La movilización por la educación iba avanzando. Ingeniosos carteles y disfraces sirvieron de atavío a lo largo y ancho de la imponente procesión. Indígenas, padres de familia, profesores, administrativos, estudiantes de universidades públicas y privadas, estudiantes del SENA, movimientos sociales, desbordaron la Av. Caracas en medio de las batucadas y las constantes lluvias de cuadritos blancos que salían desde lo alto de los edificios. Los gritos de emoción y aplausos no daban espera ante cualquier muestra de apoyo como las improvisadas lonas con mensajes, que sirvieron de banderas ondeadas y extendidas por un ejemplar grupo de obreros en una construcción.
Las consignas marcaban los pasos hacia la Plaza de Bolívar, todas las consignas, menos una.
Ya a la altura de la Jiménez se detuvieron. Una oleada de estudiantes de dos universidades se agolpaba en torno a un grupo de seis o siete jóvenes. Hasta ese momento todas y todos iban juntos, iban en defensa de la educación pública, exigiendo un presupuesto digno, y ese “Todas y Todos” se vio cuarteado cuando esa multitud agolpada, con una consigna irónicamente agresiva, comenzó al unísono un grito de odio lleno de prejuicios: “¡Sin violencia!, ¡Sin violencia!, ¡Sin violencia! ” vociferaba mientras casi se podía ver venir un linchamiento, todos gritaban ¡Fuera, fuera, fuera!.
¿Qué motivó a estos incoherentes que gritaron “¡Sin violencia!, ¡Sin violencia!, ¡Sin violencia!” a comportarse de manera tan violenta contra un número de jóvenes 100 veces menor? ¿Qué llevó a esa oleada de insensatos a pretender apoderarse del derecho improvisado a decidir quién se moviliza y quién no?
El crimen de esos seis o siete jóvenes: que dos de ellos lanzarán pimpones con pintura a un banco. ¿Desde cuándo el lanzar pintura a un edificio, que además pertenece a un establecimiento privado, poderoso, mezquino y usurero como un banco, se catalogó como “violento”?, ¿Desde cuándo lanzar pintura o hacer graffiti justifica ser sometido a agresiones verbales o físicas?
Por lo tanto, al ser tan complejo responder estas preguntas y otras respecto a las diferentes formas de manifestarse, se presentarán a continuación una serie de “argumentos” que repiten casi a manera de Padre Nuestro, quienes promueven la consigna “sin violencia”, con algunos comentarios al respecto:
La señora encargada del aseo tiene más carga laboral:
Las personas encargadas del aseo, que laboran en los edificios a los que se les arroja pintura o se les hacen “pintas” o grafitis, con la ausencia o eliminación de estas acciones: no tendrán una jornada laboral más corta, no verán disminuida su carga laboral, no tendrán más o menos salario (mínimo), no verán más o menos digna su labor. En cambio, el Estado aumenta de manera insignificante su salario cada año, aumenta los impuestos, degrada la prestación de salud, les quita posibilidades de acceso a la educación, les resta orgullo y dignidad al someterles a un medio de transporte que más parece transporte de carga y no pasajeros. Esas son verdaderas formas de violencia que afectan día a día el trabajo de las personas encargadas del aseo.
No se debe lanzar pintura porque es propiedad privada:
¿Qué respeto tiene la propiedad privada, como los bancos, por lo público, y por quienes hacen uso de eso público?, no se trata de una venganza o una represalia, se trata de asumir una actitud frente a un edificio que representa la imposibilidad de avanzar para las mayorías, un edificio que como el ICETEX, que parece más privado que público, se aprovecha del afán de educación de las personas; un medio de transporte como TransMilenio que representa la indignidad a la que se deben enfrentar a diario sus pasajeros a un alto costo.
Esa no es la forma:
Históricamente, el plasmar palabras o imágenes en las paredes ha sido una opción para comunicar. En el libro “La guerra de las imágenes, de Cristóbal Colón a Blade Runner (1492 – 2019)”, el historiador Serge Gruzinski narra cómo Hernán Cortés destruía las figuras de madera y barro de los templos indígenas, y ordenaba pintar de blanco las paredes para poner en su lugar imágenes cristianas, demostrando el afán de occidente por imponer a los pueblos indígenas su idea de natural y divino.
Hoy, las paredes blancas siguen siendo la herramienta de los gobiernos para, por un lado, exaltar en lo blanco el orden, lo correcto, la disciplina, y por el otro, silenciar, evitar y excluir cualquier indicio de desobediencia a lo “políticamente correcto”, en otras palabras: la ausencia de una oposición.
Fernando Traverso por ejemplo, artista argentino, da cuenta de cómo la imágen en las paredes es una imágen con voz, necesaria, indispensable como medio para comunicar algo que está prohibido o presentado como inadecuado. Traverso pintó 350 bicicletas en la ciudad de Rosario en Argentina, las cuales representaban ausencias, bicicletas que sirven como huella de las y los desaparecidos durante la dictadura militar.
