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Ser de izquierdas es estar contra la explotación

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Tener que trabajar es paila, vivir para trabajar es uno de los reflejos de la crueldad de este sistema, hacer que el trabajo para otras personas sea más horrible de lo que ya es, es una práctica lamentable.

Pero también parece que negocios son negocios. Que sin importar si se es de izquierda o derecha, la clave es sacarle el jugo a l_s empleados y explotar su fuerza de trabajo a lo que marque, porque el tiempo es oro, pero el del empleador, el otro no importa.

En Colombia las y los trabajadores no estamos bien en ningún sentido. Nos quemamos jóvenes; padecemos explotación, autoexplotación y co-explotación; tener derechos laborales parece algo casi imposible; los días de descanso en realidad son de recuperación y no son suficientes; no basta con cumplir el objetivo del contrato, sino que toca echarse más cargas encima, las que pide el patrón y las que se asuman para demostrar proactividad. El reconocimiento del cuidado se queda en el discurso, porque no se tiene en cuenta la doble carga laboral de las mujeres. 

Obreros y obreras lucharon por los tres ochos, la derecha nos los arrebató y el lugar de quienes nos decimos de izquierda o somos conscientes de la precarización a la que nos someten, está en recuperarlos, en ir por más derechos y mejores derechos, pero como decía mi abuela, eso se consigue diciendo y haciendo.

Algunas personas están saliendo en redes a justificar la precariedad laboral, ya lo han hecho antes porque crecieron con la absurda idea de que al que madruga dios le ayuda, porque el centro de la vida debe ser el sacrificio, o que la sociedad es de tiburones. Y por lo visto esa gente está en todos los espectros políticos. 

Creo que Marx no es un man que se cita solo para quedar bien, que si una persona se dice de izquierda eso se debe reflejar en su cotidianidad, en unos mínimos de respeto, porque en este sistema de mierda, no ser tan paila resulta revolucionario. Pero bueno, soy una señora mamerta y soñadora que cree en unos valores que, al parecer, se pierden con mejores puestos o salarios.

Mejor dicho, soy de izquierdas y estoy en contra de la explotación.

«Me pregunto quién inventó la expresión ganarse la vida como sinónimo de trabajar.
En dónde está ese idiota»: Alejandra Pizarnik.

La Reforma laboral y el espejo roto del progresismo: notas sobre la coyuntura

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La mayoría de los análisis políticos de los últimos días se han centrado en discutir quién ganó o perdió con el hundimiento de la reforma laboral y el rechazo del Senado a la consulta popular. En lo fundamental, considero que ese es un ejercicio estéril: la situación sigue abierta, y a estas alturas es muy difícil declarar ganadores o perdedores definitivos. Más útil resulta apartarse del regate corto y asumir una mirada de largo aliento. Por eso, aquí propongo abordar otra arista del debate, que me parece más provechosa para las izquierdas y para quienes, desde posturas revolucionarias, hemos apoyado y defendido al actual gobierno.

Me interesa reflexionar hasta qué punto la coyuntura reciente, en torno a la reforma laboral, agudiza el cuestionamiento de varias de las hipótesis políticas centrales sobre las que se construyó la narrativa de campaña y la acción del gobierno progresista. Si tiramos de ese hilo, nos veremos obligados también a pensar con mayor seriedad en los límites del progresismo y en la necesidad de: primero, distinguir con claridad entre izquierdas y progresismo; y segundo, reevaluar los términos de una alianza política que hasta ahora se ha asumido como incuestionable, y cuyo efecto más notorio ha sido que la mayoría de las izquierdas hemos terminado desdibujadas, marchando a la cola del gobierno.

Primera hipótesis: sectores representativos de las clases dominantes pueden ser persuadidos para impulsar reformas

El gobierno progresista que triunfó en 2022, encabezado por el presidente Petro, se edificó sobre la idea de que era posible —y necesario— construir un «Pacto Histórico» o un «acuerdo nacional» con sectores y fracciones significativas de la burguesía colombiana, con el fin de promover reformas que beneficiaran al pueblo y mitigaran o erradicaran las profundas desigualdades estructurales del país. El sabotaje jurídico a los aspectos más progresivos de la reforma tributaria, la amenaza latente sobre la reforma pensional y el naufragio —primero de la reforma laboral y luego de la consulta popular— muestran que la mayoría de las clases dominantes colombianas no quieren pactar nada. No están dispuestas a ceder ni un ápice, y prefieren perder la mano antes que soltar un solo anillo.

La estrategia desplegada para enfrentar este bloqueo político-institucional ha combinado la entrega de cuotas burocráticas a sectores tradicionales para conformar mayorías, el uso instrumental de la movilización social para presionar, y una retórica oscilante entre la revolución y la conciliación. Esta fórmula ha servido para que el gobierno controle los términos del debate mediático nacional, pero no para avanzar de manera efectiva en concretar la agenda de reformas.

Un ejemplo de esta ineficacia es la inclusión protagónica de Armando Benedetti en el gabinete, bajo el argumento de que su «malicia parlamentaria» y pragmatismo inveterado facilitarían el trámite de las reformas, al tender puentes con sectores tradicionales. El balance, sin embargo, es claramente ruinoso.

Segunda hipótesis: para sostener un proyecto de cambio basta con «ciudadanías libres y multicolores»

Tras el hundimiento de la consulta, de manera atropellada se ha hablado desde el gobierno de cabildos populares, huelgas generales, recolección de firmas, apoyo a la mini reforma del partido liberal… En una suerte de estrategia de «todo, en todas partes, al mismo tiempo», el gobierno intenta rodearse de pueblo, pero el músculo organizativo con el que cuenta es precario. Entre otras razones, porque el propio presidente ha fustigado repetidamente las formas de organización política y social que podrían obstaculizar su estilo caudillista de dirección.

En el sancocho teórico del presidente Petro —que, paradójicamente, ha contribuido tanto a su éxito electoral como a muchos de sus errores políticos— desempeñan un rol central las ideas de Toni Negri sobre la multitud. En su lectura, las «ciudadanías libres» valen más que los partidos, las estructuras, los cuadros o los militantes. Con esta retórica —poética cuando habla de «muchedumbres multicolores», o pseudoanarquista cuando se describe como un «alma libre» emancipada de las estructuras— el presidente ha atacado en varias ocasiones a las izquierdas organizadas, cuyos esfuerzos colectivos han sido construidos tesoneramente a lo largo de décadas de estigmatización y represión. Curiosamente, son esos acumulados sindicales, campesinos, estudiantiles y populares los que más le han respaldado, y a los que recurre siempre que necesita llenar plazas.

El problema de fondo de esta concepción —como señalé en una columna anterior (ver: Solamente la organización vence al tiempo)— es que presenta como virtud lo que en realidad es una de las debilidades estructurales del progresismo colombiano: su desprecio a la organización. Lejos de fortalecer experiencias políticas autónomas y de base, como cree Petro, esta postura ha afianzado una lógica caudillista que tiene larga duración en la política nacional, donde las «ciudadanías libres» se convocan para escuchar pasivamente al caudillo y atender sus cambiantes solicitudes, según lo dicten las necesidades coyunturales del gobierno. Sin una organización sólida, no hay crítica interna que fortalezca el proyecto, no hay debate estratégico, ni implantación territorial, ni cuadros formados que asuman responsabilidades. Todo se reduce a la voluntad presidencial, al monólogo unidireccional del caudillo que instruye y señala el camino en discursos, alocuciones o trinos.

Mientras tanto, la acción política del gobierno se llena de siglas vaporosas que no maduran: Frente Amplio, Coordinadora Nacional por el Cambio, Asamblea Nacional Popular, Partido Único, Cabildos Populares… Una visión que se proclama enemiga de los aparatos termina, en los hechos, creando estructuras efímeras, al servicio exclusivo de mantener en la cúspide al presidente como única voz autorizada. Si el proyecto progresista no abandona su ambigüedad frente a la organización popular, seguirá dejando el terreno libre a los Roy, los Benedetti y demás derechas que sí han construido redes organizativas fuertes. Sin organización fuerte, diversa y cohesionada, no es posible cambiar este país.

Tercera hipótesis: la movilización como alternativa instrumentalizada y remedial frente a las múltiples crisis del gobierno

Desde el inicio, el progresismo buscó encauzar institucionalmente el descontento social que irrumpió en la vida nacional durante el trienio rebelde de 2019- 2021. Esa promesa de “explosión controlada” sedujo a sectores como el de Alejandro Gaviria y otros centristas, que vieron en el triunfo de Petro una forma de canalizar e institucionalizar la protesta popular sin alterar demasiado el orden establecido. En parte este punto de arranque explica por qué la relación entre el gobierno y la movilización ha sido primordialmente instrumental: se convoca al pueblo para apagar incendios, no para construir o proyectar la acción política. Cada vez que el Ejecutivo sufre un revés, traslada automáticamente la responsabilidad al pueblo, que debe salir a respaldarlo sin condiciones. Así, la movilización se reduce a un mecanismo reactivo, dependiente de las urgencias del gobierno, en lugar de ser una herramienta estratégica de transformación y protagonismo popular.

