculo, “El resultado concentrado del trabajo social, en el momento de la abundancia económica, se transforma en aparente y somete toda realidad a la apariencia, que es ahora su producto. El capital ya no es el centro invisible que dirige el modo de producción: su acumulación lo despliega hasta en la periferia bajo la forma de objetos sensibles. Toda la extensión de la sociedad es su retrato” (De Bord 13). Basta con mirar la magnificación simbólica de lo que representa Donald Trump. En sus pobres discursos se vende como un producto de primera necesidad que trasciende las fronteras geográficas. Se nos ofrece como la solución al moderno socialismo, a los inmigrantes indeseados, a los ateos, las feministas y todo aquello que vaya en contra de los bellos valores ultraconservadores.

 En síntesis, es el retorno de aquel paternalismo yanqui, que promueve ilusiones de integridad territorial, guerrerismo y valores nacionales. Tal como se manipula a los votantes de tercer mundo, el mensaje contundente del trumpismo vendría a ser: “ni ustedes ni yo sabemos lo que estamos haciendo, simplemente relájense, disfruten mi show y voten por mí marca”. 

Recordando un poco a J. G. Ballard, de quien se toma el título para el presente artículo, en su obra La Exhibición de atrocidades nos relata: “En la muerte, sí. Es decir, una muerte alternativa o falsa. Estas imágenes de ángulos o posiciones no son tanto una galería privada como una ecuación conceptual, un dispositivo de fusión, el clímax posible de un guion (…) El peligro de un intento de asesinato parece evidente, una hipotenusa en esta geometría de un delito” (Ballard 14). El presunto atentado a Trump, no marca el peligro a un nuevo frente ideológico mundial, sino la consolidación de la política como ejercicio teatral. Un show mediático que enfrasca “una cultura en la que la noción paterna del deber se ha subsumido en el imperativo materno del goce, puede parecer que los padres fallan en su función si en algún sentido restringen a los hijos el derecho al goce en términos tan absolutos como inmediatos” (Fisher 110).

REFERENCIAS

  • Ballard, J. G. (1969). La Exhibición de Atrocidades. Editorial Minotauro, Barcelona
  • Debord, Guy (1967). La Sociedad del Espectáculo. Editorial La Marca Editora, Madrid
  • Fisher, Mark (2016). Realismo Capitalista ¿No hay alternativa? Editorial Caja Negra, Buenos Aires
  • Han, Byung-Chul (2018). Buen Entretenimiento. Editorial Herder, Barcelona

Inglaterra, (neo/post) fascismo y The Boys

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- ¿Qué estás vendiendo?, le pregunta Sister Sage a Firecracker en la cuarta temporada de The Boys.
 - Propósito —responde—. Vendo propósito. Esta gente no tiene nada. Tal vez perdieron un trabajo, una casa o un niño por drogas y a los políticos les vale una mierda. Los medios de comunicación los avergüenzan por el color de su piel, entonces, los reuno les cuento una historia y les doy un propósito, ¿Quisieras creer que haces parte de una comunidad de guerreros que luchan contra un mal secreto o que eres un intrascendente don nadie solitario que nadie recordaría?

Es noticia la resistencia antifascista en el Reino Unido. Vecinas, vecinos, gente desorganizada y movimiento antifa se han encontrado para proteger a migrantes de la horda de ultraderecha. Los ataques empezaron después de que un joven asesinara a tres niñas. Se difundió que el perpetrador era un refugiado y no un oriundo de Cardiff, una ciudad costera que queda al sur de Gales, en realidad parecía que la extrema derecha buscaba cualquier excusa para desplegar los ataques.

la apología de la grandeza imperial y el “no futuro” neoliberal de Margareth Thatcher, llevan a que en lugar de que se fortalezca la conciencia de clase y la lucha por cambios estructurales, se configure una identidad desde las premisas que señala Firecracker

Cuando vi los videos de antifas haciendo retroceder a los ultras, los racistas conservadores  y a los fascistas, pensé en las canciones de la república española y en The Boys, seguramente porque hace unas semanas se acabó la cuarta temporada que se enfocó en desarrollar aún más el fascismo solapado de las grandes corporaciones, así como el avance de la ultraderecha y el poder de las fake news.

