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La tierra del olvido

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Con el último video de Carlos Vives y Silvestre Dangond, en una rumba en la que estaría lo más selecto y nauseabundo del jet set criollo, logramos apreciar que el oportunismo no es una práctica exclusiva de la rancia clase política nacional. A raíz de tan apoteósico encuentro, se encendió una fuerte polémica en redes debido a los versos vallenatos emitidos por el samario Carlos Vives, en un gran esfuerzo por quedar bien ante su selecta y goda audiencia costera. Tal composición pertenece a Armando Zabaleta, quien en uno de sus apartados expresa: “Al escritor García Márquez hay que hacerle saber bien, que uno la tierra donde nace es que debe querer, y no hacer como hizo él que su pueblo abandonó y está dejando caer la casa donde nació”. Esta anacrónica composición fue entonada por la desalentadora voz de Vives en tan magnánimo evento, y de la cual convendría puntualizar dos cosas:

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En primera instancia, y partiendo de lo obvio, la querella surge debido a la mención del escritor Gabriel García Márquez en la presentación del cantante. Una remembranza por demás absurda partiendo del simple hecho que, en ningún caso, un escritor e incluso artista, está en la responsabilidad ética y moral de reivindicar los derechos fundamentales de su ciudad natal, dicha eventualidad recae expresamente sobre los entes gubernamentales. La desfachatez de Carlos Vives, radica en el eco miserable que hace a la figura del escritor con el fin de empatizar con su vetusta recepción, desconociendo incluso, que nadie como García Márquez narró la costa colombiana, deslumbrando a millones de lectores con la radiografía de un territorio olvidado por sus gobiernos y sumido en la más cruel explotación. Arrogar qué bando ideológico amparar, si Vives o García Márquez, podría resultar algo nocivo para un territorio tan dividido como el colombiano, pero si es un despropósito que una figura pública como el cantante, consolide una postura ideológica con pretensiones serviles en su presentación, porque es completamente claro que el trasfondo de esta eventualidad, es mostrar que las comunidades y territorios abandonados por el Estado, son útiles a la derecha y no a aquellos escritores con tendencias de izquierda.

En este sentido, ¿qué sería del folklor colombiano sin el abandono del Estado? Gracias a esto es que artistas como Vives habitan holgadamente. La Tierra del Olvido, debe permanecer de ese modo. Cantantes de este talante, han ordeñado las manifestaciones culturales del país a su antojo. El rescate de las expresiones folklóricas vernáculas no es algo veleidoso. En un terruño como el nuestro, donde la caleidoscópica realidad cultural está a la vista, es la oportunidad perfecta de mercachifles como Carlos Vives. Visibilizar la tradición, el hambre, el abandono y las carencias, hace parte del entramado mercantil, en donde lo ideal es insertar lo más tradicional de nuestros pueblos en lo que Umberto Eco nominaría como los mass media. A saber, “Los mass media se dirigen a un público heterogéneo y se especifican según medidas de gusto, evitando soluciones originales / En tal sentido, al difundir por todo el globo una cultura de tipo homogéneo, destruyen las características culturales propias de cada grupo étnico” (Eco 56). En este proceso, lo menos importante es el reconocimiento de los habitantes olvidados por el Estado. Los mal llamados orgullos patrios como el artista en cuestión, se atribuyen floridamente una serie de rasgos nacionales que elevan casi hasta lo poético y mítico, con el simple interés de consolidar su marca personal y fundamentar ese concepto miserable del arte al servicio de la ideología.

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Esta última idea nos arroja al segundo aspecto, que, si bien podría pecar por subjetivo, nos plantea el cómo posiblemente la estética del arribismo y el mal gusto, ligada a la tradición cultural, es una realidad que la massificación ha arraigado en el territorio. La corrupción y el querer salir de pobre, son al parecer los mayores rasgos de la identidad colombiana. Proliferan en las producciones nacionales y tienen un eco innegable en los media. El colombiano que hace hasta lo imposible por subsistir donde se ha normalizado el jefe mezquino, el sueldo de miseria, las comunidades oprimidas y demás atropellos gubernamentales como lo más rico de nuestra cultura. El político delincuente, el delirio de dinero fácil, traquetismo y silicona porque la belleza femenina debe ir acompañada de la fuerza bruta y criminal. Y todo esto, acompasado del vallenato y el Old Parr. Reforzando lo dicho en palabras de Eco, “Los mass media se dirigen a un público que no tiene conciencia de sí mismo como grupo social caracterizado; el público, pues, no puede manifestar exigencia ante la cultura de masas, sino que debe sufrir sus proposiciones sin saber que las soporta” (Eco 57).

Lo que despliega el semiólogo italiano, ha sido la labor de los artistas utilitarios, tipo Carlos Vives. Exhibirse como exponentes de las expresiones estéticas de un país, cuando en realidad son el vocero servil de una clase feudal retardataria y NO del verdadero colombiano o colombiana. Aquel que ingenuamente escucha su música asumiendo que enaltece la identidad nacional, el que madruga a que le nieguen su tratamiento en la EPS, el joven que no encuentra cupo en la universidad pública y debe autoexplotarse, al que le han aumentado su jornada laboral por el mismo dinero quincenal y todos aquellos que SI fueron expuestos magistralmente por la pluma de García Márquez… “Los obreros de la compañía estaban hacinados en tambos miserables (…) los decrépitos abogados vestidos de negro (…) que entonces eran apoderados de la compañía bananera, desvirtuaban esos cargos con arbitrios que parecían cosa de magia. Cuando los trabajadores redactaban un pliego de peticiones unánime, pasó mucho tiempo sin que pudieran notificar oficialmente a la compañía bananera” (Márquez 124).

Referencias

Eco, Umberto (2006). Apocalípticos e Integrados. Editorial Tusquets, Barcelona

García Márquez, Gabriel (2003). Cien Años de Soledad. Editorial De Bolsillo, México

Los medios de comunicación y el nuevo modelo de salud del magisterio: instrumentalización al servicio de los intereses del capital privado

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Althusser sostenía que los medios de comunicación hegemónicos son aparatos ideológicos del Estado, pues una de sus funciones -seguramente la más importante- es reproducir la ideología de las clases dominantes para permitir su permanencia en el poder. Esto es especialmente claro en Colombia, país en el cual los medios de comunicación masivos pertenecen a las clases poderosas. El grupo Gilinski, Luis Carlos Sarmiento Ángulo, Ardila Lülle y el grupo Santodomingo son los dueños de los principales medios de comunicación: Semana, el Heraldo, El tiempo, CityTV, RCN, La República, Caracol Televisión y el Espectador. Por lo cual, es entendible que la información que llega a nuestras casas por medio del televisor, la radio o las redes sociales respondan a los intereses de quienes controlan dichos medios. ¿Cuáles son esos intereses? El sostenimiento de políticas económicas que favorezcan la privatización y disminuyan el poder estatal encargado de limitarlos y regularlos. En definitiva, lo que les conviene es una política que permita y facilite la acumulación de capital privado por medio de la debilidad estatal.