Esta concepción termina debilitando la potencia transformadora de la movilización y la independencia y autonomía de los sectores populares a las que no se concibe como actores con agenda propia, sino como una correa de transmisión subordinada al ritmo de las urgencias presidenciales. Ver a Armando Benedetti hablando de convocar una huelga general como si los procesos sociales de movilización se decretaran nos da la medida de lo muy extraviado que esta el gobierno en su relación con la movilización social y popular. 

La coyuntura nos llama a exigir del gobierno nacional que expida por decreto todas las medidas para proteger los derechos laborales que sean jurídicamente posibles. Un buen punto de arranque en este sentido podrían ser los compromisos de la entonces ministra del trabajo en la Conferencia Nacional del Trabajo de septiembre de 2022. En segundo lugar, el presidente debe sentarse a dialogar con las organizaciones sociales y populares para construir colectivamente una estrategia, en vez de persistir en la táctica de lanzar muchas propuestas dispersas que terminan desgastando las fuerzas sociales y su capacidad de movilización. 

Y, por último, las izquierdas debemos reflexionar con profundidad sobre las lecciones de esta experiencia de gobierno. Hoy, más que nunca, urge abrir un espacio político situado a la izquierda del progresismo: uno que no se limite a cargar maletas ni a sostener un malmenorismo sin horizonte. Cambiar este país sigue siendo una tarea pendiente. Las izquierdas y las posturas revolucionarias pueden y deben seguir aportando en esa dirección.

¿Salario emocional? Parece que el genio malinterpretó mi deseo

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Buscando motivos para acumular más rabia frente a las dinámicas actuales del trabajo, claramente encontré otro que se añade a mi lista interminable y que no puedo guardarme. No puede ser que me deprima sola cuando también puedo generarles otras crisis a ustedes.

En Colombia existe una vaina llamada Superintendencia de la Economía Solidaria, o Supersolidaria, que se encarga de que la cosa vaya bien con las cooperativas, fondos de empleados y mutuales. Resulta que esta pipol el año pasado sacó un documento llamado “Guía de salario emocional”. Me había topado hace un tiempo con el concepto e hice cara de sin esquinas, de cuatro letras, del Anubis, o como le quieran llamar. De entrada, eso me sonaba a que en lugar de pagarme bien, me darían emociones, y yo creo que ya el trabajo me ha hecho millonaria en lágrimas, así que perdónenme todos, no acecto.

Me puse a leerlo, como si no tuviera más cosas para perder el tiempo, y vaya joyita esta. El objetivo de la guía es este: “generar estímulos motivacionales aplicados al talento del capital humano de la Supersolidaria, a través de beneficios que permitan fortalecer el sentido de pertenencia de los funcionarios y funcionarias y la apropiación de su trabajo, para que de forma innovadora se promueva su bienestar laboral y familiar”.

Para empezar con mi deporte favorito, que es lanzamiento de mierda a distancias impensables olímpicamente, esta vuelta del capital humano nos ha hecho mucho daño. El capital es lo que usamos para producir, y claro, ahí está nuestra fuerza de trabajo que en un sistema capitalista es vista como un recurso más a explotar. Nunca les han importado nuestras emociones, lo que importa es cómo explotar todo lo posible esta fuerza para que se acumule el mayor de los capitales, según ese punto de vista. Así que…empezamos mal.

Por otro lado, se busca motivar a la pipol para que su sentido de pertenencia aumente y se apropien de su trabajo. Nea, si una empresa no es mía, si los medios no son míos, si la riqueza no es para mí, ¿por qué yo habría de tener sentido de pertenencia? Trabajo porque necesito el salario para cubrir las necesidades que este sistema horrible creó, no porque ame trabajar, así que menos voy a querer un espacio que otro ser creó porque tuvo los privilegios para hacerlo, a cambio de que mucha gente solo tenga para ofrecer su cuerpo, su fuerza y su energía. Esta película de amar el trabajo para no sentir que trabajamos ningún día…bebé, el niño dios son los papás.

Avanzando más en la guía, hablan y hablan del bienestar de les trabajadores, pero ¡ojo! Esto se gana, no es algo a lo que tengamos derecho por el hecho de entregar cada día nuestra fuerza de trabajo y energía vital, no, esto es una especie de boleto que compras con tu sudor, como un raspa y gana que puedes redimir en alguna vaina. Les daré ejemplos concretos. La Supersolidaria creó una tabla de incentivos y salario emocional, en la que a cambio de participar en actividades puedes canjear premios por la cantidad de puntos acumulados.

Así, si “colaboras” como capacitador interno durante cinco jornadas, recibirás un día de descanso al final del semestre o 50 puntos. Crear iniciativas innovadoras que aporten “valor agregado” a las y los funcionarios, puede llevarlo a participar en un concurso en el que por medio de encuesta se elegirá la iniciativa ganadora y a cambio tendrá un reconocimiento a fin de año, o 100 puntos. También, si hace aseo a los puestos de trabajo o participa en inspecciones de orden o en simulacros de emergencias, puede tener hasta 60 puntos.  ¡De repente me dieron unas ganas de trapear!

¿Qué se gana la pipol con los puntos? Más ejemplos. Si usted acumula 400 puntos, puede canjear un “Bono combo de pizza y gaseosa para compartir en familia” o un “Bono de Cine Colombia para dos personas”. Por 600 puntos puede tener un bono para actividades deportivas. Pana, yo montando en bici gratis para ir a camellar…y sin puntos (miau miau miau miau).

Quisiera que esto fuera un chiste o una historia inventada para entretenerles, pero no, es una de las estrategias que hoy abundan en el mundo del trabajo para nombrar con eufemismos las “innovadoras” acciones con las cuales buscan sobre explotarnos. Si una empresa en serio está pensando en que la gente no la pase tan mal, ¿por qué no le brinda opciones a la gente sin que tenga que trabajar más por ello? ¿por qué le llaman “pertenencia” a hacerle aseo al puesto de trabajo si eso no está en mi contrato? ¿por qué nombran como “apropiación del trabajo” una serie de actividades humillantes con las que creen que voy a amar el lugar donde me explotan? ¿Por qué no le pagan dignamente a la gente? Esto es un trabajo, no es mi familia, no es mi deseo estar ahí necesariamente, preferiría estar descansando, así que no, no amo el trabajo, ni admiro estas estrategias del conductismo barato donde me tratan como a una mascota. Dejen de tratarnos como pendejxs.

Cansadxs del mundo, ¡dormíos! No les creas.

Referencia bibliográfica

Superintendencia de Economía Solidaria. (2024). Guía de salario emocional 2024. Recuperado de https://www.supersolidaria.gov.co/sites/default/files/data/20240416_guia_salario_emocional.pdf

El ascenso de lo inhumano

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Que contradictorio que plataformas como Netflix, encargadas del entretenimiento de masas, logren calar interpretaciones históricas y sociales tan impactantes. Ya lo habíamos discutido con series como Adolescencia, de la cual su servidor aquí presente esgrimió su humilde opinión. Y ahora, vemos lo propio con uno de los episodios de Black Mirror en su última temporada, titulado Gente Corriente. ¿Por qué resulta impactante? ¿Es una radiografía de lo inhumano? Este capítulo nos acorrala en dos situaciones hipotéticas. Por un lado, el desarrollo tecnológico y científico que sobrepasa cualquier consideración ética y sociocultural. Y, por otro, la subsecuente mercantilización de los servicios y derechos que todo aldeano global debería disfrutar, verbigracia, la salud.

El profesor Stuart Sim, tomando al filósofo Jean François Lyotard como punto de partida, a razón de conceptos tales como lo inhumano, nos expone: “El humanismo es tomado también como equivalente de capitalismo avanzado, la represión política, la destrucción de la mayoría de los recursos renovables y las grandes narrativas – el marxismo, la democracia liberal o el capitalismo, por ejemplo – que demandan nuestra sumisión a su voluntad (…) en donde la dominación sobre el propio medio ambiente y el deseo de lograr soluciones racionales para ciertos problemas sociales que percibían fueron llevados a conclusiones lógicas y horrorosas” (Sim 20). Este planteamiento nos exhibe algo crucial ¿Es el humanismo una retórica que transgrede o consolida el capitalismo? Al aventurarnos a dar una interpretación de las palabras expuestas por el profesor Sim, podemos encontrarnos con un humanismo como consecuencia obvia del sistema productivo. Lastimosamente, una contingencia completamente inofensiva.

En el capítulo de la serie, luego de la trágica enfermedad acaecida a la esposa, situación que plantea el giro dramático en la trama, la búsqueda de atención médica, fue la decisión más obvia. El tratamiento clínico y su respectiva atención, más allá de su incuestionable costo monetario, figuraba como el acercamiento más humano, fraternal e incluso tierno. La asesora del centro médico, cual hada madrina otorgadora de dones milagrosos, insuflaba de ánimo y esperanza a la pareja. Tal como las promesas capitalistas, tecnológicas e industriales de un mundo igualitario y milagroso, cercano a aquel paraíso de leche y miel, constituyó el fuerte discurso publicitario de la vendedora. Vemos aquí como la salud al servicio de los grandes capitales, trazaba la amarga conclusión de la pareja. Se desenmascara el avance médico-tecnológico como un tentáculo más del capitalismo y un paradigma marginal a lo que, en principios estatales, debería ser el libre ejercicio de un derecho fundamental. Así pues, el episodio nos muestra una radiografía de las personas que pertenecemos al sistema regular. Individuos con ingresos modestos, cuya salida al más grave impase médico, es que nos lleve una muerte fulminante o en su defecto, algo poco doloroso con lo cual se pueda convivir. La ciencia ficción, cada vez más cercana a nuestra realidad, nos exterioriza su cara más cínica. Dejando en evidencia que el discurso más precario resulta ser el humanista, y que el advenimiento de lo inhumano es parte ya de nuestros avatares, como lo expusiera Stuart Sim: “Si bien el humanismo puede haber empezado como un movimiento que liberase a la humanidad del peso muerto de la tradición, se ha vuelto en sí mismo tradición y oprime a su vez a la humanidad, según cuenta la historia. Por esto debe resistírselo y socavar sus bases en la medida de lo posible” (Sim 21).