Sin lugar a dudas, el pasado colonialista del Reino Unido todavía pesa. Instituciones segregacionistas, la apología de la grandeza imperial y el “no futuro” neoliberal de Margareth Thatcher, llevan a que en lugar de que se fortalezca la conciencia de clase y la lucha por cambios estructurales, se configure una identidad desde las premisas que señala Firecracker en su diálogo con Sister Sage. Lejos de culpar de la pobreza al modelo y al sistema mismo, todo recae contra sectores de la población que históricamente han sido objeto de múltiples formas de opresión, sin embargo, esto no es nuevo, pues ya lo decía Marx hace casi 200 años:

“El obrero medio inglés odia al irlandés, al que considera como un rival que hace que bajen los salarios y el standard of life. Siente una antipatía nacional y religiosa hacia él. Lo mira casi como los poor whites de los Estados meridionales de norteamérica miraban a los esclavos negros. La burguesía fomenta y conserva artificialmente este antagonismo entre los proletarios dentro de Inglaterra misma. Sabe que en esta escisión del proletariado reside el auténtico secreto del mantenimiento de su poderío”.

Cuando se revisa el perfil de muchos de los sectores que están en la calle en la ofensiva antimigratoria, es evidente que se trata de una clase media precarizada y una clase trabajadora sin trabajo, que ha identificado como el problema y el enemigo a enfrentar a la diáspora migratoria que, en una perspectiva histórica, es en realidad efecto de la dinámica colonial. La crisis del modelo económico y civilizatorio se solventa mediante el chivo expiatorio que supone la población racializada que también compone a la ya golpeada clase trabajadora. La simplificación de las dinámicas sociales y políticas y la responsabilización de actores excluidos o discriminados ha sido una de las principales características de los fascismos de ayer y hoy.

Los ataques fascistas se han presentado en albergues para migrantes, mezquitas, tumbas y negocios en todo el país, en ciudades como Rotherham y Tamworth (norte); Manchester, Hartlepool y Liverpool (noroccidente); Hull (este); Stoke-on-Trent y Nottingham (centro); Leeds (nororiente); Bristol y Plymouth (suroccidente); incluso en Belfast, Norte de Irlanda. Siempre incentivados a través de redes sociales, lo que da cuenta de un ejercicio descentralizado que, acompañado de un mayor margen de representación política, busca capitalizar la embestida por medio de normas que contribuyan aún más a la segregación.

En un capítulo, Ryan, el hijo de Homelander, es obligado a aparecer en un programa de marionetas que representan la nueva formación del equipo. Black Noir toca en el piano un villancico pegajoso, mientras Deep y los demás interpretan una canción que invita a señalar antifascistas y a cualquiera que esté en contra de los Súper:

Cuando veas algo, di algo.
Llama al 1-800-1 Vought.

Puede ser el parásito
de la asistencia social,
o tu maestro que quiere
adoctrinar,
un socialista que dice
que tu país no es genial.

Mantén el oído atento
y la vista en alerta,
pero como sea,
no te lo guardes para ti

Cuando veas algo, di algo.
Toma el teléfono y llama…

Desde tiempos de David Cameron, como señala Amelia Morris, fue creado un ambiente de sospecha “en torno a todos los inmigrantes y, en ocasiones, a todas las personas de color. Un número cada vez mayor de personalidades de la sociedad civil, incluidos médicos y profesores, se encargaron de comprobar la situación de inmigración de las personas, una cultura de vigilancia que perpetuó la falsa dicotomía del inmigrante «bueno/malo»”, tanto sectores conservadores, como laboristas han contribuido a la escalada de violencia.

El gobierno actual ha aumentado el pie de fuerza y rechazado los ataques, pero ¿será suficiente para detener la avanzada de esta extrema derecha que se viene fortaleciendo desde hace tanto tiempo?. En el diario Público, señalan que «hay un paralelismo entre zonas marginadas de Gran Bretaña que votaron a favor del Brexit y los disturbios de estos días, eso no debe sorprendernos, la decadencia social y una presunta amenaza de lo extranjero y el ‘otro’ son la mecha que enciende el fuego y que llevó al Brexit, a Trump, Le Pen, a ARD en Alemania o a Vox en España», de acuerdo con el analista Will Hutton, autor de This Time No Mistakes o The State We’re In.

La crisis del modelo económico y civilizatorio se solventa mediante el chivo expiatorio que supone la población racializada que también compone a la ya golpeada clase trabajadora. La simplificación de las dinámicas sociales y políticas y la responsabilización de actores excluidos o discriminados ha sido una de las principales características de los fascismos de ayer y hoy.