En definitiva, lo que les conviene es una política que permita y facilite la acumulación de capital privado por medio de la debilidad estatal.

Este interés va en contravía de los propósitos del magisterio, que en esencia somos defensores del fortalecimiento de lo público y hemos sido feroces en términos de cuestionar las medidas neoliberales tanto en educación como en salud. Es decir, el magisterio se ha posicionado como un contradictor de los intereses de los medios de comunicación, ya que perseguimos intereses opuestos. Hemos luchado por defender la educación y la salud como derechos fundamentales que no deben ser objeto de mercantilización, que sólo puede lograrse si el Estado, en cumplimiento de sus deberes con sus ciudadanos, es el encargado de garantizar dichos derechos.

La consecuencia de esta lucha de intereses ha sido la estigmatización de los sindicatos del magisterio por parte de los medios de comunicación. Ellos han sido los responsables directos de un discurso de odio que lastimosamente reproduce el pueblo de manera acrítica: la idea de que el magisterio sólo ha luchado por el mejoramiento de las condiciones laborales, sin considerar que los paros y las manifestaciones del magisterio también han tenido como finalidad exigir una educación pública, gratuita y de calidad, por medio de la implementación adecuada de medidas que benefician a los estudiantes.

Además de lo anterior, la invisibilización también es una estrategia comunicativa poderosa. Hipervisibilizar unas acciones y ocultar otras, o mostrarlas como excepciones de un profesor valeroso que no es representativo del gremio, tiene como consecuencia directa que lo que no se muestra no exista ante el pueblo. En este sentido, el magisterio no aparece en los medios por los logros institucionales que llevan a cabo varios colegios por medio de la implementación de propuestas pedagógicas positivas para las comunidades. Sin embargo, sí aparece por los paros y las marchas. En definitiva, se invisibilizan los logros positivos que se obtienen en lo cotidiano, mientras se visibilizan las protestas que, como se dijo, suelen reducir a luchas por el mejoramiento de las condiciones laborales.

Teniendo en cuenta este contexto, me sorprende la agilidad y la representación de los docentes en los medios de comunicación durante los últimos días. De mostrarnos como un gremio que niega el derecho a la educación de los estudiantes por medio de las protestas, pasamos a ser las víctimas de un gobierno con mala gestión. De ser una amenaza para los estudiantes, por ser de izquierda y defender la necesidad de la transformación, pasamos a ser fundamentales para el país por lo cual la preocupación por el derecho a la salud de los maestros es un tema prioritario. 

Por otro lado, han abierto micrófonos para escuchar al magisterio y ha sido evidente la intención de querer que los maestros afirmen que los problemas actuales con el sistema de salud de los profesores es culpa del gobierno Petro, un gobierno que busca fortalecer lo público y acabar con el sistema neoliberal que ha regido al Estado y se ha agudizado con los últimos gobiernos.

Por otro lado, han abierto micrófonos para escuchar al magisterio y ha sido evidente la intención de querer que los maestros afirmen que los problemas actuales con el sistema de salud de los profesores es culpa del gobierno Petro, un gobierno que busca fortalecer lo público y acabar con el sistema neoliberal que ha regido al Estado y se ha agudizado con los últimos gobiernos. Por ejemplo, en Blu Radio realizaron una entrevista a un representante del sindicato llamado Miguel Lasso. Para construirla, partieron de la declaración de Petro en la     que afirma que el problema se debe al software. Insistentemente, preguntaron si él estaba de acuerdo con las palabras de Petro, a lo que respondió que no, que ese es un asunto colateral, pero que el problema es más profundo. Ya había una respuesta con respecto a las declaraciones de Petro, y aún así los periodistas seguían insistiendo en la responsabilidad del gobierno. Lo que buscaban es que el profesor afirmara lo que ellos querían escuchar, pero que no es fiel a la verdad: el culpable del problema actual con el sistema de salud es Gustavo Petro. Sin embargo, el representante del sindicato se centró en lo fundamental: señalar las preocupaciones actuales con respecto a la implementación y exigir el cumplimiento de los acuerdos.

Esta intencionalidad se hace mucho más evidente con otro vídeo, en el que Camila Carvajal, periodista de BluRadio, afirma que: 1. Petro, como siempre, culpa a otros; 2. Petro ve una conspiración en todo; 3. el cambio de modelo fue idea de Petro y de Fecode, al cual define como un “petrista sindicato de maestros”; 4. esta es una muestra de cómo será la implementación de la reforma a la salud. La mala implementación del cambio de modelo en el sistema de salud del magisterio se convirtió en un instrumento para dirigir la vista hacia: 1. Generar miedo hacia las reformas del gobierno, especialmente la reforma a la salud, 2. Responsabilizar al presidente, 3. Estigmatizar al sindicato, pero victimizar a los maestros individualmente.

En épocas turbulentas es necesario recordar las estrategias de poder utilizadas por los poderosos y el conocimiento lúcido que los teóricos revolucionarios han construido al respecto, para no ser fichas útiles en el juego cuyas reglas fueron creadas para que ganaran los mismos de siempre.

Los Peyes estrenan disco

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La banda bogotana de ska punk, Los Peyes, reconocida por canciones como ‘Carabelas’, ‘Bolívar’, ‘Moskatel’, ‘El Dinero’ o ‘Banco de semen’, están estrenando su cuarto disco Peyemanía. Para este nuevo trabajo exploran sonidos mucho más cercanos al Ska, Reggae y Ragga Muffin, mientras los conjugan con su clásico sonido punk aguardientero.

Este trabajo hecho con amigos, contó con la producción de Mauricio Vela “Mortis”, guitarra y voz de la banda de Psychobilly Salidos de la Cripta y de Mortis y Los Desalmados (que también estrenaron disco hace poco); así como con las colaboraciones de Fabián Espinel “Tobe”, vocalista de Raza, en la canción ‘Primera Línea’ (la que más nos gustó); y del tatuador Andrés Valenzuela “Mota”, ex baterista de la banda Pensar en Que.

Aunque el álbum fue grabado entre 2022 y 2023, algunas de las canciones fueron escritas durante los días de rabia del Estallido Social o se inspiraron en la alcaldía de Enrique Peñalosa. Además, se echan un señor cover de ‘Quiéreme Siempre’, convirtiéndola en una declaración pogueable.

A diferencia de los otros trabajos de Los Peyes, con los que es posible lavar los platos, barrer o tender la cama, parece que Peyemanía fue pensada para ser bailada en un toque y con el puño borracho arriba.