Termina siendo algo apocalíptico y doloroso, que la retórica de resistencia finalice como parte del paisaje. La consolidación de una consciencia más humana, el anhelado espíritu en la máquina, constituye una mera tradición histórica, al igual que un elemento cosmético de la racionalidad materialista en que vivimos. La pareja en Black Mirror, representa la cotidianidad de un sistema chupa sangre. Es notorio el poco alcance ético del tratamiento, además de la ambigüedad de una existencia útil al sistema productivo (personificada por la esposa). El inhumanismo de Lyotard, representado por la biotecnología, alcanza uno de sus máximos estandartes: El transhumanismo al servicio del capital. Valga citar los interrogantes de Francis Fukuyama en su obra El Fin del Hombre, a razón de los posibles alcances del avance tecnológico: “¿Cómo deberíamos reaccionar ante una biotecnología que, en el futuro, encerrará grandes beneficios potenciales y amenazas que pueden ser ora físicas y evidentes, ora espirituales y sutiles? La respuesta es evidente: deberíamos utilizar el poder del estado para regularla. Y si la tarea rebasa la capacidad de cualquier nación individual, será necesario hacerlo en un marco internacional” (Fukuyama 27).

Pero, ¿Qué hacer cuando el Estado no es suficiente? ¿Cómo reaccionar ante un sistema que está edificado para beneficiar a los grandes capitales antes que a los ciudadanos? El argumento del episodio, hace que cuestionemos nuestra casi invisible participación de las decisiones gubernamentales. En un país como el nuestro, donde por cada reforma que beneficie a la ciudadanía, debemos movilizarnos para exigirle a la rancia élite política que haga su trabajo de manera ética y humana, es completamente evidente el avorazado interés de los mercachifles de la salud en que todo permanezca igual. A los ciudadanos, nos resta asumir la postura del esposo en el episodio. Hacer las veces de bufón para obtener unos pesos más y así acceder a un tratamiento digno, o en su defecto, un simple paliativo. En el territorio nacional, el alma es la prisión del cuerpo, aludiendo a una postura foucaultiana. Nos rendimos frente a las actitudes político-ideológicas tradicionales, aquellas que nos indican que el sufrimiento es una bendición y que el trabajo mal pago encaminado a la extinción nos asegura la redención. Lo inhumano, como nos lo indica Sim, es quizá una nueva forma de considerar la existencia, “este cambio de perspectiva puede tomar formas muy diferentes. Un viraje posible es hacia aquello que podríamos denominar “inhumanismo”: una supresión de las líneas entre los seres humanos y las máquinas que va mucho más allá de los procedimientos médicos actuales” (Sim 25). Así mismo, la máquina mercantil nos va despojando de lo que resta. La resistencia, resulta más allá de nuestra condición. El capitalismo, medida fundamental de la racionalidad más pura, nos ha llevado al horror. Parafraseando a Adorno: escribir ahora poesía, resulta cosa de bárbaros.

Referencias

Fukuyama, Francis (2008). El Fin del Hombre. Editorial Zeta, Barcelona

Sim, Stuart (2004). Lyotard y lo Inhumano. Editorial Gedisa, Barcelona

A la institucionalidad le hace falta una dosis de utopía

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Me avergüenza decir que se me cayeron unas cuantas uñas de los pies. Es que el paso de indio no hay que tomarlo a la ligera. El camino fue largo, muy largo, y al siguiente día también, la comodidad citadina dolió esos días, sentía que cada paso era, y debía ser, el último, pero la mirada burlona de los compañeros indígenas me llevaba a sacar fuerzas de donde no había. Subí al resguardo con el primer grupo, el segundo grupo subía después mientras reunía el mercado necesario para la jornada; fue pronto que nos vimos superados por ese escuadrón que con mirada recia y paso firme, se mezcló rápido con el bosque húmedo tropical que se sentía más húmedo que de costumbre.

Con el aliento que apenas tenía intentaba hacer conversación, lo productivo de los viajes está en la «conversa» como dicen allá. Me contaron sobre la imposibilidad de electrificar porque el actor armado sembró minas antipersona y eso frenó el proyecto. Cuando cae la noche en el resguardo solo se ven algunos rasgos resaltados por la luz del celular —tienen algunos paneles solares cuya energía alcanza para cargar el teléfono—. También hay sombras por el fogón de la estufa de leña y el humo se conjuga con el idioma propio, las risas de los niños y ese sonido de los grillos, ranas y otros animales que no alcanzo a reconocer.

Se mezcla la melancolía con la tristeza, el extrañamiento, el asombro, y un sentimiento incómodo que me acompaña en los viajes y que no me deja simplemente adaptarme al ambiente: la indignación. ¿Por qué no tienen luz en la noche? No, no se debe a una práctica cultural escencializada, se debe a la guerra por el control territorial de los cultivos de coca, a la disputa por las salidas y entradas, también al racismo, a que es tierra de indios y no un centro estratégico de desarrollo. Es lo que ya he visto antes, pero no me acostumbro. Se debe a toda esa basura. 

El camino largo para llegar a este y otros resguardos no tiene explicación en un ejercicio de «senderismo» nivel profesional. No sé trata del afán citadino de encontrarse con la naturaleza. Es, por el contrario, la ley de la necesidad. No hay placa huella, ni línea huella, en cambio, hay proyectos y sueños, que incluyen una garrucha, una vía, o la misma electrificación. Lo básico, lo urgente, es el sueño. 

Días después, ya en la ciudad, mi mamerteria me hace recordar una frase polémica de Lenin, «el comunismo es el poder de los soviet más la electrificación de Rusia». La frase ha sido exaltada y cuestionada con los años. Más allá de los debates teóricos hay un núcleo de verdad en ella: la electrificación, las vías, los acueductos, pensados desde el punto de vista de la gente y no del capital, son revolucionarios. Es una verdad básica pero que en ocasiones se pierde de vista entre tanta reflexión. 

El movimiento indígena es complejo. Hay mil sinsabores y mil contradicciones, los espacios de concertación casi siempre son un golpe de realidad, porque se sabe que hay ganancias, pero que las autoridades y comuneros de base muchas veces dicen «eso que se concerta en Bogotá no se ve por acá». Es la mediación nefasta entre la estructura de desigualdad histórica y las prácticas de acumulación y corrupción.

De nuevo en la calle, voy por la carrera séptima y recuerdo que en los distintos resguardos, como si existiera una conciencia comunitaria que se comunica en tiempo real, había un guardia, una autoridad, un comunero que decía sin excepción «¡Hágale un bordón!» entonces parábamos y varios compañeros buscaban entre los arbustos un palo largo, le cortaban las ramas con machete, lo «ponían bonito» y me lo pasaban para poder continuar. Una autoridad me decía en una de las caminadas, «pídale fuerza a la naturaleza». En otro recorrido un guardia reprochaba «¡Es que cómo en la ciudad comen tal mal!» pero iba con calma mientras avanzamos. Una solidaridad común que sale así sin más, sin pensar, que conmueve hasta los huesos. 

Algunas semanas más tarde, en una reunión estábamos hablando sobre la urgencia de acciones institucionales para atender necesidades básicas, y en una estrategia para lograr cosas concretas. Un funcionario dijo «es utópico pensar en la presencia total de la institucionalidad en este país». Procuro mantener una pose racional en el trabajo, mientras el corazón se me rompe y reconstruye cada cuarto de hora. La guerra, la desigualdad, las prácticas de corrupción internalizadas por muchos sectores, la impotencia por lo que hay, lo posible y lo deseable, quebranta las ilusiones, pero hay que insistir. 

Ya suena cliché pero por estos días no dejo de pensar en la frase de Galeano: «La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar»

Lo bueno, lo malo y lo feo del “nuevo” esquema de aseo para Bogotá. Una lectura necropolítica

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La ciudad se prepara para implementar el “nuevo” esquema de basuras. En lo que resta del 2025 la alcaldía de Carlos Fernando Galán, a través del equipo que lidera Consuelo Ordóñez, directora de la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos, UAESP, acabará de definir los criterios jurídicos, técnicos y financieros para, según se publicita con bombos y platillos, pasar de la economía lineal del servicio de aseo, a la promesa de economía circular y basura cero, esquema que debe ser implementado a comienzos de 2026. 