Es importante tener en cuenta que el fascismo de hoy es un fascismo no homogéneo, de defensa del libre mercado, no es el fascismo corporativista, de capitalismo nacional, del que las clases dominantes echaron mano en el siglo XX, como respuesta al fortalecimiento del movimiento obrero y la inminencia de los procesos de rebelión y revolución. No me quiero detener en la caracterización de este tipo de fascismo, sin embargo, vale la pena señalar que el historiador italiano Enzo Traverso lo denomina «posfascismos» en plural, y que según Diego Sztulwark “Se trata de una categoría a la que se le puede reprochar imprecisión –solo indica un “después” del fascismo–, pero que a cambio tiene la ventaja de habilitar un análisis concreto de las mixturas de rasgos racistas, autoritarios y xenófobos de estos movimientos que denuncian a las élites de las finanzas, sin dejar de entablar, no obstante, vínculos estrechos con ellas”.

Mientras tanto, la gente se sigue organizando para enfrentar el fascismo, haciendo gala de la tradición de lucha inspirada en los treintas por la república española y que más tarde encarnaría el espíritu del punk y el ska. Organizaciones sociales, artistas, vecinas y vecinos circulan la “Declaración – Detengamos a la extrema derecha: unámonos contra el racismo, la islamofobia y el antisemitismo”:

“Todos aquellos que se oponen a esto deben unirse en un movimiento de masas lo suficientemente poderoso como para hacer retroceder al fascismo. La mayoría de la gente en Gran Bretaña aborrece a Robinson y a la extrema derecha.

Nosotros somos la mayoría, ellos son unos pocos. Gran Bretaña tiene una orgullosa historia de derrotar a fascistas y racistas. Podemos derrotarlos de nuevo. Debemos hacer frente al racismo, la islamofobia y el antisemitismo. Debemos unirnos y movilizarnos contra la extrema derecha y el fascismo”.

Y como dice la consigna: ¡No pasarán!

Referencias

Sztulwark, D. (2022, 29 agosto). El neofascismo, fase dura del neoliberalismo. Revista Anfibia.

Morris, A. (2024, 10 agosto). La extrema derecha británica se alimenta del racismo político dominante. Jacobin Revista.

Standuptorac. (2024, 9 agosto). Unite against Tommy Robinson and the far-right threat. Stand Up To Racism.

Público. (2024, 5 agosto). Crecen las movilizaciones antifascistas en Reino Unido tras el aumento de la violencia de la extrema derecha. Público.

La pérdida de la aureola

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Charles Baudelaire en su Spleen de París, refleja quizá la más cruda simbología de la vida o condición moderna. Basta con echar un vistazo a sus anécdotas vitales, para identificar la resistencia que el sistema estatal ejercía a sus escritos. 

En su obra poética, figuran personajes machacados por el sistema y marginados por un entorno social viciado por el consumo y sostenido por la decadencia moral. Desde creaciones como Los ojos de los pobres y La pérdida de la aureola, se hacen evidentes sus críticas mordaces y la intención de visibilizar aquellos momentos cotidianos que constituyen la debacle ética, política y estética de nuestra existencia mundial. 

La aureola, como pretexto del presente artículo, simbolizará como es debido, la inocencia de los individuos en su proceso de vinculación social y su consecuente pérdida. A este respecto, sería loable cuestionarnos ¿Perteneció alguna vez la aureola a la pérfida condición colombiana? ¿La imponemos o retiramos a nuestro amaño? El filósofo norteamericano Marshall Berman ha sido uno de los eruditos que ha tomado como punto de partida, no solo al poeta francés Baudelaire, sino a su creación simbólica de la aureola. 

En su obra Todo lo Sólido se Desvanece en el Aire, entremezcla la imaginería poética baudeleriana, con conceptos cruciales del marxismo. A saber: “La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al artista, al sabio. Los ha convertido en sus servidores asalariados. Para ambos (Marx – Baudelaire), una de las experiencias cruciales endémicas de la vida moderna, y uno de los temas centrales del arte y el pensamiento modernos, es la desacralización.” (Berman 157)

Este último término (desacralización), es al parecer uno de los mayores condicionantes del estatus quo colombiano. Los ideales de superación social y enriquecimiento cultural con los que miles de jóvenes realizan sus estudios universitarios, antes de someterse a la masacre y prostitución laboral, son tan solo un claro ejemplo de la pérdida de la aureola. 