La portada del disco tiene una elaboración conceptual, según cuentan: “La portada fue diseñada por el reconocido ilustrador Marcelo Céspedes, autor de la imagen de la gira Latin America Tour de la banda inglesa de Punk The Adicts en 2019. Con este arte, que se basa en una foto al “estilo Madness” tomada por Diego Riaño en la Avenida 26 de Bogotá, la banda quiere homenajear a la capital colombiana emulando el concepto del Abbey Road de The Beatles, a la vez que hace énfasis en la importancia de la disciplina y la puntualidad. El godzilla de fondo representa la corrupción que siempre está al acecho y el perro de caza la necesidad de estar siempre en guardia”.

Pillen Peyemanía y cuenten cuáles fueron las canciones que más les tramaron.

Al tropel hay que meterle mente

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El tropel, el disturbio, es una acción profundamente simbólica. Más allá de la discusión moral sobre lo correcto o incorrecto de su proceder, es un acto disruptivo en el que una voz colectiva viene a expresar: «no tenemos miedo». Implica un posicionamiento ante una situación o un orden de cosas, y supone, en la práctica, el ejercicio de estar frente a frente con una de las materializaciones más violentas del poder. Es levantar la mirada ante lo aplastante de la represión y quedarse firme ante gases lacrimógenos, balas de goma, granadas de aturdimiento, y demás dispositivos que buscan dispersar al bloque de indignación que ocupa la calle. 

Es levantar la mirada ante lo aplastante de la represión y quedarse firme ante gases lacrimógenos, balas de goma, granadas de aturdimiento, y demás dispositivos que buscan dispersar al bloque de indignación que ocupa la calle. 

Pero también, es un ejercicio que irrumpe la cotidianidad para lanzar un mensaje, mientras procura sabotear la dinámica normal de la movilidad y la producción. 

Al ser uno de los repertorios de protesta social más contundentes y beligerantes, requiere de un importante nivel de legitimidad entre quienes simpatizan o están involucrados con la movilización en un momento determinado. Además, si es un mecanismo que busca afectar la cotidianidad, su impacto disminuye en la medida en que se empieza a convertir en parte del paisaje, en un cliché, y en una teatralidad marginal que solo convoca a un grupo muy específico de personas. 

Los disturbios del estallido social en Colombia, o de los paros y mingas de años anteriores; del estallido en Chile o en Ecuador; en Argentina en 2001, o en el norte global, a principios de siglo con el movimiento antiglobalización; las primaveras árabes, etc., son solo algunos ejemplos que ponen sobre la mesa, entre otras cosas, la necesaria conjugación entre la situación social y política, el ánimo social y la puesta en acción de un repertorio de movilización como el tropel. Cabe resaltar que en estas coyunturas la legitimidad de esta modalidad alcanzó incluso a sectores que iban más allá de aquellos que ya tenían un nivel de participación en la protesta. 

En esa perspectiva, el disturbio adquiere una dimensión táctica para los actores en movilización, en razón de la estrategia y el fin que se persigue. El tropel pierde fuerza cuando no está rodeado o respaldado de un ánimo social que vaya más allá de quiénes lo impulsan, y queda reducido a un sin sentido cuando no se conecta con lo concreto de la situación o la reivindicación, así se sustente en un argumento o en una razón abstracta como la oposición en general al sistema.

Cabe resaltar que en estas coyunturas la legitimidad de esta modalidad alcanzó incluso a sectores que iban más allá de aquellos que ya tenían un nivel de participación en la protesta. 

La filósofa colombiana Laura Quintana señalaba en un ensayo publicado en la revista Arcadia en 2019 que «el derecho a la protesta acoge como una actitud importante el poder desobedecer. Esto es fundamental porque cuando una sociedad se acostumbra a la obediencia incondicional, y se normaliza de acuerdo con un código de conducta que no admite la actitud crítica, puede llegar a ser capaz de las peores cosas». 

También comentaba, retomando a Arendt, que «a pesar de que los regímenes democráticos tienen que garantizar el derecho a la protesta en sus marcos legales, ésta siempre los excede de uno u otro modo si apunta a transformaciones genuinas de un estado de cosas sancionado jurídicamente, bien sea para crear nuevos derechos, cuestionar unos existentes, ampliarlos; o bien sea para confrontar políticas públicas legalizadas o instituciones establecidas, que pueden contradecir derechos constitucionales o normativas previamente establecidas»

El disturbio, sin lugar a dudas, es una forma de desobediencia que excede lo establecido, al que se recurre —en los casos en los que no se configura de manera espontánea— cuando la impotencia social se articula con la indignación, la rabia y una aspiración de cambio cargada de adrenalina. Así lo indica la historia de la protesta social. La cuestión radica en cuándo esta forma adquiere un efecto, práctico o simbólico, y cuándo no. 

Cuando el disturbio deviene en un mero ritual a celebrarse en una periodicidad prácticamente definida de antemano, pierde todo su sentido. Cuando no responde a un ejercicio de participación real, o de consulta, y no se sustenta en argumentos concretos vinculados a las coyunturas específicas, o al estado de ánimo grupal o social, sino a la iniciativa de un grupúsculo personas, el tropel —un ejercicio que tiene lugar desde una completa desigualdad de fuerzas— es inútil. Solo conduce a la ilegitimidad del ejercicio general de movilización. 

Aún recuerdo a una organización peculiar que en las universidades le consultaba a los y las estudiantes si estaban de acuerdo con recurrir a ese repertorio de acción o no en determinados momentos. En unas ocasiones el estudiantado accedía y en otras no. Más allá de la decisión, el punto de la consulta radicaba en la democracia directa, en la legitimación de la acción. En que un grupo significativo de personas defendiera e irradiara el mensaje que se pretendía transmitir. 

La historia demuestra que la protesta, y la protesta que incomoda, que afecta la cotidianidad, es necesaria, pero también demuestra que sus repertorios de movilización deben persuadir, y que son muchos a los que se puede recurrir, sin esencializaciones, según sea el caso. El tropel por el tropel, el tropel como performance vacío, no sirve de mucho. 

Pesimismo comprometido

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«El mundo está lleno de hijos de put4» decía Fito Páez en una canción. Salir al mundo es una actividad hostil. La zancadilla, la puñalada por la espalda, el ataque, están a la vuelta de la esquina.

Parece necesario habitar el mundo desde el escudo y la espada. El desafío de adaptarse a la vida social se supera en la medida en que se incorporen las prácticas y valores dominantes. Aplastar, arrinconar, abrirse paso a como dé lugar, aparentemente de eso se trata todo.

Estas prácticas existen y se reproducen en la mayoría de los entornos, en casi todos los espacios de socialización. Es difícil que los himnos del no futuro no adquieran sentido.

