Se hace silencio,
Las almas se acercan a visitar a sus parientes,
Las almas del cosmos conviven con nosotros en la fiesta de los muertos.
La muerte, como realidad ineludible de los seres humanos, se vive, interpreta y ritualiza de diversas formas, el proceso de colonización sobre nuestros antepasados generó sincretismos que en la actualidad observamos, por ejemplo, en México prehispánico el interés por la muerte y los rituales funerarios, se ve claramente en los códices, en el que según los investigadores, se evidencia que nuestros antepasados dedicaban 9 de 10 meses a rendir culto a celebraciones mortuorias, de tal forma que la muerte para las comunidades mesoamericanas, era el elemento de inspiración para la expresión artística y religiosa.
En la actualidad algunos ritos reviven ese pasado lejano, durante esta época del año en México florecen los Cempoal Xóchitl, flores de un color amarillo tan intenso, que incluso parecen de color naranja; las casas y calles visten sus mejores galas y están llenitas de colores, azules, rojos, purpuras, amarillos o verdes. Las catrinas o calaveras garbanceras están por doquier, aunque pocos recuerdan el significado que se les otorgaba a estas calaveras vestidas de gala, siendo originalmente una expresión crítica a las clases privilegiadas Mexicanas.
Las ofrendas se alistan con calaveras, velas de cera limpia, copal, incienso, tamales, dulces, flores, bálsamos, pan de muerto, mole, atoles, elotes, pulque, fotos, maíz, frijol, cerveza y el bendito mezcal; siendo las velas y las flores la guía de los muertos por el camino correcto hasta Mictlán.
Todo este algarabío, es porque por principio básico de la tradición, todos los muertos visitan las casas de los vivos para participar en una fiesta en su honor, por ello las ofrendas son indispensables, las familias que están cerca a sus muertos, van al cementerio, limpian las tumbas, llevan comida tradicional del gusto de sus muertos, y allí el copal e incienso es fundamental para alejar malos espíritus, así como, el agua y las bebidas espirituosas para calmar la sed luego de su largo camino.
La fiesta de los muertos se constituye en una práctica ritual en la que la mayoría de la población participa como parte de la vida social de México, todos contribuyen en la adecuación e instalación de las ofrendas, de tal forma que, las instituciones culturales, sociales, políticas y educativas, llenan las calles de estas.
Es así que, al ser un ritual que convoca a las mayorías mexicanas, las organizaciones de familiares de víctimas de crímenes del Estado se han empeñado durante los últimos años en poner en el escenario público las ofrendas de sus muertos, que son considerados muertos incómodos para el Estado; incómodos porque reclaman justicia, denuncian la impunidad, incómodos porque no son reconocidos como crímenes estatales o parte de una ejecución extrajudicial, incómodos porque ponen el dedo en la llaga, incómodos porque su victimario fue el Estado.
México por estas fechas se viste de colores, miles de turistas viajan para ver la fiesta de muertos, y se encuentran con calles llenas de fiestas en medio de monumentos que recuerdan, por ejemplo, las 65 víctimas en una mina de carbón, los cientos de jóvenes asesinados, los femenicidios, los 49 niños incinerados en una guardería, monumentos que luchan contra el olvido.
Duelen los cientos de muertos del 2 octubre de 1968 en la plaza de Tlatelolco o de las tres culturas, duelen los miles de muertos del temblor de 1985 por negligencia estatal; los muertos incómodos molestan porque evidencian las altas cifras de asesinatos, desapariciones e impunidad en México, hoy nuestro país hermano descubre a sus muertos de las formas más crueles, colgando de puentes, disueltos en ácido, descuartizados o en fosas comunes.
Duele también el olvido en que hemos dejado algunos muertos en Colombia, por ejemplo, nosotros olvidamos las víctimas de Sucumbíos, en el territorio ecuatoriano fronterizo con nuestro país; sin embargo, ellos recuerdan el bombardeo allí efectuado por las fuerzas militares colombianas, porque en esa operación fueron asesinados cinco estudiantes de la UNAM, quienes se encontraban haciendo un trabajo investigativo en un campamento diplomático de la insurgencia.
Finalmente, es oportuno recordar que también hay otros miles de mexicanos, que al igual que en nuestro país, aún no son hallados con vida, son “los desaparecidos”, casos que el gobierno reconoce puede contar con una cifra de víctimas de alrededor de 32.000 personas desde 2006, entre ellos los 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa. Sin embargo, es preciso considerar que para esta condición aún más dolorosa que la muerte, no existe una fiesta de muertos, porque no hay cuerpo, no existe fiesta de vida, porque no hay con quien hacerlo; pero existe memoria para no olvidar, lucha para exigir verdad y solidaridad, para buscar justicia. Para ellos esa es la ofrenda.
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Por: Marcela Terreros. Licenciada en ciencias sociales de la gloriosa Universidad Pedagógica Nacional. La más querida corresponsal de la casa Hekatombe.