En este sentido, aquellos que procuramos ganarnos la vida como docentes, no por azares del destino, nos topamos con una gran cantidad de jóvenes que descartan la academia como una forma íntegra y decente de llevar comida a sus casas. En un país donde un personaje como Iván Duque llegó a ser presidente, Marbelle es considerada artista y por esta misma línea, un sinfín de ineptos carentes de formación, o en su defecto, moviendo influencias para obtener títulos o empleos, se hace cada vez más innecesario llevar el nimbo de la probidad profesional. 

Lo cómico de Baudelaire, cobra un realismo casi trágico. Aquel sujeto que pierde su aureola en el fango, es la premonición poética del horror social y sistemático, como nos lo indica Berman, “la pérdida de una aureola nos enfrenta a un espíritu muy diferente: el drama aquí es esencialmente cómico, la forma de expresión es irónica, y la ironía cómica es tan lograda que enmascara la seriedad del desenmascaramiento que está ocurriendo (…) Apunta hacia un siglo en que los héroes aparecerán vestidos de antihéroes y cuyos momentos más solemnes de verdad no solo serán descritos, sino realmente experimentados como payasadas.” (Berman 157)

La crisis del modernismo colombiano, es quizá el referente clave para analizar el cambio simbólico de la aureola. Como es sabido, desde el marxismo más puro y duro entendemos que la dificultad social deriva de la lucha de clases. Discurso por demás trillado y panfletario, pero que encierra una notable condición de realidad. La desacralización de la academia es ahora uno de los síntomas trágicos de la voluntad capitalista en el país. 

Desde sentencias de la talla de “es mejor ser rico que pobre”, referida por el boxeador Pambelé, hasta “¡estudien vagos!” enunciada por uno de los personajes más nefastos que ha podido existir en la política nacional, la lucha sustancial por los ingresos económicos y la subsecuente minimización del discurso educativo como potencial de una vida sostenible, ha rondado la cabeza de miles de jóvenes en las diferentes regiones del país. ¿Son los jóvenes una ofrenda más para el capitalismo moderno? ¿Estamos frente a la más grande obsolescencia del discurso académico?

Tal y como lo llegara a plantear Zygmunt Bauman en su obra Sobre la Educación en un Mundo Líquido, “gracias al exhibicionismo despreocupado y entusiasta de los adictos a Facebook (cualquier red social a día de hoy), que se exponen ante miles de amigos que están conectados y ante millones de otros que simplemente vagan por la red, los dirigentes de las agencias de publicidad están ahora en condiciones de canalizar los deseos y aspiraciones más íntimos; los más ostensiblemente personales y únicos, ya sean articulados o tan solo conscientes a medias, ya estén rabiosamente presentes o sean sólo deseos y aspiraciones proyectados por el gigante consumista” (Bauman 66). 

Por lo anterior, sólo  navegando en una red social como Tik-Tok, podemos encontrar personajes precarios tomando algunos milloncitos para disfrutar un fin de semana, cargando autos deportivos con dinero, haciendo alarde su supuesto éxito social, gurús del coaching o como quiera llamarse a este discursillo, exponiendo abiertamente que invertir dinero y tiempo en estudios universitarios es algo inútil, además de hacer un pompa vacía de marcas y gustos estéticos que sobrepasan las pretensiones consumistas de cualquier ciudadano promedio. 

Ciertamente, hemos retirado las aureolas de manera voluntaria. La academia en declive, nos hace recordar aquellos bienes de consumo que caducan con el tiempo. Aquellos conocimientos cercanos al ejercicio del pensamiento y el arte, son cada vez más sacrificados bajo el señalamiento de inutilidad. Tal como plantea el encantador y superficial discurso del marketing, “venda los beneficios del producto y luego el producto se venderá solo cuando los compradores lleguen a la página de ventas (…) lo que de verdad debe hacer es enfatizar lo que el producto puede conseguir para que la vida del comprador sea mejor, más fácil, más rápida, más feliz, más exitosa… ¿Comprende a qué me refiero?” (Bauman 67). La premisa fundamental de las nuevas aureolas, nos evocan un breve apartado de Baudelaire, “la historia entera de la mitología, ahora debe estar al servicio de la gula”.

REFERENCIAS

  • Bauman, Zygmunt (2013). Sobre la Educación en un Mundo Líquido. Editorial Paidós, Madrid 
  • Berman, Marshall (1978). Todo lo Sólido se Desvanece en el Aire. Editorial Siglo XXI, México