«Si uno vive en la impostura
Y otro afana en su ambición
Da lo mismo que sea cura
Colchonero, rey de bastos
Caradura o polizón»

«No pienses más
Hacete a un lao
Que a nadie importa
Si naciste honrao
Si es lo mismo el que labura
Noche y día como un buey
Que el que vive de los otros
Que el que mata, que el que cura
O está fuera de la ley»

Da los mismo vivir en la impostura o desde la ambición, decía Enrique Santos en 1934. En el fondo todo da igual, pero por supuesto, está la sonrisa falsa, la apariencia y la hipocresía para endulzar aquello que el sistema impulsa como único hábitat posible.

Decía Amador Fernández Savater que el filósofo francés François Jullien era muy útil para entender la eficacia del neoliberalismo. Explicaba que este modelo contemporáneo del capitalismo actúa por «influencia», da lugar a ambientes que, antes que imponer, incitan a la competitividad. Genera situaciones en las que la influencia de los valores dominantes «No se puede aislar, es difusa. Penetra por todos lados sin que se la advierta. Toca el deseo».

Así ese conjunto de valores reales que validan los modos correctos de ser en la sociedad, se dispersan, difuminan, y se incorporan como una cosa meramente ambiental. Pero se asumen de distintos modos. Ideológicamente varía si se trata de contextos racializados, de sectores populares, de élite, o de espacios con una relativa diversidad, sean laborales o educativos. Pero también existen disposiciones personales para apropiarlos y reproducirlos. Disposiciones que suponen distintos niveles de apertura hacia la más ramplona ambición económica, la competencia desleal, la zancadilla, etc.

Y cuando se está ante distintas situaciones sociales, sobresale esa disposición que se asemeja a un ánimo, a un orgullo, a una identidad hacia el hecho de ser «gente de mierda».

Es difícil no caer en una suerte de desafección hacia ese tipo de mundo, hacia esos escenarios en los que se reproducen permanentemente prácticas hostiles, o las creencias más básicas del pensamiento capitalista, colonizado y machista.

Un pesimismo e incluso una frivolidad, una especie de nihilismo ante lo que suceda con la «gente de mierda» con esa suma de personas desagradables, hijos sanos del sistema, con los que es necesario interactuar a diario. Pero para resistirse a ese pesimismo pasivo, sin caer en un hippismo ingenuo o en la idea tradicional de «salvación del otro» que promueve cierta izquierda, propongo reivindicar, desde la orilla de los fríos y realistas, el potencial emancipador de la frivolidad.

Hacer de la desafección y el pesimismo el espacio para el distanciamiento de las hipocresías sociales del sistema. Un pesimismo comprometido que siente hastío, rabia, e insatisfacción hacia el tipo de sociedad que tocó vivir, que no idealiza al otro porque tiene conciencia de la disposición social hacia la adaptación de los valores dominantes, pero que decide resistirse a las ideologías que normalizan la formación de la «gente de mierda, la gente que no».

Cien años de La Vorágine

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“Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”. Esta es quizá, una de las expresiones más inquietantes con las que se da inicio a una novela y que juega un papel fundamental en nuestro contexto colombiano. Para quienes sepan la obra a la que pertenece, algunos elementos narrativos como lo agreste de la selva, la fiebre, el árbol de caucho y las inclemencias de la lógica industrial, atenazando a indígenas y campesinos en el más rústico naturalismo, vendrán a su memoria, para quienes no, esta apertura pertenece a La Vorágine de José Eustacio Rivera. Ficción colombiana que, a los tiempos de hoy, cumple cien años alimentando el imaginario colectivo de la selva y sus vicisitudes. La carga romántica y naturalista que el escritor huilense imprime a su obra, son algunos de los elementos que llevan a La Vorágine a encumbrarse, en palabras del escritor uruguayo Horacio Quiroga, como la gran obra de la denuncia social y la confrontación del hombre con la naturaleza. 

Por lo anterior, ¿Por qué es importante conocer un referente literario como La Vorágine? ¿Es esta ficción colombiana una historia universal que trasluce los conflictos humanos en su empresa por domeñar el contexto natural y denunciar el desenfreno capitalista? Toda gran obra siempre se planteará un interrogante. Como explorador ontológico y social, La Vorágine nos expone a un personaje con matices románticos como Arturo Cova, aventurero y espíritu libre que en apariencia percibe la emocionalidad como un yugo que impide el fluir de su vigor. Por otro lado, tenemos a Alicia, joven capitalina, poseedora del germen de ciudad, domesticada por la religión católica y moldeada por el espíritu de la época, en torno a lo que una mujer debía de ser. ¿Es entonces este choque estético, representado por la libertad poética de la naturaleza y las cadenas de la producción capitalista lo que nos plantea Rivera en su obra? Curiosamente, una obra como La Vorágine ha sido dispuesta como aquellos relatos de comercio, ficciones que denuncian la entrada del capitalismo como metarrelato en la lógica de los personajes y circunscriben imaginarios como el amor y la libertad. Conceptos clave en la obra y que nos acercan a lo que establecía el padre del naturalismo Émile Zola, a saber:      

“Se ha comprendido que no basta con ser espectador inerte del bien y del mal, gozando del primero y guardándose del segundo. La moral moderna aspira a un papel más importante: investiga las causas, quiere explicarlas y actuar sobre ellas, en una palabra, quiere dominar el bien y el mal, hacer nacer y desarrollar el primero y luchar contra el otro para extirparlo y destruirlo». Estas palabras son grandes y contienen toda la elevada y severa moral de la novela naturalista contemporánea, a la que se acusa estúpidamente de licenciosidad y depravación.” (Zola 60).

Esta relativización de la moral, se encaja perfectamente en la obra de José Eustacio Rivera. Por un lado, tenemos a un personaje como Arturo Cova, escapando y perdido en sí mismo, alguien que ve su libertad limitada por la figura de Alicia, al mismo tiempo que debe insertarse en la lógica capitalista para poder sobrevivir. Por otro lado, presenciamos aquel interlocutor que es la selva, personaje silencioso que hace las veces de testigo a la desgracia humana y su ambición desmedida. Es aquí, cuando los inicios de la comercialización descomunal se apoderan de un lugar tan inhóspito como la selva. Al mismo tiempo que Arturo y Alicia se unen a la mercantilización de plumas de garza, las caucheras robustecen su producción, extendiéndose por gran parte de la jungla colombiana. Es precisamente aquí, cuando nos topamos con lo peor de la naturaleza humana: Un estado paternalista que concibe la tierra como aquel lugar de usufructo, desprovisto de toda mistificación, en donde Rivera inserta quizá, el gran argumento de La Vorágine, una denuncia a la voracidad capitalista que aprisiona y devora el espíritu. 