Con el “nuevo” esquema la alcaldía pretende una transformación radical en relación a lo que había dejado el alcalde Peñalosa con la licitación del modelo de Áreas de Servicio Exclusivo que duró desde 2018 hasta 2026, y que no resolvió los problemas que para la actual administración son neurálgicos: la falta de cultura ciudadana, la falta de prestación del servicio de aseo de calidad (frecuencia del barrido y la recolección, poda de césped y árboles) para cerca de 300 mil usuarios de bajo ingreso, los altos costos financieros y ambientales de transporte de residuos hasta Doña Juana, el incremento del enterramiento de basuras en Doña Juana (seis mil toneladas diarias), las bajas tasas de material reciclado, el incremento de puntos críticos y zonas de arrojo clandestino de escombros y basuras y, la escasa participación del gremio de reciclaje popular en la economía de escala que constituye el servicio de aseo público de Bogotá.

En su tiempo, el alcalde Peñalosa prometió, con su “nuevo” esquema operativo, resolver definitivamente el problema del aseo urbano, mejorar la calidad, ampliar la cobertura, disminuir las toneladas enterradas e incluir a la población recicladora. Y justamente, 30 años antes de Peñalosa, otro alcalde, Andrés Pastrana juró en 1988 que con la privatización del servicio de aseo y la tecnología del relleno sanitario Doña Juana la ciudad se convertiría en la esquina más limpia de Suramérica. El tropo de la solución definitiva en materia de basuras ha sido recurrente desde que a finales del siglo XIX las principales ciudades colombianas crearon el denominado “ramo de aseo”, como una nueva función del Estado a escala municipal, separado del ramo de aguas y de las aguas residuales. Lo sólido debía fluir por las calles hacia los botaderos y los líquidos pestilentes debían fluir por tubos subterráneos hacia los ríos urbanos. Desde hace 150 años cada nueva administración ha propuesto una solución final para enfrentar las recurrentes crisis de basuras que acompañan la vibrante vida urbana y sus relaciones de producción, consumo, despilfarro y descarte.

¿Por qué históricamente ha resultado tan complejo el manejo de las basuras en Bogotá?, ¿qué desafíos, novedades, continuidades y vacíos tiene la propuesta de aseo de Galán?, ¿qué posibilidades de acción política participativa tenemos las ciudadanías para actuar en y desde nuestros desechos y contribuir a ambientalizar la democracia bogotana? Para esbozar algunas respuestas posibles acudo a la investigación histórica que durante una década vengo realizando sobre las basuras en Bogotá, y la teoría necropolítica, la cual muestra que más que el gobierno de la vida, el capitalismo contemporáneo se caracteriza por la administración de la muerte, muerte de humanos y no humanos, muerte por toxicidad, contaminación, insalubridad. Distribución de formas de muerte, graduales, casi imperceptibles, rentables. Una mirada necropolítica a la gestión de la basura en Bogotá puede resultar provechosa para que aprendamos a vivir y morir bien en este turbulento presente. 

Lejos de la vista y del olfato, lejos de la mente

La basura es un artefacto dúctil, difícil. Su hibridez, material, cultural, política, la hace escurridiza, muerde a toda hora. La modernidad ha pretendido ocultarla bajo la escoba cultural de la limpieza. La promesa a los habitantes de la ciudad, no a todos, ha sido el ofrecimiento de un espacio limpio y seguro, distante de su némesis, la basura, maloliente, activa, desafiante. La basura resulta de la paradoja del capitalismo que incita al crecimiento económico, el progreso, y por ende, el consumo, pero crea imparablemente el torrente de desechos y de vidas desechadas. La ecuación es simple, mayor riqueza, mayor consumo, mayor cantidad de basura. No es cierto que la basura sea asociable a la pobreza, una ciudad con mucha basura es una ciudad rica, capitalista.

Estar a distancia de los amontonamientos de basura pestilente se convirtió en requisito de inclusión a la vida urbana. Se trató de una operación necrológica. Puesto que mantener una parte de la ciudad y la ciudadanía limpias implicó definir, qué otra parte de la ciudad y de la ciudadanía, con menos recursos para disputar el ordenamiento urbano, se tuviera que hacer cargo de los desechos democráticamente producidos por todos y todas. Todos y todas producimos basura, pero no todos y todas barremos las casas, las calles, transportamos desechos, escarbamos tesoros escondidos y vemos deteriorados ambientalmente nuestros entornos y nuestros cuerpos por los gases y líquidos que los microorganismos descomponedores producen al trabajar, para el capitalismo, gratuitamente en la basura socialmente producida.

Gran parte de la política de la basura ha consistido en sacar rápidamente de la vista y el olfato de una parte de la ciudadanía los restos descartados. Narices que no huelen, corazones y mentes que no senti-piensan. Los alcaldes siempre les temen a las masas, masas iracundas de inconformes y masas efervescentes de materialidades en descomposición. 

Regímenes de basura

Pero los efectos que produce la materia en descomposición y los discursos que sobre ella se crean para administrarla, ocurren en una red de actores fluida, móvil y cambiante, que constituyen regímenes de basura difíciles de ver. Es decir, patrones estables conformados por obreros, gerentes, empresas, recicladores, políticas, comportamientos, tecnologías, flujos de recursos, materialidades descartadas y pensadas como obsoletas, microorganismos, infraestructuras, calles, recipientes, vehículos, escobas, investigaciones, normas, creencias, epistemologías, utopías, botaderos y un largo etcétera. Una vez instalado un régimen de basura, este nos define la experiencia y las relaciones de descarte y contaminación, los modos de hacer que conectan todo y a todos en la red, desde la bolsa del baño, la tarifa que se paga, el camión, el relleno sanitario y la creencia de “ponga la basura en su lugar”. No es una línea ni un círculo, sino una red. Una parte del problema de las políticas de la basura en Bogotá, y en gran parte de las ciudades del mundo, es que los administradores políticos urbanos y los cuerpos de ingenieros sanitarios/ambientales, al igual que la mayoría de los habitantes, no logran ver la olorosa y cambiante red de actores en que están inscritos, que hace la basura y define el régimen de basura. Una mirada miope produce medidas miopes. 

La mayoría de las administraciones municipales en su premura de sacar la basura de la vista y el olfato de los votantes planean “nuevos” esquemas de servicio de aseo, para lo cual tienen que estandarizar y simplificar la compleja realidad en red de la basura. La legibilidad estatal hace como si fuera eficiente y se recubre de retórica salvadora. Se ha venido difundiendo una nueva retórica geométrica que considera que pasar de la línea al círculo mejorará mágicamente todo. Este razonamiento geométrico y plano tiene el problema de no ver la profundidad de la red. Al no ubicar los puntos nodales de la red en que se soporta, los diseñadores de políticas de la basura no logran acertar en las estructuras necrológicas que generan desigualdades espaciales y territoriales en la gestión de las basuras.

En términos generales he analizado que desde finales de los años 80 del siglo XX, el régimen de basuras, neoliberal-ambientalista, ha tenido las siguientes características: 

1. Las materialidades descartadas (orgánicas y químicas) se tornaron en una mercancía y el mercado de basuras funciona a partir de la privatización del servicio de aseo y la constitución de monopolios privados (nacionales y extranjeros), con gran capacidad económica y política en torno al barrido, transporte y enterramiento de basuras. El valor de la licitación del aseo en tiempos de Peñalosa ascendió a casi cinco mil millones de pesos, uno de los rubros más altos de la ciudad y uno de los más codiciados y disputados.

2. La tecnología de tratamiento final de los desechos es el relleno sanitario y el medio de transporte es el empaquetamiento en bolsas plásticas transportadas en camiones con destino al sur de la ciudad para que allí, de manera permanente y sobrexplotada, las compañeras bacterias y otros bichos, traten de descomponerlas. No obstante, este reactor biotecnológico, no logra descomponer, sino momificar gran parte de la confusa materialidad química-vegetal-animal-humana que 10 millones de personas y otras criaturas producimos. Las bacterias sobreexplotadas nos regalan toneladas de gases tóxicos que enferman lentamente a los habitantes (humanos y no humanos) del extremo sur oriental y excretan líquidos lixiviados que matan al río Tunjuelo, al Bogotá y al Magdalena. Cuando Pastrana y los ingenieros sanitarios planearon el Doña Juana pensaron en otros tres rellenos en la ciudad y en plantas de transferencia para hacer separación a gran escala de lo enterrable y utilizable, pero su utopía sociotécnica cedió ante el mercado de los desechos y el prestigio de las elites urbanas, que no soportarían ver pasar camiones con basuras por sus encopetadas avenidas. 

3. La participación ciudadana se redujo a poner la bolsa de basura en el espacio público y a pagar la tarifa, cada vez más costosa. Para esta franja de la ciudadanía, la retribución que espera por el pago de la tarifa es no oler ni ver la basura. El régimen de basura tiene un contrato sanitario, un pacto de limpieza que opera por sobre la Constitución Política y que está atornillado por la desigualdad ambiental y espacial. Los sectores sociales de alto ingreso pagan más, tienen sus calles más limpias y su territorio está a salvo, lejos de las toxicidades, ya que históricamente el ingreso, el estatus y el prestigio están espacializados en Bogotá. El área de Doña Juana es un apartheid sanitario necrológicamente dispuesto, planeado e irrenunciable.