Quien lanza pintura o hace pintas es un desadaptado:
¿Desadaptado a qué? Según Foucault, una sociedad disciplinaria, racional, requiere del manicomio y la cárcel para reafirmarse, para reafirmar la razón, para dominar. Al manicomio y a la cárcel llegan los desadaptados sociales, quienes deben ser curados, quienes se salen de los esquemas de “normalidad” que impone la sociedad disciplinaria, una sociedad que descontextualiza la realidad y le es funcional a los intereses de poderes económicos y políticos. Dicho disciplinamiento que absorbe los discursos* diferentes e insubordinados para normalizarlos, permite dinamizar un mandar-obedecer acrítico traducido en un esquema de sumisión, pese a que sea injusto y elimine la diversidad, así la publicidad, única imagen permitida, diga lo contrario.
En ese sentido la verdad, lo normal en la sociedad, son paredes blancas, y si es el caso, solo con posibilidad de contener publicidad, antes que mensajes que aturdan la mirada normalizada o pintura que altere el supuesto deber ser.
Por lo tanto, el asumir un discurso que se muestra como la verdad, y el normalizar esa verdad, provoca que todos en dicha sociedad, asuman esa verdad como la única y natural.
Así que, ¿desadaptado a qué?, ¿a una sociedad disciplinaria que vende verdades, conductas, realidades, como legítimas, naturales e intransformables?
Para que sea más claro,
“El poder disciplinario tiene como función principal enderezar conductas. No pliega uniformemente y en masa, sino que separa, analiza, diferencia, lleva sus procedimientos de descomposición hasta las singularidades necesarias y suficientes. La disciplina fabrica individuos, es una técnica específica del poder que se da en los individuos a la vez como objetos y como instrumentos de su ejercicio. Es un poder modesto, suspicaz, que debe su éxito «al uso de instrumentos simples: la inspección jerárquica, la sanción normalizadora y su combinación en un procedimiento que le es específico: el examen» (Foucault, 1984). El poder disciplinario desarrolla una arquitectura para permitir un control interior, articulado y detallado, que obra sobre aquellos a quienes abriga, transformándolos y conduciendo hasta ellos sus efectos”. (Melizo, 2011: 263-264).
Si van a hacer grafitis, al menos que hagan algo bonito:
El grafiti es un acto considerado como ilegal en las sociedades disciplinarias, por lo tanto es de rápida ejecución y de escasas posibilidades de recursos variados, lo que vale decir, no elimina la necesidad de originalidad y contundencia para un mejor resultado. De igual manera, debe considerarse el uso del tag o firma como una expresión en el conjunto artístico del graffiti, cuyo auge se da en los años 70’s, como vía rápida para darse a conocer en la urbe lo que explica su simplicidad. El tag es el medio para salir de la marginalidad e ingresar en el ámbito público-urbano desde una lógica que no necesariamente tiene en cuenta “lo bello”, propio de las dicotomías usadas para excluir lo diferente, que configura el orden del discurso dispuesto por la sociedad disciplinaria, tal y como también lo explica Foucault.
Es más “contundente” la decisión de estudiantes de la Nacional de dar la mano a agentes del ESMAD y abrazarles, que pintar un Banco o un TransMilenio:
En definitiva es un hecho contundente en contra de la memoria de Nicolás Neira, Jan Farid Cheng Lugo, Jhonny Silva, Edison Franco Jaime, Yoel Jácome Ortiz, Hermides Jaime Téllez, Diomar Alfonso Quintero, Nicolás Valencia Lemus, Celestino Rivera, César Hurtado Tróchez, Jaime Alfonso Acosta, de campesinos e indígenas anónimos asesinados por el ESMAD. Es un acto contundente que no reclama la solicitud pública de perdón a las víctimas y sus familiares, sino que acepta la reincidencia criminal de dicho escuadrón, y al contrario, le abraza y le da la mano.
Viene siendo hora de replantearse esa definición tan incongruente de violencia, que agrede a quienes se movilizan a nuestro lado, y se inclina a la defensa de la propiedad privada, la familia, la moral y las buenas costumbres.
Pero en medio de tanta falta de argumentos de las y los “sin violencia”, hay quienes no se limitan a la repetición de supuestos, hay quienes reconocen en la movilización sus diferentes formas, hay quienes no se contradicen y entienden la violencia como lo que es, y no como la idea de violento, vándalo, desadaptado, que la moral y las buenas costumbres promueve. Aquí algunas opiniones frente al tema, opiniones provenientes de la academia (Simón Ganitsky), la iglesia (Padre Mario Castellar), la opinión pública (Sergio Serrano), las universidades (David Pinzón) y una viajera (María María):
*Entendidos no solo como cosas dichas sino también como determinadas prácticas.
Referencia
Mellizo, Wilson. (2011) “Cuestión social, poder y pensamiento único: grietas, tensiones y desafíos de la intervención social” en: Aguayo, Cecilia y otro. Pensando y actuando en América Latina, diálogos interdisciplinarios para la reconstrucción de saberes profesionales. Universidad Andres Bello, . Recuperado de http://www.ts.ucr.ac.cr/binarios/libros/libros-000030.pdf
Publicado: 13 de octubre de 2018.
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Nicole Pinzón. Co-directora de la Revista Hekatombe. Maestra en artes plásticas de la ASAB, fotógrafa. Amante de la pedagogía y los derechos humanos.