A este respecto, recordemos las palabras de aquel heroico personaje Clemente Silva: “denunciar los crímenes de la selva, referir cuanto me constaba sobre la expedición del sabio francés, solicitar mi repatriación, la libertad de los caucheros esclavizados, la revisión de libros y cuentas en La Chorrera y en El Encanto, la redención de miles de indígenas, el amparo de los colonos, el libre comercio en caños y ríos. Todo, después de haber conseguido la orden de amparo a mi autoridad de padre legítimo, sobre mi hijo menor de edad, para llevármelo, aun por la fuerza, de cualquier cuadrilla, barraca o monte.” (Rivera 226). La crueldad humana, ensombrece cualquier atisbo de ferocidad ejercida por la naturaleza. La biósfera siempre estará allí para contemplar muda la barbarie del ser “racional”. Y es precisamente en este concepto que La Vorágine nos deslumbra con aquel viaje al interior del horror neoliberal.   

 Por lo anterior, valga la noble y acertada comparación de la obra de Rivera con el escritor británico Joseph Conrad y su gran novela El Corazón de las Tinieblas.  En La Vorágine, José Eustacio Rivera nos guía por aquel viaje al núcleo de la selva, en donde el olvido estatal se hace visible, y Arturo Cova, al igual que Charles Marlow, nos descienden a una locura constituida por una burocracia infinita y cimentada sobre sangre. El nativo, el campesino, el colono, son los rostros que la espiritual selva ve padecer. Parafraseando al personaje Marlow, donde la alegre danza de la muerte y el comercio continuaba desenvolviéndose en una atmósfera tranquila y terrenal, como en una catacumba ardiente (Conrad 10). Para el escritor colombiano, el fetiche de la mercancía pierde su validez ante la inmanencia de la naturaleza. Porque cuando el sádico regodeo neoliberal se instauraba a golpe de violencia en Suramérica, Rivera poéticamente nos narraba la selva como aquel lugar agresivo y provocador del más profundo deleite estético.    

“¡Oh, selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina! ¿Qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde? Los pabellones de tus ramajes, como inmensa bóveda, siempre están sobre mi cabeza, entre mi aspiración y el cielo claro, que sólo entreveo cuando tus copas estremecidas mueven su oleaje, a la hora de tus crepúsculos angustiosos.”  (Rivera 133)

REFERENCIAS

  • Conrad, Joseph (2013). El Corazón de las Tinieblas, Editorial Juventud. Barcelona 
  • Rivera, José Eustasio (2015). La Vorágine, Editorial Cromos – Biblioteca Básica de Cultura. Bogotá
  • Zola, Émile (1980). Ensayos, Manifiestos y Artículos Polémicos Sobre la Estética Naturalista. Editorial Epub Libre   

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En el último video de Ingrid Betancourt, vemos como la heroína trágica de nuestro país, convertida ahora en una de las más grotescas oportunistas del escenario político nacional, ensalza las marchas de la derecha, al candor de una estúpida canción de Jorge Villamizar. Todo este despropósito, con un dejo de malicia venenosa, que su discurso emocional exhibe sin pudor. Si, Villamizar, aquel excelso músico y compositor, integrante de Bacilos, de quien esperamos su estruendoso retorno a la escena musical (valga el sarcasmo). Si bien, sus salidas en falso han resultado completamente nefastas, por no decir patéticas, no lo han sido tanto, las asociaciones que la descontextualizada Ingrid, ha logrado con siniestros activistas de la ultraderecha colombiana. Por mencionar algunos rostros, nos encontramos con Diego Santos, notorio acomodado y paladín de los valores uribistas en el territorio. Fútil “periodista”, quien aparte de su peligroso activismo político en redes sociales, no sabemos claramente cuál es su trabajo. Por otro lado, y no menos horripilante o venenoso, aparece en la palestra Pierre Onzaga Ramírez, presunto fundador de logias empresariales, promotor agresivo de valores patrioteros, además de ser uno de los mayores impulsores de las marchas “políticamente correctas”. Todos ellos, unos devotos ciudadanos a la causa.

El filósofo Byung Chul-Han, citado por su servidor aquí al teclado en artículos precedentes, en su obra En el Enjambre, nos guía por una gran exploración respecto a la masificación amorfa de los individuos en las redes sociales. Acentúa el gran alcance de la cultura digital, pero enfatiza en la pobre racionalización de la misma, a saber:

“Las olas de indignación son muy eficientes para movilizar y aglutinar la atención. Pero en virtud de su carácter fluido y volatilidad no son apropiadas para configurar el discurso público, el espacio público. Para esto son demasiado incontrolables, incalculables, inestables, efímeras y amorfas. Crecen súbitamente y se dispersan con la misma rapidez (Han 13).

Si bien es ya sabido por muchos, tanto derecha como izquierda se sirven de las redes para exponer su contenido y perseguir la tan anhelada empatía emocional de sus simpatizantes. Hecho que en últimas es la esencia misma de toda relación comunicativa, pero ¿Qué si dicha relación es virulenta o desigual en términos de exposición objetiva a la información y a su cantidad desplegada en las redes? ¿Debemos estar atentos a la consolidación monstruosa de posibles fenómenos políticos producto de la masificación de la cultura digital?

Como establece el sociólogo Le Bon, en palabras de Han, “la masa se presenta como un fenómeno de las nuevas relaciones de dominio (…) La rebelión de las masas conduce tanto a la crisis de la soberanía como a la decadencia de la cultura” (Han 15). La masificación informativa no es el infortunio, como si lo puede ser su mensaje implícito. No es un secreto ver cómo en ocasiones desafortunadas “la voz del pueblo NO es la voz de Dios”, ya Argentina nos lo ha manifestado.

Las idioteces que una Ingrid Betancourt haga en las redes sociales, no es el problema propiamente. El inconveniente es el trasfondo conceptual y discursivo de tal manifestación. Desde lo estúpido de la letra del tema de Villamizar, hasta llegar al mensaje anacrónico por parte de Betancourt. Una intervención que no va de cara a la realidad política y social del país, además de poseer una clara intencionalidad de eternizar la jerarquía hegemónica, tratando de otorgarle forma a la masa, o en términos de Han, procurando liderar el enjambre, con la complicidad de tóxicos portavoces como Santos u Onzaga. Curioso que en dicho despropósito incurra un personaje como ella. Alguien que debería estar llamada a la evocación histórica y figurar un discurso como el neoliberal en los anaqueles de la violencia primigenia colombiana y no como la salida a nuestra paupérrima condición.