4. La población recicladora que ha luchado por su reconocimiento como parte del sistema integral de aseo, sigue en la marginalidad y la informalidad. Sometida a procesos de monstruosización y estigmatización necrológica. Términos como desechable y campañas de limpieza han justificado el genocidio silencioso de habitantes de calle y recicladores. Las medidas compensatorias son limitadas, el cumplimiento del pago tarifario del aprovechamiento no llega a toda esta población. Las asociaciones luchan por sobrevivir y afrontar con pocos recursos las exigencias de formalización y tecnificación, pero el tejido comunitario organizado es minoritario. Una gran multitud de habitantes de calle se dedican a la recolección esporádica de residuos, sometidos a procesos necrológicos de desciudadanización y monstruosización que los hace sentir como zombis odiados y temidos. Su respuesta es la democratización de la suciedad, romper las bolsas, generar amontonamientos de desperdicio. La revancha de quienes viven en situaciones abismales.

5. A medida que mejoran los ingresos de sectores medios y populares se generan más desperdicios. Nuevos residuos como los escombros y los muebles grandes, medianos y pequeños descartados no cuentan con sistemas públicos, accesibles y económicos de recolección y transporte. En mucho contribuyó Petro cuando fue alcalde al abaratar estos costos con la empresa pública de Aguas de Bogotá (odiada por los zares de la basura), que disminuyó puntos críticos y clandestinos de basuras. Nuevas basuras sobre nuestras cabezas colapsan el régimen, las operadoras de cable de internet privadas usan los postes públicos y tienden sin consideración redes de telecomunicaciones aéreas que siguen colgando cuando el usuario cambia de operador. Nadie es responsable de su recolección y tratamiento, ni el usuario, ni las empresas, ni la UAESP.

6.  Las cifras oficiales y privadas sobre la basura que se produce en la ciudad no dan cuenta de todo el descarte. Se entierran 6500 toneladas diarias en Doña Juana, se reciclan entre mil y mil quinientas toneladas diarias y más de dos mil toneladas permanecen en las vías públicas, caen a ríos y humedales, quedan suspendidas en los árboles de parques y avenidas, se alojan como microplásticos en los cuerpos humanos, de aves, mamíferos, anfibios.

Este es, a grandes trazos el régimen neoliberal-ambientalista de basuras. Nadie quiere que a los gobernantes de una ciudad o un país les vaya mal, sería torpe y egoísta apostar y desear que a la administración de turno le vaya mal. Así que, para terminar, quiero hacer algunas reflexiones sobre las deficiencias de lo que hasta ahora se conoce del nuevo esquema de aseo de la alcaldía de Galán y que sin duda no cuestionan los elementos más estructurantes de la red de actores que sostienen el régimen de basuras actual, sino que la fortalecen. 

Del sueño de Galán a la pesadilla de la toxicidad necrológica en Bogotá

Galán, como antes Peñalosa y más atrás Pastrana, plantean cambios trascendentales en el esquema de aseo. Claro, Galán quiere y debe reaccionar a la demanda global de la economía circular y la política de basura cero y también a lo postulado por el gobierno Petro en el Plan de Desarrollo y esto hace más desafiante su propuesta, porque pese a lo plano de la política de economía circular, sus enunciados son sintomáticos de que el actual régimen de basura de Bogotá, no solamente el esquema de aseo, está en crisis. Sin duda hay elementos positivos en los enunciados del nuevo esquema de aseo, pero tiene serios problemas que de no tratarse seguirán generando necropolítica, la administración de cómo morir indignamente.

El primer gran problema es que enfatiza en que se debe incrementar en 30% las tasas de materiales recuperables, papel, cartón, chatarra, vidrio, plástico. Esto no es negativo per se, pero el esquema desatiende lo valioso del residuo orgánico, el cual constituye más de la mitad de la basura generada y enterrada al abandonar la política de producción de materiales compostables. El régimen de basuras actual renunció a la investigación que en las décadas del 60 y 70 del siglo pasado, realizó el Instituto Colombiano Agropecuario ICA, para producir abonos con las basuras urbanas. Pese a que se suele hablar de la importancia de lo orgánico, lo que enuncia la directora de la UAESP, es que Bogotá seguirá enterrando el 70% de sus basuras en el ahora nombrado eufemísticamente Parque de Innovación Doña Juana. Por otra parte, los mercados de materiales seguros reciclables no son del todo estables, por ejemplo, las industrias de vidrio prefieren importar sílice, que reciclar el vidrio. Todos los días las asociaciones de recicladores están indagando los precios de los materiales reciclables. Esta dependencia del flujo de los valores, opera como una Bolsa de Valores, se busca aquello más rentable, y desafortunadamente opaca la pretensión ambiental de esta posibilidad.

El segundo gran problema, es que el enunciado sobre inclusión de la población recicladora no es consistente. Ya existen asociaciones recicladoras que realizan rutas paralelas de recolección de papel, cartón, plástico y vidrio y sin duda participan, aquellas más formalizadas, de la parte de la tarifa para aprovechamiento. Pero aún no se reconoce el tiempo-trabajo invertido en recorrer calles, cargar materiales, llevarlos a sus bodegas, hacer nuevas separaciones, vender el producto, distribuir entre pequeños empresarios y empleados precarizados los ingresos percibidos. No aparece la estrategia de formalización, promoción de organización, dignificación y restitución de derechos ciudadanos a la mayoría de la población recicladora. Así que es posible que las políticas de monstruosización y el revanchismo democratizador de la suciedad continúen. 

El tercer gran problema, es lo limitado de la participación ciudadana, reducida a que la gente sea más consciente, tenga más cultura ciudadana y se prepare para el eventual incremento de la tarifa. Se trata de la herencia neoliberal que lee de esa manera la ciudadanía. La ciudadanía ambiental del neoliberalismo no puede hacer visible y legible la diversidad de prácticas ciudadanas y populares de gestión de basuras. Bogotá tiene una importante franja de clases medias que hacen pacas biodigestoras, pequeñas cooperativas que recogen orgánicos para compostaje, una experiencia popular significativa de reciclaje de orgánicos con una planta de compost de Sineambore en el barrio Mochuelo, huertas caseras, el primer experimento de comunidad recicladora que tiene limpio su barrio, El Regalo en la localidad de Bosa, en el que la comunidad reincorpora sus residuos para agricultura urbana y cuidado de sus espacios, y que logró una disminución sustancial del valor de la tarifa de aseo colectivo al demostrar que no son generadores de basura. De ahí que la oferta de participación ciudadana del “nuevo” esquema de aseo sea limitada, la directora de la UAESP dice que de pronto podría haber algunos ajustes tarifarios a aquellos ciudadanos eficientes, pero no se aclara cómo. Esta subvaloración de la agencia de comunitarismos ciudadanos activos en sus desechos es explicable eso sí, porque al parecer el nuevo esquema de aseo no va a tocar las zonas de servicio exclusivo monopolizadas por carteles empresariales dueños del mercado de las basuras y que ven estas prácticas ciudadanas como competencia desleal. Claro hay que intensificar las campañas educativas, pero también se debe apoyar y ampliar las capacidades de gestión ciudadana sobre sus residuos.

El cuarto gran problema, es que no aparece una estrategia de fortalecimiento de la capacidad de control en la UAESP del servicio de aseo. El régimen neoliberal-ambientalista significó la subordinación de la alcaldía a los poderes empresariales y a los zares de la basura. Bogotá no ha logrado hacer de la UAESP una entidad autónoma con capacidad de regulación. Además existe una recirculación y reciclaje de funcionarios que pasan de la empresa privada a la UAESP, práctica cobijada por la idea de experiencia acumulada, pero que contribuye a orientar en beneficio del monopolio privado sobre las políticas de la basura. Algunos concejales han denunciado que hay empresarios metiéndole mano a la actual propuesta de licitación. Además, uno de los operadores ha demandado a Bogotá porque la UAESP le demostró que estaba inflando los kilómetros barridos. Todo parece indicar que la ciudad va a perder nuevamente ante los consorcios, y la respuesta de la directora de esta entidad distrital es que no puede hacer nada porque esto depende de la Superintendencia de Servicios Públicos, lo que demuestra que el neoliberalismo debilitó la capacidad reguladora del Estado.

El quinto gran problema, es que la estructura necrológica, base de desigualdad espacial y ambiental, no se toca. La directora de la UAESP dice con razón que se deben crear otros puntos de acopio de residuos en Bogotá para evitar la acumulación de basuras en el extremo sur de la ciudad. Afirmación loable pero sin fundamento. Si no se modifica el plan de ordenamiento territorial de Bogotá el cual desde 2003 ha blindado los barrios de estratos altos, con la denominación de uso exclusivamente residencial del suelo, mientras que considera los barrios de la periferia como suelos de mixto del suelo, lo que obliga que las bodegas de reciclaje se ubiquen en la periferia y se aumenten los niveles de toxicidad en la medida en que un alto porcentaje de residuos recuperados están mal separados desde la fuente, están contaminados y suelen arrojarse a las calles de los barrios populares.