El discurso digital de la ultraderecha colombiana, es una composición completamente desmitificada. Posee una ira emocional propia de un alegato desprovisto de toda lógica humana y social. Al igual que en Argentina, donde vimos tumultos de sujetos corear a un idiota que cantaba que era un león, a expensas de su estabilidad integral y la de un país, aquí por poco y entronan a un tik-tokero condenado por corrupción como lo es Rodolfo Hernández. La masa posee espíritu cuando su lucha representa los dones negados a un pueblo, su confrontación brutal contra el tirano, quien fuera aquí representado por el incompetente de Iván Duque, y cómo su hálito ha sido moldeado por el hambre, la enfermedad y la marginación. Es en este momento que el espíritu de la masa se conecta con las individualidades, formando un estallido, más no con un pequeño grupo de idiotas funcionales al poder.

Citando una vez más a Han:

“El enjambre digital no es ninguna masa porque no es inherente a ninguna alma, a ningún espíritu. El alma es congregadora y unificante. El enjambre digital consta de individuos aislados. La masa está estructurada por completo de manera distinta. Muestra propiedades que no pueden deducirse a partir del individuo. En ella los individuos particulares se funden en una nueva unidad, en la que ya no tienen ningún perfil propio” (Han 16).

Con esta cita dilucidamos explícitamente el craso error del enjambre derechoso en nuestro país. Ellos simplemente persiguen la defensa de sus individualidades. Que sus empresas no pierdan privilegios fiscales y sus familiares se envistan con los mejores puestos laborales, sin ningún tipo de competencia o mérito. De no ser este el caso, y al no poseer tal cantidad de dinero o ejercicio del poder, me basta con idolatrar a estos badulaques y defender sus causas miserables, asumiendo ingenuamente, que pueden llegar a ser las mías en algún momento.

“La política como acción estratégica necesita un poder de la información, a saber, una soberanía sobre la producción y distribución de la información” (Han 24). Es una verdadera lástima que estas palabras de Han, hayan sido aplicadas de forma inequitativa en nuestro territorio. El poder jerárquico, acumula, pervierte y distribuye la información a su amaño. El enjambre simplemente replica este prodigio sin ninguna asimilación. Cada vez más, la necesidad de una absurda transparencia salpica la información consumible. Continuamente con algarabía nos muestran la verdad. La pregunta es ¿Cuál Verdad? 

REFERENCIAS

Han, Byung-Chul (2013). En el Enjambre. Editorial Herder. Barcelona

Tres años después del 28 Abril… cuatro reflexiones para la memoria

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Por: Damian Rodríguez Vera

Se han cumplido tres años de aquellas jornadas de movilización del 28 de abril del 2021. Movilización multitudinaria que se convirtió en un hito en la historia de Colombia y que todavía suscita debates e inquietudes desde los espectros del campo político de la nación. Las siguientes líneas ponen en la mesa algunas reflexiones amparadas también en la idea de su vigencia y su conexión con el presente….

El 28A se configuró como la movilización más grande tanto por su dimensión como por su prolongación. Desde una perspectiva netamente cuantitativa, podríamos aseverar que, en cuanto a su dimensión, las cifras más cercanas apuntan a un aproximado de 860 municipios a lo largo y ancho del país donde se realizaron acciones colectivas, es decir, 78% de los municipios participaron durante las jornadas del gran levantamiento popular del 2021. Por otro lado, algunas actividades perduraron durante un tiempo significativo, incluso en el mes de septiembre, es decir cinco meses después aún había “vestigios” de la movilización en algunas ciudades del país. De modo que el 28A puede ser comprendido como uno de los hitos más importantes, no solo en la historia reciente de Colombia, sino, sobre todo, en la historia republicana de la nación. 

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Con una agenda reivindicatoria diversa, debido a la pluralidad de demandas que se concentraba en los ejercicios asamblearios —que a su vez es fiel reflejo de una pluralidad de actores que participaron en la movilización—, esta multiplicidad es un síntoma de la crisis crónica que estaba viviendo el país. Si bien el epíteto de “estallido social” se queda corta para explicar la naturaleza de la movilización, siendo entre otras cosas una noción periodística importada de los calificativos de las protestas de Chile, el rebosamiento de la copa que se vivió con la reforma tributaria, es por lo menos suficiente para señalar el malestar que cada vez se profundizaba entre el coctel del modelo neoliberal y la crisis institucional. 

Para colocar un ejemplo, el adagio simplista de los medios de comunicación que replicaban sin cesar que la pandemia afectaba a todos por igual, desenmascaró los agudos niveles de inequidad, el ensanchamiento de las desigualdades entre los sectores más adinerados y las clases populares. Una brecha que desvergonzadamente el gobierno de Iván Duque no procuró subsanar sino, por el contrario, ensanchar, al arrojarle salvavidas al sector financiero. 

Por otro lado, la degradación de las instituciones puso en tela de juicio la probidad de los funcionarios públicos, en especial atención contra la fuerza pública que se convirtieron en los verdugos contra la movilización popular, comprometidos en torturas y muertes de jóvenes que salieron a protestar en las calles como sucedió en Cali, Bogotá, Pasto o Pereira. 

Por consiguiente, el levantamiento popular representó también un cisma en la historia del país, por cuanto fue un viraje en los valores culturales de la nación y aunque sigue siendo objeto de polémica, es innegable señalar que el 28 de abril es un factor explicativo del éxito en los comicios presidenciales de Gustavo Petro. En otras palabras, el torrente de la movilización se cristalizó en la posibilidad de construir una propuesta de nueva sociedad colombiana, haciendo contrapeso al modelo hegemónico de la sociedad conservadora y reaccionaria de este país. 

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No obstante, una de las preguntas que debe invitarnos a reflexionar con mesura es concerniente a la memoria del levantamiento popular, es decir, ¿qué ha quedado después del 28A? Una inquietud que por lo menos no puede ser respondida desde una sola mirada y tampoco desde una sola cara de la moneda, es decir, ni desde el ciego optimismo ni tampoco de un fatalismo desesperanzador. 

Varios monumentos se erigieron durante las jornadas de protestas, parques que fueron bautizados por la furia popular y en otros casos, las calles y avenidas fueron renombradas como referencias de la lucha y resistencia ciudadana. Algunos sitios también dejaron su huella como el panteón de sueños acribillados por las balas de quiénes quisieron callar las movilizaciones. Tres años después, algunos lugares de memoria languidecen con el tiempo y, sin embargo, sectores organizados y no organizados aún procuran por que la memoria colectiva no muera ante la indiferencia. 

Por otro lado, en el concierto político debe leerse con cautela los resultados electorales en las elecciones regionales del 2023 que le atinaron un fuerte golpe al movimiento progresista, popular y democrático, pues fueron los partidos tradicionales quienes terminaron asumiendo dichos cargos representativos. Y aunque el comportamiento electoral tiene su propia lógica, donde la maquinaria juega un papel decisivo al igual que otros factores, vale la pena preguntarse ¿dónde quedaron los frutos de la rebeldía?, el ejercicio de la autocrítica es valioso en estos momentos. 

La derecha reaccionaria ha alzado sus armas mediáticas para apagar la memoria de la movilización. Como un juego de espejos, emula repertorios de acción colectiva de los sectores democráticos y populares tratando de borrar el pasado reciente e instalar nuevamente los valores tradicionales. Algunos medios han llevado tertulianos que se han atrevido a señalar las movilizaciones del 21 de abril como las más importantes del país, y replican consignas destilándolas de su valor revolucionario. 

El 28 de abril —como se dijo un par de líneas atrás— ha erigido monumentos a la rebeldía y en otros casos ha derrocado los bustos y estatuas que hacían odas al fascismo y al pasado oprobioso de la esclavitud. Las armas de la crítica deben ser lo suficientemente fuertes para derrumbar los anquilosados valores de la derecha reaccionaria y las paquidérmicas recetas neoliberales que han golpeado nuestro país. Por ello, el 28 de abril debe ser conmemorado con la lozanía que merece, pero también con la suficiente sensatez para aprender de su experiencia y sobre todo, para que la memoria colectiva de la furia popular nunca se apague. 

Por: Damian Rodríguez Vera; Sociólogo; Magíster en Ciencia Política; Docente universitario e Investigador de conflicto armado. En X lo encuentran como @damian_rv

El establecimiento aprendiendo a ser oposición en democracia y sin terrorismo de Estado

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Hace apenas tres años, el presidente de la República se vestía con el uniforme policial y elogiaba a los agentes de seguridad. Sin embargo, durante esos mismos días, presenciamos en vivo cómo jóvenes eran golpeados y baleados mientras protestaban pacíficamente por un futuro mejor. Estos manifestantes eran injustamente etiquetados como criminales por los medios de comunicación corporativos, que aún hoy están controlados por figuras como Sarmiento Angulo, los Gilinski, Ardila Lülle y los Santo Domingo.

no han sufrido ni un solo golpe, mutilación de ojo o asesinato a manos de agentes de la fuerza pública, a pesar de haberse movilizado en ocasiones para exigir incluso un golpe de Estado o el asesinato de un presidente democráticamente electo

En el último año y medio de gobierno del cambio, los representantes de los partidos tradicionales, algunos de los cuales son nietos de ex presidentes, así como esa clase política que ha mantenido el poder en las regiones mediante la violencia y el control paramilitar, no han sufrido ni un solo golpe, mutilación de ojo o asesinato a manos de agentes de la fuerza pública, a pesar de haberse movilizado en ocasiones para exigir incluso un golpe de Estado o el asesinato de un presidente democráticamente electo, aunque con un margen estrecho en segunda vuelta rechazado por estas figuras rancias por ser de izquierda y por su pasado subversivo.

Un año y medio más tarde, nos encontramos frente a un escenario marcado por un frente corporativo mediático que constantemente difunde mensajes negativos sobre el gobierno: se resalta la supuesta mala gestión, la supuesta falta de ejecución y se amplifican los errores, al mismo tiempo que se ocultan o minimizan los aciertos. Esta campaña está coordinada en las redes sociales con el objetivo de difundir mentiras y desacreditar al gobierno, que ha promovido la participación de mujeres negras de la periferia rural, por ejemplo, en la toma de decisiones estatales y sigue trabajando por excluir a las mafias de las decisiones de Estado. A pesar de esta oposición, el respaldo del campo popular se mantiene sólido, con el presidente liderando el proceso de cambio y guiando el curso de este acontecimiento histórico que vivimos como país.

El presidente extendió una propuesta de diálogo a muchos de los sectores que actualmente capitalizan políticamente desde la extrema derecha, reconociendo así la constante operación de sabotaje y la fabricación de descontento. Sin embargo, recientemente, durante su discurso en Puerto Resistencia, admitió haber cometido errores y haber sido ingenuo en este enfoque. En lugar de cerrar las puertas al diálogo con las élites y los sectores mafiosos, optó por destacar la importancia de la movilización social y popular en las periferias del país. Además, reafirmó el compromiso decidido del gobierno nacional para avanzar en el proceso de cambio, con miras a alcanzar el 2026 con paso firme una transición pacífica hacia un nuevo momento histórico.

Cuando el presidente enfatiza que ganar el gobierno no equivale a tener todo el poder, reconoce que, aunque ostente la jefatura del Estado y tenga un margen de maniobra considerable en ciertas situaciones, los propietarios de los medios corporativos de comunicación, por ejemplo, o los clanes regionales

El 21 de abril mientras «los técnicos» de gobiernos anteriores se fotografiaban en la Plaza de Bolívar, rodeados de banderas que exigían la detención del presidente, la eliminación del derecho a la interrupción voluntaria del embarazo y la exaltación del sionismo israelí, en el sur de Bolívar, paramilitares del Clan del Golfo asesinaron al líder social Narciso Beleño. Beleño no solo había liderado históricamente movilizaciones en defensa de los derechos de las periferias olvidadas, sino que también fue uno de los responsables del comité de reforma agraria de su región, promovido desde el gobierno para dinamizar un proceso que ha avanzado más en este año y medio que en los dos gobiernos anteriores.

Bob Jessop es un teórico que interpreta al Estado como una relación social que va más allá de simplemente gestionar instituciones públicas. Él lo ve como el resultado de interacciones dinámicas entre fuerzas diversas y contradictorias, y argumenta que debe ser entendido dentro de contextos sociales específicos para mantener ciertos órdenes. Cuando el presidente enfatiza que ganar el gobierno no equivale a tener todo el poder, reconoce que, aunque ostente la jefatura del Estado y tenga un margen de maniobra considerable en ciertas situaciones, los propietarios de los medios corporativos de comunicación, por ejemplo, o los clanes regionales, en otros, tienen más influencia en determinados aspectos clave. Es por esto que ha optado por entablar diálogos con ellos para buscar vías pacíficas de transición e irreversibilidad.

En este contexto, cuando nos referimos al «establecimiento», hablamos de ese sector conformado por las élites que, a lo largo de la historia, ha ejercido una considerable influencia en la definición del Estado como una relación social. Este grupo ahora se encuentra en disputa con un gobierno que busca reorientar los fondos públicos para satisfacer el mandato constitucional del bienestar general, en lugar de continuar enriqueciendo a estas élites. El «establecimiento» no solo persigue intereses materiales de clase, sino que también está guiado por mandatos ideológicos, culturales y sociales. Por esta razón, se apoya en una variedad de dispositivos culturales para movilizar a aquellos que, desde las capas más bajas de la sociedad, defienden fervientemente sus ideales, intereses y motivaciones particulares, aunque no sean concretamente suyas.