El sexto gran problema del nuevo esquema de aseo es que no se corresponde con los cálculos demográficos de los urbanizadores, quienes, desde Peñalosa, aspiran a que Bogotá duplique en dos décadas su población. En el urbanismo neoliberal, consumo y experiencia urbana implicarán mayores volúmenes de basuras. Surge siempre una incógnita, Bogotá está entrando al invierno demográfico, las tasas de reproducción de la población tienden a frenarse, los índices de infertilidad crecen en los cuerpos cada vez más llenos de toxicidades y, las nuevas generaciones no quieren tener hijos. Pero el capital ya se la jugó, el ordenamiento de Bogotá y la sabana está montado sobre el incremento de la población. ¿Será la violencia en las regiones, la desposesión y apropiación de los medios de vida y la destrucción de sus ecosistemas la fórmula necrológica para generar los nuevos 10 millones de almas bogotanas? De verdad espero que no. 

Para nada se trata de plantear un escenario de víctimas y victimarios, he querido presentar que lo que existe es una compleja red de actores humanos y no humanos, con capacidades y posibilidades asimétricas, pero potencialidades múltiples. Como parte de esa red y bicho que genera residuos, esta discusión que ofrezco busca aportar elementos para pensar, sentir y actuar políticamente ante las relaciones de descarte urbano, las políticas de la basura y la ambientalización democrática de la ciudad. Empezar a reconocer que el “nuevo” esquema de aseo de la actual administración no modifica sustancialmente el régimen de basura de Bogotá es importante y es un deber ciudadano.

Bogotá, mayo de 2026

Gritar desde adentro. Una grieta feminista en la autoría

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El domingo 27 de abril fui invitada a presentar el libro Gritar desde adentro en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, publicado por la editorial independiente Albaricoque, este libro hace parte de una selección de obras que apuestan por una sensibilidad crítica tanto en el plano estético como en el político. La invitación fue, para mí, un gesto de confianza y también un desafío, acompañar una obra que no se deja encasillar en un solo género, ni en una sola voz; un documento que ante todo es un acto de denuncia, de cuidado y de pregunta colectiva sobre las violencias de género que se viven y callan en el ámbito universitario.

Lo primero que llama la atención es cómo se estructura el libro, en la página 3 aparece una lista que simula una jerarquía autoral —guion, ilustración, edición, investigación— como si estuviéramos frente a una producción tradicional. Pero esa jerarquía no se sostiene cuando pasamos a los agradecimientos, en la página 6, donde se declara con contundencia: “Gritar desde adentro fue el resultado de muchas manos que trabajaron directa o indirectamente en su creación”. Una declaración, no un gesto de cortesía, un posicionamiento político que desmonta la noción de autoría individual y celebra el ensamblaje colectivo como forma de creación.

Entre ambas páginas —la que simula orden jerárquico y la que lo desarma— aparece el hilo de la página 4, ese hilo, lejos de representar armonía o conexión fluida, es visualmente denso, lleno de nudos, cruces, líneas enredadas, es una imagen potente de lo difícil que es hablar de las violencias en los espacios universitarios, hablar no es lineal, no es limpio, no es clarificación de unos hechos; el hilo encarna la complejidad de nombrar lo vivido cuando las palabras no alcanzan, cuando el contexto institucional aplasta o silencia. Es, como diría Aina Pérez Fontdevila, una forma de mostrar que la autoría también puede ser dolor, fragmento, interrupción, el hilo no une, incomoda, desordena.

Este gesto de disolución autoral dialoga con el trabajo de Aina Pérez Fontdevila, quien en su texto “¿Qué es una autora o qué no es un autor?” cuestiona la idea de una autoría entendida como expresión directa de una subjetividad propia, autónoma y desligada de las relaciones de poder y género que la configuran. En lugar de seguir reproduciendo la figura del autor soberano, la propuesta de Pérez Fontdevila —en diálogo con la teoría de la “escritura femenina”— sugiere pensar la autoría como una red, una práctica relacional, una comunidad. En esa clave, Gritar desde adentro no es un libro firmado, sino tejido. No es una voz, sino un coro.

En este libro sabemos que hay gente detrás de su producción, pero ¿quién dibujó esto?, ¿quién hizo el guion? No hay firmas, ni rúbricas individuales; las autoras, que son todas, ensamblaron las viñetas y les dieron una lógica y un contenido; para entender este proceso, habría que conocer cómo ilustra cada una, cómo piensa cada línea, cómo se enfrentaron juntas a la representación del dolor y la resistencia. Una de las fuentes más importantes fue la investigación de Laura Castrillón Guerrero, titulada ¡Gritar desde adentro!: prácticas de silenciamiento de violencias basadas en género y sexualidad en espacios universitarios, pero esa base fue resignificada por el colectivo que ilustró, editó y dio forma al conjunto. Me consta —por haber hablado con ellas— que no hubo un trazo sin discusión, sin pregunta. Cada página fue elaborada en colectivo, con tiempos dispares, con emociones en juego, con silencios difíciles de representar. Y eso también es autoría, una forma otra de escribir juntas, de figurar lo indecible.

Desde esta perspectiva, el libro toma distancia de la tradición que vincula autoría con propiedad y genialidad. Como recuerda Pérez Fontdevila, es necesario desnaturalizar los atributos del autor, no para eliminarlos sin más, sino para mostrar que la creación es siempre situada, permeada por relaciones de comunidad, repeticiones, memorias. Y si hay un espacio donde esto se hace visible es en los feminismos, en esas prácticas en las que, como dice Haraway, “Importa qué ideas usamos para pensar otras ideas”, y que no se teme preguntar cómo se narra, quién narra y para qué.

En esa misma dirección, el libro introduce una imagen poderosa, la grieta; en la página 39, una colectiva se fractura por una conversación en la que las miembros se preguntan si es posible transformar la universidad desde adentro o si hay que romperla toda; esa grieta no divide, complejiza. Y nos invita a no cerrar la conversación, el libro no busca consenso, sino apertura, es un lugar para pensar juntas lo que duele y lo que resiste.

Durante la conversa en la feria, una de las preguntas fue: ¿cómo pensaron la relación entre palabra e imagen para hablar de algo tan difícil como la violencia? Andrea Cagua mencionó como referente el cómic Hierba, de Keum Suk Gendry-Kim, que narra la historia de Lee Ok-Sun —una de las miles de mujeres esclavizadas sexualmente por el ejército japonés durante la Guerra del Pacífico— sin caer en la exposición gráfica del horror. En Gritar desde adentro, algo similar ocurre en escenas como la de la página 12, donde se muestra el ingreso de una estudiante a la oficina de un profesor con un gesto de incomodidad creciente. No hay necesidad de mostrar el acto de violencia; las puertas cerradas y el rostro de la joven al salir dicen más que cualquier imagen explícita. Esas puertas también hablan, son testigos silenciosos de lo que ocurre al otro lado. ¿Qué pasaría si pudieran contarlo? ¿Qué memorias guardarían sus cerraduras? En este libro, los objetos también dicen, acompañan el testimonio y lo vuelven colectivo.

A esa apuesta por abrir preguntas más que cerrar respuestas le sigue una escena que condensa muchas de las tensiones del libro. En las páginas 58-59, Majo narra su experiencia de violencia una y otra vez. El cómic no representa de forma gráfica el acto violento en sí, pero sí lo rodea con imágenes que denuncian su repetición institucional, los testimonios que deben contarse una y otra vez, las oficinas, el desgaste emocional. A la izquierda de la doble página, la protagonista se va empequeñeciendo, cada viñeta reduce su presencia, su cuerpo se retrae. A la derecha, su figura crece, hay escucha, hay contención; este contraste visual traduce el paso de la revictimización al apoyo, la violencia no solo está en el hecho, sino en las formas de su gestión, en la desconfianza sistemática, en la tramitología que reabre la herida.

Finalmente, en las páginas 80-81 se agradece a quienes acompañaron, retroalimentaron, creyeron. En una de las viñetas se lee: “mi voz es colectiva”, mientras un post-it, un computador con palabras en proceso y un reproductor musical en el que suena Quemar el miedo del colectivo Las Tesis (Chile) completan el gesto. Entre esas imágenes aparece también un reconocimiento, “a la red de profes, compañeras y amigas que desde cada lugar han visibilizado las VBG y sexualidad en los espacios universitarios”. Porque, como señala Pérez Fontdevila citando a Showalter, la escritura hecha desde los márgenes puede ser también un lugar de autodescubrimiento, de creación liberada del mandato de oposición constante.

Gritar desde adentro no es solo un libro feminista por su contenido. Lo es por su forma, por su apuesta metodológica, por la manera en que desmonta la figura del autor para dar lugar a un entramado de voces que se sostienen entre sí, este libro no grita desde el centro, grita desde las grietas, desde adentro. Y por eso, nos interpela.

Referencias

Pérez Fondevila & Torras Francés (eds) (2019), ¿Qué es una autora? Encrucijadas entre género y autoría, Icaria, Barcelona

Breve sumario de brillanteces derechosas

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El filósofo prusiano Ernst Cassirer, alguna vez apuntó con base a Hegel: “La historia universal no es precisamente el albergue de la dicha; los períodos pacíficos y venturosos son hojas en blanco en el libro de la historia (…) “todo, en la historia, carece de un modo racional” (Cassirer 167). Que trágica, pero acertada apreciación. Dicha condición, a vivas luces, alberga la situación colombiana. Aquellos momentos venturosos, cada vez más esquivos, se alimentan de la irracionalidad rampante de quienes ven en el cambio una quimera inalcanzable, o si se quiere, un callejón sin salida. La tragicomedia colombiana, se repite cíclicamente cada cuatro años. Pero antes de dicho evento, las propuestas de avanzada (es sarcasmo), el despliegue ideológico e intelectual y demás virtudes de la ultraderecha colombiana, comienzan a inundar las pantallas con promesas que redundan en las fórmulas mágicas que, al parecer, han permanecido escondidas, para que un iluminado de la godarria nativa, gobierne de manera justa y decente. ¡Compatriotas! Ahora si vamos en serio. A este respecto, recogeremos algunas de las frases, expresiones o simplemente interpretaciones de la realidad nacional que algunos de estos eruditos de la política, han lanzado para nuestro deleite. Empecemos pues con nuestro breve sumario.