El establecimiento esta superando la curva de aprendizaje de ser oposición, pero en un contexto democratico

Durante el último año y medio, este «establecimiento» ha dejado claro al presidente que no está dispuesto a dialogar una transición pacífica hacia el cambio, sino que continuará alimentando y capitalizando el odio. Este sector incluye a sectores profesionales y académicos de las grandes ciudades que se autodenominan como «de centro», pero cuyas aspiraciones se limitan a cambios superficiales en las instituciones públicas y que, en muchos casos, han sido parte de las grandes decisiones del Estado en las últimas décadas mientras se hacían los ciegos con la violencia del Estado: la mal llamada elite tecnocrática “basada en la evidencia”. Bajo el disfraz de un cambio supuesto, su verdadera intención política es reemplazar a las élites del establecimiento arraigado, que históricamente ha utilizado la violencia como medio de control en Colombia. Esta realidad persiste hoy en día, como lo demuestra el asesinato de líderes como Narciso Beleño en el sur de Bolívar.

El establecimiento esta superando la curva de aprendizaje de ser oposición, pero en un contexto democratico. Porque, aunque sigan mintiendo con que somos una dictadura sin precedentes, no tendrán que salir a las calles a arriesgarse a ser golpeados, mutilados o asesinados por una orden de, quienes hoy, ocupamos la jefatura del Estado colombiano.

La disputa por el sentido común en Colombia sigue abierta hacia ese nuevo momento histórico, pero, por ahora, queda claro que los sectores que si se encuentran políticamente no son Petro con Uribe, sino María Fernanda Cabal con Sergio Fajardo, Alejandro Gaviria, Jota P Hernandez, Daniel Briceño y Catherine Juvinao. El centro en Colombia encontró su lugar en la disputa.

Los paramilitares no son un movimiento político

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Aunque si son o fueron actores dentro del conflicto social, político y armado en Colombia, los paramilitares jamás nacieron con la intención de cambio u oposición al Estado o su marco jurídico. Las autodefensas y su creación se ha justificado como una medida para la “defensión” de la clase alta ante la avanzada inminente de las insurgencias en el país, el posicionamiento de la izquierda y sectores alternativos en los escenarios políticos; sin embargo, contrario a esta narrativa es claro que el propósito de las fuerzas paramilitares fue el de mantener y engrandecer la acumulación de poder en las regiones, se trató de un ejército privado para el despojo y el desplazamiento sistemático en todo el territorio nacional.

es claro que el propósito de las fuerzas paramilitares fue el de mantener y engrandecer la acumulación de poder en las regiones, se trató de un ejército privado para el despojo y el desplazamiento sistemático en todo el territorio nacional

Es decir, que, aunque los paramilitares se organizaran en bloques, con emblemas e incluso, con un grupo al mando de las acciones y decisiones, nunca fue su objetivo la transformación de la sociedad, sino, el de “garantizar”, complementar y suplementar o hacer el papel del Estado cuando este no está en condiciones de hacerlo. Los poderes regionales, políticos, empresarios, multinacionales y narcotraficantes concibieron y establecieron a las autodefensas como un instrumento coercitivo para profundizar la lucha de clases.

La financiación no solo desde las instituciones públicas, sino también de políticos, ganaderos, empresarios y narcotraficantes, convierten a las autodefensas en un actor para-institucional en la medida en que es afín a los objetivos del ordenamiento existente, además de profundizar la desigualdad social, política y el sistema centralista del Estado colombiano y este, de vuelta le dio garantías para existir, como fue el caso de las CONVIVIR, la parapolítica y después, todas las muy cuestionables formas y acuerdos para su desmovilización en el marco de la Ley de Justicia y Paz.

Todos estos vínculos con el Statu Quo hacen que los paras se comprometan con el auxilio de la organización institucional, y que posteriormente, este pudiera mutar hacia la consolidación y expansión de los carteles de narcotráfico en todo el territorio nacional.

Sí, creemos que los paramilitares era un grupo antisubversivo y anticomunista, y que su objetivo era en definitiva borrar todo ápice de oposición o movimiento político de izquierda, pero es más que claro, desde el contexto histórico, que solo fueron resultado de una política de Estado (la doctrina de seguridad nacional) y mundial (la contención de la expansión del comunismo), además de, una garantía por medio de su participación como actor de poder dentro de los territorios de mano de estructuras ilegales y de narcotráfico para crear condiciones que agudizaran la sistemática violación de derechos humanos, negaran garantías electorales y reforzaran asimismo el poder narco estatal en el país.

intentan mostrarnos o justificar a los paramilitares como ‘legítima defensa’, pero la realidad es que quienes auspiciaron y ayudaron a los paramilitares, impusieron a sangre y fuego una idea de Estado

Ahora, porqué es tan importante entender esto, pues porque con todo lo sucedido en el marco de las acusaciones al expresidente Álvaro Uribe Vélez, testimonios como el de Salvatore Mancuso, intentan mostrarnos o justificar a los paramilitares como ‘legítima defensa’, pero la realidad es que quienes auspiciaron y ayudaron a los paramilitares, impusieron a sangre y fuego una idea de Estado completamente opuesto a lo democrático, legítimo o garante de la vida y los derechos.

Quienes dan esa lectura y muestran la necesidad de esta ‘legítima defensa’ poco o nada señalan las autodefensas, no solo desarrollaron una política de violencia sistemática contra trabajadores, campesinos, maestros, dirigentes sindicales y políticos, líderes comunales; además de implementar unas formas de guerra fuera del Derecho Internacional Humanitario como atacar a civiles, población en estado de indefensión, masacres colectivas y magnicidios; incluso en muchos casos contaron con la participación de las fuerzas militares para mostrar resultados, o la financiación de narcotraficantes para garantizar rutas de comercio o territorios y control de estos escenarios; sino como también políticos tradicionales se mantuvieron en cargos de poder; en como el ámbito electoral se vio modificado por las dinámicas paramilitares en poderes regionales; y como multinacionales, junto con empresarios involucrados, se beneficiaron no solo económicamente, sino territorialmente.

El Estado colombiano propició las condiciones políticas para el surgimiento y consolidación de los grupos paramilitares, junto con la acción y la omisión de las acciones propias de las fuerzas militares, que contribuyeron a consolidar el proyecto paramilitar no solo con el propósito de atacar a la insurgencia, sino legitimar, estructurar y manejar un poder narco paramilitar regional y nacional.

Así que, si a los actores perpetradores y creadores de las formas de violencia en el país, no se les reconoce, judicializa e interpreta bajo su real dimensión social o política, ilegal o legal, el objetivo de alcanzar la paz total está más que diluido.