Miguel Uribe Turbay: “La clase media en Colombia recibe ingresos de veinticinco a sesenta millones de pesos mensuales”

Al referir la expresión “desconexión de la realidad nacional”, debería venir a nuestras mentes la imagen de este personaje. Producto de la realeza política colombiana, Uribe Turbay, es la viva imagen del congresista nacional por antonomasia: ultraconservador, inútil, sin ideas y heredero de un apellido como único mérito para ejercer la política en un país como el nuestro. Lanzar una apreciación de este calibre, es asumir explícitamente que el ciudadano del común vive como ellos. Lo más curioso de dicha eventualidad, es la aceptación indirecta de una legislación hecha para la clase más acomodada. ¿Es tan difícil hacer entender a un considerable grueso de la población que dichos personajes no legislan para ellos? Más de cuarenta millones de pesos para sostener a un personaje que aún habla de agendas socialistas, las supuestas virtudes de la seguridad democrática y demás sandeces con las que la derecha mueve a sus desahuciados votantes. Como enunciara Osvaldo Baigorria a razón de Georges Bataille, “A lo largo de la historia, el trabajo siempre fue un problema (…) algo innoble, una actividad secundaria que debía subordinarse al tiempo libre. Parece obvio: si existe un tiempo libre es porque hay otro esclavo. Hombres, animales, aunque también máquinas…” (Baigorria 27). La cita anterior sí que puede aplicarse a nuestro candidato. Parásitos godos que pretenden afianzar legislaciones en pro de su élite castrante. El trabajo fuerte es para el ciudadano de a pie, no para la nobleza de la cual desciendo. Por tal caso, Uribe Turbay, es la representación de un linaje politiquero siniestro y una de las cuotas insignia del Centro Democrático y la derecha colombiana.

Paloma Valencia: “Soy más uribista que Uribe”

Por la misma línea de herencias politiqueras miserables, nos encontramos con la señora Paloma Valencia. Nieta del otrora presidente Guillermo León Valencia quien presuntamente impulsó el plan lazo en Colombia, con el fin de erradicar cualquier atisbo de comunismo, o bueno, lo que ellos, incluyendo el brazo armado de los militares de ultraderecha, asumían como amenaza comunista. Y si escudriñamos un poco más, nos topamos con su conservador bisabuelo Guillermo Valencia, personaje deplorable de la historia nacional, a quien se le endilga haber sido un acérrimo opositor a la abolición esclavista del siglo XIX. Al parecer la fijación patriarcal hacia el terrateniente lascivo es un componente genético de la congresista-candidata. La sentencia “soy más uribista que Uribe”, demuestra un abandono total al yo. Una forma de sometimiento ideológico que conlleva a la integral inexistencia. Soy, por cuanto mi líder quiere que sea. Paradójicamente la señora Paloma no ve nada de malo al sometimiento, siempre y cuando sea a individuos infaustos que defiendan las buenas costumbres. Especímenes por el estilo de aquel anónimo escritor del ensayo londinense del siglo XVIII An Essay on Trade and Commerce, citado por Paul Lafargue en su obra El Derecho a la Pereza, quien proponía: “Cuanto más trabajen mis pueblos, menos vicios habrá. Yo soy la autoridad (…) y estaría dispuesto a ordenar que el domingo, luego de la hora de la misa, las tiendas se abrieran y los obreros volvieran a su trabajo” (Lafargue 26).

María Fernanda Cabal: “La masacre de las bananeras ha sido un mito comunista”

Cabal es hasta el día de hoy la congresista más prolífica en la construcción de opiniones y comentarios absurdos. Desde el “estudien vagos”, tan sonado en los movimientos estudiantiles o la aseveración, respecto a que la Unión Soviética aún persiste, no es tarea sencilla elegir en su brillante retórica una sola expresión que no genere pena ajena. Ligada a compañías azucareras con presuntas prácticas de despojo de tierras, creadora de un golem (Polo Polo) y pareja del hasta hoy presidente de FEDEGAN, Cabal es la línea dura de la ultraderecha en el país. Defensora de teorías conspiranoicas en torno a planes macabros del socialismo global para derrocar los paraísos capitalistas, señaló como falso uno de los momentos más oscuros de la historia nacional, siendo quizá la acción más miserable y rastrera que ser humano pueda hacer. Aunque las compañías bananeras tienen sus periodistas colombianos que lavan su imagen, no cabe duda que el deseo ferviente de la derecha por cambiar el pasado, manipulando la narrativa, consolida el deseo voraz y colonialista de las multinacionales en países pobres como el nuestro. Ligando nuevamente una moral acomodada, Cabal enarbola lo que tanto cuestionaba Lafargue en la instrucción de su época, “Quiero hacer poderosa la influencia del clero, tengo puestas mis esperanzas en él para que propague la buena filosofía que enseña al hombre que solo está aquí abajo para sufrir, y no esa filosofía que, por el contrario, le dice al hombre: ¡goza! (Lafargue 15). Bonus Track: Fico “Plata es Plata”. Sin ser candidato presidencial en estos momentos, se dio el lujo de proferir una de las frases más traquetas hasta la fecha.  

REFERENCIAS

  • Baigorria, O (2002). Georges Bataille y el Erotismo. Editorial Alfa Omega, Madrid
  • Cassirer, E (2005). Las Ciencias de la Cultura. Editorial Fondo de Cultura Económica, México
  • Lafargue, P (2015). El Derecho a la Pereza, El Mito de Prometeo y El Ideal Socialista. Grupo Editorial Tomo, México

¿Qué pregunta de la Consulta popular eres, según tu signo zodiacal?

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Aries

¿Estás de acuerdo con establecer un régimen laboral especial para que los empresarios del campo garanticen los derechos laborales y el salario justo a los trabajadores agrarios?

Carnero ardiente, sabes lo que se siente que te trasquilen los empresarios, has tenido que sobreponerte a la ausencia de derechos laborales y a salarios injustos.

Eres líder por naturaleza, por eso no quieres que más personas tengan que pasar por la misma precariedad en la que has crecido.

Tauro

¿Estás de acuerdo con que se pague con un recargo del 100 % el trabajo en día de descanso dominical o festivo?

Torito sibarita, crees en el descanso y la importancia de las recompensas. Has tenido que sacrificar fines de semana enteros por tener que trabajar.

Eres leal a tus principios, por eso defiendes el recargo dominical y festivo.

Géminis

¿Estás de acuerdo que las personas trabajadoras en plataformas de reparto acuerden su tipo de contrato y se les garantice el pago de seguridad social?

Gemelx fantásticx, te encanta tener varias opciones para elegir. Te has tenido que adaptar a las condiciones de la precariedad, pero crees que no está bien estar mal, por eso defiendes la contratación decente y la garantía de seguridad social.

Cáncer

¿Estás de acuerdo en que las empresas deban contratar al menos 2 personas con discapacidad por cada 100 trabajadores?

Cangrejo que no cangrejea ¿O si? Jajaja mentiras. Cangrejo protector, siempre te preocupas por lxs demás, te encanta ver que las cosas funcionen bien. Para ti no es una pregunta sorprendente, sino que es el deber ser.

Leo

¿Estás de acuerdo con que el trabajo de día dure máximo 8 horas y sea entre las 6:00 a. m. y las 6:00 p. m.?

León generoso y mandón, te acostumbraste a trabajar de sol a sol como dice la canción.

Sales del trabajo y llegas a la casa a seguir trabajando, pero ya no puedes más. Crees en los tres ochos, seguro es porque compartes el Ki de María Cano.

Virgo

¿Estás de acuerdo con que las micro, pequeña y medianas empresas productivas preferentemente asociativas reciban tasas preferenciales e incentivos para sus proyectos productivos?

Doncellx del perfeccionismo, lo que para unos son pequeños detalles, para tí lo son todo. Te molesta que sean las grandes empresas las que se lleven todos los incentivos, mientras las micro, pequeñas y medianas luchan por existir.

Libra

¿Estás de acuerdo que las trabajadoras domésticas, madres comunitarias, periodistas, deportistas, artistas, conductores, entre otros trabajadores informales, sean formalizados o tengan acceso a la seguridad social?

Balancita precarizada y buscadora de la armonía universal. Conoces la vida dura, has transitado por la independencia, los emprendimientos y lo que toque. Crees en la justicia y en las garantías para que todas y todos tengan una vida digna.

Escorpión

¿Estás de acuerdo con que los jóvenes aprendices del SENA y de instituciones similares tengan un contrato laboral?

Escorpión intenso y transformador, te amarga “tener” que trabajar gratis, y es peor cuando sabes que las y los aprendices del SENA trabajan al gratín como parte de su proceso formativo… horrible, ¿cierto?

Sagitario

¿Estás de acuerdo con constituir un fondo especial destinado al reconocimiento de un bono pensional para los campesinos y campesinas?

Centraurx optimista, no solo te preocupas por tu futuro ¿o falta de él?, sino por el de las personas que te rodean. Sueñas con una vejez digna, con tiempo para filosofar y crees que así debe ser para todos, todas y todes.

Capricornio

¿Estás de acuerdo en promover la estabilidad laboral mediante contratos a término indefinido como regla general?

Cabra disciplinada y trepadora de montañas, para escalar sabes que la estabilidad y el equilibrio son más que necesarios.

Para cumplir tus ambiciones necesitas tener claro el panorama y eso se logra con contratos a término indefinido. Así funciona contigo y con las demás personas.

Acuario

¿Estás de acuerdo en eliminar la tercerización e intermediación laboral mediante contratos sindicales que violan los derechos laborales?

Portador de agüita y visión, te gusta hacer las cosas por tu cuenta, eres una criatura directa e independiente… eso de la tercerización no va para nada contigo, ni la laboral, ni la sindical, ni la nada.

Piscis

¿Estás de acuerdo con que las personas puedan tener los permisos necesarios para atender tratamientos médicos y licencias por periodos menstruales incapacitantes?

¡Pero mira cómo beben lxs piscis en el río!

Pececito que fluye, sabes que a estas alturas de la vida esta pregunta ni siquiera debería hacerse, este tipo de permisos deberían existir y punto.

Somos la oveja cósmica de la prensa nacional. Recuerden prender muchas velas blancas y salir a votar 12 veces si para apoyar la Consulta.

Cuando la adolescencia duele: sobre pantallas, silencios y ficciones necesarias

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Acentuar la diferencia del
sistema sexo/género no ha
producido más que desgracias
Donna Haraway

Por Giovana Suárez Ortiz y Marisol Grisales

Hay historias que no se dejan mirar desde la comodidad del entretenimiento. Adolescence, la reciente miniserie británica disponible en Netflix, creada por Jack Thorne y Stephen Graham, es una de ellas, se abre como una herida que no sabemos cómo nombrar, pero que duele porque nos implica, porque nos recuerda que incluso les niñes pueden aprender a odiar. Y que ese aprendizaje ocurre en voz baja, en casa, en la escuela, pero sobre todo en la pantalla.

La miniserie, construida alrededor de un hecho violento, el asesinato de una compañera del colegio. No es spoiler, ya todes los sabemos, desde el primer capítulo la historia se revela, pero el hecho es lo que menos importa, la pregunta es qué hay detrás. No se centra en el crimen, sino en los pasillos, las emociones y el tipo de sociedad que conducen hacia él. En lo que se ve y en lo que no, el aislamiento, la hostilidad naturalizada, los discursos que circulan como memes, bromas, verdades a medias en grupos cerrados y foros aún más cerrados. El espectador no se enfrenta a un monstruo, sino a un chico en apariencia tierno e indefenso, ¿cómo no creerle que es inocente? Y eso es precisamente lo más inquietante.

En lugar de caer en respuestas simplistas, Adolescence elige la complejidad. Muestra cómo ciertos discursos de desprecio y superioridad masculina se camuflan en la vida cotidiana de algunos adolescentes; cómo el algoritmo, que parece inofensivo, no hace más que reforzar lo que alguien ya está buscando, afirmación, pertenencia, poder. Y cómo cuando se mezcla con la frustración, la precariedad afectiva y el silencio adulto, esa mezcla puede volverse explosiva.

Desde hace décadas, autoras como Sadie Plant y Donna Haraway abrieron el camino para pensar las relaciones entre tecnología, cuerpo y poder. En Zeros + Ones, Plant escribe: “Las mujeres han estado escribiendo los códigos de la máquina desde el principio, no solo como programadoras, sino como lenguaje mismo” (p. 39). Esta afirmación, que parece lejana, adquiere importancia cuando pensamos en cómo las voces que hoy producen o resisten los discursos en la red están marcadas por lógicas de exclusión y deseo de control. Más recientemente, pensadoras como Safiya Umoja Noble han profundizado sobre el sesgo estructural de los algoritmos en Algorithms of Oppression: How Search Engines Reinforce Racism escribe: “Los resultados de búsqueda reflejan los valores y normas de los socios comerciales y anunciantes de las empresas de búsqueda y, a menudo, reflejan nuestras creencias más bajas y degradantes, porque estas ideas circulan tan libremente y con tanta frecuencia que se normalizan y son extremadamente rentables” (64). Lo que plantea Noble permite comprender cómo un entorno digital diseñado para maximizar clics puede volverse un lugar donde las emociones vulnerables, como la inseguridad o el rechazo, encuentran respuestas en discursos que refuerzan la exclusión y el desprecio.

Pero Adolescence también habla de otros silencios. El de los padres que no saben cómo nombrar lo que sienten sus hijos, el de una escuela y sus docentes sin recursos ni tiempo para acompañar de verdad, y también el de una sociedad que se aferra a respuestas binarias: blanco o negro, bueno o malo, popular o impopular, inocente o culpable, fuerte o débil. Cuando en realidad la serie insiste en mostrarnos todos los grises, lo que se quedó sin decir, lo que no se vio venir, lo que nadie supo detener. Es ahí donde la historia incomoda, en lo que no encaja en las categorías conocidas, en aquello que interrumpe el relato lineal del bien contra el mal.

Este retrato inquietante de la infancia y la adolescencia recuerda lo que Angela Davis ha dicho sobre la necesidad de comprender las desigualdades de forma articulada: “No se puede hablar de racismo sin hablar de capitalismo. No se puede hablar de capitalismo sin hablar de patriarcado. No se puede hablar de patriarcado sin hablar de racismo”[1]. En la serie, vemos cómo un adolescente socializado en un entorno masculinizado y precarizado encuentra en internet una identidad que le promete dignidad, a costa de otres.

Y es que eso es lo más duro de ver, cómo se enseña y justifica el desprecio y la misoginia desde la necesidad, cómo la violencia puede aprenderse no solo con golpes, sino con abandono, porque esta serie no se pregunta solo por quién hizo qué, sino por todo lo que se dejó de hacer antes; por la falta de escucha, por la vergüenza de hablar de emociones, por la incapacidad colectiva de crear espacios donde sea posible el cuidado, también entre varones, también entre adolescentes. Las familias hoy en día están insertas en un tornado de información abrumador sobre la crianza respetuosa, donde a padres y madres se les exige cumplir con ciertos criterios y distanciarse de los patrones familiares de sus antepasados, relacionados con formas autoritarias y violentas. No obstante, se nos olvida que la familia es solo una de las instituciones a cargo de les niñes y adolescentes, el resto de la sociedad no se ha transformado lo suficiente. De ahí deviene la frustración, pero también el dolor por haber fracasado, una vez más.

Las plataformas digitales —nos recuerda Remedios Zafra— no son simplemente canales de comunicación. En Un cuarto propio conectado, afirma: “La actualidad ha convertido la intimidad en algo que proyectamos en las redes sociales” (p. 98). En un contexto donde el sentido de pertenencia se juega muchas veces en línea, ¿cómo distinguir lo que da sentido de lo que daña? Adolescence no pretende dar respuestas. Pero ofrece un relato crudo y honesto de lo que ocurre cuando dejamos que los discursos de odio se instalen como parte del paisaje, cuando nos acostumbramos, cuando dejamos de preguntar qué hay detrás de la rabia.

Judith Butler ha planteado que tanto el sexo como el género son construcciones discursivas, cuestionando la fijeza de lo biológico[2]. En ese marco, la violencia no puede entenderse como una desviación individual, sino como una forma de sostener ciertas jerarquías de poder. Esta serie nos obliga a mirar esas jerarquías de frente, a preguntarnos cómo se sostienen, a quién benefician y a quién dejan sin lugar. No es una historia optimista, pero sí una necesaria, porque si queremos que algo cambie, primero tenemos que atrevernos a mirar. Sin excusas. Sin eufemismos. Y, sobre todo, sin dejar de hacernos preguntas.

Referencias

Butler, J. (2007). El género en disputa: El feminismo y la subversión de la identidad. Paidós.

Davis, A. (2017, octubre 26). Racism, Capitalism and the Politics of Liberation [Conferencia]. The Women’s March London.
Noble, S. U. (2018). Algorithms of Oppression: How Search Engines Reinforce Racism. New York University Press.

Plant, S. (1997). Zeros + Ones: Digital Women and the New Technoculture. Fourth Estate.

Zafra, R. (2015). Un cuarto propio conectado. Fórcola Ediciones.


[1] “You can’t talk about racism without talking about capitalism. You can’t talk about capitalism without talking about patriarchy. You can’t talk about patriarchy without talking about racism.”

[2] “Gender is a cultural construction; accordingly, it is neither the causal result of sex nor as seemingly fixed as sex.”

Marisol Grisales. PhD en Historia de la Universidad de los Andes, Bogotá-Colombia (2022). Magíster de la misma universidad (2013) y Antropóloga de la Universidad de Antioquia (2008). Feminista